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jueves, 26 de septiembre de 2013

Juicio

      

 


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La palabra «juicio» evoca para nosotros un tribunal, con un juez que absuelve o condena. En la Biblia, es una de las imágenes que trata de explicar las relaciones entre Dios y el hombre, pero esta palabra es ambigua (heb. mispat, gr. krisis).

En el Antiguo Testamento

En la Biblia, como en todas partes, existen jueces buenos y malos. El juicio de Salomón es bien conocido (1 Re 3,16-28): el rey sabio utilizó la astucia para hacer que apareciera la verdad y defender el derecho de la madre y de su hijo. Pero también existe la historia de Nabot, al que la reina Jezabel hace condenar para quedarse con su viña en provecho del rey Ajab (1 Re 21,1-16). La Ley de Dios se impone a todos los jueces: «Tampoco favorecerás al poderoso en sus pleitos (…) No violes el derecho del pobre en sus causas. No intervengas en una causa fraudulenta» (Ex 23,3.6-7).
Por encima de la justicia* de los hombres está la de Dios, que «sondea las entrañas y los corazones»; hacia él se vuelven los inocentes acusados: «Escucha, Señor, mi demanda, atiende a mi clamor, presta oído a mi plegaria (…) Tú me harás justicia, porque tus ojos ven lo que es recto» (Sal 17,1-2). Job es juzgado culpable por sus amigos, que ven en sus desgracias un castigo enviado por Dios. Pero ¿cómo explicarse con Dios? (Job 9,14-24). El Siervo sufriente también es considerado culpable y golpeado por Dios, cuando es inocente (Is 53,4-9). Pero Dios rehabilitará al que ha sufrido los pecados de su pueblo (Is 53,11-12).
Los profetas de antes del exilio anuncian frecuentemente «oráculos de juicio» u «oráculos de proceso»: al pueblo culpable de traicionar la Alianza* y mofarse del amor de Dios le anuncian desgracias (Am 2,6-16). Estos oráculos son ultimátums para llamar a Israel a cambiar de conducta: «Tal vez te hagan caso y se conviertan de su mala conducta. Si lo hacen, yo me arrepentiré del mal que pensaba hacerles para castigar sus malas acciones» (Jr 26,3). Dios anuncia que juzgará también a los pueblos que oprimen a Israel.

En el Nuevo Testamento

El juicio está frecuentemente en el horizonte del evangelio de Mateo. En la parábola llamada del Juicio final (Mt 25,31-46), Jesús describe cómo el Hijo* del hombre juzgará a todos los seres humanos al final de los tiempos. Serán acogidos junto al Padre o rechazados con el diablo en función de su actitud respecto a los pequeños y los pobres, con los que se identifica el Juez. El juicio final se prepara desde ahora, en lo concreto de la vida más profana. De igual manera, en las otras «parábolas de juicio»: los obreros de la hora undécima (Mt 20), los viñadores homicidas (Mt 21), los invitados al banquete de bodas (Mt 22), el siervo fiel, las diez vírgenes, los talentos (Mt 25). Al final (de la vida o de la historia), la verdad de cada uno será revelada, no en función de su pertenencia «Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas», Lc 13,26-27), sino de lo que uno es y ha hecho.
Las palabras de Jesús al buen ladrón (Lc 23,43) y su plegaria: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34), nos abren una esperanza: el que nos va a juzgar es también nuestro salvador.

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