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domingo, 28 de septiembre de 2014

DOMINGO XXVI ORDINARIO : LOS DOS HIJOS


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Por. Pbro. Lic. Roberto Luján Uranga.
La Palabra de Dios de este domingo tiene un mensaje directo: Que para todos los pecadores existe la posibilidad de la gracia de la conversión. Pero también existe la posibilidad contraria: el riesgo de pervertir el buen camino y quedarse fuera del Reino de Dios. La primera es una noticia alentadora. Podemos haber sido rebeldes, pecadores, contrarios a la voluntad de Dios. Como el segundo de los hijos de la parábola que se niega a ir a trabajar a la viña del padre pero reconsidera, se arrepiente y va. Son los convertidos y hay muchos ejemplos:S. Pablo, S. Agustín, S. Francisco de Asís. Ellos no seguían el camino de Cristo. Pablo era perseguidor. Agustín tenía concubina y seguía doctrinas maniqueas.
Francisco sólo pensaba en divertirse y gozar la vida. Eran como el hijo rebelde pero se arrepintieron y llegaron a ser santos. Hubo conversión en su camino. Pero el otro lado de la moneda también es importante. El primer hijo dice que va pero no lo hace. Desobedece al padre. Simboliza a aquellos que hablan pero no actúan, a los que predican una cosa y se comportan de otra. Pero sobre todo a los que, llevando una vida recta, tuercen su camino hacia el mal. Se da lo contrario a una conversión: la perversión al mal. Desviación hacia el camino del reino de las tinieblas. Se dio en Luzbel que era el ángel más brillante y hermoso y se volvió contra su Creador. Se dio en Judas Iscariote que de ser apóstol del Señor lo traicionó y entregó a sus verdugos. Lo cual nos debe llevar a una profunda reflexión: que nunca debemos dar por terminada nuestra tarea de santificación.
Que cualquiera que se crea muy bueno y justo puede caer en la abyección o bajeza del pecado. Es un riesgo siempre latente especialmente si no tenemos la humildad a que nos invita la segunda lectura: tengan los mismos sentimientos que Cristo Jesús, que siendo Dios, se hizo hombre, tomando la condición de siervo. El pecado contrario es la soberbia y es la que nos puede llevar a la perversión de nuestro camino. La persona humilde no presume de santidad y sabe que puede caer. El mismo S. Pablo dice: someto mi cuerpo a disciplina, no sea que habiendo predicado el Evangelio, vaya a caer en perdición. Lo mismo cada cristiano/a. Debe vigilar su proceder, examinar a diario su conciencia, no dar por sentada nuestra salvación eterna porque presuponer la misericordia de Dios es un peligro. Un ejemplo: pensar que puedo pecar impunemente pues Dios es misericordioso. Sí lo es, pero también es justo. Si me desvío y permanezco en mi pecado, perderé mi alma. Es necesaria una disciplina espiritual que fortalezca mi unión con Dios por medio de la oración, el ayuno, los sacramentos, la caridad efectiva a Dios y a los hermanos, la asistencia dominical a misa. Vigilemos nuestro proceder para no caer en la tentación de abandonar al Señor.

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