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16 de diciembre de 1937 - jueves
Ave María.
Después de una larga temporada (casi un año) pasada en casa de mis padres,
reponiéndome de un achaque de mi enfermedad, vuelvo de nuevo a la Trapa para
seguir cumpliendo mi vocación, que es solamente amar a Dios, en el sacrificio y
en la renuncia, sin otra regla que la obediencia ciega a su divina voluntad.
Creo hoy cumplirla, obedeciendo sin votos y en calidad de oblato, a
los superiores de la abadía cisterciense de San Isidro de Dueñas.
Dios no me pide más que amor humilde y espíritu de sacrificio.
Ayer, al dejar mi casa y mis padres y hermanos, fue uno de los días de mi
vida que más sufrí.
Es la tercera vez que por seguir a Jesús abandono todo, y yo creo que esta
vez fue un milagro de Dios, pues por mis propias fuerzas es seguro que no
hubiera podido venir a la enfermería de la Trapa, a pasar penalidades, hambre
en el cuerpo, debido a mi enfermedad y soledad en el corazón, pues encuentro a
los hombres muy lejos. Sólo Dios..., sólo Dios..., sólo Dios. Ése es mi
tema..., ése es mi único pensamiento.
Sufro mucho..., María, Madre mía, ayúdame.
He venido por varios motivos:
1º Por creer cumplir en
el monasterio, mejor mi vocación de amar a Dios en la Cruz y en el sacrificio.
2º Por estar España en
guerra, y ayudar a combatir a mis hermanos.
3º Para aprovechar el
tiempo que Dios me da de vida, y darme prisa a aprender a amar su Cruz.
A lo que solamente aspiro en el monasterio es:
1º A unificarme
absolutamente y enteramente con la voluntad de Jesús.
2º A no vivir más que
para amar y padecer.
3º A ser el último,
menos para obedecer.
Que la Santísima Virgen María, tome en sus divinas manos mis resoluciones y
las ponga a los pies de Jesús, es lo único que hoy desea este pobre oblato.
21 de diciembre de 1937 - martes
De una cosa me tengo que convencer: Todo lo que hago es por Dios. Las
alegrías El me las manda; las lágrimas, Él me las pone; el alimento por Él lo tomo,
y cuando duermo por Él lo hago.
Mi regla es su voluntad, y su deseo es mi ley; vivo porque a Él le place,
moriré cuando quiera. Nada deseo fuera de Dios.
Que mi vida sea un "fiat" constante.
26 de diciembre de 1937 - domingo
En la vida de comunidad, mientras no aprenda a dominar todo mi «sistema
nervioso", no sabré jamás lo que es aprender a mortificarme.
Pobre hermano Rafael... luchar hasta morir; he ahí su destino. Ansias de
cielo por un lado, y corazón humano por otro. Total... sufrimiento y cruz.
Pobre hermano Rafael, de corazón demasiado sensible a las cosas de las
criaturas... Sufres al no ver amor y caridad entre los hombres... Sufres al no
ver más que egoísmo. ¿Qué esperas de lo que es miseria y barro? Pon tu ilusión
en Dios y deja a la criatura..., en ella no hallarás lo que buscas.
Pero, ¿y si Dios se oculta?... Qué frío hace entonces en la Trapa. La Trapa
sin Dios..., no es más que una reunión de hombres.
Son los días de Navidad y en ellos no tengo más que una enorme soledad...
Una pena muy honda... Nadie en quien reposar, enfermo y débil... Ah, Señor, y
muy poca fe! Dios mío, Dios mío, eres muy bueno... Tu misericordia perdonará
mis olvidos..., pero es tanto, Señor, lo que sufro, que mi flaqueza sola no lo
podrá resistir.
Nada veo más que mi miseria y mi alma mundana con poca fe y sin amor.
Llegaré, Señor, hasta donde Tú quieras, pero dame fuerzas, y el socorro a
su debido tiempo..., mira, Señor, lo que soy.
El día de Nochebuena le entregué al Señor Jesús Niño, lo último que quedaba
de mi voluntad. Le entregué hasta mis más pequeños deseos... ¿Qué me queda?...
Nada. Ni aun deseos de morir. Ya no soy más que una cosa en posesión de
Dios. Mas Señor, ¡qué pobre cosa posees!
Pobre hermano Rafael..., viniste a la Trapa a sufrir..., ¿de qué te
quejas?... No me quejo, Señor, pero sufro sin virtud.
Unas lagrimillas en mi soledad el día de Nochebuena... Tú, Señor, que
todo lo sabes y todo lo ves..., también todo lo perdonas.
Llena, Señor, mi corazón… Llénalo de eso que no me pueden dar los
hombres.
Mi alma sueña con amores, con cariños puros y sinceros. Soy un hombre hecho
para amar, pero no a las criaturas, sino a Ti, mi Dios, y a ellas en Ti... Sólo
a Ti quiero amar, sólo Tú no defraudas. Sólo en Ti se verá la ilusión
cumplida.
Dejé mi hogar... Destrocé pedazo a pedazo mi corazón... Vacié mi alma de
deseos del mundo... Me abracé a tu Cruz: ¿Qué esperas, Señor? Si lo que deseas
es mi soledad, mis sufrimientos y mi desolación..., tómalo todo, Señor, nada te
pido.
29 de diciembre de 1937 - miércoles
Una hora de oración sin un pensamiento de Dios. Apenas me di cuenta, el
tiempo pasó. Sonaron las cinco en el reloj y ya llevaba una hora de rodillas…
¿Y la oración? No sé…, no la hice. Estuve pensando en mí mismo, en mis
sufrimientos personales, en los recuerdos del mundo. ¿Y Jesús? Y ¿María? Nada…
Sólo tengo egoísmo, poca fe y mucha soberbia… ¡Tan importante me creo! ¡Tanto
me considero!
¡Pobrecillo!, polvillo insignificante a los ojos de Dios. Ya que no sepas
sacar fruto de la oración, aprende a humillarte delante de Él, y así luego lo
harás mejor delante de los hombres.
Señor, tened piedad de mi... Sufro, sí..., pero quisiera que mi sufrimiento
no fuera tan egoísta. Quisiera, Señor, sufrir por tus dolores de la Cruz, por
los olvidos de los hombres, por los pecados propios y ajenos..., por todo, mi
Dios, menos por mí... ¿Qué importo yo en la creación?; Qué so delante de
Ti?... ¿Qué representa mi vida oculta en la infinita eternidad?... Si me
olvidara de mí mismo, mejor sería Señor.
No tengo nada más que un refinado amor propio, y vuelvo a repetir, mucho
egoísmo.
Procuraré con la ayuda de María enmendarme. Haré el propósito de que cada
vez que un recuerdo del mundo venga a turbarme, acudir a Ti, Virgen María, y
rezarte una Salve por todos los que en el mundo te ofenden.
En lugar de meditar mis sufrimientos..., meditar en el agradecimiento, a
amar a Dios en mis propias miserias.
Perseveraré en la oración, aunque pierda el tiempo.
31 de diciembre de 1937 - viernes
Me voy dando cuenta de que la virtud más práctica para tener paz en la vida
de comunidad es la humildad.
La humildad delante de Dios, nos ayuda a la confianza, pues humildad es
conocimiento de sí mismo, y ¿quién que se conozca a si mismo, puede esperar
algo de si?... Loco sería si no lo esperase todo de Dios.
La humildad llena de paz nuestro trato con los hombres. Con ella no hay
discusión, no hay envidia, no hay ofensa posible... ¿Quién puede ofender a la
misma nada?
Le pido encarecidamente a María, me enseñe en lo que Ella fue maestra...,
humilde ante Dios y ante los hombres.
«Hágase"
1 de enero de 1938 - sábado
Día 1º de enero de 1938.
En la oración de esta mañana he hecho un voto. He hecho el voto de amar
siempre a Jesús.
Me he dado cuenta de mi vocación. No soy religioso..., no soy seglar..., no
soy nada... Bendito Dios, no soy nada más que un alma enamorada de Cristo. Él
no quiere más que mi amor, y lo quiere desprendido de todo y de todos.
Virgen María, ayúdame a cumplir mi voto.
Amar a Jesús, en todo, por todo y siempre... Sólo amor. Amor humilde,
generoso, desprendido, mortificado, en silencio… Que mi vida no sea más que un
acto de amor.
Bien veo que la voluntad de Dios, es que no haga los votos religiosos, ni
seguir la Regla de san Benito. ¿He de querer yo lo que no quiere Dios?
Jesús me manda una enfermedad incurable; es su voluntad que humille mi soberbia
ante las miserias de mi carne. Dios me envía la enfermedad. ¿No he de amar todo
lo que Jesús me envíe?
Beso con inmenso cariño la mano bendita de Dios que da la salud cuando
quiere, y la quita cuando le place.
Decía Job, que pues recibimos con alegría los bienes de Dios, ¿por qué no
hemos de recibir así los males? ¿Mas acaso todo eso me impide amarle?... No...,
con locura debo hacerlo.
Vida de amor, he aquí mi Regla..., mi voto... He aquí la única razón de
vivir.
Empieza el año 1938. ¿Qué me prepara Dios en él? No lo sé... ¿Quizás no me
importe?... Menos ofenderle me da lo mismo todo... Soy de Dios, que haga
conmigo lo que quiera. Yo hoy le ofrezco un nuevo año, en el que no quiero que
reine más que una vida de sacrificio, de abnegación, de desprendimiento, y
guiada solamente por el amor a Jesús..., por un amor muy grande y muy puro.
Quisiera mi Señor, amarte como nadie. Quisiera pasar esta vida, tocando el
suelo solamente con los pies. Sin detenerme a mirar tanta miseria, sin
detenerme en ninguna criatura. Con el corazón abrasado en amor divino y
mantenido de esperanza.
Quisiera Señor, mirar solamente al cielo, donde Tú me esperas, donde está
María, donde están los santos y los ángeles, bendiciéndote por una eternidad, y
pasaron por el mundo solamente amando tu ley y observando tus divinos
preceptos.
¡Ah!, Señor, cuánto quisiera amarte. ¡Ayúdame, Madre mía!.
He de amar la soledad, pues Dios en ella me pone.
He de obedecer a ciegas, pues Dios es el que me ordena.
He de mortificar continuamente mis sentidos.
He de tener paciencia en la vida de comunidad.
He de ejercitarme en la humildad.
6 de enero de 1938 - jueves
Ave María.
Día 6 de enero.
Por la mañana de este día tuve gran consuelo y mucha paz en la santa
comunión. Estuve un gran rato muy recogido; vi con claridad que sólo Jesús
puede llenar mi alma y mi vida.
Hubiera querido ofrecer a Jesús Niño algo..., algo que no tengo. Hubiera
querido morir en su presencia olvidándome de todo, y solamente
amándole... ¡Qué bueno es Dios!
No habían pasado tres cuartos de hora, cuando no lo sé, ni me lo explico,
una angustia muy grande llenó mi espíritu. Mi alma se derramó en lágrimas en la
capilla del noviciado. ¡Señor, soy un pobre hombre!
¡Me vi tan solo!... ¿Y mi fervor?... ¿Y mis ansias de Dios y desprecio del
mundo, dónde se fueron?... ¿Por qué me dejas, Señor?... ¿Qué haré yo sin Ti? Me
da pena de mi mismo al verme tan débil.
Al hacer el examen por la noche, comprendí muchas cosas, que no acierto a
escribir.
7 de enero de 1938 - viernes
Una de mis mayores faltas es la impaciencia y algunas veces un hermano, sin
darse cuenta, me pone los nervios en tal estado, sobre todo con ciertos ruidos,
que saldría dando gritos si me dejara llevar del natural.
Mas he venido a la Trapa a mortificarme y a sufrir lo que el Señor quiera
enviarme.
La máxima penitencia es la vida común.
Señora y Reina del cielo, concededme la gracia de ser manso. Así sea.
7-1-38
Una de mis mayores penas es el ver que estoy abrazado a la Cruz de Jesús, y
que no la amo como quisiera.
31 de enero de 1938 - lunes
Dios mío..., Dios mío, enséñame a amar tu Cruz. Enséñame a amar la absoluta
soledad de todo y de todos. Comprendo, Señor, que es así como me quieres,
que es así de la única manera que puedes doblegar a Ti este corazón tan
lleno de mundo y tan ocupado en vanidades.
Así en la soledad en que me pones, me enseñarás la vanidad de todo, me hablarás
Tú solo al corazón y mi alma se regocijará en Ti.
Pero sufro mucho, Señor..., cuando la tentación aprieta y Tú te escondes...
¡cómo pesan mis angustias!...
¡Silencio pides!... Señor, silencio te ofrezco.
¡Vida oculta!... Señor, sea la Trapa mi escondrijo.
¡Sacrificio!... Señor, ¿qué te diré?, todo por Ti lo di.
¡Renuncia!... Mi voluntad es tuya, Señor.
¿Qué queréis Señor, de mi?
¡¡Amor!! ¡Ah!, Señor, eso quisiera poseer a raudales. Quisiera, Señor,
amarte como nadie... Quisiera, Jesús mío, morir abrasado en amor y en ansias de
Ti. ¿Qué importa mi soledad entre los hombres? Bendito Jesús, cuanto más
sufra..., más te amaré. Más feliz seré, cuanto mayor sea mi dolor. Mayor será
mi consuelo, tanto más carezca de él. Cuanto más solo esté, mayor será tu
ayuda.
Todo lo que Tú quieras seré.
Mi vida quisiera que fuera un solo acto de amor..., un suspiro prolongado
de ansias de Ti.
Quisiera que mi pobre y enferma vida, fuera una llama en la que se fueran
consumiendo por amor... todos los sacrificios, todos los dolores, todas las
renuncias, todas las soledades.
Quisiera que tu vida, fuera mi única Regla
Que tu "amor eucarístico" mi único alimento.
Tu evangelio mi único estudio.
Tu amor, mi única razón de vivir..
¡Quisiera dejar de vivir si vivir pudiera sin amarte!
Quisiera morir de amor, ya que sólo de amor vivir no puedo.
Quisiera, Señor…, volverme loco… Es angustioso vivir así.
¡Es tan doloroso querer amarte y no poder! Es tan triste arrastrar por el
suelo del mundo la materia que es cárcel del alma que sólo suspira por Ti...
¡Ah!, Señor, morir o vivir, lo que Tú quieras…, pero por amor
Ni yo mismo sé lo que digo, ni lo que quiero... Ni sé si sufro, ni si
gozo..., ni sé lo que quiero ni lo que hago.
Ampárame, Virgen María... Sé mi luz en las tinieblas que me rodean. Guíame
en este camino en que ando solo, guiado solamente por mi deseo de amar
entrañablemente a tu Hijo.
No me dejes, Madre mía. Ya sé que nada soy y que nada valgo. Miseria y
pecados..., eso es lo único, y lo mejor, que puedo alegar para que tú atiendas
mi oración.
Señora, vine a la Trapa, dejando a los hombres, y con los hombres me
encuentro. Ayúdame a seguir los consejos de la Imitación de Cristo, que me dice
no busque nada en las criaturas y me refugie en el Corazón de Cristo.
Nada quiero que no sea Dios..., fuera de El todo es vanidad.
5 de febrero de 1938 - sábado
San Isidro, 5 de febrero de 1938.
Pasan los días rápidamente y con ellos paso yo. Con el papel delante y con
la pluma en la mano, no sé qué hacer... ¡Son tantas cosas las que encierra mi
alma que si de todo lo que siento me pusiera a escribir, no acabaría.
Dios, en su infinita bondad, sin necesidad de palabras de hombres, me va
enseñando la única ciencia que aquí a la Trapa he venido a aprender..., el
desprecio del mundo y la práctica de su amor a Dios. Es a costa de mucho
sufrimiento como voy aprendiendo.
Ya me voy acostumbrando a permanecer encerrado en el monasterio. Llevo dos
meses sin gozar de un poco de aire y de sol... ¡Ah!, Señor, qué duro es eso
para mi..., yo que gozaba en el mundo, con cantar en el campo tus maravillas y
grandezas..., que mi mayor placer era abrir mucho los ojos para contemplar el
mar..., que mi alma se extasiaba ante un cielo tachonado de estrellas, y mi
alma te bendecía al escuchar el silencio de la tierra en una tranquila y dulce
puesta de sol.
Todo se acabó para mi..., el cielo, el sol y las flores. La parte
humana..., que es mucha, llora, Señor, mi libertad perdida. Pero Tú vienes y me
consuelas... ¿Qué no harás Tú por mi, bendito Jesús?
Ayer, a la hora del trabajo, un cielo azul espléndido rodeaba al
monasterio... Un día claro de invierno reinaba en estos campos de Castilla. La
obediencia me mandó a empapelar chocolate a la fábrica. Una pena muy grande
tenía dentro... Me agarré a mi crucifijo y me dispuse a cumplir la obediencia,
y Tú, Señor, me hiciste pensar. ¿Qué mejor flor que la penitencia?... Tenía
gana de llorar, pero en comunidad no se puede.
Penitencia viniste a hacer..., ¿de qué te quejas, hermano? Si tú supieras
que cada lágrima derramada por mi amor en la penitencia del claustro, es un
obsequio que hace cantar de alegría a todos los ángeles del cielo.
Ánimo, Rafael, me parece que Dios me decía..., todo pasa..., y bendito
Jesús, la pena se me quitaba... Ya no me importaba la belleza del día, ni de
nada de la tierra... Yo sabía que Dios me ayudaba, y que Dios me bendecía, y en
mi torpe trabajo para empapelar chocolate, a nadie de la tierra ni del cielo
envidiaba, pues pensaba, que si los santos del cielo pudieran bajar un momento
a la tierra seria para, desde aquí, aumentar la gloria de Dios, aunque no fuera
más que con un Avemaría, de rodillas, en silencio..., o quién sabe, envolviendo
pastillas de chocolate.
¡Qué bueno eres, Señor! ¡Cuánto me quieres!... Poco a poco voy llegando a
comprender la vanidad de todo.
Cuando, después de Vísperas, me arrodillé a los pies de tu Sagrario, vi que
había pasado el día, y con él, el cielo azul, el sol brillante, mis penas y mis
alegrías... Todo pasó y nada queda.
Qué bien comprendo la vanidad de amar lo perecedero. Sólo lo que sufrí por
tu amor al fin del día, me servirá para algo... Lo demás es tiempo perdido, y
¡ah!, Señor, entonces si que lloraremos el no haber hecho penitencia; entonces
bendeciremos las pastillas envueltas en la oscuridad de la chocolatería...
¡Qué bueno eres, Señor! Dulce eres cuando consuelas..., pero tu verdadero
amor nos lo muestras en las tribulaciones y en las pruebas.
No te pido descanso en la tierra Señor . Quiero cumplir tu voluntad
hasta el fin… Enséñame como hasta ahora lo vas haciendo…, en soledad y
desconsuelo, en pura fe…, en el abismo de mi nada, y… en los brazos de la Cruz.
¿Qué me falta para ser feliz? Nada, pues nada deseo.
Ya lo sabes, Señor, no te importen mis lágrimas, ni te detengan a veces mis
grandes faltas de correspondencia a tu amor... Ya sabes lo que soy y
como soy.
No me atrevo a pedirte sufrimientos y cruz, pues me parecería una soberbia
presunción, para mi enorme flaqueza..., pero si me las envías, benditas sean.
Bendigo tu mano, Señor, y me entra una enorme alegría al yerme pobre,
inútil, enfermo..., y a veces tengo miedo..., aún hay quien me quiere, y tengo
cama..., y el santo Job, te bendecía desde un muladar, rascando sus
podredumbres con una teja. ¿De qué me puedo yo quejar?... ¡Ah!, Señor, aún soy
algo y aún tengo algo.
En tus manos me abandono y a los pies de la Santísima Virgen María...
¿Para qué voy a seguir escribiendo?, también esto me parece vanidad.
Que Jesús y María me perdonen. Así sea.
(1) Este cuaderno lo escribió Rafael a indicación del
que había sido su director espiritual, el P. Teófilo Sandoval.
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4 de marzo de 1938 - viernes
4 de marzo de 1938.
Bendita sea la siempre la adorable y tranquila Santísima Trinidad.
Cojo hoy en nombre de Dios la pluma, para que mis palabras al estamparse en
el blanco papel sirvan de perpetua alabanza al Dios bendito, autor de mi vida,
de mi alma y de mi corazón.
Quisiera que el universo entero, con todos los planetas, los astros todos y
los innumerables sistemas siderales, fueran una inmensa superficie tersa donde
poder escribir el nombre de Dios.
Quisiera que mi voz fuera más potente que mil truenos, y más fuerte que el
ímpetu del mar, y más terrible que el fragor de los volcanes, para sólo decir,
Dios.
Quisiera que mi corazón fuera tan grande como el cielo, puro como el de los
ángeles, sencillo como la paloma, para en él tener a Dios.
Mas ya que toda esa grandeza soñada no se puede ver realizada, conténtate,
hermano Rafael, con lo poco, y tú que no eres nada, la misma nada te debe
bastar.
¡Qué hipocresía decir que nada tiene..., el que tiene a Dios! ¡Sí!, ¿por
qué callarlo?... ¿Por qué ocultarlo? ¿Por qué no gritar al mundo entero, y
publicar a los cuatro vientos, las maravillas de Dios?
¿Por qué no decir a las gentes, y a todo el que quiera oírlo?... ¿Ves lo
que soy?... ¿Veis lo que fui? ¿Veis mi miseria arrastrada por el fango?... Pues
no importa, maravillaos, a pesar de todo, yo tengo a Dios..., Dios es mi
amigo..., que se hunda el sol, y se seque el mar de asombro..., Dios a mí
me quiere tan entrañablemente, que si el mundo entero lo comprendiera, se
volverían locas todas las criaturas y rugirían de estupor.
Más aún... todo eso es poco.
Dios me quiere tanto que los mismos ángeles no lo comprenden.
¡Qué grande es la misericordia de Dios! ¡Quererme a mí..., ser mi amigo...,
mi hermano..., mi padre, mi maestro..., ser Dios y ser yo lo que soy!
¡Ah!, Jesús mío, no tengo papel ni pluma. ¡Qué diré!... ¿Cómo no
enloquecer?... ¿Cómo es posible vivir, comer, dormir, hablar y tratar con
todos? ¿Cómo es posible que aún tenga serenidad para pensar en algo que el
mundo llama razonable, yo que pierdo la razón pensando en Ti?
¡Cómo es posible, Señor!... Ya lo sé, Tú me lo has explicado..., es por el
milagro de la gracia.
Si el mundo que busca a Dios..., supiera. Si supieran esos sabios
que buscan a Dios en la ciencia, y en las eternas discusiones... Si supieran
los hombres dónde se encuentra Dios..., cuántas guerras se impedirían...,
cuánta paz habría en el mundo, cuántas almas se salvarían.
Insensatos y necios, que buscáis a Dios donde no está.
Escuchad, y... asombraos. Dios está en el corazón del hombre... yo lo sé.
Pero mirad, Dios vive en el corazón del hombre, cuando este corazón vive
desprendido de todo lo que no es El. Cuando este corazón se da cuenta de que
Dios llama a sus puertas, y barriendo y limpiando todos sus aposentos, se
dispone a recibir al Único que llena de veras.
Qué dulce es vivir así, sólo con Dios dentro del corazón. Qué suavidad tan
grande es verse lleno de Dios. Qué fácil debe ser morir así.
Qué poco cuesta..., mejor dicho, nada cuesta, hacer lo que Él quiere, pues
se ama su voluntad, y aun el dolor y el sufrimiento, es paz, pues se sufre por
amor.
Sólo Dios llena el alma..., y la llena toda.
No hay criaturas, no hay mundo, no hay nada que la turbe... Sólo el pensar
en ofenderle y en perderlo, la hace sufrir...
Que vengan los sabios preguntando dónde está Dios. Dios está donde
el sabio con la ciencia soberbia no puede llegar... Dios está en el corazón
desprendido…, en el silencio de la oración, en el sacrificio voluntario al
dolor, en el vacío del mundo y sus criaturas...
Dios está en la Cruz, y mientras no amemos la Cruz, no le veremos, no le
sentiremos...
Callen los hombres, que no hacen más que meter ruido.
¡Ah!, Señor, qué feliz soy en mi retiro... Cuánto te amo en mi soledad...
Cuánto quisiera ofrecerte que no tengo, pues ya te lo he dado todo...
Pídeme, Señor..., mas ¿qué he de darte?
¿Mi cuerpo?, ya lo tienes; es tuyo. ¿Mi alma?... Señor, ¿en quién suspira
sino en Ti, para que de una vez la acabes de tomar? ¿Mí corazón? está a los
pies de María, llorando de amor..., sin ya nada querer, más que a Ti.
¿Mi voluntad? ¿acaso, Señor, deseo lo que Tú no deseas? Dímelo... dime,
Señor, cuál es tu voluntad, y pondré la mía a tu lado... Amo todo lo que Tú me
envíes y me mandes, tanto salud como enfermedad, tanto estar aquí como allí,
tanto ser una cosa como otra.
¿Mi vida? tómala, Señor Dios mío, cuando Tú quieras.
¡Cómo no ser feliz así!
Si el mundo y los hombres supieran. Pero no sabrán; están muy ocupados en
sus intereses; tienen el corazón muy lleno de cosas que no son Dios.
Vive el mundo muy para un fin terreno; sueñan los hombres con esta vida, en que
todo es vanidad, y así..., no se puede encontrar la verdadera felicidad que es
el amor a Dios. Quizás se llegue a comprender, pero para sentirla hay que
vivirla, y muy pocos se renuncian a si mismos y toman su cruz..., aun entre los
religiosos...
Señor..., qué cosas permites..., tu sabiduría sabrá; tenme a mi de la mano
y no permitas que mi pie resbale, pues si Tú no lo haces..., ¿quién me ayudará?
¿Y si Tú no edificas?.
¡Ah!, Señor, cuánto te quiero. ¡Hasta cuándo, Señor!
Virgen María, dile a Jesús que quisiera
volverme loco y hacer locuras por su amor; dile que... me perdone... El lo
hará, bendita Madre, si tú se lo dices. Así sea.
7 de marzo de 1938 - lunes
7 de marzo de 1938.
Con qué facilidad juzga el mundo, y con cuánta facilidad también se
equívoca. Para mi familia es la cosa más natural que yo esté en la Trapa.
Mis hermanos, llevados del cariño, desean mi felicidad. Han visto, mientras
he estado en el mundo, mis deseos de vivir y morir trapense... Ahora que ya
vivo en el monasterio, dicen..., que Dios te ayude, por fin vives en tu centro,
ojalá no tengas que volver a salir..., eres feliz en el convento, el mundo no
es para ti.
Estas y otras razones se hace mi familia.
Es natural..., ignoran mi vocación.
Si el mundo supiera el martirio continuo que es mi vida... Si mi familia
supiera que mi centro no es la Trapa, ni el mundo, ni ninguna criatura,
sino que es Dios, y Dios crucificado...
Mi vocación es sufrir, sufrir en silencio por el mundo entero; inmolarme
junto a Jesús por los pecados de mis hermanos, los sacerdotes, los misioneros,
por las necesidades de la Iglesia, por los pecados del mundo, las necesidades
de mi familia, a la que quiero ver, no en la abundancia de la tierra, sino muy
cerca de Dios.
¡Ah!, si el mundo supiera lo que es mi vocación en la Trapa... Si supieran
ver la cruz detrás de una pacífica sonrisa; si supieran ver las enormes luchas
detrás de la paz conventual... Pero no, eso no deben verlo... Sólo Dios. Bien
está así.
Esto no son quejas, ni amargura..., todo lo contrario. Mis ansias de
cruz no disminuyen. Mi mayor alegría es vivir ignorado. Mi vocación la
comprendo y en ella a Dios bendigo cuando de todo corazón la abrazo... Qué
dulce es sufrir por Jesús y sólo por Él y sus intereses.
La Trapa mi centro, dice el mundo..., qué paradoja. Mi centro es Jesús, es
su Cruz... La Trapa no me importa nada..., y si Dios me manifestara otro
sitio donde sufriera más, y El me lo pidiese, allí me iría con los
ojos cerrados.
Yo no me entiendo a veces. Soy absolutamente feliz en la Trapa, porque en
ella soy absolutamente desgraciado.
No cambiaría mis penas, por todo el oro del mundo, y al mismo tiempo, lloro
mis tribulaciones y desconsuelos, como si con ellos no pudiera vivir.
Deseo con ansia la muerte por dejar de sufrir, y a veces no quisiera dejar
de sufrir ni aun después de muerto.
Estoy loco, chiflado, no sé lo que me pasa. En algunos
momentos sólo en la oración a los pies de la Cruz de Jesús, y al lado de María,
tengo sosiego.
Que Él me ayude. Así sea (1).
8 de marzo de 1938 - martes
Día 8 de marzo de 1938.
Dios y su voluntad es lo único que ocupa mi vida. Lo que antes era deseo
vehemente, por su infinita misericordia se va templando. Qué inmensa es
la gracia de Dios cuando va llenando poco a poco un alma. Cómo se va precisando
más y más la vanidad de todo lo humano, y cómo en cambio, se llega uno a
convencer prácticamente de que sólo en Dios es donde se halla la verdadera
sabiduría, la verdadera paz, la verdadera vida, lo único necesario y el único
amor y deseo del alma.
El otro día estuve con el reverendo Padre Abad. Fui a
pedirle me concediera alguna penitencia en este santo tiempo de Cuaresma, cosa
que me negó, y en cambio me dijo que el día de Pascua me daría la cogulla
monacal y el escapulario negro (2). ¡Qué alegría tuve, buen Jesús! Hubiera
abrazado al R.P.A..., demasiado bueno es conmigo.
Cuánta ilusión tenía ya hace algún tiempo por poder vestir la cogulla...
Qué alegría tan grande me dio el pensar en que dentro de un breve plazo no me
distinguiría en nada de un verdadero religioso (únicamente la corona que no
podré usar).
Mas después que fui a darle gracias al Señor por este beneficio, vi claramente
que en mí eso es vanidad. Vi que es un honor que me hace la comunidad (3), y eso me lastima más que otra cosa.
¡Ah!, si me hubiera dado el hábito de converso como le
manifesté..., otra cosa hubiera sido; pero lo mismo me da.
De pardo (4) o de blanco, con cogulla o sin ella soy
el mismo delante de Dios. Todo lo externo me es indiferente... Sólo quiero amar
a Dios, y eso lo hago por dentro y sin que se enteren los hombres.
Lo mismo me da, Señor, el honor que el desprecio. La alegría yana y un poco
infantil de vestir la cogulla ya se ha serenado... No quisiera, Señor, que nada
del mundo me turbara, ni nada de las criaturas me quitara la paz y el sosiego
de amar sólo tu voluntad.
Y así veo, Señor, que todo es vanidad. Que Tú no estás en el hábito
ni en la corona. ¿Entonces? Tú, Señor, sólo estás en el corazón desprendido de
todo.
Tú, buen Jesús, divino amado mío, tienes tus delicias... ¡Ah!, Señor, qué
voy a decir, en el corazón del hombre... Yo te brindo el mío.
Déjame hacer en el tuyo mi celda. Déjame hacer junto a él mi lecho. Déjame
vivir solo y desnudo de todo junto a tu Corazón Divino, y ríame de los hábitos,
de las coronas, y... de las barbas de todos los conversos del mundo. Seré
siempre el mismo para Ti, ¿verdad Jesús?.
¡Qué necio y pueril es el mundo! ¡Cómo nos alegra un trapo y nos entristece
una nube! ¡Con qué facilidad nos consideramos felices con una niñería, y con
otra niñería nos abatimos y desalentamos!
¡Qué poco somos..., como vivimos a lo exterior, sin pensar que todo
es nada, menos amar y servirte a Ti, Jesús mío!
Quiero, Señor, pasar esta Cuaresma, muriendo poco a poco, lo mucho que aún
me falta, para vivir sólo para Ti; para que algún día me dejes, Señor, penetrar
por la haga de tu costado, y hacer una celdica junto a tu Divino Corazón... ¿Me
lo permitirás? A la Santísima Virgen María se lo pido con fervor. Así sea.
(Aunque la nona se vista de seda..., mona se queda).
Un día que me parecía muy grande la pequeña cruz que Jesús me
enviaba... Un día que al pensar en lo que aún me queda de vida..., de vida
trapense, aquí encerrado para siempre, me parecía muy larga..., un
día en que sufría pareciéndome penoso y largo mi camino, leí unas
palabras que decían...
NADA DE LO QUE TIENE FIN ES GRANDE
9 de marzo de 1938 - miércoles
Después de llevar una hora y pico en la clase de latín con los oblatos (5), salgo con el espíritu cansado y con los
nervios en tensión. Cuántas veces, Señor, me agarro al crucifijo y hago un acto
de sumisión a tu voluntad... Pero, Señor, los nervios no puedo dominarlos. ¡Si
tuviera verdadera y perfecta paciencia!
Virgen Santísima María, a ti te ofrezco ese pequeño sufrimiento en
reparación de tantas veces como te he ofendido en las clases y en las aulas de
la universidad.
Te ofrezco, Señora, el esfuerzo de atención en reparación de tanto
tiempo perdido en mis días de estudiante. Te ofrezco, Virgen María, la
obediencia humilde en la clase, en reparación de tantas faltas de soberbia como
tuve en el mundo.
Por último, Señora, te ofrezco para que tú se la presentes a Jesús, toda mi
voluntad y sumisión, a los divinos deseos de tu Hijo.
Recíbelo todo, Madre mía, a pesar de ir a tus manos, no con toda la pureza
que yo quisiera, pero mira Señora, no la ofrenda en si, que nada vale, sino mi
intención que bien quisiera fuera de tu agrado. Así sea.
9-marzo de 1938
13 de marzo de 1938 - domingo
l3 de marzo de l938.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Señor! ¿cómo es posible vivir, esperando lo que espero? ¿Cómo me es
posible pensar en tanta cosa criada, como me rodea, teniéndote a Ti? Me
maravillo de que tu gracia no me mate. ¡Es tanta y tan abundante!
Sueño con tu gloria; vivo algunas veces atontado y sin saber lo que
quiero..., de tanto que quiero.
¡Cómo me cansan las criaturas, Señor y Dios mío! ¡Qué sinsabor tan grande
me causa el tratar cosas del mundo, el hablar de negocios temporales, el
escuchar noticias!... ¡Ah!, Señor, nada quisiera saber, ni escuchar... Sólo Tú,
Señor, sólo Tú.
Nada me llena... Nada desea mi alma..., ni aun gozar ni padecer... Sólo
desea amar con locura. Sólo se llena del pensamiento de Ti... ¡Qué ansias tan
grandes, Señor..., qué duro es vivir!
Antes todo me llevaba a Ti... Todo me hablaba de tu inmensa bondad,
de tu grandeza; ahora también te alabo en las criaturas, Señor..., pero el sol
me parece pequeño..., el cielo azul es hermoso, pero no eres Tú, la belleza del
mundo..., es tan poquita cosa.
¡Cómo cambias mi alma!... Qué maravilloso milagro. Nada me dicen las
criaturas..., todo es ruido... Sólo en el silencio de todo y de todos, hallo la
paz de tu amor... Sólo en el humilde sacrificio de mi soledad, hallo lo que
busco..., tu Cruz..., y en la Cruz estás Tú, y estás Tú solo, sin luz y sin
flores, sin nubes, sin sol... Las criaturas te abandonaron, el cielo se
oscureció... Sólo quedó en el silencio del Gólgota, un Dios clavado en la Cruz.
Señor Jesús..., mírame a tus plantas adorando tu agonía, besando tus
llagas, limpiando con mi dolor tu divina sangre...
Cómo quisiera, Señor, morir a tus plantas de amor..., olvidado de todos,
sin ruido, en silencio, sin pensar en los hombres que son criaturas, sin soñar
con el mundo, que te abandonó, sin mirar a los cielos, ni a las flores, ni a
las aves, ni al sol.
Señor, quisiera morir de amores a los pies de tu Cruz; ¿qué divino milagro
hiciste con mi alma? ¿Dónde están mis penas?... ¿Dónde mis alegrías? ¿Dónde mis
ilusiones?... Todo voló.
Mis penas eran egoísmos... Mis alegrías, vanidades... Mis ilusiones, Tú las
desvaneciste al soplo de tu amor. Me enseñaste a los hombres y me dijiste: ¿Qué
te pueden dar que no te dé yo?... Y vi miserias, que me hicieron llorar...
Busqué consuelo, y no lo encontré. Busqué caridad y..., Señor, ¿qué diré?, sólo
en Ti la encontré.
Ya nada me importa..., sólo me hace sufrir la espera..., el temor de
perderte..., el tener que vivir.
Ya no me importa vivir encerrado entre muros, sin ver las puestas del sol,
sin tomar las brisas del mar, sin correr por el mundo en alas de la libertad.
Todo eso es pequeño, no es nada, prefiero a Jesús en la soledad.
Ya no me importan las criaturas, ni me hacen daño las flaquezas de los
hombres... Son hombres, y nada más; sólo en Dios hallo refugio; sólo en Él he
de buscar caridad.
Ya no me importa mi vida, ni mi salud, ni la enfermedad... Sólo encuentro
consuelo en hacer su voluntad..., y eso me llena de tal alegría que, a veces,
tengo el corazón tan lleno, que parece va a estallar...
Qué bueno es Dios, qué grande es su misericordia..., qué maravilloso es el
amor que Jesús me tiene... ¿Hasta dónde va a llegar?
No sé, Señor..., me anonado, me atonto, me abismo en mi pequeñez, y suspiro
por un poquito de amor para poder ofrecértelo,. Nada soy, nada valgo, sólo
tengo miserias y pecados… y a pesar de todo… Tú, Señor, me cuidas y me
consuelas… me apartas de las criaturas y me llenas de tu amor… ¿qué diré?
Yo bien quisiera callar..., pero el escribir este inmenso milagro que estás
haciendo con mi alma, aunque quizás nadie lo lea..., me parece que con ello te
doy un poquito de gloria, pues mi escritura muchas veces es oración.
Señor Jesús, qué bueno eres.
Una de tus grandezas es la transformación que haces en mi alma con respecto
al amor al prójimo. Me explicaré.
Cuando antes buscaba un religioso y me encontraba en su lugar, un hombre
corriente..., ¡cuánto sufría, buen Dios!
Cuando un hermano, sin él saberlo, me humillaba (¡a mi..., qué paradoja!),
también sufría...
Cuando no encontraba mi alma lo que buscaba... aunque no fuera más que
educación..., muchos ratos he pasado a los pies de la Cruz... Señor, Tú ya
sabes.
Perdí la ilusión..., y en mis ratos de desconsuelo pensaba... más vale
así..., he de separar mi corazón de los hombres y entregárselo sólo a Dios...
Pasaba días en que no quería hacer ni señas... En medio de todo eso
(ahora lo he visto claro), había bastante soberbia, mucha vanidad, y un inmenso
amor propio... Dulce y manso Jesús..., perdóname, no sabía lo que hacía... Solo
y sin guía..., si Tú no me ayudas, mil y mil veces me desviaré del verdadero
camino, de la caridad de Cristo.
Ahora me pasa una cosa muy rara. Algunos días, cuando salgo de la oración,
aunque en ésta me parece no hacer nada, siento unos deseos muy grandes de amar
a todos los miembros de la comunidad con unas ansias muy grandes..., como Jesús
los ama.
Siento algunos días después recibir al Señor en la comunión, y ver lo que
Él me ama siendo lo que soy, que de buena gana, besaría el suelo que los
religiosos pisan, y siento unos deseos muy grandes de humillarme ante aquéllos
que antes creía yo me habían humillado.
Son religiosos al servicio de Dios... Jesús los quiere... Yo soy el último,
el más mundano y con más lastre de pecados... ¡Ah, si el mundo supiera
lo que yo he sido!
¡Ah!, Señor, en esos momentos quisiera ser pisoteado por todos; siento un
gran amor y caridad por todos; no me importaría que el último me mandase las
cosas más humillantes..., no veo flaquezas ni miserias en nadie... sólo veo
mi ruindad amada por Dios..., y ante eso ¿qué no quisiera yo hacer para
imitarle?... ¡Pues amar entrañablemente al prójimo!
¡Qué grande es tu misericordia, Señor! ¿Qué mérito tenemos al amar a los
buenos y a los santos? ¿Acaso Jesús no está clavado en la Cruz por los
pecadores?
Buen Jesús, llena mi alma de caridad... Es el único alimento que en esta
vida me puede de veras nutrir...
No sé si me explico..., pero lo que me pasa yo me lo entiendo muy bien.
¡Ah!, Señor, y qué gran paz se siente en esos momentos... Así como antes me
turbaba una falta o una flaqueza de un hermano y sentía casi repulsión...,
ahora siento una ternura muy grande hacia él..., y quisiera en lo que de
mí depende, reparar la falta... Es un alma a la que quiere Jesús. Es un alma
por la cual Jesús sangra desde la Cruz... ¡Acaso yo la voy a desdeñar!... Dios
me libre..., al contrario, siento un gran amor hacia ella, y esto que digo no
es yana palabrería, es un hecho real y positivo que yo no he conseguido, sino
que Jesús ha puesto en mi alma... He aquí el estupendo milagro.
Ahora veo claro.
Sólo la caridad hace feliz... Sólo en ella se encuentra la mansedumbre y la
paz... Solamente en la caridad se halla la verdadera humildad, y solamente en
ella podemos vivir tranquilos y felices en comunidad. ¡Cuántas cosas diría si
supiese escribir!
Mas no sé, y ante la impotencia de poder expresar lo que mi alma siente,
prefiero callar.
La Santísima Virgen, que me comprende sin necesidad de ruidos ni de
palabras, es mi gran consuelo.
Ante Ella deposito mi silencio. Así sea.
(1) "Dice su confesor el Padre Teófilo
Sandoval Fernández que ya entonces comenzaron a notar que algo extraordinario
se operaba en el alma del hermano Rafael. Pasábase horas enteras junto al
Sagrario, a solas con su Dios, en elevadísima unión con Él, y luego, al volver
a reanudar su vida en el monasterio, veíanle transformado, reflejada en su
límpida mirada aquella llama de amor ardiente que le consumía.
Pasaba mucho tiempo al pie del Sagrario (dice el Padre Amadeo). Ya en los
últimos meses de su vida me llamaba la atención su postura ante el Santísimo;
era la postura de quien está completamente abandonado en las manos del Señor;
le costaba trabajo separarse del centro de sus amores.
Muy agotado físicamente, no podía hacer duros trabajos, y alguna vez, para
distraer sus largas horas de soledad, ocupábanlo en pelar patatas, o en la
chocolatería, o en hacer planos y dibujos que el reverendo Padre Abad le
encargaba, o en estudiar latín, o en clase de gramática con los pequeños
oblatos, por los que sentía especial cariño y predilección.
Pero Fray Maria Rafael no podía atender a nada de la tierra. Sólo amar a
Dios era su pensamiento constante, y este amor conmovía todas las fibras de su
ser, anegando su corazón y haciéndole indiferente a todo lo que no fuera su
Dios" (VIDA Y ESCRITOS, PP. 481-482). (Volver)
(2) Los novicios llevaban el escapulario de color
blanco, como la túnica, en tanto que el negro era propio de los profesos. (Volver)
(3) El caso del Hno. Rafael, de habérsele dado la
cogulla (que únicamente es de uso por los hermanos profesos) siendo un simple
oblato, ha sido único en la historia del Monasterio de San Isidoro. (Volver)
(4) Los llamados "hermanos conversos" (que
hoy ya no existen) llevaban el hábito de color pardo y se dejaban crecer toda
la barba. (Volver)
(5) Durante mucho tiempo, en los monasterios
cistercienses había un grupo de oblatos, que eran niños aspirantes al
noviciado. No existen en la actualidad.
19 de marzo de 1938 - sábado
Día 19 de marzo, glorioso san José.
Bendito Jesús, ni yo mismo me entiendo. Ya no sé ni lo que quiero, ni lo
que deseo, ni si deseo o quiero... Mi alma es un torbellino. A veces creo que
ya está mi corazón vacío de todo, y a veces veo que no lo está... ¡En qué
quedamos!... No lo sé.
Señor, tengo un deseo inmenso de cumplir tu voluntad y nada más que
ella; hundirme en tu voluntad; amarla hasta morir; ahogarme en ella y vivir
sólo para cumplirla... Esto es cierto.
Siento al mismo tiempo unos deseos míos de mortificación y
penitencia. Siento inmensas ansias de padecer algo por Ti, mi buen Jesús.
Quisiera dejarme morir de hambre si me dejaran... Quisiera no respirar, ni
hablar, ni levantar la vista del suelo... Quisiera no dormir, ni acostarme...
Quisiera estar arrodillado ante tu Sagrario día y noche... ¡Ah!, Señor,
cuánto me cuesta algunas veces, dejar la iglesia..., y tratar con los hombres.
Quisiera, Señor, morir o vivir, pero haciendo algo por tu amor...,
es terrible esta vida inútil que yo llevo.
Tengo mucho miedo en mi actual situación. Estoy demasiado considerado,
me van a dar la cogulla, nadie me pisotea, como merezco.
Quisiera vivir en un rincón del monasterio vestido de saco, y comiendo sólo
las cortezas del queso que deja la comunidad...
Quisiera, Señor, hacer locuras..., y en lugar de vivir como vivo, vivir
olvidado, despreciado e incluso dando asco.
Todo esto es cierto. ¿Se compagina con tu voluntad? No lo sé, por lo
menos en este momento. Otras veces creo que no y otras veces creo que lo
que no tengo es valor ni resolución para dar el brinco y saltar por todo.
Algunas veces creo que Dios me llama por un camino de más penitencia y más
oración. Más mortificación y menos o ningún cuidado a mi enfermedad.
Como en la comunidad no me permitirían hacer esa vida, la podría hacer
debajo de los puentes y en los pórticos de las iglesias..., con unos zuecos de
madera y un saco al hombro..., y a desaparecer de todo el que me conozca tanto
padres, como amigos, como frailes..., nadie, sólo Dios y yo. Dicen que San Benito Labre murió de inanición en
una iglesia (1).
Todo esto lo he pensado en serio.
En mis confesores, superiores y maestros, lo único que he encontrado es
prudencia..., prudencia y prudencia. Me mandan comer, dormir y no trabajar...
Soy una especie de flor de estufa que no da ni olor.
Mientras tanto..., esperar a saber lo que debo hacer. ¿Lo sabré con certeza
algún día? Espero en Dios y en María que sí.
¡Señor, es tan cómoda esta vida! Tengo mi cuarto; mi cama, algo dura, pero
ya me he acostumbrado... Tengo libros; paso algo de hambre, pero no me muero
por eso, ni mucho menos, al contrario, me parece que estoy mejor desde que
vine. No me dan trabajos pesados... Tengo silencio cuando quiero, pues no tengo
más que retirarme a mi habitación... En fin, quitando algunas cosillas, ¡qué
más puedo pedir!... Y siento una cosa dentro que me dice: mortificación...,
penitencia..., sacrificio..., nada de eso hago.
Ante ese llamamiento opongo dos cosas: 1º Yo mismo. 2º La
prudencia. La carne y la obediencia. Mi naturaleza encuentra muy razonable
obedecer, ¡es tan cómodo!
- Padre, ¿puedo levantarme al Oficio?
- No hijo, que necesitas descanso.
- Padre, ¿puedo cercenar la comida?
- No hijo, que necesitas alimento.
- Padre, ¿puedo ir al trabajo del campo?
- No hijo, que te cansas.
Bueno, pues a obedecer..., y obedezco a
veces con unos deseos inmensos de hacer lo contrario..., saltar la prudencia,
y... morir por Jesús y por María.
20 de marzo de 1938 - Domingo 3º de Cuaresma
3º Domingo de Cuaresma - 20 de marzo, 1938.
¡Qué cansado estoy, Señor y Dios mío! ¿Hasta cuándo me tendrás en
olvido?... Cómo se recrea mi alma en esos salmos de David en los que llora su
hastío de vivir aún en la tierra y suspira por Ti... "Incola ego sum in
terra", (2) me repito muchas veces, suspirando por el
cielo y viéndome extraño y peregrino en la tierra.
¡Qué cansado estoy, Señor! Cómo me cuesta a veces el tratar con las
criaturas que me hablan de todo menos de Dios... Cuánta violencia me hago a
veces para no romper a gritos, llamando a Dios en mi ayuda en medio de este
destierro, en el que, como dice santa Teresa, todo es impedimento para no
gozarle.
¡Hasta cuándo, Señor!
Me cansan los hombres, aun los buenos... Nada me dicen. Suspiro todo el día
por Cristo, y en medio de mi deseo de cielo y de amor a Jesús, arrastro mi vida
que el mundo aún sujeta y tengo forzosamente que ocuparme de comer, dormir...,
¡qué asco!, Señor, perdóname... Tú así lo quieres
No sé lo que digo... No sé lo que siento... Perdóname, Señor... ¡Estoy tan
cansado! Mi alma sufre de verse privada de tus amores, sufre de verse en el
encierro de este cuerpo miserable... Estoy enfermo, Señor, ten misericordia de
mí... He sido un gran pecador. No sé lo que quiero ni lo que me pasa...
Perdóname, Señor, lo que digo... Tú que conoces mi corazón hasta el fondo,
puedes comprender... Los hombres no, pero no me importa... Sigan ellos con sus
cosas, con su mundo, con preocupaciones..., con sus vanidades... Yo, Señor,
nada quiero, nada me importa..., sólo Tú... No me hagas caso de lo que digo, a
veces estoy loco.
Ayer quería morir a fuerza de penitencia; hoy veo que nada puedo hacer que
Tú no quieras... Estoy atado a tu voluntad..., ¡qué alegría!
No me hagas caso, Señor..., soy un niño caprichoso... Pero Tú tienes la
culpa, mi Dios..., ¡si no me quisieras tanto!
Comprende, Jesús mío, que con lo que Tú me quieres, y con lo que yo te
quiero, es muy penoso vivir así..., y claro, ya comprenderás que a veces sienta
esos deseos de desatarme de este cuerpo que tanta guerra me da, que desee salir
de entre tanta criatura que no son Tú..., que me canse de esperar... Ya
ves, Señor, soy flaco y miserable... No sé padecer, no sé cumplir
tu voluntad...
Soy un pobre hombre que al mismo tiempo que desea cumplir sólo lo
que Tú quieras y desees, ansia volar a Ti, suspira por ver a la Virgen y a los
santos...
¡Qué alegría el día que pueda ver a María, con san Juan Evangelista y san
Juan de la Cruz, san Bernardo, san Francisco de Asís y san José que son mis
protectores, así como esas dos santas que tanto te amaron y que tanto me han
enseñado: Gertrudis y Teresa de Jesús, y santa Teresita..., y los ángeles
todos, y el glorioso san Rafael, y el ángel de mi guarda... Y... bueno, y Tú,
Señor, a quien tanto quiero, a quien adoro, a quien amo sobre todas las cosas,
por quien suspiro y peno, y lloro, y por quien Tú lo sabes bien, mi buen Jesús,
quisiera volverme loco.
Tengo, Señor, dentro de mi, como ves, todo eso, y así no me es
posible vivir, te lo digo en serio, Señor..., soy un desgraciado.
Pero perdona mi atrevimiento... ¿Quién soy para atreverme a tanto? No
sé..., el ignorante se atreve a todo, y yo ignoro muchas veces lo que soy, y lo
que he sido... Ilumina mis tinieblas para conocerme mejor, y ver a la luz que
Tú me envíes, mis miserias, mis pecados, mis enormidades que aún
necesito llorar largo tiempo aquí en la tierra.
No me hagas caso, Señor, hasta que esté limpio… Envíame tu luz para
comprender. La santa compunción para llorar. La fe para sólo en ella confiar.
La esperanza para sostener mis flaquezas… Y por encima de todo, dominándolo
todo, lléname, Señor, de tu inmensa caridad, de tu amor… Que me llene, me
desborde, me inunde en las delicias de tu amor sin límites…, y me vuelva loco
de veras.
Perdóname, Señor..., no sé lo que pido.
25 de marzo de 1938 - viernes
Día 25 de marzo de 1938. (3)
¡Jesús mío, qué bien se vive sufriendo a tu lado, aquí en la vida oculta
del monasterio!... ¡Qué lástima me da de los del mundo!
Ha venido mi hermano a visitarme..., cuánto le quiero, es un ángel de Dios.
Me edifica su cristiano modo de pensar, su conducta tan seria y formal, su alma
en la cual veo madera para edificar, y un corazón apto para Dios... Eso es mi
hermano, el simpático teniente de artillería.
Vino con permiso del frente, y... hablamos..., hablamos del mundo y
hablamos de Dios.
Después de haber pasado con él el día, ahora en el retiro de mi celda,
pienso lo bueno que es Dios al haberme traído a mí a la vida religiosa,
lejos del mundo y a los pies de Jesús.
Qué feliz soy en medio de mis penas y sacrificios... Qué feliz soy de poder
ser un alma que sufre por Jesús... Qué feliz soy de poder poner mis ansias, mis
deseos, mis flaquezas incluso, a los pies del Tabernáculo de Jesús.
Hablé con mi hermano del mundo..., y vilo que ya otras veces pensé: la
vanidad de las cosas del mundo.
Me habló de mi familia..., su preocupaciones y sus intereses... Hablamos de
proyectos futuros... Me contó detalles de la nueva vida de mis padres y
hermanos, reformas en la casa. Me habló de perros, caballos, automóviles...,
que sé yo.
Qué bueno es Dios que de todo eso me ha separado... Para mí ya no
hay nada que me interese... Qué feliz soy con sólo Dios y mi cruz.
En el mundo se sufre..., todo son afanes, deseos, esperanzas..., pocas
veces cumplidas. En el mundo se lloran intereses materiales, viles y
deleznables... En el mundo se llora poco por Cristo. En el mundo se
sufre poco por Dios.
¡Qué pena me da del mundo!... Pierde el tiempo el hombre en bagatelas;
pierde el tiempo en llorar esta vida que es un soplo de niño en medio de una
tempestad, que es un grano de arena en el mar..., un instante en la eternidad.
No envidio a nadie... No quiero libertad si ésta no me sirve más que para
olvidarme de lo único necesario, que es el amar a Jesús en la Cruz.
¡Qué pena me da del mundo!…. que no sabe en medio de sus ansias de placer y
felicidad, que la única dicha es poder llegar a morir abrazado a la Cruz de
Jesús, entre lágrimas de dolor, suspiros y ansias de cielo y de amor.
Yo sufro mucho..., sí. Algunas veces es muy grande la carga que he echado
en mis débiles y enfermas espaldas... Miro hacia atrás y... es tan duro vivir
en pobreza para el que tuvo de todo y de nada careció... Miro hacia adelante
y... me parece tan empinada la cuesta que tengo que subir. ¡A veces se oculta
Jesús tan profundamente! Mi vida se ha reducido a una continua renuncia en
todo. Y eso, no es fácil a una criatura tan frágil y quebradiza como yo...
Por eso sufro.
Sin embargo..., ¡oh! maravillas de la gracia divina, comprendo porque sí,
que es obra de ella lo que me ocurre. (No sé si me explicaré).
Siento una alegría inmensa de poder sufrir por Jesús, como no me hubiera
podido imaginar Amo cada día más mi cruz..., y no quisiera soltarla por nada
del mundo.
Recuerdo cuando en el mundo era feliz, muy feliz. Padres cristianos,
bienestar, salud y libertad, todo me sonreía... ¿Quién piensa en sufrir?
Jesús me llama. Soledad y pobreza, enfermedad, encierro sin sol..., a veces
algo muy negro y que me hace llorar..., no sé lo que es.
A Dios no le veo..., y en medio de todo, grito con toda la vehemencia de mi
corazón... ¡¡Qué feliz soy, cuánto sufro por Jesús!! No quiero la felicidad del
mundo, con ella seria un desgraciado... Quiero sufrir por Él, sin verle...,
solamente me basta el saber que es por Él.
El mundo esto no lo comprende..., es muy difícil. Yo sé que es la gracia de
Dios, pero no sé explicarlo.
Hoy con mi hermano, hablamos del mundo. Sentí pena..., me vi lejos de todo
lo que amaba mi corazón y aún ama, y no creo sea esto ilícito. ¿Quién que tenga
entrañas, no ama su hogar?
Sin embargo, Dios sigue actuando en mi alma, siento muy dentro un
alejamiento de todo que no sé explicar.
Siento un afecto muy tierno y dulce a mi familia, pero de otra manera que
antes.
Hallo más gozo en no sentir el amor de Jesús, que el que pudiera
hallar en el sensible de las criaturas. Me da pena mi soledad,
sufro con ella, y no quisiera por nada del mundo dejarla.
No sé si esto alguien lo entenderá.
¡Es tan difícil explicar por qué se ama el sufrimiento! Pero yo creo que se
explica, porque no es al sufrimiento tal como éste es en sí, sino tal
como es en Cristo, y el que ama a Cristo, ama a su Cruz. Y yo de esto no sé
salir. aunque lo comprendo.
Y es tanto lo que a Jesús quiero, que no quiero nada fuera de Él. Y noto
que Jesús me quiere tanto, que moriría de pena si supiera que amo yo a alguien
más que a Él.
Me siento tan unido a su voluntad, que cuando sufro dejo de sufrir al
comprender que Él lo quiere así.
Estoy en una tal situación que cuando pienso en esto me pierdo...
Espero en Jesús tener pronto un guía (4) que todo esto me explique y ordene en
mi alma, pues si no, me voy a volver loco.
¡Ah, Señor Jesús, cuánto te quiero! Si mil vidas
tuviera, mil te daría... Con tu gracia divina y la ayuda de María, lo puedo
todo. Bendito seas.
28 de marzo de 1938 - lunes
Día 28 de marzo de 1938.
Hoy, en la santa comunión, le pedí al Señor, una partecica de su Cruz... Le
pedí ayudarle en su agonía, le pedí me hiciera partícipe de su sufrimiento, le
pedí una partecica... (pequeña tiene que ser, pues soy débil) de su santísima
Cruz.
Jesús me escuchó.
Noté la Cruz sobre mis hombros..., me pesó, y lloré mi abandono y
soledad...
Después del desayuno paseé mi pequeño agobio por la galería de la
enfermería. Una tristeza muy grande se apoderó de mi. Me vi tan enfermo, tan
solo, tan débil para sufrir lo que Jesús me pide, que sentándome cansado de
todo y de todos, lloré con agobio y con pena.
Grande me parecía el abandono en que me veía, material y espiritualmente.
No tengo a nadie en quien hallar un alivio. Esto a veces es un consuelo muy
grande, a veces es también un dolor muy profundo. Cuando estamos enfermos sobre
todo. En estos momentos en los cuales una palabra dicha al corazón, alivia
tantas penas, e incluso da fuerzas para sufrir las flaquezas y miserias de la
enfermedad... Sin embargo, a mi eso me falta. Bendito sea Dios.
Muy doloroso es padecer necesidad en el cuerpo, cuando también se junta la
necesidad al espíritu y además Dios se oculta y te deja solo con la Cruz...,
¿qué extraño tiene que el alma sufra y llore?
Esta mañana no me acordaba en aquellos momentos de lo que le había
pedido a Jesús en la comunión... la partecica de su Cruz.
¡Si el enfermero supiera el hambre que paso!. No conoce ni comprende mi
enfermedad, y cuánto me hace sufrir. Dios lo hace así, y así lo tiene
dispuesto. No me quejo y bendigo la mano del enfermero que para mí es la mano
de Dios.
Hambre en soledad y silencio..., algunas veces creo que no podré resistir,
pero Dios me ayuda, y siento como una impresión de que todo acabará pronto (5). Por un lado lo deseo, por otro lo mismo me
da, y deseo solamente cumplir la voluntad de Dios.
Ya pasó el día y con él...
Ahora tengo paz, adoro y bendigo a Dios que atesora para mí en el cielo
esas partecicas de su Cruz, que me envía cuando Él quiere. ¡Qué gran
misericordia tiene conmigo! ¡Si no sufriera en la Trapa! ¿para qué serviría mi
vida entonces?
Si tantos deseos tienes de penitencia ¿por qué lloras?
Mis lágrimas, Señor, no son de rebeldía... Mis lágrimas, Señor, no las
cambio por nada... Recíbelas, pues con algo te tengo que pagar. Tú también
sufriste hambre, sed y desnudez. Tú también lloraste cuando te viste
abandonado.
1 de abril de 1938 - viernes
Día 10 de abril de 1938.
Siempre buenos propósitos... Siempre deseos de ser mejor... Siempre deseos
de mortificación..., pero no pasan de ser deseos...
¡Qué pobre hombre eres, hermano Rafael!! ¿Cuándo empezarás? ¿Cuándo será el
momento en que de veras empieces a ser lo que a Jesús prometiste?
Aún te conviene humillarte en tus propias debilidades... Aún es necesaria
la experiencia de verte incapaz para nada bueno... ¿Qué podrás tú solo? Caer y
no levantarte... Retroceder en lugar de avanzar. Mira
delante de Jesús lo que eres, y aprende a conocerte; así no tendrás soberbia, y
en tu propia humillación aprenderás algo de humildad, que aún no sabes lo que
eso es, y es necesario que lo aprendas.
3 de abril de 1938 - Domingo de Pasión
Día 3 de abril. Domingo de Pasión.
Hoy hemos tenido la comunidad la dicha de escuchar la palabra del Obispo de
Tuy que ha venido a pasar unos días de retiro. Nos hizo una pequeña plática en
el Capítulo y nos habló de la Cruz de Cristo.
¡Cómo expresar lo que mi alma sintió, cuando de boca de tan santo Prelado,
escuchó lo que ya es mi locura, lo que me hace ser absolutamente feliz en mi
destierro... el amor a la Cruz!
¡Oh!, si yo supiera expresarme como lo hace el señor Obispo! ¡Oh! quién me
diera el léxico de David para poder expresar las maravillas del amor a la Cruz.
¡Oh!, si mi pluma en lugar de ser de acero duro y material, fuera sólo
espíritu, y en lugar de torpes palabras, escribiera algo que realmente dijera
lo que mi alma siente.
¡Oh! ¡la Cruz de Cristo! ¿Qué más se puede decir? Yo no sé rezar... No sé
lo que es ser bueno... No tengo espíritu religioso, pues estoy lleno de
mundo... Sólo sé una cosa, una cosa que llena mi alma de alegría a pesar de
verme tan pobre en virtudes y tan rico en miserias… Sólo sé que tengo un tesoro
que por nada ni por nadie cambiaría..., mí cruz..., la Cruz de Jesús. Esa Cruz
que es mi único descanso..., ¡cómo explicarlo! Quien esto no haya sentido...,
ni remotamente podrá sospechar lo que es.
Ojalá los hombres todos amaran la Cruz de Cristo... ¡Oh! si el mundo
supiera lo que es abrazarse de lleno, de veras, sin reservas, con
locura de amor a la Cruz de Cristo...! Cuántas almas, aun religiosas,
ignoran esto... ¡qué pena!
Cuánto tiempo perdido en pláticas, devociones y ejercicios que son santos y
buenos..., pero no son la Cruz de Jesús, no son lo mejor...
¡Ah! si yo pudiera hablar o gritar en medio de los hombres, las
sublimidades del amor a la Cruz... Pobre hombre que para nada vales ni para
nada sirves, qué loca pretensión la tuya.
Pobre oblato que arrastras tu vida siguiendo como puedes las austeridades
de la Regla, conténtate con guardar en silencio tus ardores; ama con
locura lo que el mundo desprecia porque no conoce; adora en silencio esa Cruz
que es tu tesoro sin que nadie se entere. Medita en silencio a sus pies, las
grandezas de Dios, las maravillas de María, las miserias del hombre del que
nada debes esperar... Sigue tu vida siempre en silencio, amando, adorando y
uniéndote a la Cruz..., ¿qué más quieres?
Saborea la Cruz…, como dijo esta mañana el señor Obispo de Tuy. Saborear la
Cruz…
¡Ah! Señor Jesús… qué feliz soy…, he hallado lo que desea mi alma. No son
los hombres, no son las criaturas… no es la paz, ni es el consuelo..., no es lo
que el mundo cree..., es lo [que] nadie puede sospechar..., es la Cruz.
¡Qué bien se vive sufriendo!… a tu lado, en tu Cruz..., viendo llorar a
María. ¡Quién tuviera fuerzas de gigante para sufrir!
Saborear la Cruz... Vivir enfermo, ignorado, abandonado de todos... Sólo Tú
y en la Cruz... Qué dulces son las amarguras, las soledades, las penas, devoradas
y sorbidas en silencio, sin ayuda. Qué dulces son las lágrimas derramadas junto
a tu Cruz.
¡Ah! si yo supiera decir al mundo dónde está la verdadera felicidad! Pero
el mundo esto no lo entiende, ni lo puede entender, pues para entender la Cruz,
hay que amarla, y para amarla hay que sufrir, más no sólo sufrir, sino amar el
sufrimiento..., y en esto ¡qué pocos, Señor, te siguen al Calvario!
Quisiera, Jesús mío, suplir yo, lo que el mundo no hace... Quisiera, Señor,
amar tu bendita Cruz con toda el ansia que el mundo entero no pone, y debiera
poner, si supiera el tesoro que encierras en tus llagas, en tus espinas, en tu
sed, en tu agonía, en tu muerte..., en tu Cruz.
Quién me diera sufrir junto a tu Cruz, para aliviar tu dolor.
Mírame, Señor, postrado a tus pies. Estoy loco, no sé lo que pido, ni sé lo
que digo. Tengo miedo de pretender más de lo que puedo... ¿seré un insensato al
pretenderlo?
Señor, condúceme por el camino de la humildad... y nada más…
Tengo miedo, aunque..., perdóname Jesús mío, estando Tú a mi lado y
dejándome yo hacer..., ¿qué he de temer?
Mátame si quieres... Toma mi vida, empléala en lo que quieras, abre, taja y
raja, despedaza, une y desune..., haz trizas de mí..., haz lo que quieras, yo
nada quiero más que amarte con frenesí, con locura... Adorar tu voluntad que es
la mía, vivir absorto en tu inmensa piedad para conmigo... Veo lo que me
quieres..., veo lo que soy, y sin atreverme ni a mirar al suelo..., no sé si
reír o llorar..., sólo quisiera morirme de amor.
En fin, qué locuras digo..., pero es mucho lo que Jesús hace conmigo para
permanecer insensible.
Todo esto que digo no tiene a lo mejor ni pies ni cabeza..., pero es lo que
siento, y nada más.
Si dijera que algunos momentos siento unos deseos inmensos de ponerme a
gritar..., Jesús..., Jesús..., Jesús, como un loco, nadie lo creería. Otras
veces siento deseos de postrarme en el suelo con la frente en tierra y pedir a
voces la misericordia de Dios, y no levantarme más.
Otras veces quisiera desaparecer de entre los hombres, y volar a Dios que
me espera... No sé, quisiera no desbarrar.
Señor Jesús mío..., qué duro es vivir, y aún hay hombres que aman esta
miserable vida y se llaman religiosos. Señor, yo no soy religioso, yo no soy
nada ni nadie..., soy el último de todos, pero Señor, quisiera amarte como
nadie..., desprecié el mundo por Ti..., déjame despreciar lo último que me
queda, mi voluntad y mi vida.
Mas Señor, en esto no hay mérito, pues aborrecer lo único que de Ti me
separa, no es cosa grande, y esperar con ansia lo que a Ti me puede acercar, no
es virtud. ¿Qué mérito hay en aborrecer la vida y esperar la muerte?
Pero yo, Señor, no quiero aborrecer lo que Tú me das, ni desear lo que Tú
aún no quieres. Cúmplase, Jesús mío, tu voluntad. Déjame seguir junto a tu
Cruz... No me desampares cuando desfallezca, Virgen María...
No busco consuelo, no busco descanso... Sólo quiero amar la Cruz..., sentir
la Cruz..., saborear la Cruz.
Plan para vivir la Semana de Pasión.
No separarme ni un
momento de la Cruz de Jesús.
Dormir, andar, estudiar,
rezar, comer, siempre teniendo presente que Jesús me mira desde la Cruz.
Al levantarme, adorar la
Cruz, y al acostarme, poner la cama en el Calvario junto a ella.
La comunión, la oración
y la santa Misa serán en reparación por el mundo entero que no aprovecha los
méritos de la Pasión de Cristo.
El Oficio divino lo
rezaré teniendo presente a mi Jesús de mi alma clavado en el madero de la Cruz.
Que la Santísima Virgen
me ayude y me acompañe... Así sea.
(1) De la vida de San Benito José Lavbre: "Aquel Miércoles
Santo de 1783, Benito Lavbre oyó varias Misas, y los que le vieron no
comprendían cómo podía estar de pie y mucho menos de rodillas. No era un
hombre, dice Zacarelli, sino un esqueleto. No le quedaba más que un soplo, y
siguió con tanto fervor el evangelio de la Pasión que algunos de los
concurrentes cre-yeron que iba a sucumbir. Tuvo que sentarse varias veces.
Hacía las nueve, no pudiendo más, quiso salir de la iglesia. Apenas se encontró
fuera de la iglesia de la Madonna de los Montes, se dejó caer más bien que
sentarse sobre las escaleras del vestíbulo. Se reunió gente a su alrededor y
cada uno le preguntaba con interés lo que tenía. Con voz espirante Benito daba
las gracias a todos, y decía que deseaba no moverse de aquel sitio; no quería
alejarse de la iglesia, esperando siempre poder volver a entrar.
En esto se presenta el carnicero Zacarelli que venía del Salvatorello de
cumplir con Pascua. Benito -le dijo- ¿está usted malo? ¿Quiere venir a mi casa?
- ¡A su casa...! Bueno, dijo el pobre con voz débil, que apenas se oía.
...Hacia la caída del sol parecía que dormía. Cuando el Padre Ángel, que le
asistía, llegó a la invocación Santa María pudo advertir que el rostro del
enfermo adquiría una blancura extraordinaria. Al responder la concurrencia ora
pro nobis, el Padre Ángel dejó de rezar y dijo: Ha muerto... En aquel momento
todas las campanas de la ciudad daban al viento sus ecos argentinos. Tocaban a
la Salve ordenada por el Papa Pío VI. Pero el pensamiento de todos los allí reunidos,
celebraban también la entrada en el paraíso de un nuevo santo". (De la Vida
admirable del Santo bendito y peregrino, Benito José Lavbre, por León
AUBINEAU.). (Volver)
(2) "Peregrino soy en la tierra", Salmo 118, 19. (Volver)
(3) "Al monasterio ha llegado su hermano Luis Fernando. Viene del
frente de combate con unos días de licencia. Es la última vez que se vieron
juntos ambos hermanos... Su visita deja hondas huellas en Fray María
Rafael…" (VIDA Y ESCRITOS, p. 502).
Cuenta su hermano Luis Fernando: "La última vez que estuvimos juntos
los dos hermanos, venia yo con permiso a casa, una vez que cayó Teruel en manos
del ejército nacional. Queriendo ver a Rafael para darle un abrazo, fui primero
a la Trapa. Estuvimos paseando por la tarde, en la huerta y pude apreciar y
darme cuenta del sufrimiento que padecía, y de la gran cruz que Dios había mandado
a aquella alma; me preguntó por todas las cosas de casa, se interesó por mi
vida en el frente, siguió insistiendo en que la Virgen me protegería, pero que
no dejase de buscar a Dios; era su gran obsesión: que todos buscásemos a Dios,
que estábamos obligados a ello y que era la única verdad en esta vida.
Cuando le pregunté que cómo podía vivir todo el tiempo rodeado de los
mismos personajes tan dispares a él en sus gustos, por qué no se iba a la
Cartuja, donde viviría en soledad, me contestó: "Luis Fernando, yo no
puedo con la soledad, tengo que ver caras, aunque éstas me hagan sufrir; tú si
podrás con la soledad; con tu temperamento podrás ser cartujo".
A mi, en aquellos momentos ni se me había pasado por la imaginación el
llegar a ser cartujo, y como siempre dije: cosas de Rafael, y con el tiempo,
que es lo más curioso, llegué a ser cartujo.
Lo que más me impresionó aquella tarde, fue cuando empezó a explayarse,
llorando, del terrible sufrimiento que tenía. No era el sufrimiento que le
producían las cosas terrenales de la vida austera que había abrazado, ni el
sufrimiento que le pudieran producir aquellas criaturas de Dios con quienes
convivía, de las cuales se valió Dios para santificarle. En realidad el gran
sufrimiento de Rafael era el ver, con aquella fe grande e intensa que él tenía,
cómo Dios le amaba con su infinito amor, y sentirse tan sujeto a las miserias y
cuidados de su cuerpo mortal, no pudiendo corresponder como él quería, a aquel
amor de Dios que él sentía, pues se veía francamente impotente, siendo su gran
deseo que su corazón se diese más a su ser querido, y que su alma volase de una
vez a su encuentro, pues le era difícil vivir en aquella situación y en aquel
fuego que le abrasaba. Todo esto me lo decía llorando. Yo no tenía palabras para
poder consolar aquella alma, ni tampoco me podía hacer cargo exacto del
sufrimiento de mi hermano.
Todo esto que he contado, tenía lugar un mes antes de su muerte. Era ya la
época sublime a la cual había llegado su alma. Al día siguiente salí para casa,
donde no conté nada de lo que había vivido junto a Rafael. Salí por una parte
triste por dejar a mi hermano sufriendo, sin poder yo hacer nada para aliviar
aquel dolor tan grande, y por otra parte, alegre, al haber visto cómo Dios se
estaba volcando en aquella alma tan querida. Todo esto me hizo pensar mucho
para mi vida futura.
Poco más o menos al mes de haber estado por última vez con Rafael, llegó de
Vitoria el alférez Ibarra, trayéndome, como hacía todos los meses, todo el
papeleo de la Batería, diciéndome nada más llegar, que mi hermano Rafael había
muerto hacía unos días en la Trapa, sin más comentarios ni explicaciones de
cómo había muerto.
Rápidamente comprendí que así es como le quería Dios, desprendido de todo
como podía haber constatado hacia poco más de un mes en la Trapa, en esa larga
charla que tuvimos en la huerta y con un gran Aleluya, Dios le premió
llevándoselo consigo". (Volver)
(4) Aunque el Hermano Rafael contaba en estos momentos con un confesor
fijo, como era costumbre en la Trapa, carecía de un Director Espiritual al que
acudir en solicitud de orientación. En su primera etapa en la Trapa había
tenido como Director al P. Teófilo Sandoval, que supo entenderle y dirigirle
conforme a lo que un hombre de la talla espiritual de Rafael precisaba. (Volver)
(5) Cundo escribe esto le queda un mes justo de vida.
7 de abril de 1938 - jueves
Día 7 de abril de 1938.
Jesús mío, arrodillado humildemente a los pies de tu santísima Cruz, te
pido con todo fervor me des la virtud de la paciencia, me hagas humilde y me
llenes de mansedumbre... Jesús mío, mira que esas tres cosas las necesito
mucho.
Ayer sufrí un desprecio de un hermano..., me hizo llorar y si no hubiera
sido porque Tú desde la Cruz me enseñaste a perdonar, quizás hubiera cometido
una falta ¡Cuánto me costó vencerme!... Pero dormí más tranquilo.
Bendito Jesús, ¿qué me enseñarán los hombres, que no enseñes Tú desde la
Cruz?
Ayer vi claramente que solamente acudiendo a Ti se aprende; que sólo Tú das
fuerzas en las pruebas y tentaciones y que solamente a los pies de tu Cruz,
viéndote clavado en ella, se aprende a perdonar, se aprende humildad, caridad y
mansedumbre.
No me olvides, Señor..., mírame postrado a tus pies y accede a lo que te
pido.
Vengan luego desprecios, vengan humillaciones, vengan azotes de parte de
las criaturas..., ¡qué me importa! Contigo a mi lado lo puedo todo... La
portentosa, la admirable, la inenarrable lección que Tú me enseñas desde tu
Cruz, me da fuerzas para todo.
A Ti te escupieron, te insultaron, te azotaron, te clavaron en un madero, y
siendo Dios, perdonabas humilde, callabas y aún te ofrecías... ¡Qué
podrá decir yo de tu Pasión!.. Más vale que nada diga y que allá adentro de mi
corazón medite en esas cosas que el hombre no puede llegar jamás a comprender.
Conténteme con amar profundamente, apasionadamente el misterio de tu
Pasión, y aprenda a sufrir de la manera que Tú lo hiciste. Ya sé que eso es el
imposible de los imposibles, pero mira Señor Jesús mi intención.
¡Qué dulce es la Cruz de Jesús! ¡Qué dulce es sufrir perdonando!
¡Qué dulce es sufrir abandonado de los hombres estando abrazado a la Cruz
de Cristo! ¡Qué dulce es llorar un poquito nuestras penas y unirlas a la Pasión
de Jesús! ¡Qué bueno es Dios, que así me prueba, y desde su Cruz santa, me
enseña! Me enseña sus llagas manando sangre inocente; me enseña un semblante
del que en medio de la agonía y del dolor, no salen quejas, sino palabras de
amor y de perdón.
¡Cómo no volverme loco!... Me enseña su Corazón abierto a los hombres, y
despreciado... ¡Dónde se ha visto ni quién ha soñado dolor semejante!
¡Qué bien se vive en el Corazón de Cristo! ¿Quién se puede quejar de
padecer?
Sólo el insensato que no adore la Pasión de Cristo, la Cruz de Cristo, el
Corazón de Cristo, puede desesperarse en sus propios dolores.
Pero el que de veras ame, y sienta lo que es unirse a Jesús en la Cruz, ese
bien puede decir que es sabroso el padecer, que es dulce como miel el dolor,
que es un enorme consuelo el padecer soledad tedio y tristeza por parte de los
hombres.
¡Qué bien se vive, junto a la Cruz de Cristo!
Cristo Jesús, enséñame a padecer... Enséñame la ciencia que consiste en
amar el menosprecio, la injuria, la abyección... Enséñame a padecer con esa
alegría humilde y sin gritos de los santos... Enséñame a ser manso con los que
no me quieren, o me desprecian... Enséñame esa ciencia que Tú desde la cumbre
del Calvario muestras al mundo entero.
Mas ya sé..., una voz interior muy suave me lo explica todo..., algo que
siento en mí que viene de Ti y que no sé explicar, me descifra tanto misterio
que el hombre no puede entender... Yo, Señor, a mi modo, lo entiendo..., es el
amor..., en eso está todo... Ya lo veo, Señor..., no necesito más, no necesito
más... es el amor, ¿quién podrá explicar el amor de Cristo?... Callen los
hombres, callen las criaturas... Callemos a todo, para que en el silencio
oigamos los susurros del Amor, del Amor humilde, del Amor paciente, del Amor
inmenso, infinito que nos ofrece Jesús con sus brazos abiertos desde la Cruz.
El mundo loco, no escucha... Loco e insensato vuela embriagado en su propio
ruido..., no oye a Jesús, que sufre y ama desde la Cruz.
Pero Jesús necesita almas que en silencio le escuchen.
Jesús necesita corazones que olvidándose de sí mismos y lejos del mundo.
adoren y amen con frenesí y con locura su Corazón dolorido y desgarrado por
tanto olvido. Jesús mío, dulce dueño de mis amores, toma el mío.
A los pies de tu Cruz lo pongo... Está junto al de María. Jesús mío,
tómalo..., enséñale tus heridas... Enséñale tus dolores y tus amarguras.
Enséñale tus tesoros para que aprenda a despreciar el mundo y todo lo que no
seas Tú... Enséñale el amor... Ponle junto a tu Corazón para que de una vez se
embriague en tus delicias, y se empape en tu purísima divinidad.
Virgen María..., estoy loco, no sé lo que pido, no se lo que digo... Mi
alma desbarra... No sé lo que siento; mis palabras son torpes y mal arregladas,
pero tú, Virgen María, Madre mía, que ves los anhelos de todos tus hijos,
sabrás comprender.
Ya sé que es mucho lo que pido, pues lo pido todo.
Yo en cambio, Señora, todo lo he dado y si aún me queda algo, tómalo
también, Señora, y dáselo a Jesús. Ya sé que aunque diera mil vidas que
tuviera, no sería digno de recibir ni siquiera un pensamiento bueno de Dios,
pero es mi modo de hablar... Ya sé que lo he dado todo y... es nada. No alego,
pues, lo que el mundo cree méritos, para pedir a Jesús un poquillo de amor. Él
lo da a quien y cuando le place. Y ya que los sacrificios y renuncias que he
hecho por Jesús no son bastante..., te ofrezco, Señora, algo que no puedes
desechar, algo por medio de lo cual tienes que oírme, algo que hace abrirse los
cielos y que el mismo Padre mira complacido... Es, Señora, la Pasión de Cristo,
tu Hijo... Es la Sangre de Cristo; es la Cruz donde murió el Hijo de Dios.
Señora, Virgen María..., ¿ves?, con la Cruz lo puedo todo.
No me olvides Madre mía..., y perdona las chifladuras de este pobre oblato
trapense, que quisiera volverse chiflado de veras, de tanto amarte a ti, Virgen Madre, y de tanto amar su obsesión..., que es la Cruz
de Jesús su divino modelo. Así sea.
10 de abril de 1938 - Domingo de Ramos (1)
Día 10 de abril de 1938.
Hoy cojo la pluma para seguir como siempre alabando a Dios. Quisiera no
hablar de mi mismo... y hablar sólo de Jesús, ¡pero tengo a mi Dios tan
adentro!! ¡Es tan maravillosa la obra que Él está haciendo en mi alma!, que al
referir y contar lo que a mi, pobre y miserable pecador, acontece en mis
relaciones con El..., a Él le doy gloria.
Yo bien quisiera desaparecer, y en cierto modo así me pasa, pues Él lo llena
todo... ¡Qué bueno es Dios!. Nada hice yo por Jesús y, sin embargo..., ¡qué
grande es su misericordia!... De esto no sé salir y no sé seguir adelante.
Mi alma se abisma en tanta maravilla y enmudece. Sólo veo una pobre
criatura sacada del mundo, ¡y de qué mundo!, por la gracia, y sólo la gracia de
Dios, y traída a la soledad para allí, sin ella casi darse cuenta, cooperar a
una de las más grandes y maravillosas grandezas de Dios...
¿Y cuál es esta maravilla? Esta maravilla es el estupendo milagro de ver un
alma como la mía, pobre, desnuda, llena de mundo y de sus vicios..., verla
digo, amada de Dios, conducida por Él, en los humildes senderos
de la penitencia, sostenida por El en sus muchas flaquezas y miserias,
tentaciones y desconsuelos...
Dios haciendo su obra en mi alma..., transformando mi corazón y elevándole
hacia sí, desencajándole de en medio de las criaturas y llenándole de su
amor... Dios el Eterno, conduciendo y guiándome a mi... ¿Quién no se
maravilla? ¿Quién no se pasma?
¡Ah!, si el mundo me conociera y viera lo que soy... Si los hombres vieran
mis torpezas y mi duro corazón, quedarían aterrados ante la grandeza de Jesús,
que no desdeña cuidar a este pobre hombre, más digno de lástima que de amor...
Y Dios me ama... ¡Ah! ¡y de qué manera!... Eso yo lo sé, y nadie más que yo.
¡Si pudiera publicarlo!... ¡Si tuviera palabras que fueran los suficientemente
expresivas para ello!
Pero no sé..., soy muy torpe, y mucho más para hablar de eso... Y si
quisiera ser sincero, más que hablar, quisiera rugir o bramar como los toros...
¡Qué grande es Dios!
Una de las transformaciones que Jesús ha hecho en mi alma ha sido la
indiferencia. Yo mismo me maravillo, pues veo que he llegado a comprender algo
que antes no comprendía.
Sabía que el nada desear es muy agradable a Dios y que es el camino para
llegar a cumplir su voluntad... Pero esto lo sabía con la luz de la
inteligencia... Comprendía con la razón, tan sublime doctrina. Deseaba
alcanzar esa virtud de la santa indiferencia, y a Jesús se la pedí.
No tiene mérito el nada desear, amando a Dios, pues es la cosa más natural.
Ahora así lo veo.
¿Cómo es posible amar la vanidad, amando a Dios? Y vanidad es todo lo que
nosotros deseamos y no desea Dios. Querer sólo lo que Dios quiere, es lo lógico
para el que es de veras su amador... Fuera de sus deseos..., no existen
deseos nuestros, y si existe alguno, ése, es que es conforme a su
voluntad, y si no lo fuera, es que entonces no estaría nuestra voluntad unida a
la suya...
Pero si de veras estamos unidos por amor a su voluntad, nada desearemos que
Él no desee, nada amaremos que Él no ame, y estando abandonados a su
voluntad, nos será indiferente cualquier cosa que nos envíe, cualquier lugar
donde nos ponga...
Todo lo que Él quiera de nosotros no solamente nos será indiferente, sino
que será de nuestro agrado. (No sé si en todo esto que digo hay error; en todo
me someto al que de esto entienda. Yo sólo digo lo que siento, y es que en
verdad nada deseo más que amarle a Él, y que todo lo demás a Él lo encomiendo;
cúmplase su voluntad).
Cada día soy más feliz en mi completo abandono en sus manos. Veo su
voluntad hasta en las cosas más nimias y pequeñas que me suceden.
De todo saco una enseñanza que me sirve para más comprender su misericordia
para conmigo.
Amo entrañablemente sus designios, y eso me basta. Soy un pobre hombre
ignorante de lo que me conviene, y Dios vela por mí como nadie puede
sospechar.
¿Qué de particular tiene que yo nada desee, si tan bien me va, poniendo mi
único deseo en Dios y olvidando lo demás?
Mejor dicho, no es que olvide mis deseos, sino que éstos se hacen tan poco
importantes y tan indiferentes, que más que olvidarlos, desaparecen, y
sólo queda en mi ánimo un contento muy grande de ver que sólo deseo con ansia,
cumplir lo que Dios quiere de mí, y al mismo tiempo una alegría enorme de yerme
aligerado como de un peso muy gran de, de yerme libre de mi voluntad que he
puesto junto a la de Jesús.
El único deseo que me queda es, unas ganas muy grandes de obedecer.
Quisiera no disponer nada por mí, sino que todo, absolutamente todo, me fuera
ordenado. Aún tengo mucha libertad y como no tengo director espiritual, tengo a
veces mucho miedo de equivocarme, y ver la voluntad de Dios en lo que no es más
que mi capricho.
Jesús mío ayúdame.
Virgen María no me abandones.
Si alguien me dijera al detalle lo que debo hacer para ser santo y agradar
a Dios, yo creo que con la ayuda de Dios y de María lo haría todo.
Con Jesús a mi lado, nada me parece difícil, y el camino de la santidad
cada vez lo veo mas sencillo. Más bien me parece que consiste en ir quitando
cosas, que en ponerlas. Más bien se va reduciendo a sencillez, que complicando
con cosas nuevas.
Y a medida que nos vamos desprendiendo de tanto amor desordenado a la
criaturas y a nosotros mismos, me parece a mi que nos vamos acercando más y más
al único amor, al único deseo, al único anhelo de esta vida... a la verdadera
santidad que es Dios.
¡Qué bueno es Dios que me va enseñando todo esto!... ¡Qué bueno es Dios
para conmigo!... ¿Corresponderé como debo?
Señor, no mires mis hechos, ni mis palabras, mira mi intención y cuando
ésta no vaya bien encaminada a Ti, enderézala. No permitas, Señor mío, que yo
sea desagradecido o pierda el tiempo.
Qué bien se vive lejos de los hombres y cerca de Ti... Cuando oigo el ruido
que arma el mundo; cuando veo el sol que inunda el campo e ilumina a los
pájaros en libertad; cuando me acuerdo de los días felices que transcurrí en mi
hogar..., cierro los ojos, los oídos y las voces del recuerdo y digo..., qué
feliz es vivir con Cristo... Nada tengo y tengo a Cristo... Nada poseo ni
deseo, y poseo y deseo a Cristo... De nada gozo y mi gozo es Cristo.
Y allá adentro en mi corazón, soy absolutamente feliz, aunque ésta no es la
palabra que sirve para designar el estado de mi alma.
No me importan las criaturas, si éstas no me llevan a Dios. No quiero
libertad, que a Dios no me conduzca. No quiero consuelos, gozos ni placeres,
sólo quiero la soledad con Jesús, el amor a la Cruz y las lágrimas de la
penitencia.
Jesús mío, mi dulce amor, no permitas que me aparte de Ti.
María, Madre mía, sé tú mi único consuelo.
El otro día me probé la cogulla que el reverendo Padre Abad me dejará como
un favor especial, vestir desde el día de Pascua. Grande siempre ha sido la
ilusión que tuve por poder llevar algún día la cogulla cisterciense. Pero...,
es tan nueva y tan blanca, que me dio luego una gran pena y mucha vergüenza el
tener ese pueril deseo, que no es para mí más que una vanidad delante de
los hombres.
A Cristo que es mi Maestro, en estos días le desnudaron delante de la turba
que le insultaba..., y a mí me visten... ¿Acaso me he de vanagloriar de
ello?... Necio seré si no veo una grande humillación en el día de Pascua,
cuando yo, el último discípulo de Cristo, me presente en la comunidad
con la cogulla nueva y reluciente de la Orden cisterciense... Qué mejor hubiera
sido si me hubieran vestido de «saco».
Pero también eso hubiera sido una pueril vanidad, y en realidad hoy he
llegado a la conclusión de que lo mismo me da. Al fin y al cabo, vestido de
seda, de lana, o de saco, eso no ha de cambiar mi corazón que a los ojos de
Dios es lo que algún día me ha de valer. Todo lo demás es externo y valdrá algo
a los ojos de los hombres, pero éstos no me han de juzgar.
¡¡Señor..., Señor..., qué necios somos los hombres!! Un
pedazo de trapo nos da placer, y un grano de arena nos da dolor.
¡Ten compasión de los hombres, Señor!
12 de abril de 1938 - Martes Santo
Día 12 de abril de 1938.
Sólo en Dios encuentro lo que busco, y lo encuentro en tanta abundancia, que
no me importa no hallar en los hombres aquello que algún día fue mi ilusión,
ilusión que ya paso...
Busqué la «verdad» y no la hallé. Busqué la «caridad» y sólo vi en los
hombres algunas chispitas que no llenaron mi corazón sediento de ella... Busqué
la paz y vi que no hay paz en la tierra.
Ya la ilusión pasó, pasó suavemente, sin darme cuenta... El Señor que es
quien me engañó para llevarme hacia sí, me lo hizo ver...
Ahora ¡qué feliz soy! ¿Qué buscas entre los hombres?, me dice... ¿Qué
buscas en la tierra en la que eres peregrino? ¿Qué paz es la que deseas?...
¡Qué bueno es el Señor que de la vanidad y de la criatura me aparta!
Ahora ya veo claramente que en Dios está la verdadera paz..., que en Jesús
está la verdadera caridad..., que Cristo es la única Verdad.
Hoy en la santa comunión, cuando tenía a Jesús en mi pecho, mi alma nadaba
en la enorme e inmensa alegría de poseer la Verdad... Me veía dueño de Dios, y
Dios dueño de mi... Nada deseaba más que amar profundísimamente a este Señor
que en su inmensa bondad consolaba mi corazón sediento de algo que yo no
sabía lo que era y que en la criatura buscaba en vano, y el Señor me hace
comprender, sin ruido de palabras, que lo que mi alma desea es El... Que la
Verdad, la Vida y el Amor es El... Y que teniéndole a El... ¿qué busco, qué
pido..., qué quiero?
Nada, Señor..., el mundo es pequeño para contener lo que Tú me das. ¿Quién
podrá explicar lo que es poseer la suma Verdad? ¿Quién tendrá palabras
bastantes para decir lo que es: nada deseo, pues tengo a Dios?
Mi alma casi llora de alegría... ¿Quién soy yo, Señor? ¿Dónde pondré mi
tesoro, para que no se manche? ¿Cómo es posible que viva tranquilo, sin temor a
que me lo roben? ¿Qué hará mi alma para agradarte?
¡Pobre hermano Rafael, que tendrás que responder delante de Dios a tanto
beneficio como aquí te hace! Tienes un corazón de piedra, que no lloras tantas
ingratitudes y tantos desprecios a la divina gracia.
Vivo, Señor mío, enfangado en mis propias miserias, y al mismo tiempo, no
sueño ni vivo más que para Ti. ¿Cómo se entiende esto? Vivo sediento de Ti...
Lloro mi destierro, sueño con el cielo; mi alma suspira por Jesús en quien ve
su Tesoro, su Vida, su único Amor; nada espero de los hombres... Te amo con
locura, Jesús mío y, sin embargo, como, río, duermo, hablo, estudio, y vivo
entre los hombres sin hacer locuras, y aún me avergüenza verlo..., busco mis
comodidades. ¿Cómo se explica esto, Señor?
¿Cómo es posible que Tú pongas tu gracia en mi? Si en algo
correspondiera..., quizás me lo explicara.
Jesús mío, perdóname..., debía ser santo, y no lo soy. ¿Y era yo, el
que antes se escandalizaba de algunas miserias de los hombres? ¿Yo?...
qué absurdo.
Ya que me has dado luz para ver y comprender, dame, Señor, un
corazón muy grande, muy grande para amar a esos hombres que son hijos
tuyos, hermanos míos en los cuales mi enorme soberbia veía faltas, y en cambio
n d me veía a mí mismo.
¿Si al último de ellos le hubieras dado lo que a mi?. Mas Tú lo haces todo
bien... Mi alma llora sus antiguas mañas, sus antiguas costumbres... Ya no
busca la perfección en el hombre..., ya no llora el no encontrar donde
descansar..., ya lo tiene todo.
Tú, mi Dios, eres el que llena mi alma; Tú mi alegría; Tú mi paz y mi
sosiego, Tú. Señor, eres mi refugio, mi fortaleza, mi vida, mi luz, mi
consuelo, mi única Verdad y mi único Amor. ¡Soy feliz, lo tengo todo!
Cuánta suavidad me inunda al pensar en estos profundísimos favores que
Jesús me hace. Cómo se inunda mi alma de caridad verdadera hacia el hombre,
hacia el hermano débil, enfermo... Cómo comprende y con qué dulzura disculpa la
flaqueza que antes al verla en el prójimo la hacia sufrir... ¡Ah! si el mundo
supiera lo que es amar un poco a Dios, también amaría al prójimo.
Al amar a Jesús, al amar a Cristo, también forzosamente se ama lo que
Él ama. ¿Acaso no murió Jesús de amor por los hombres? Pues al transformar
nuestro corazón en el de Cristo, también sentimos y notamos sus efectos...
Y el más grande de todos es el amor.... el amor a la voluntad del Padre, el
amor a todo el mundo, que sufre, que padece... Es el padre, el hermano
lejano, sea inglés, japonés o trapense; el amor a María... En fin.
¿quién podrá comprender el Corazón de Cristo? Nadie, pero chispitas de ese
Corazón hay quien las tiene..., muy ocultas..., muy en silencio, sin que el
mundo se entere.
Jesús mío, qué bueno eres. Tú lo haces todo maravillosamente bien. Tú me
enseñas el camino; Tú me enseñas el fin.
El camino es la dulce Cruz..., es el sacrificio, la renuncia, a veces la
batalla sangrienta que se resuelve en lágrimas en el Calvario, o en el Huerto
de los Olivos; el camino, Señor, es ser el último, el enfermo, el pobre oblato
trapense que a veces sufre junto a tu Cruz.
Pero no importa; al contrario..., la suavidad del dolor sólo se goza
sufriendo humildemente por Ti.
Las lágrimas junto a tu Cruz, son un bálsamo en esta vida de continua
renuncia y sacrificio; y los sacrificios y renuncias son agradables y fáciles,
cuando anima en el alma la caridad, la fe y la esperanza.
He aquí cómo Tú transformas las espinas en rosas. Mas ¿y el fin?... El fin
eres Tú, y nada más que Tú... El fin es la eterna posesión de Ti allá en el
cielo con Jesús, con María, con todos los ángeles y santos. Pero eso será allá
en el cielo. Y para animar a los flacos, a los débiles y pusilánimes como yo, a
veces te muestras al corazón y le dices..., ¿qué buscas? ¿qué quieres? ¿a quién
llamas?... Toma, mira lo que soy... Yo soy la Verdad y la Vida.
Y entonces derramas en el alma delicias que el mundo ignora y no comprende.
Entonces, Señor, llenas el alma de tus siervos de dulzuras inefables que se
rumian en silencio, que apenas el hombre se atreve a explicar...
Jesús mío, cuánto te quiero, a pesar de lo que soy..., y cuanto peor soy y
más miserable, más te quiero..., y te querré siempre y me agarraré a Ti y no te soltaré, y... no sé lo que iba a decir.
¡Virgen María ayúdame!
13 de abril de 1938 - Miércoles Santo
Día l3 de abril de l938.
Queridísimo Jesús, Dios mío. Veo, Señor, que no hago nada en tu servicio.
Temo perder el tiempo... Se me pasan las horas, los días y los meses, y todo
son buenas palabras y buenos deseos, pero las obras no aparecen.
Hoy, Señor, durante la santa Misa, veía mi gran inutilidad y consideraba
como siempre en tus grandes beneficios... Veía tu inmensa piedad para conmigo que
me permitía asistir al santo sacrificio, un día y otro, y yo como un
bobo. ¿Cuándo empezaré, Jesús mío, a servirte de veras?...
Siempre estoy empezando, y nunca veo que haga nada. Sigo una vida regalada,
cómoda e inmortificada... En parte (nada más que en parte), porque no me dejan
los superiores, y en parte (la mayor parte), porque yo no me decido, y la
austeridad me asusta, resulta que ni soy seglar porque vivo en religión, ni soy
religioso, porque vivo como un seglar... ¿Qué soy, pues, Dios mío?... No lo sé,
y a veces cuando en esto pienso, me parece que no me importa ser lo que sea...,
pero lo que sí me importa y me preocupa, es el que de una manera o de otra, no
me ocupo lo que debo en mortificarme, en renunciarme a mi mismo, en vivir más
para Ti que para los demás o para mí.
Busco muchas comodidades... Estoy aún muy pegado a mis gustos y
opiniones... Aún muchas veces me veo aquel Rafael del siglo, presumido,
vanidoso, criticón, cuya única vida era la mesa, el vestido y el vicio... ¡Ah!
Señor, cuando me acuerdo..., dejemos eso por hoy.
Señor mío veo que ahora no hago, quizás, nada malo, pero seguramente
tampoco nada bueno... Mi vida es la de un bobo en un monasterio. Ni sirvo a
Dios corporalmente ni espiritualmente. Todo se reduce a decir: qué bueno es
Dios, cuánto le quiero, cómo me quiere Él a mi..., y a caérseme la baba, como
vulgarmente se dice.
Cuando pienso en mi inutilidad verdaderamente me apuro. ¡Es tanto lo que le
debo a Dios!
Ni hago bien la oración, ni la meditación, ni la lectura; en el trabajo...,
apenas trabajo. Cuando como y duermo, no hago más que eso... comer y dormir
como un animalito. Y así no puedo seguir..., no debo seguir. Mas ¿qué he de
hacer? Inútil y enfermo... Pobre hermano Rafael, bástete purificar la intención
en todo momento, y en todo momento amar a Dios; hacerlo todo por
amor y con amor... El hecho en si no es nada, y nada vale. Lo que vale es la
manera de hacerlo... ¿Cuándo comprenderás esto? Qué torpe eres.
¿Cuándo comprenderás que la virtud no está en comer cebolla, sino en comer
cebolla por amor a Dios? ¿Cuándo comprenderás que la santidad no está en hacer
actos externos, sino en la intención interna de un acto cualquiera?... Si lo
sabes, ¿por qué no lo practicas?
Ya lo hago, Señor, pero lo hago mal. No tengo humildad y quisiera hacer lo
que es mi capricho..., buscar lo que es mi voluntad aun en la penitencia...
Dios mío, Dios mío, ayúdame a cumplir humildemente tu voluntad. Ayúdame a
servirte, amando mi propia flaqueza e inutilidad... Señor, Señor, mira mi
intención y purifícala Tú.
¿Qué podré hacer yo sin Ti? Aunque me degüelle vivo a fuerza de penitencia,
¿qué vale si Tú no lo quieres y yo pongo vanidad y gusto propio en ello?
Sea, Señor, lo que Tú quieras de mi, pero mira Jesús mío, no permitas que
el demonio me engañe. Muéstrame lo que quieres, para que yo lo haga, y dame
espíritu humilde para verlo y cumplirlo. No permitas, Jesús mío, que rechace
tus divinas insinuaciones.
¡Dame fuerzas, Virgen María!
14 de abril de 1938 - Jueves Santo
Día 14 de abril de 1938. Jueves Santo.
Hoy ha sido un día feliz para mi. En la santa comunión he prometido no
abandonar al Señor en estos días de su sagrada Pasión. Siempre junto a mí; muy
dentro de mi corazón, y muy unido a los sufrimientos de tu Cruz. Jesús mío, no
permitas que me aparte de Ti. ¡Dulce Jesús mío, cuánto te quiero!
Al acercarme a comulgar, me acordaba del apóstol san Juan, a quien dejaste
reclinar sobre tu pecho durante la Cena. ¿Acaso tengo yo que envidiarle? Si sus
virtudes, pero no tu amor...
Jesús mío, yo no soy digno, bien lo sabes y, sin embargo, también me dejas
descansar junto a tu Corazón divino como al discípulo amado. Yo te prometo
quererte mucho, como nadie en la comunidad, más que todos juntos, y no
abandonarte en tus dolores y en tu Pasión sacratísima.
Virgen María, ayúdame a ser fiel a mi buen Jesús.
Ya pasó el día... Un día más en la cuenta final, y un día menos en el
destierro de la vida... Ya pasó el día de Jueves Santo y con él, el consuelo de
haberlo vivido por Dios y con Dios. ¿Cómo será el mañana?... Tengo miedo.
Desconfío de mí mismo. Tengo mucho miedo al verme tan feliz con Jesús, y sólo
con Jesús.
¡He sufrido tanto desde hace cuatro años! ¡He tenido mi alma desgarrada tanto
tiempo!..., que ahora el ver que aquello fue necesario para esto...,
tengo miedo y no sé a que.
No es al sufrimiento, a eso no es. No tengo miedo a nada que de los hombres
pueda venirme, pero después de haber tenido a Dios..., tengo miedo a perderle.
¡Se vive tan bien así!
Hoy, día de Jueves Santo, día en que el Señor se reunió con sus discípulos
y les prometió quedarse con ellos para siempre, yo también en mi pequeñez, me
acerqué a Jesús, pidiéndole que conmigo se quedara, y me admitiera a su mesa, y
me permitiera vivir con El, y seguirle a todas partes como una sombra...
Le pedí a Jesús me permitiera reclinar mi cabeza sobre su pecho como san
Juan... Le pedí que de mí no se apartara aunque me viera débil y miserable...
Le pedí escuchara mis súplicas... Recorrí el mundo entero enseñando a Jesús
todo lo que quería que remediase: España..., la guerra..., mis hermanos, tantos
corazones a quien quiero..., mis padres..., ¿qué sé yo?
Todo se lo enseñé a Jesús y le dije: Señor, tómame a mí y date Tú al
mundo. Reparte lo que a mí me das... Déjame repartir el tesoro que yo tengo
entre los necesitados del mundo... ¡son tantos!... Déjame a mi, pobre
contigo..., nada quiero más que tu amor, tu amistad..., tu compañía...,
acéptame, Señor, tal como soy, enfermo, inútil, disipado y negligente.
Y el Señor me escuchó... Sentí su amor muy adentro, muy profundo... Vi mi
inmenso tesoro y temo perderle.
¿Qué hacer?... No sé..., oigo a los hombres hablar, discutir... Les veo con
sus afanes, pegados a la tierra..., nadie habla de Dios... Todo es ruido aun en
la Trapa.
Quisiera, Señor, no vivir, para no turbar las ansias de amor que padece mi
alma..., pues el que más ruido mete soy yo... Agarrado a mi crucifijo, quisiera
morir.
Todo me da en rostro... ¡Sólo Tú, Señor...! ¡sólo Tú!
¡Qué miedo tengo de perderte, mi buen Dios! Veo lo que me quieres, pero
también veo lo que yo soy, y lo que he sido.
¡Qué bien se vive contigo! Si el mundo supiera!
Mañana Viernes Santo... estaré junto a tu Cruz. No me importa el no
recibirte mañana en la comunión (2) porque hoy concerté contigo en que no
me separaría de Ti, y Tú pareciste complacido en ello; la comunión de hoy me servirá
para hoy y para mañana.
¡Ay! que no sé escribir, y si escribo diría locuras... Será mejor que me
calle.
17 de abril de 1938 - Domingo de Resurrección
Domingo de Resurrección, 17 de abril de 1938.
Hoy el reverendo Padre Abad me ha dado la cogulla y el escapulario negro.
Mentiría si dijera que hoy no me he dejado llevar de la vanidad. ¡Qué pobre
hombre soy!
Señor, Señor, tened piedad y misericordia de mí. Ni soy mayor ni menor en
tu presencia, porque esté aquí o allí, vista de un modo o de otro... Los
hombres somos muy infantiles y jugamos como niños... Ponemos nuestra ilusión en
cosas [que] hacen reír a los ángeles. Señor, dame tu santo temor, llena mi
corazón de tu amor y lo demás... Vanitas vanitatum.
Cada vez espero menos en los hombres... ¡qué gran misericordia la de Dios!
Él suple con creces lo que ellos no me dan.
Voy viendo con suma claridad que quien pone los ojos en la tierra y en las
criaturas, pierde su tiempo... Sólo Jesús llena el corazón y el alma.
El Hermano Rafael Arnáiz falleció el 27 de
abril en un fuerte ataque de la diabetes que padecía.
Capítulo de culpas
Papel encontrado en uno de los bolsillos de la túnica cuando murió
Subir escalera golpeando pies [tachado].
No hacer el saludo en capitulo [tachado].
Volver cabeza durante Misa [tachado].
Señas durante el gran silencio [tachado]
Correr sin respeto en la iglesia [tachado].
Señas habladas con un profeso [tachado].
No obedecer inmediatamente campana [tachado].
Equivocarme coro, no hacer postración [tachado].
Dar muestras externas de impaciencia [tachado].
Perder tiempo trabajo [tachado].
Perder tiempo mirar ventanas [tachado].
Perder tiempo intervalos [tachado].
Accionar exageradamente como seglar [tachado].
Descuidado con el cuarto de la enfermería.
Hablar sin necesidad.
Descuidado en hacer ruidos en la escalera y con las puertas.
Distraerme en el coro y no hacer a punto las inclinaciones.
(1) En este día cumplía Rafael 27 años. Le quedan 17 días de vida. (Volver)
(2) Hasta la reforma litúrgica realizada por Pío XII en 1956, el Viernes
Santo únicamente podía comulgar el sacerdote que celebraba la Santa Misa.
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