La camioneta, todavía nueva, estaba en perfectas condiciones. La conducía con cuidado Lorena Lessley, de veinticuatro años. A ambos lados del camino escabroso se erguían las imponentes laderas de la Sierra Nevada, con curvas y más curvas por delante.
De pronto ocurrió algo imprevisto. La camioneta se salió del camino y cayó en un risco de treinta metros de profundidad. Lorena se salvó de milagro, pero quedó aprisionada en la aplastada cabina del vehículo. Pasó así tres días y medio, sin alimentos y sin agua, y a merced de temperaturas bajo cero.
¿Cómo logró salvarse? ¿Qué hizo para salir con vida de ese terrible accidente? «Concentré mis pensamientos en dos cosas —sostuvo Lorena—: en Dios primero, y luego en mi esposo. De todo lo demás me olvidé.»
He aquí un notable caso de supervivencia. La joven Lorena quedó atrapada entre los hierros aplastados de su camioneta. Durante ochenta y cuatro largas horas soportó un frío invernal. No bebió agua ni tomó alimento alguno. Se acomodó como pudo en la cabina, concentró sus pensamientos en Dios, objeto de su fe, y en la vida con su esposo, objeto de su amor, y se olvidó del resto del mundo.
Cuando por fin la encontraron con la ayuda de helicópteros y de perros entrenados, había logrado superar las ochenta y cuatro horas de espera. Esa súper concentración en los dos elementos más valiosos de su vida, su fe en Cristo y el amor por su esposo, la habían salvado.
El amor y la fe son las dos fuerzas más nobles del universo. Por el amor y la fe el ser humano hace hazañas increíbles y sacrificios sublimes, y logra transformaciones formidables. En cambio, sin amor y sin fe desciende al nivel de las bestias, al estado de las fieras de la selva.
Por una parte podemos tener mucho amor hacia una persona o un objeto y sin embargo no tener fe, y por otra podemos tener mucha fe en algo o en alguien sin tener amor. A pesar de que cada una de estas virtudes es una fuerza para bien, las dos no van necesariamente de la mano. Pero cuando se combinan en una sola persona, tienen una fuerza asombrosa.
Esa fuerza espiritual está a nuestro alcance. Si seguimos el ejemplo de Lorena, que a su vez siguió el ejemplo del salmista David, poniendo nuestra confianza en Dios, podremos decir como David:
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*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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