jueves, 5 de diciembre de 2013

El Papa: La Iglesia debe ser alegre como Jesús

 

 La paz y la alegría son las dos ideas que el Papa Francisco desarrolló esta mañana en la homilía de la Misa celebrada en el capilla de la Casa Santa Marta. El Pontífice subrayó que la Iglesia está llamada a transmitir la alegría del Señor a sus hijos, una alegría que da la verdadera paz.
En la primera lectura del libro Isaías, vemos el deseo de paz que todos tenemos, indicó el Papa. Una paz que, dice el profeta, nos llevará al Mesías. En el Evangelio "podemos ver un poco el alma de Jesús, el corazón de Jesús: un corazón alegre".
Al respecto, Francisco afirmó que "nosotros pensamos siempre en Jesús cuando predicaba, cuando sanaba, cuando caminaba, iba por las calles, también durante la Última Cena. Pero no estamos acostumbrados a pensar en Jesús sonriente, alegre. Jesús estaba lleno de alegría: lleno de alegría. En esa intimidad con su Padre: 'Exultó de alegría en el Espíritu y alabó al Padre'- es precisamente el misterio interno de Jesús, esa relación con el Padre en el Espíritu. Es su alegría interna, su alegría interior que Él nos da".
Así, el Papa señaló que "esta alegría es la verdadera paz: no es una paz estática, quieta, tranquila. No, "la paz cristiana es una paz alegre, porque nuestro Señor es alegre". Y, también, es alegre "cuando habla del Padre: ama tanto al Padre que no puede hablar del Padre sin alegría". Nuestro Dios, indicó, "es alegre". Y Jesús "quiso que su esposa, la Iglesia, también fuese alegre".
Francisco añadió que "no se puede pensar en una Iglesia sin alegría y la alegría de la Iglesia es precisamente esta: anunciar el nombre de Jesús. Decir: 'Él es el Señor. Mi esposo es el Señor. Es Dios. Él me salva, Él camina con nosotros'. Y esta es la alegría de la Iglesia, que en esta alegría de esposa se hace madre. Pablo VI decía: la alegría de la Iglesia es precisamente evangelizar, ir adelante y hablar de su Esposo. Y también transmitir esta alegría a los hijos que ella hace nacer, que ella hace crecer".
El Pontífice señaló que la paz de la que habla Isaías "es una paz que se mueve mucho, es una paz de alegría, una paz de alabanza", una paz que podemos decir "ruidosa, en la alabanza, una paz fecunda en la maternidad de nuevos hijos". Una paz, "que viene precisamente en la alegría de la alabanza a la Trinidad y de la evangelización, de ir a los pueblos a decir quién es Jesús". Francisco puso énfasis en lo que dice Jesús, "una declaración dogmática" cuando afirma: "Tú has decidido así, revelarte no a los sabios sino a los pequeños".
El Santo Padre dijo finalmente que "también en las cosas muy serias, como esta, Jesús está alegre, la Iglesia está alegre. Debe ser alegre. También en su viudez -porque la Iglesia tiene una parte de viuda que espera a que su marido vuelva- también en su viudez, la Iglesia está alegre en la esperanza. Que el Señor nos dé a todos nosotros esta alegría, esta alegría de Jesús, alabando al padre en el Espíritu. Esta alegría de nuestra madre Iglesia en el evangelizar, en el anunciar a su Esposo".
 


El cuerpo de cada uno es resonancia de eternidad y debe ser respetado

Esta mañana en la audiencia general de los miércoles y ante unos 30 mil peregrinos en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco continuó su catequesis con el tema de la semana pasada: "la resurrección de la carne".
"Esto -comenzó Francisco en medio del intenso frío- no es fácil de entender, estando inmersos en este mundo, pero el Evangelio nos lo aclara: el que Jesús haya resucitado es la prueba de que la resurrección de los muertos existe. Y la fe en Dios, creador y liberador de todo el hombre –alma y cuerpo–, abre el camino a la esperanza de la resurrección".
A continuación, el texto completo de la catequesis de hoy:
Hoy vuelvo de nuevo sobre la afirmación: "Creo en la resurrección de la carne". Se trata de una verdad que no es sencilla y nada obvia, porque, viviendo inmersos en este mundo, no es fácil comprender la realidad futura. Pero el Evangelio nos ilumina: nuestra resurrección está estrechamente vinculada a la resurrección de Jesús; el hecho de que Él esté resucitado es la prueba de que existe la resurrección de los muertos.
Quisiera entonces, presentar algunos aspectos que relacionan la resurrección de Cristo y nuestra resurrección. Él ha resucitado y así, nosotros también resucitaremos.
Antes que nada, la misma Sagrada Escritura contiene un camino hacia la fe plena en la resurrección de los muertos. Esta se expresa como fe en Dios creador de todo hombre, alma y cuerpo, y como fe en Dios liberador, el Dios fiel a la Alianza con su pueblo. El profeta Ezequiel, en una visión, contempla los sepulcros de los deportados que se vuelven a abrir y los huesos secos que reviven gracias a la acción de un espíritu vivificante. Esta visión expresa la esperanza en la futura "resurrección de Israel", es decir en el renacimiento del pueblo derrotado y humillado (cf. Ez 37,1-14).
Jesús, en el Nuevo Testamento, lleva a su cumplimiento esta revelación, y vincula la fe en la resurrección a su misma persona: "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Jn 11,25). De hecho, será Jesús el Señor el que resucitará en el último día a todos los que hayan creído en Él. Jesús vino entre nosotros, se hizo hombre como nosotros en todo, menos en el pecado; de este modo nos ha tomado consigo en su camino de vuelta al Padre. Él, el Verbo Encarnado, muerto por nosotros y resucitado, da a sus discípulos el Espíritu Santo como un anticipo de la plena comunión en su Reino glorioso, que esperamos vigilantes.
Esta espera es la fuente y la razón de nuestra esperanza: una esperanza que, cultivada y custodiada, se convierte en luz para iluminar nuestra historia personal y comunitaria. Recordémoslo siempre: somos discípulos de Él que ha venido, viene cada día y vendrá al final. Si conseguimos tener más presente esta realidad, estaremos menos cansados en nuestro día a día, menos prisioneros de lo efímero y más dispuestos a caminar con corazón misericordioso en la vía de la salvación.
Un segundo aspecto: ¿qué significa resucitar? La resurrección, la resurrección de todos nosotros... Sucederá en el último día, al final del mundo, por obra de la omnipotencia de Dios, que restituirá la vida a nuestro cuerpo reuniéndolo con el alma, por la resurrección de Jesús. Esta es la explicación fundamental: porque Jesús resucitó, nosotros resucitaremos. Tenemos esperanza en la resurrección porque Él nos ha abierto la puerta, nos ha abierto la puerta a la resurrección.
Esta transformación en espera, en camino a la resurrección, esta transfiguración de nuestro cuerpo se prepara en esta vida mediante el encuentro con Cristo Resucitado en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Nosotros que en esta vida nos nutrimos de su Cuerpo y de su Sangre, resucitaremos como Él, con Él y por medio de Él.
Como Jesús resucitó con su propio cuerpo, pero no volvió a una vida terrena, así nosotros resucitaremos con nuestros cuerpos que serán transfigurados en cuerpos gloriosos. Esto no es mentira, ¿eh? ¡Esto es verdad! Nosotros creemos que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo en este momento. ¿Creéis que Jesús está vivo, que está vivo? ¡Ah, no creéis! ¿Creéis o no creéis? Y si Jesús está vivo, ¿pensáis que Jesús nos dejará morir y nunca nos resucitará? ¡No! ¡Él nos espera! Y como Él está resucitado, la fuerza de su resurrección nos resucitará a nosotros.
Ya en esta vida nosotros participamos de la resurrección de Cristo. Si es verdad que Jesús nos resucitará al final de los tiempos, es también verdad que, en un aspecto, ya estamos resucitados con Él. ¡La Vida Eterna comienza ya en este momento! Comienza durante toda la vida hacia aquel momento de la resurrección final ¡Ya estamos resucitados!
De hecho, mediante el Bautismo, estamos insertos en la muerte y resurrección de Cristo y participamos de una vida nueva, es decir la vida del Resucitado. Por tanto, en la espera de este último día, tenemos en nosotros una semilla de resurrección, como anticipo de la resurrección plena que recibiremos en herencia.
Por eso también el cuerpo de cada uno es resonancia de eternidad, por tanto ha de ser respetado siempre; y sobre todo debe ser respetada y amada la vida de todos los que sufren, para que sientan la cercanía del Reino de Dios, de esa condición de vida eterna hacia la que caminamos. Este pensamiento nos da esperanza.
Estamos en camino hacia la resurrección. Esta es nuestra alegría: un día encontrar a Jesús, encontrar a Jesús todos juntos. Todos juntos, no aquí en la Plaza, en otra parte, pero alegres con Jesús. Y este es nuestro destino.

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