| ||||
Al famoso compositor mexicano Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano del Sagrado Corazón Alfonso de Jesús Lara y Aguirre del Pino, considerado el máximo representante artístico del siglo veinte en México, se le conoció sencillamente con el nombre de Agustín Lara y con el mote de El Flaco de Oro.
En el transcurso de su carrera artística, que abarcó más de la mitad del siglo, compuso más de seiscientas canciones. Entre ellas hay una canción que le dedicó al destacado actor y tenor José Mojica al enterarse de que aquel paisano suyo iba a convertirse en fraile franciscano.
La compuso en Buenos Aires en 1940, pero no fue sino hasta 1954 que el cantante Nat King Cole conquistó con ella el mundo de la música popular.1 Se trata del siguiente bolero que a la postre grabarían así mismo artistas internacionales de la talla de Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, José Carreras, Andrea Bocelli, Julio Iglesias, Roberto Carlos, Luis Miguel, Rocío Dúrcal, Sara Montiel, Lucía Méndez, Lola Beltrán, Pedro Vargas, Vicente Fernández, Elvis Presley, Bing Crosby, Perry Como, Vikki Carr, Connie Francis, Roy Rogers, Gene Autry, Engelbert Humperdinck, Jerry Vale, Trini López y Carlos Alberto:
Debido a la fama que tiene, no es de extrañarse que esta melancólica canción ocupara el puesto número diecisiete en nuestra encuesta «Su canción popular favorita». Pero lo que sí pudiera extrañarnos es que fuera Agustín Lara quien insistiera en que la entrega total de una persona a otra por amor es un milagro que se realiza una sola vez en la vida.
¿Será posible que el célebre músico mujeriego, que se casó ocho veces, estuviera añorando la felicidad que sólo resulta de la unión de por vida de un hombre y una mujer? Tal vez.
Gracias a Dios, de lo que no cabe ninguna duda es que su Hijo Jesucristo se sacrificó una sola vez y para siempre2, entregando alma y cuerpo en una cruz por amor a nosotros a fin de que en nuestro corazón repiquen campanas de fiesta debido a que en el huerto de nuestra alma brilla la esperanza de vida eterna.
|
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
Páginas
▼
No hay comentarios:
Publicar un comentario