En la parte I, hablamos sobre lo que sucede con la sequedad o la aridez en la oración. Hoy, veremos nuestra parte en la lucha*.
Un lector pregunta: Estimado Padre John, desde hace mucho tiempo he utilizado la meditación para orar, pero últimamente estoy experimentando sequedad. Siento que no saco mucho fruto de ella, como antes. ¿Será que estoy en la «noche oscura del alma»? Si no, ¿qué es lo que me está pasando y qué debo hacer?
La sequedad en la oración es lo contrario al consuelo (la sensación de satisfacción que Dios da a nuestras emociones, imaginación, intelecto y voluntad cuando encontramos su verdad, bondad y belleza). La sequedad es la ausencia o disminución de esos consuelos, ya sea de vez en cuando o durante largos períodos de tiempo. El Catecismo identifica la sequedad como uno de los principales obstáculos en la oración. Pero no seremos capaces de comprender cómo lidiar con este obstáculo a menos que entendamos, al menos un poco, lo que lo causa.
La sequedad en la oración surge por una de dos razones: debido a nosotros, o debido a Dios. Comencemos con la primera razón.
Cuando las cosas se complican
Cuando no estamos haciendo un esfuerzo razonable de nuestra parte en la búsqueda de la oración, la sequedad viene por causa nuestra. A veces, en la vida espiritual, especialmente al principio (pero no únicamente), Dios manda consuelos frecuentes e intensos a nuestra alma. Es como un noviazgo y Él nos está cortejando, nos manda flores, nos da dulces, nos lleva a citas hermosas (en el sentido espiritual). Está tratando de convencernos de su bondad, sabiduría y poder; está tratando de ganarnos para Él. A medida que nuestra relación se profundiza, nos damos cuenta que seguir a Dios implica no sólo recibir buenos regalos de su parte, sino darle también el regalo de nosotros mismos.
Esto lo hacemos obedeciendo sus mandamientos y su voluntad, siguiendo su ejemplo, creciendo en virtud, edificando la Iglesia, amando a nuestro prójimo...Todas estas cosas, que se basan en nuestrodeseo de crecer en amistad con el Único que nos está llamando, requieren esfuerzo de nuestra parte. Tenemos que escoger libremente, responder a la acción de Dios en nuestras vidas; no es algo automático (si fuera automático, no sería una relación de amor o de amistad).
A medida que este camino continúa, algunas veces nos sentimos cansados. Comenzamos a ansiar las «cebollas de Egipto», como los israelitas lo hicieron durante su travesía por el desierto, en camino hacia la Tierra Prometida. Anhelamos una vida más fácil, los placeres de la propia gratificación, las comodidades seductoras y las gratificaciones pasajeras que treinta monedas de plata puedan comprar para nosotros. Momentos como éstos son cruciales para el crecimiento espiritual. Nos dan una oportunidad para madurar nuestro amor a Dios, para crecer un poquito más, pero el jalón de nuestra naturaleza caída, azuzada por el brillo de la cultura popular y los cantos del demonio en nuestro interior, es fuerte.
Volviéndonos descuidados
Una reacción que podemos tener durante estos tiempos es simplemente repasar los momentos de nuestra vida de oración. En la superficie, pareciera que continuamos con los mismos compromisos de oración que siempre hemos guardado, compromisos que cuentan con la bendición de nuestro director espiritual; y sin embargo, comenzamos a cumplir con ellos de manera rutinaria, no haciendo un esfuerzo concreto para concentrarnos en nuestra oración vocal, por ejemplo, o no siguiendo cuidadosamente el método de nuestra oración mental. Nos volvemos tibios. No preparamos con tiempo el material para nuestra meditación, no guardamos silencio interior durante el día; de cuando en cuando quitamos algunos minutos de nuestra meditación o jugamos con distracciones involuntarias en lugar de poner el esfuerzo necesario para evitarlas... Algunas veces esta disminución es extremadamente sutil, inclusive subconsciente; pero otras salta a la vista: evitamos ver a Dios a los ojos por algún pecado del cual no nos arrepentimos y no hemos confesado (deshonestidad, infidelidad, impureza, ambición desordenada, consentimiento voluntario a sentir coraje o envidia en un ataque de auto justificación...). Ya sea de manera sutil o flagrante, aflojarle al esfuerzo razonable por poner atención a Dios cuando oramos, frecuentemente nos inhibirá para escuchar su voz. No siempre, porque Dios puede hacerse oír aun cuando no estemos escuchando, pero casi siempre.
Esquivando el camino
Cuando nuestra bandeja de entrada está abarrotada de más, perdemos la motivación para levantarnos las mangas y ponernos a trabajar, así que lo dejamos para después o buscamos trabajo para distraernos manteniéndonos ocupados. Esto inhibe que experimentemos la satisfacción que viene de un trabajo bien hecho, del cumplimiento de las metas y de seguir prioridades objetivas. Lo mismo sucede en la vida espiritual. Cuando siguiendo a Cristo llegamos a una parte escarpada del camino, podemos esquivarla, tomar un descanso o inclusive buscar un atajo, aunque sabemos muy bien que nuestro Señor está parado en la subida llamándonos a seguir adelante. Hasta que volvamos al camino no seremos capaces de experimentar el consuelo que Dios tiene para nosotros, porque no encontraremos a Dios (fuente de consuelo) donde Él nos está esperando.
Piensa en un gimnasta que llega a estancarse en su entrenamiento. Su entrenador sabe que necesita mantener el mismo esfuerzo que estaba poniendo cuando conseguía un progreso visible y rápido, pero ella empieza a desanimarse precisamente porque su progreso no es tan rápido y visible en este momento. Si confía en el entrenador y persevera, pronto estará más allá del nivel en que estaba estancada y conseguirá otros más elevados, experimentando la satisfacción que esto conlleva. El entrenador puede animar, pero al final, somos nosotros quienes decidimos si ponemos de nuestra parte y continuamos adelante esforzándonos..
La primera pregunta
Ésta es la primera pregunta que necesitamos hacernos a nosotros mismos si estamos experimentando sequedad en la oración: ¿Estoy poniendo de mi parte? ¿O algún pecado no confesado, una autocompasión sutil o simplemente la flojera (sé humilde), han provocado que se diluyan mis esfuerzos?
Para encontrar una respuesta objetiva a esta pregunta, a menudo es útil revisar nuestros compromisos de oración con nuestro director espiritual, para describirle cómo estamos rezando el rosario, la meditación, el ofrecimiento de la mañana y participando en la Misa. También puede ser útil repasar de nuevo las guías básicas de la oración, por ejemplo leer Los fundamentos de la meditación cristiana en la primera sección del libro La mejor parte. (Para tu conveniencia, he incluido una lista de comprobación más abajo que puede ayudarte a recordar lo que conlleva hacer tu parte en la meditación diaria).
Si descubres que realmente has estado flojeando un poquito, ¡no tengas miedo! Llévalo a la confesión y luego haz algunos pequeños ajustes en tus compromisos que ayuden a motivarte para retomar el ritmo. Por ejemplo, cambiar el libro que estás usando para apoyar tu meditación o el lugar de tu oración matutina, o el tiempo del día, o comprar un rosario nuevo... un nuevo comienzo puede detonarse sin esta clase de trucos externos, pero algunas veces pueden ayudar.
Por otra parte, si después de una calmada y objetiva autoevaluación, estás convencido que sí estás haciendo un esfuerzo razonable por poner de tu parte, entonces la sequedad que estás experimentando probablemente no se deba a ti, sino a Dios. La próxima vez vamos a hablar de por qué Dios a veces retiene sus consuelos. (Por cierto, sigo diciendo «esfuerzo razonable» porque eso es todo lo que Dios nos pide. Algunas personas tienden a pensar que si su esfuerzo no es perfecto en todos los sentidos, no es razonable. Eso no es verdad. Dios sabe que no somos ángeles).
...[Tomado de La mejor parte: Un método cristocéntrico para la oración personal] Entonces, medir si cada día tu meditación estuvo bien o mal no es fácil. Tu meditación bien pudo ser agradable para Dios y llena de gracia para tu alma, incluso si para ti fue desagradable y difícil desde la perspectiva emocional. Un atleta debe entrenar mucho incluso si le es doloroso o frustrante y, del mismo modo, pasa en la meditación diaria.
Lo más importante es simplemente seguir esforzándonos para orar mejor. En la dirección espiritual y en la confesión habla sobre tu vida de oración y confía que, si sinceramente estás haciendo tu mejor esfuerzo, el Espíritu Santo hará el resto.
Encontrarás más adelante algunos indicadores que te pueden ayudar. Lo más importante es mantenerse en pie de lucha para orar mejor. Habla sobre tu vida de oración en tu dirección espiritual o en la confesión, y confía en que si eres sincero, dando lo mejor de ti, el Espíritu Santo hará lo demás.
Mi meditación salió mal cuando yo.....
No planeé lo suficiente sobre el material que iba a utilizar, cuándo y dónde iba a meditar, teniendo la delicadeza de apagar mi celular, etc.
Simplemente cedí a las muchas distracciones que se me presentaron.
Me dormí.
Me salté el primer paso, concéntrate o lo hice de manera descuidada. ¿Cómo puede ir bien mi oración si no fui muy consciente de la presencia de Dios?
No le pedí humildemente a Dios que me ayudara y me diera aquellas gracias que necesito para continuar creciendo en mi vida espiritual.
Dediqué todo el tiempo a leer, pensar, soñar despierto, y no me detuve para preguntarle a Dios qué me quería decir y luego responderle desde mi corazón.
Traté de despertar sentimientos intensos y emociones, en lugar de conversar de corazón a corazón al nivel de la fe.
No renové mi compromiso con Cristo y su Reino al final de la meditación.
Acorté el tiempo que me comprometí a rezar sin tener una razón importante para hacerlo.
Mi meditación salió bien cuando...
Cumplí bien mi compromiso de dedicar un período de tiempo concreto a la meditación cada día.
Seguí fielmente la metodología a pesar del cansancio, las distracciones, la sequedad o cualquier otra dificultad o, si fue imposible seguir el método de los cuatro pasos, hice lo mejor que pude para alabar a Dios de la manera que pude en el tiempo de meditación.
Me quedé en los puntos de reflexión que más me llamaron la atención mientras hallaba más material para la reflexión y conversación.
Busqué conocer y amar más a Cristo, para poder seguirlo mejor.
Me aseguré de hablar con Cristo desde mi corazón acerca de lo que estaba meditando (o de lo que más había en mi corazón), aun cuando era difícil hallar palabras para ello.
Fui completamente honesto en mi conversación. No dije cosas a Dios de manera mecánica o queriendo impresionar con mi elocuencia y, más bien, le dije lo que había en mi corazón.
Hice un sincero esfuerzo por escuchar lo que Dios quería decir durante el tiempo de la oración, buscando aplicaciones para mi propia vida, circunstancias, necesidades y retos.
Concluí la meditación mas firmemente convencido de la bondad de Dios y firmemente comprometido a dar lo mejor de mí para seguirlo fielmente.
Tuyo en Cristo,
En la tercera parte, vamos a abordar la parte de Dios en la lucha*.
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