La redacción del Principio y Fundamento (PF) resulta un tanto arcaica y difícil para las mentalidades de hoy. Quien no está acostumbrada al lenguaje escolástico ni al castellano del siglo XVI, encuentra un escollo para recibir la tremenda vigencia que tiene este texto. Vamos a intentar traducirlo en una imagen cuya plasticidad nos ayude a comprenderlo, la imagen de un “mapa” como el que usamos en nuestros viajes (*). Así, el PF ignaciano nos ayudará a introducirnos en ese territorio existencial que recorremos en los EE y en la vida .
"Ud. está aquí"
El comienzo del camino será la afirmación “el hombre es creado”. Varones y mujeres recibimos permanentemente la existencia, estamos siendo creados cada día, todos los días. Aquel soplo original del Génesis (2, 7) vuelve a sentirse en nuestras narices con cada inspiración. Dios insuflando su aliento en mi barro, convirtiéndome en un ser único y original. Conviene subrayar estos últimos adjetivos: somos únicos y originales, no somos copias ni duplicados, nuestro código genético y las huellas digitales así lo atestiguan.
Apenas recibimos la existencia compartimos el dinamismo del cosmos y el permanente cambio de los seres vivos. “La vida se caracteriza precisamente por esta transformación continua, por su mudarse incesante. Lo constatamos en el desarrollo de las especies a partir de los primeros organismos hasta la aparición del ser humano; en la germinación de una semilla hasta que se convierte en árbol; en la gestación de un embrión hasta llegar a un cuerpo anciano, etc.; procesos que participan del mismo impulso de la vida y ésta de la lenta y majestuosa expansión de nuestro universo desde hace miríadas de años, a partir de ese comienzo desconocido que identificamos como el Big Bang y que algún día conocerá también su retracción” (Melloni).
Curvas y retrocesos con destino de Cielo
Como seres dotados de conciencia, buscamos descubrir “quién soy”, “quién voy siendo”, respuesta que se dará en el transcurrir del tiempo, profundizando niveles de conocimiento como en ondas cada vez más amplias. Nuestro soplo original se nos revela en un movimiento helicoidal expansivo. Elegimos esta forma pues la hallamos en los mecanismos microscópicos de la naturaleza, y la vemos cuando los telescopios refractan la vía láctea. El soplo original que somos no se desarrolla como las ganancias de una empresa, en línea recta uniforme en constante ascendente, sino en expansión helicoidal, donde la misma onda en crecimiento debe retraerse para alcanzar un mayor despliegue. En palabras de Jesús, “a los sarmientos que dan fruto, los poda para que den aún más” (Jn 15, 2). Dar fruto es una expansión, y la poda una retracción para una expansión aún mayor.
Pero a diferencia del macrocosmos que algún día se apagará y desaparecerá, el destino de nuestra expansión es la comunión con Jesucristo , y desde Él con la trinidad: “aquel día comprenderán que yo estoy en el Padre y ustedes en mí y yo en ustedes” (Jn 14, 20); “si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23). Con los conceptos que poseía en su época, Ignacio dirá que nuestra finalidad (“para”) es “alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”, tres verbos concatenados para describir el movimiento de comunión amorosa. En la entrega de un vasallo a su señor, o de un caballero hacia su dama, el dinamismo comienza con la admiración (alabar), sigue con el reconocimiento (reverencia), y culmina en el amor puesto en obras (servir). Es el mismo movimiento que pedimos en la Contemplación para Alcanzar Amor (EE 230): el “conocimiento interno de tanto bien recibido” suscita mi alabanza, “para que enteramente reconociendo” mueva mi reverencia, y así “pueda en todo amar y servir a la su divina Majestad”. Nuestro soplo original, hecho por amor y llamado a desplegar ésta su esencia, conocerá su plenitud en la comunión intratrinitaria.
Compañeros de camino
No estamos solos en el universo. Toda creatura nos resulta amiga e interdependiente, estamos conectados por el mismo movimiento creacional, como nuestro sistema solar (tan pequeño) dentro de la vía láctea. El soplo original que inició nuestra existencia va desplegándose en forma helicoidal para enhebrar así las diversas dimensiones de mi realidad: “todas las cosas son creadas para el hombre, para que le ayuden”, dirá Ignacio. Como un universo aún por descubrir, nuestra existencia está preñada de un caudal de posibilidades que pujan por desplegarse para ser la belleza soñada por Dios. Para describir estas “cosas” que necesitamos para ser humanos en plenitud, podríamos acudir a la pirámide de Maslow , a los estadios psicosociales de Erikson , al proceso de individuación de Jung , y a muchos otros sistemas.
Pero dado que “somos creados a imagen y semejanza de Cristo resucitado”, como dice Ireneo de Lyon, vamos a seguir la pista de aquello que Jesús enseñó a desear y formuló en el Padrenuestro. En esta oración tenemos “una súplica llena de confianza al Padre querido, que recoge dos grandes anhelos centrados en Dios y tres gritos de petición centrados en las necesidades urgentes y básicas del ser humano” . Iremos tras la hipótesis de que en estas peticiones tenemos condensado aquello que necesitamos integrar para desplegar nuestro soplo original.
Un Mapa del Principio y Fundamento
En las peticiones del Padre Nuestro, Jesús dejó condensado aquello que necesitamos integrar para desplegar nuestro soplo original.
Mirar el cielo y la tierra
Jesús expone al Padre dos deseos que lleva en su corazón: “Santificado sea tu nombre… Venga tu Reino”. El primero es “que todos conozcan la bondad y la fuerza salvadora que encierra tu nombre santo” (Pagola), tu nombre de Padre amoroso y compasivo, que quiere darnos Vida en abundancia. El Dios del perdón y la misericordia incondicionales, el que está de nuestro lado y busca la felicidad de las personas. Y aquí se empalma la segunda petición, pues Jesús no puede pensar en Dios sin pensar en su proyecto de transformar el mundo. No separa nunca a Dios de su Reino. No lo contempla encerrado en su propio mundo, aislado de los problemas de la gente; lo siente comprometido en humanizar la vida. Su Reino es una poderosa fuerza de transformación, es presencia acogedora para los excluidos, curación para los enfermos, perdón gratuito para los culpables, esperanza para los aplastados por la vida. Jesús sabe que “si Dios reina, ya no reinarán los ricos sobre los pobres, los poderosos no abusarán de los débiles, los varones no dominarán sobre las mujeres” (Pagola).
Estas dos peticiones despiertan nuestros anhelos por vivir una trascendencia integrada en la inmanencia . Llevamos en lo profundo un deseo del Dios cercano y amigo de nuestra felicidad (1ª petición), al que podemos encontrar en un mundo más justo y solidario (2ª petición). Contra la costumbre de rotularnos en personas piadosas o mundanas, Ignacio propondrá descubrir lo sagrado de toda realidad profana, encontrando a Dios en todas las cosas, “a Él en todas amando y a todas en Él” (Const 288). Nuestro soplo original se expande cuando podemos vivir una trascendencia cercana y una inmanencia transida de Reino.
Esfuerzo y confianza
“Danos pan”. El símbolo del pan contiene un universo de sentido. Representa el mínimo indispensable para vivir dignamente, la primera necesidad básica de la nutrición, de la cual dependen tantas otras posibilidades de felicidad. La falta de alimentación durante el primer año de vida, afecta gravemente las funciones cerebrales y las capacidades para el desarrollo. También representa la solidaridad por la justa distribución de los bienes de la tierra: “la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana” (Cat.I.C. 2831). Es la petición para salir de la escandalosa desigualdad de un 83% de la humanidad viviendo con solo el 18% de los recursos del planeta.
El pan también simboliza el mundo del trabajo, dimensión esencial para la dignidad de la persona, donde se constituye co-artífice de la creación y constructora de la sociedad. Es la actividad humana que nos relaciona con la naturaleza, con su autor divino, y con nuestros semejantes. Por eso, el pan es punto de convergencia entre el trabajo y los factores naturales, es fruto del esfuerzo humano y la ayuda divina, de la previsión y la Providencia. Nuestro soplo original buscará sus necesidades básicas, el “pan”, integrando ambas polaridades en su justa armonía.
Comprenda sus extravíos
“Perdona nuestras ofensas”. Las relaciones interpersonales son constitutivas de la condición humana. Estamos hechos para los demás, y junto con los demás nos hacemos personas. Pero también somos frágiles y erramos el camino fácilmente, por eso pedimos entrar en la dinámica del perdón y la compasión del Padre. Los vínculos, las relaciones y los entramados sociales se tejen pacientemente con dos agujas, la humildad ante Dios y la misericordiosa con los demás. Vivir en verdad, como decía Santa Teresa, aceptando nuestro barro y amando el “humus” que somos; y vivir la justicia con las demás personas, hechas del mismo barro, brindando la compasión que les corresponde tanto como a mí. Muchas relaciones humanas sufren heridas abiertas y posturas irreconciliables, donde perdón y justicia parecen opuestos. El desafío para nuestro soplo original será integrar la cualidad del perdón sin perder la armonía con la verdad y la justicia.
Cuidado con los bandidos
“No nos dejes caer en la tentación”, o más precisamente “no nos hagas entrar en tentación”, parte del mismo principio de fragilidad, como en la anterior petición. “Somos débiles, expuestos a toda clase de peligros y riesgos que pueden arruinar nuestra vida, alejándonos definitivamente del reino de Dios. El misterio del mal nos amenaza” (Pagola). Parte también del realismo propio del adulto, ya que asumir que el mal tiene poder sobre nosotros, rompe con nuestra omnipotencia infantil y el sueño de superhombre que vende la sociedad de consumo. Este baño de realidad nos vuelve adultos también en la fe, ya que desmonta la fantasía religiosa de una vida sin tentaciones, donde los méritos ganados por nuestra fidelidad garantizan la salvación y aseguran la santidad. Esta fue la “cosa adquisita” (EE 150) que los fariseos no pudieron soltar ante la propuesta de Jesús, y por eso Ignacio propone “hacerse indiferentes” a todo lo que hasta ahora hemos logrado y alcanzado, pues al fin y al cabo, “todo es don y gracia” (EE 322). Realismo y gratuidad es el binomio que nuestro soplo original buscará integrar en su necesidad de adultez.
Ritmo y brújula
Para todas estas realidades que necesitamos integrar (Nombre-Reino de Dios, Pan, Perdón y Adultez), Ignacio propone un criterio de medida, “tanto cuanto ayuden”, y un horizonte de amor, “solo deseando y eligiendo”. Criterio de medida para asimilar lo que aquí y ahora necesito, ni más ni menos, sin mezquindades ni exageraciones. Esta dosis justa se alcanza cuando abordamos cada realidad desde los binomios de integración que la acompañan. Por ejemplo, desde la trascendencia-inmanencia encontramos la medida, el “ritmo”, tanto para vincularme con Dios sin alienarme de la historia, como para meterme en la historia sin desesperar de Dios. O bien, las búsquedas por desarrollar nuestra dignidad a través de todo lo que representa el pan (trabajo, justicia, salud, educación, política…) necesitan vivirse desde el binomio previsión-providencia, desde ese empeño personal que me dignifica y desde esa confianza que me des-endiosa y humaniza.
Por último todos estos binomios de integración necesitan una fuerza que “jale” de ellos y los configure dentro del horizonte amoroso que es nuestro fin, aquella alabanza-reverencia-servicio para el que soy creado. Este movimiento viene dado por esa honda necesidad humana por la propia autonomía y libertad: “es menester hacernos indiferentes”. Necesidad que asumimos también como deseo y vocación, “solo deseando y eligiendo”. No es cualquier libertad la que nos impele, sino la que “más conduce” al amor con Jesucristo, meta y fin de nuestra existencia. Entonces, de entre todas las formas de vivir el perdón, deseamos y elegimos la verdad-justicia que vivió Jesús; de entre las variadas maneras de hacernos adultos, deseamos y elegimos el realismo-gratuidad de la personalidad del Hijo; de entre los diversos modos de procurarnos el pan, deseamos la previsión-providencia del evangelio. Así, la indiferencia del PF necesitará alimentarse del “conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (EE 104).
Mirar el cielo y la tierra
Jesús expone al Padre dos deseos que lleva en su corazón: “Santificado sea tu nombre… Venga tu Reino”. El primero es “que todos conozcan la bondad y la fuerza salvadora que encierra tu nombre santo” (Pagola), tu nombre de Padre amoroso y compasivo, que quiere darnos Vida en abundancia. El Dios del perdón y la misericordia incondicionales, el que está de nuestro lado y busca la felicidad de las personas. Y aquí se empalma la segunda petición, pues Jesús no puede pensar en Dios sin pensar en su proyecto de transformar el mundo. No separa nunca a Dios de su Reino. No lo contempla encerrado en su propio mundo, aislado de los problemas de la gente; lo siente comprometido en humanizar la vida. Su Reino es una poderosa fuerza de transformación, es presencia acogedora para los excluidos, curación para los enfermos, perdón gratuito para los culpables, esperanza para los aplastados por la vida. Jesús sabe que “si Dios reina, ya no reinarán los ricos sobre los pobres, los poderosos no abusarán de los débiles, los varones no dominarán sobre las mujeres” (Pagola).
Estas dos peticiones despiertan nuestros anhelos por vivir una trascendencia integrada en la inmanencia . Llevamos en lo profundo un deseo del Dios cercano y amigo de nuestra felicidad (1ª petición), al que podemos encontrar en un mundo más justo y solidario (2ª petición). Contra la costumbre de rotularnos en personas piadosas o mundanas, Ignacio propondrá descubrir lo sagrado de toda realidad profana, encontrando a Dios en todas las cosas, “a Él en todas amando y a todas en Él” (Const 288). Nuestro soplo original se expande cuando podemos vivir una trascendencia cercana y una inmanencia transida de Reino.
Esfuerzo y confianza
“Danos pan”. El símbolo del pan contiene un universo de sentido. Representa el mínimo indispensable para vivir dignamente, la primera necesidad básica de la nutrición, de la cual dependen tantas otras posibilidades de felicidad. La falta de alimentación durante el primer año de vida, afecta gravemente las funciones cerebrales y las capacidades para el desarrollo. También representa la solidaridad por la justa distribución de los bienes de la tierra: “la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana” (Cat.I.C. 2831). Es la petición para salir de la escandalosa desigualdad de un 83% de la humanidad viviendo con solo el 18% de los recursos del planeta.
El pan también simboliza el mundo del trabajo, dimensión esencial para la dignidad de la persona, donde se constituye co-artífice de la creación y constructora de la sociedad. Es la actividad humana que nos relaciona con la naturaleza, con su autor divino, y con nuestros semejantes. Por eso, el pan es punto de convergencia entre el trabajo y los factores naturales, es fruto del esfuerzo humano y la ayuda divina, de la previsión y la Providencia. Nuestro soplo original buscará sus necesidades básicas, el “pan”, integrando ambas polaridades en su justa armonía.
Comprenda sus extravíos
“Perdona nuestras ofensas”. Las relaciones interpersonales son constitutivas de la condición humana. Estamos hechos para los demás, y junto con los demás nos hacemos personas. Pero también somos frágiles y erramos el camino fácilmente, por eso pedimos entrar en la dinámica del perdón y la compasión del Padre. Los vínculos, las relaciones y los entramados sociales se tejen pacientemente con dos agujas, la humildad ante Dios y la misericordiosa con los demás. Vivir en verdad, como decía Santa Teresa, aceptando nuestro barro y amando el “humus” que somos; y vivir la justicia con las demás personas, hechas del mismo barro, brindando la compasión que les corresponde tanto como a mí. Muchas relaciones humanas sufren heridas abiertas y posturas irreconciliables, donde perdón y justicia parecen opuestos. El desafío para nuestro soplo original será integrar la cualidad del perdón sin perder la armonía con la verdad y la justicia.
Cuidado con los bandidos
“No nos dejes caer en la tentación”, o más precisamente “no nos hagas entrar en tentación”, parte del mismo principio de fragilidad, como en la anterior petición. “Somos débiles, expuestos a toda clase de peligros y riesgos que pueden arruinar nuestra vida, alejándonos definitivamente del reino de Dios. El misterio del mal nos amenaza” (Pagola). Parte también del realismo propio del adulto, ya que asumir que el mal tiene poder sobre nosotros, rompe con nuestra omnipotencia infantil y el sueño de superhombre que vende la sociedad de consumo. Este baño de realidad nos vuelve adultos también en la fe, ya que desmonta la fantasía religiosa de una vida sin tentaciones, donde los méritos ganados por nuestra fidelidad garantizan la salvación y aseguran la santidad. Esta fue la “cosa adquisita” (EE 150) que los fariseos no pudieron soltar ante la propuesta de Jesús, y por eso Ignacio propone “hacerse indiferentes” a todo lo que hasta ahora hemos logrado y alcanzado, pues al fin y al cabo, “todo es don y gracia” (EE 322). Realismo y gratuidad es el binomio que nuestro soplo original buscará integrar en su necesidad de adultez.
Ritmo y brújula
Para todas estas realidades que necesitamos integrar (Nombre-Reino de Dios, Pan, Perdón y Adultez), Ignacio propone un criterio de medida, “tanto cuanto ayuden”, y un horizonte de amor, “solo deseando y eligiendo”. Criterio de medida para asimilar lo que aquí y ahora necesito, ni más ni menos, sin mezquindades ni exageraciones. Esta dosis justa se alcanza cuando abordamos cada realidad desde los binomios de integración que la acompañan. Por ejemplo, desde la trascendencia-inmanencia encontramos la medida, el “ritmo”, tanto para vincularme con Dios sin alienarme de la historia, como para meterme en la historia sin desesperar de Dios. O bien, las búsquedas por desarrollar nuestra dignidad a través de todo lo que representa el pan (trabajo, justicia, salud, educación, política…) necesitan vivirse desde el binomio previsión-providencia, desde ese empeño personal que me dignifica y desde esa confianza que me des-endiosa y humaniza.
Mapa completo del PF |
Por último todos estos binomios de integración necesitan una fuerza que “jale” de ellos y los configure dentro del horizonte amoroso que es nuestro fin, aquella alabanza-reverencia-servicio para el que soy creado. Este movimiento viene dado por esa honda necesidad humana por la propia autonomía y libertad: “es menester hacernos indiferentes”. Necesidad que asumimos también como deseo y vocación, “solo deseando y eligiendo”. No es cualquier libertad la que nos impele, sino la que “más conduce” al amor con Jesucristo, meta y fin de nuestra existencia. Entonces, de entre todas las formas de vivir el perdón, deseamos y elegimos la verdad-justicia que vivió Jesús; de entre las variadas maneras de hacernos adultos, deseamos y elegimos el realismo-gratuidad de la personalidad del Hijo; de entre los diversos modos de procurarnos el pan, deseamos la previsión-providencia del evangelio. Así, la indiferencia del PF necesitará alimentarse del “conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (EE 104).
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