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viernes, 28 de marzo de 2014

Ante las tentaciones

¿Por qué somos tentados? Porque somos libres, porque se abren ante nosotros mil posibilidades.
 
Ante las tentaciones


La tentación nos resulta algo familiar. Tenemos tentaciones en casa o en el trabajo, durante el día o en medio de la noche, en verano o en invierno, a solas o con otros.

Cada tentación nos ofrece algo que se presenta como agradable, ventajoso, más o menos fácil. Se trata de saltarse una norma para ser más eficaces, o de apartarse del deber para disfrutar un rato placentero, o de pisotear a un rival para empezar la conquista de un anhelado puesto de trabajo.

Ante la promesa de un resultado ventajoso, el corazón cae fácilmente en el diálogo con la tentación. Surgen las preguntas y los razonamientos. ¿De verdad es algo tan malo? ¿No seré un poco escrupuloso? Total, no hago mucho daño a otros. Además, hoy en día todos lo hacen. Por una vez no pasa nada...

Tras la caída, la tentación nos muestra su mentira. Porque no es hermoso lograr un triunfo a costa de la herida que hemos causado en un familiar cercano. Ni siente uno alegría verdadera si, después de haber visto una película divertida, recuerda que ha dejado de lado la petición de ayuda de un enfermo.

Otras veces no somos capaces de reconocer el veneno escondido en cada tentación, ni siquiera tras la caída. Porque en el fondo de nuestras almas hay un deseo extraño de independencia, de rebeldía, de vivir al margen de Dios.

En unas líneas de su libro "Jesús de Nazaret", Benedicto XVI explicaba otras dimensiones propias de la tentación que facilitan el engaño:

Es propio de la tentación adoptar una apariencia moral: no nos invita directamente a hacer el mal, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor: abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo. Además, se presenta con la pretensión del verdadero realismo. Lo real es lo que se constata: poder y pan. Ante ello, las cosas de Dios aparecen irreales, un mundo secundario que realmente no se necesita.

Luego el Papa Ratzinger señalaba ese núcleo profundo que se esconde en cada tentación:

La cuestión es Dios: ¿es verdad o no que Él es el real, la realidad misma? ¿Es Él mismo el Bueno, o debemos inventar nosotros mismos lo que es bueno? La cuestión de Dios es el interrogante fundamental que nos pone ante la encrucijada de la existencia humana. ¿Qué debe hacer el Salvador del mundo o qué no debe hacer?: ésta es la cuestión de fondo en las tentaciones de Jesús.

Sí: detrás de cada tentación se esconde la pregunta sobre Dios. ¿Cómo lo veo? ¿Cómo pienso mi vida ante Él? Algunos no pueden responder, simplemente porque han excluido a Dios del horizonte humano. Otros no quieren responder, porque prefieren lanzarse al activismo sin tener que confrontarse con Alguien a quien rendir cuentas.

Pero en el fondo, ni la negación de Dios ni el activismo salvaje resuelven el problema de las tentaciones. ¿Por qué somos tentados? Porque somos libres, porque se abren ante nosotros mil posibilidades, porque hay en cada corazón un desorden que intenta arrastranos hacia el mal, la injusticia, el egoísmo.

Las tentaciones no son, ciertamente, la última palabra de la historia humana. Más allá de ellas, una voz respetuosa y cercana nos invita a aceptar el Amor de Dios y a vivir según el hermoso ideal del cristianismo.

Desde que Cristo vino al mundo, es posible no sólo levantarse tras una caída, sino también decir un "no" claro y firme ante cada tentación. Un "no" que es, en el fondo, un gran "sí": un "sí" al amor a Dios y a los hermanos. 

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