sábado, 14 de diciembre de 2013

Resurrección

      

 


resurrección
Todos los seres humanos se plantean la pregunta de la muerte*: ¿es posible un «después», un «más allá»? Los griegos creían en la inmortalidad del alma, incorruptible al contrario que el cuerpo. Los adeptos de la reencarnación creen que el alma puede encontrar una vida mejor en otro cuerpo. Estas dos perspectivas implican la dualidad del cuerpo y del alma, que no es bíblica (cf. carne*).

En el Antiguo Testamento

Los israelitas creían que la vida no se detenía con la muerte, sino que se prolongaba en un lugar subterráneo, hecho de tinieblas, de silencio y de polvo: el seol, lugar del que no se volvía (Job 10,21). Se narra que los profetas Elías y Elíseo pidieron a Dios que devolviera la vida a dos niños muertos (1 Re 17,17-24 y 2 Re 4,18-37). Durante el exilio, Ezequiel ve, en una visión, huesos secos que se convierten en cuerpos y recuperan la vida mediante el soplo de Dios (Ez 37,1-14); pero esto es principalmente una imagen para anunciar que el pueblo recobrará la vida en su país.
La creencia en Dios, que puede volver a dar la vida a los muertos, no aparece más que durante la persecución de los judíos en el siglo II a.C.: Dios «despertará» de la muerte a los mártires (Dn 12,2-3; cf. también 2 Mac 7).

En el Nuevo Testamento

Jesús comparte con los fariseos esta esperanza de la resurrección de los justos en el último día (Mc 12,18-27), mientras que los saduceos la negaban. Tres relatos narran «reanimaciones» de muertos por Jesús: dos niños (como con Elías y Elíseo): el hijo de una viuda de Naín (Lc 7,11-17) y la hija de Jairo (Lc 8,40-56); y Lázaro (Jn 11). No se trata de resurrección, ya que estas tres personas recobraron la misma vida y murieron después.
Jesús anuncia de antemano su pasión (Lc 9,44) y también su resurrección (Lc 18,31-33). Cumplió así las Escrituras: por ejemplo habla del «signo de Jonás» (Mt 12,40) o del «tercer día», que anuncia para todos los judíos la resurrección (Os 6,1-2).

La resurrección de Jesús

La resurrección de Jesús es el acontecimiento central de todo el evangelio, inseparable de la muerte de Cristo. La proclamación cristiana (o kerigma) afirma: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Cefas (Pedro) y luego a los doce» (1 Cor 15,3-5). Para Pablo, «si Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carecen de sentido» (1 Cor 15,13-14). Los evangelios terminan y culminan en los relatos de las manifestaciones o apariciones de Jesús resucitado, después del descubrimiento por parte de las mujeres de la tumba abierta y vacía (Lc 24,1-5) y el mensaje proclamado por uno o dos ángeles*: «No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,6). Pedro resumirá: «Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestase, no a todo el pueblo, sino a los testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros, que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos» (Hch 10,40-41).

Los tres lenguajes de la resurrección

  • 1. Dos verbos sinónimos: «despertar» (egeiro) y «levantar» (anístemi) del sueño de la muerte.
  • 2. Dos expresiones que oponen «muerte» y «vida», como: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24,5); «Primogénito de entre los muertos» (Col 1,18); «Príncipe de la vida» (Hch 3,15).
  • 3. Diversos términos que significan «exaltar, elevar, arrebatar» (hipsoo, analambano), de ahí el relato de la Ascensión (Lc 24,51 y Hch 1,9-11) y la proclamación: «Por eso Dios lo exaltó» (Flp 2,9).

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