Un 14 de febrero, hace años atrás, unos amigos nos invitaron a una charla sobre la Eucaristía que se daba en su casa. Aunque teníamos poco tiempo de casados, mi esposa y yo pensamos que esta sería una forma “especial” de celebrar el día de San Valentín. Todo lo que pudiéramos decirles de ese día y sobre esa charla no podrían expresar la transformación que se inició en nuestras vidas aquella noche.
Dicen que el Espíritu Santo nos guía y nos revela el camino que Dios desea para nosotros. Pero esto no siempre lo vemos en el momento, sino que lo comprendemos después de meses o hasta años de haber iniciado la marcha. Esa charla sobre la Eucaristía fue para nosotros el comienzo de un camino… el despertar de un amor ardiente y profundo por Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Después de la Santa Misa, no hay nada que podamos hacer en nuestra vida que sea tan importante y que nos produzca mayores gracias que adorar a Jesús en el Santísimo. Cuando vamos a visitar a Jesús, nos encontramos física y verdaderamente con Él… y es Él quien quiere transformarnos y hacer de nosotros, como diría San Pablo, “nuevas criaturas en Cristo Jesús”. ¡Si solo pudiéramos comprender esta realidad!
El Santo Padre nos dice que la fe nos ayuda a comprender que es Jesús mismo, presente en el Santísimo Sacramento, quien nos llama para que pasemos una hora especial en Su presencia. Es triste ver como muchos ignoran este llamado, que a veces llega a convertirse en un grito suplicante de Quien dio su vida por nosotros y nos espera para regalarnos todo su amor.
Jesús es Dios, y como Dios, todo en Él es perfecto… todo es puro… todo es santo. Jesús no precisa de nosotros, pues no hay nada que podamos darle que Él necesite, ni nada que podamos decirle que Él no conozca. ¡Jesús está ahí, oculto en ese pedacito de pan, sólo por amor a ti! Es Dios, que se quedó en la Eucaristía para darse a nosotros. Para ser nuestro alimento y llenarnos de su amor, que sana y transforma. Pero para recibir sus gracias tenemos que ir a reunirnos con Él. No necesitamos de oraciones especiales ni ceremonias formales, solo nos basta con acercarnos a Jesús con humildad y confianza, sin esperar nada, pero esperándolo todo de Él. Si le abrimos nuestro corazón, Él se nos da por entero.
Pero volviendo al día de San Valentín, al año siguiente, como no teníamos ninguna actividad en nuestra parroquia, en lugar de irnos a cenar a un restaurante, nos fuimos a visitar a Jesús a la capilla de adoración perpetua que tiene el Padre Willie Peña en la Iglesia Santa Bernardita de Carolina. ¿Ustedes saben lo qué encontramos? ¡Jesús estaba solo! El día del amor y Jesús, el Amor de Dios hecho hombre, estaba solo.
Entonces nos preguntamos, ¿porqué las cosas andan tan mal en el mundo… ¿porqué la sociedad se encuentra corrompida y tan falta de moral… ¿porqué nuestros hijos se pierden en las drogas… ¿porqué hay tantos hogares destruidos y familias separadas… ¿porqué los abortos y la homosexualidad se han convertido en algo “natural” ante los ojos de muchos… ¿porqué los pecados de la soberbia y el egoísmo han envenenado tantos corazones?
Nos hemos alejado de Dios y hemos llenado nuestra existencia de falsos ídolos: el ídolo del dinero… del poder… del orgullo… de la sensualidad… del placer… y en el proceso, hemos perdido nuestros valores y nuestras vidas. Pero Él sigue ahí, esperando que volvamos. Y como a Pedro, nos pregunta: “¿ni siquiera habéis podido velar una hora conmigo?”
No importa lo que hemos sido o lo que hayamos hecho. No importa que tan grandes son nuestros problemas o nuestras angustias. No importa si nos aflige la enfermedad o el pecado. Siempre podemos acercarnos a Jesús. ¡Él está vivo en el Santísimo Sacramento! El mismo Jesús que los Evangelios dicen que “sanó a todos los enfermos”, que calmó las tempestades y caminó sobre las aguas; que expulsó a los demonios y resucitó a los muertos… El mismo que dijo, “Vengan a Mí todos los que están cansados y agobiados, y Yo les daré descanso”. Si te sientes golpeado por los problemas, o abatido por la enfermedad, o hundido en el pecado… solo tienes que ir a Él, “el Pan Vivo bajado del Cielo”… y en su Corazón Misericordioso encontrarás la paz que tanto ansías.
Y, ¿qué mejor día para encontrarnos con Jesús que el día del amor? En lugar de perder una hora en la fila de algún restaurante, ve y dedícale una hora a Jesús. No puedes imaginar las bendiciones y gracias que se derramarán sobre ti y tu familia… y tu vida empezará a cambiar desde ese instante.
¡Ah!… y recuerda, no importa cuánto ames a Jesús, fue Él quien te amó primero.
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