miércoles, 4 de diciembre de 2013

Perdón

      

 


nubes lenticulares monte Fuji

La Alianza rota y renovada

Inmediatamente después de la Alianza, el relato fundador del becerro de oro narra el «pecado original» de Israel. Las tablas de la ley se rompen, y, por tanto, la Alianza también. Pero Moisés va a interceder por el pueblo (Ex 32,30), y Dios perdona y renueva la Alianza:
«El Señor, el Señor: un Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel; que mantiene su amor eternamente, que perdona la iniquidad, la maldad y el pecado…» (Ex 34,6-7). Israel canta esta misericordia de Dios que perdona* porque ama (Sal 103,8-14). Oseas, que perdona a su esposa infiel, es una parábola viviente de esto (Os 1-3).
Pero la Alianza no ha dejado de ser violada por Israel a lo largo de los siglos; ¿es válida para siempre? Se aportan dos respuestas.
  • Por una parte, Jeremías y Ezequiel anuncian que un día Dios establecerá una nueva alianza transformando los corazones: «Pondré mi ley en su interior; la escribiré en su corazón; (…) porque me conocerán todos, desde el más pequeño hasta el mayor, oráculo del Señor. Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados» (Jr 31,31-34; cf. Ez 36,25-27).
  • Por otra parte, los autores sacerdotales presentan las alianzas de Dios con Noé (Gn 9,9-17) y después con Abrahán (Gn 17,1-14) fundamentadas en la sola fidelidad de Dios: éstas son «alianzas perpetuas». Para ellos, es el culto en el Templo de Jerusalén el que mantiene la relación de Israel con Dios.

La fiesta del Perdón o de las Expiaciones

La fiesta de Kippur no se impone más que después del exilio. Con esta fiesta anual de otoño, la comunidad de Israel expresa su conversión y pide su perdón (Lv 16). El término kippur deriva del verbo kipper, que significa «cubrir, ocultar, borrar». Frecuentemente ha sido traducido por «expiar», que en latín significa «purificar», pero este verbo ha adquirido hoy un sentido diferente: sufrir un castigo, un sufrimiento a causa de una falta. El término griego para expiación (hilasmós) procede de un verbo que significa «mostrarse favorable, reconciliarse». Los rituales de Kippur son purificaciones del pueblo, del sumo sacerdote y del Templo. Al enviar al chivo expiatorio al desierto, después de haberlo cargado con los pecados* de Israel, la comunidad se libera simbólicamente de esos pecados. Pero el rito de la sangre sobre el altar es más importante: procura la absolución (Lv 17,11).

Jesús perdona

Al comienzo del evangelio, Juan Bautista «predica un bautismo de conversión, para el perdón de los pecados» (Mc 1,4): el rito de inmersión en el agua del Jordán reemplaza el sacrificio por el pecado, que se ha vuelto inaccesible para algunos «pecadores» en razón de su profesión (como los publicanos). Jesús ofrece los signos del Reino* de Dios declarando el perdón de los pecados a un paralítico (Mc 2,5-7), a una pecadora (Lc 7,47-50), a Zaqueo (Lc 19,9-10), etc. Enseña a sus discípulos a orar al Padre: «Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12).
Los autores del Nuevo Testamento presentan la muerte de Jesús como un sacrificio* voluntario, según las palabras de la última cena: «Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados» (Mt 26,28). Para Pablo, los cristianos no tienen nada que merecer: todo procede de Dios por Jesús: «Porque era Dios el que reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres (…) En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios» (2 Cor 5,18-20). Él mismo tiene la experiencia de este perdón después de su conversión: «Pero por la gracia de Dios soy lo que soy» (1 Cor 15,10).

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