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sábado, 23 de noviembre de 2013

La muerte de un cartujo

       
El pasado 13 de noviembre la Cartuja conmemoraba el día de los difuntos de la Orden. Mes que se inició con la festividad de todos los Santos y de los fieles difuntos.
“Creo en la comunión de los Santos” confesamos en el credo católico… para resumir que todos estamos llamados a ser santos; común-unión en Cristo Jesús formando en Él un único Cuerpo Místico. En Él, todos somos uno, y estamos llamados a llevar una vida santa en este tiempo de espera y de paso para alabarle y glorificarle.
La Cartuja dicen, hace pocos santos, o al menos no los proclama. Al igual que el monje cartujo se retiró del mundo en perpetuo recogimiento para alabar a Dios, así suele pasar a la vida Eterna, en silencio y viviendo en la otra vida como escogió en la terrenal: en silencio, de manera anónima para no caer en la vanidad que el ego produce (el yo hice, yo dije, yo sé, yo escribí… no tiene cabida en su vida, nada de placas conmemorativas. Sólo humildad).
Anónimas cruces recuerdan la vida cristiana y silenciosa de los monjes. FOTO: Juan Mayo Escudero
Anónimas cruces recuerdan la vida cristiana y silenciosa del monje cartujo.
Dice un cartujo:
 “La muerte, por el contrario, es una especie de sacramento que pondrá al monje en posesión de Dios […] jamás el cartujo considera la muerte como una tragedia [… pero e n cualquier caso la leyenda del «Morir tenemos», que presenta al cartujo obsesionado por la idea de la muerte, es absolutamente falsa.
 Conforme al sentir de la Iglesia, no esperamos a los últimos minutos para administrar la Unción de los enfermos. Lo hacemos cuando el monje entra en un cierto peligro por enfermedad o senectud. En el caso de un enfermo grave, el P. Prior, revestido de cogulla eclesiástica y estola morada, va a la celda del enfermo acompañado de algunos monjes. Preceden la cruz y el agua bendita. Ya en la celda, tiene lugar el acto penitencial, seguido de una lectura bíblica y de unas preces en forma de letanía. A continuación, el Prior y los sacerdotes presentes, desde su sitio, imponen, al mismo tiempo y en silencio, las manos al enfermo. Después de un salmo y una oración., todos cantan el Padre nuestro. Si el enfermo ha de comulgar lo hace entonces. Y mientras el enfermo siga en peligro de muerte, los monjes se van turnando de forma que, día y noche, el enfermo está acompañado. Así, entre los fervorosos rezos de sus hermanos, el cartujo se duerme en el Señor.
Cuando un cartujo muere su cuerpo es velado por el resto de monjes. A la postre es llevado a la iglesia para celebrar el entierro. El Prior, después de la misa, asperja el cadáver y la Comunidad canta los responsorios y preces establecidos en el ceremonial. Después en silencio es traslado por todos en comitiva, padres y hermanos, para darle sepultura en la tierra del claustro.
 Pulvis es et in pulverem reverteris
Polvo eres y en polvo te convertirás
Génesis 3,19
 El Prior bendice la fosa. La comunidad canta: «Esperamos al Salvador y Señor Jesucristo que reformará el cuerpo de nuestra vileza conforme a su cuerpo glorioso». El cuerpo del difunto es bajado cuidadosamente a la fosa y varios Hermanos comienzan a cubrirla con tierra. El Prior bendice por última vez la tumba ya cubierta y termina la ceremonia del entierro con una hermosa oración: «Ilumina, Señor, el alma de tu siervo, cuyo cuerpo descansa ahora en las sombras de la muerte».
Los cartujos son enterrados en el Claustro Grande, en donde se hallan las celdas de los padres cartujos para que éstos tengan siempre presente la fugacidad de la vida. Allí se encuentran las cruces de madera, silenciosas y mudas, como símbolo del cristiano allí enterrado. Se deposita el cuerpo del monje en la tierra, sin ataúd; tan sólo con un crucifijo en sus manos y la capucha puesta y cosida. Tal y como se ha velado horas antes.
“Sobre la sepultura queda una sencilla cruz sin nombre, como testigo de una vida que se fue gastando, día a día, en servicio del Señor”, explica un monje.
Entierro cartujo
Entierro cartujo
Acabado el rito toda la comunidad cartujana se reúne en capítulo y se recuerda brevemente quien fue este monje. Después votan sus hermanos para concederle, si es unánime 100% la votación (poco probable), una pequeña distinción si se considera la vida santa que el difunto ha gastado: que en la lista de difuntos enviada al Capítulo General, aparezca junto a su nombre dos solitarias palabras: «Laudabiliter vixit» (vivió loablemente / ejemplarmente). La alabanza, cuenta un cartujo, es difícil de conseguir pero no imposible, ya que los monjes cartujos son muy exigentes. Por tanto, introducir causa de beatificación y canonización es aún más difícil y por tal motivo en la Cartuja no suele ser una costumbre.
Las fotos han sido extraidas de la página Web de Juan Mayo Escudero,  investigador y buen conocedor de la Orden de la Cartuja: juanmayo.net
El texto basado en la obra de Diálogos en Miraflores

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