domingo, 15 de diciembre de 2013

Sabiduría

       

 


Camino-al-amanecer
La sabiduría (hokmá en hebreo, sofía en griego) es ante todo el arte de tener éxito. En todas las culturas es buscada como el arte de vivir bien, el camino hacia la felicidad. Por tanto, exige la capacidad de discernir el bien del mal para hacer elecciones buenas. Está constituida por habilidad, prudencia y moralidad. A sus amigos aporta riqueza y gloria.

Los sabios del Antiguo Testamento

  • La sabiduría es sobre todo asunto de experiencia. El sabio observa la naturaleza (el tiempo, las estaciones, los trabajos agrícolas, los animales), y sobre todo los comportamientos humanos, y extrae de ello lecciones (Prov 24,32).
  • La sabiduría es también un conocimiento hecho de reflexión, de intuición e incluso de astucia, como en el juicio de Salomón (1 Re 3,16-28).
  • La sabiduría es frecuentemente una habilidad, el dominio de una técnica; el trabajo de los artesanos no es menospreciado (como entre los griegos), sino valorado: se llama sabios a los mejores artesanos, y se dice que están inspirados por el espíritu* de Dios (Ex 31,1-11; 36,1-2.8).
  • Pero también es un saber decir, es sabio aquel que sabe decir las palabras pertinentes (Prov 10,31), expresarse en público o delante de los reyes. Frecuentemente es la función del escriba, que aparece como el mejor de todos los oficios (Eclo 38,2439,11). Por tanto, el escriba es el maestro de sabiduría, capaz de transmitir su experiencia y su reflexión a los más jóvenes, a los que forma (Eclo 24,32-34); «Escucha, hijo mío, recibe mis palabras» (Prov 4,10).
  • Normalmente, el rey (rodeado por su consejo de escribas) es el más sabio: sus palabras dictan el derecho, e instituye la justicia* para todo el pueblo. Salomón es la figura del rey sabio, admirado por la reina de Sabá (1 Re 10); se le atribuyen cuatro libros de sabiduría: Proverbios, Cantar de los Cantares, Eclesiastés y Sabiduría. Pero a veces los reyes y sus consejeros son criticados por los profetas* (ls 30,1-5). El propio Salomón, al envejecer, perdió su sabiduría (1 Re 11).

La sabiduría, don de Dios

A pesar de todos sus esfuerzos, los seres humanos tienen dificultad en descubrir la sabiduría; se muestra inaccesible (Job 28), pues solamente pertenece a Dios, el Creador, fuente de toda vida (Jr 10,12). Finalmente, no se logra por los esfuerzos humanos, sino que es un don de Dios para los que le buscan. En el sueño de Gabaón, Salomón pidió a Dios sabiduría más que riqueza, poder o una larga vida; y Dios se la concedió (1 Re 3,1-15; Sab 9,1-12). La enseñanza de los sabios se vuelve cada vez más religiosa: «En el temor* del Señor está la sabiduría; en apartarse del mal, la inteligencia» (Job 28,28).
Después del exilio, los sabios de Israel llegan incluso a personificar la sabiduría divina en una mujer: ya estaba junto a Dios antes de la creación; es como su hija (Prov 8,22-31). Se identifica con su Palabra*, la Ley que Dios dio a Israel (Dt 4,5-8; Eclo 24,3-8.23). Podemos verla actuando en todos los justos del Génesis y del Éxodo (Sab 10).

Jesucristo, sabiduría de Dios

Desde su infancia, la sabiduría de Jesús sorprende y plantea preguntas (Lc 2,46-47). Habla en público como un sabio (el Sermón de la montaña, las parábolas, etc., Mt 13,54) y arrastra a las multitudes: «Nadie ha hablado jamás como lo hace este hombre» (Jn 7,46). Su muerte en la cruz parece un fracaso total, pero, después de Pascua, san Pablo proclamará que Jesús es la Sabiduría de Dios encarnada: «Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos (… ) se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Cor 1,23-24).

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