Si sobre la castidad la Regla es exageradamente
sobria, sobre la obediencia es mas bien todo lo contrario. La importancia
capital que le concede se deduce del hecho mismo de dedicarle especificamente
tres capítulos (5, 68, 71), y de la gran frecuencia con que la menciona desde el
principio del prólogo hasta el epílogo. Lo cual no es de admirar, ya que desde
la primera pagina asegura que es el camino para retornar a Dios. Es así que la
obediencia constituye el eje de todo itinerario monástico.
El concepto de obediencia siempre hizo
referencia al oír a otro y hacer su voluntad. En este sentido ya era central en
el Antiguo Testamento, donde Dios llama a escuchar su voz y a cumplir sus
mandatos. La esencia del pecado es la desobediencia.
En Nuevo Testamento subraya este valor. La vida
de Jesús es la de la obediencia total al Padre, siguiendo el camino que este
señala. El verdadero discípulo de Jesús cumple la voluntad de Dios. Es por eso
que para San Pablo la obediencia es el fundamento de la salvación (Rom 5,19). La
idea de obediencia encontró un eco extraordinario sobre todo entre los monjes a
partir de las primeras generaciones. Los padres del desierto no se cansarán de
insistir en este llamado a la obediencia a Dios, a la Escritura, al anciano
espiritual, a la regla, a los hermanos.
El primer capítulo que la Regla consagra a la
obediencia (5) empieza sin preámbulos diciendo que «el primer grado de humildad
es una obediencia sin demora». La frase se transformó en una cruz para los
intérpretes. Hoy la gran mayoría está de acuerdo en que San Benito proclama su
valor soberano y declara que es la cumbre y expresión mas perfecta de la
humildad. No es cualquier tipo de obediencia, sino una obediencia pronta y
amorosa, digna de Dios. San Benito sigue así la tradición de la espiritualidad
cenobítica, que considera a la obediencia como un elemento primordial,
imprescindible para la existencia misma de la comunidad, al ser el elemento
fundante del monacato.
El amor de Cristo es el principal motivo de
obedecer y el mas perfecto. Pero la Regla enumera también otras razones menos
elevadas. El servicio santo que se ha profesado, el temor al infierno, el deseo
del cielo, la fe, el temor de Dios, y el anhelo de avanzar hacia la vida
eterna.
Para la Regla, la obediencia es renunciar al
libre ejercicio de la propia voluntad, refrenando los propios deseos y los de la
carne. En su aspecto positivo es dejarse llevar por el juicio y la voluntad de
otro imitando al Señor que no vino a cumplir su voluntad sino la de Aquel que lo
envió. Para que esta obediencia sea perfecta ante Dios, la Regla enumera ciertas
caracteristicas. Se debe hacer sin miedo, sin tardanza, sin frialdad, sin
murmuración y sin protesta. Obedecer exteriormente no basta si no va acompañado
de buena voluntad, porque al superior se lo puede engañar pero a Dios no. Para
la Regla el peor defecto contra la obediencia es la murmuración.
San Benito vuelve a ocuparse de esta virtud al
final de la Regla, en el capítulo 68, que para algunos comentadores (Delatte, de
Vogüe) es uno de los mas bellos de toda la Regla. El capítulo se titula «Si le
mandan a un hermano cosas imposibles». Si el capítulo 5 exponía una doctrina
austera, exigente y teórica, este deja una enseñanza sobrenatural, en el fondo,
más exigente y al mismo tiempo llena de humanidad y de comprensión. El monje
ante una orden imposible o dificil de cumplir es autorizado por la Regla a
exponer al superior sus razones, pero lo debe hacer sin soberbia, sin
resistencia, con sumisión. Pero si aún así el superior no cambia de parecer, el
monje «debe convencerse que así le conviene y obedecer con caridad, confiando en
el auxilio de Dios».
El último capítulo en el que San Benito se
ocupa de este tema es el 71, en el que dedica algunas palabras a la obediencia
mutua. Si durante buena parte de la Regla los monjes aparecían como meros
discípulos bajo las órdenes del abad, aquí el autor hablará de la obediencia que
se deben tener unos a otros. Y es que para el santo, la obediencia no solo es un
bien en si mismo sino que implica la manifestación de la caridad, el ejercicio
del amor fraterno, un nuevo vínculo que une a los hermanos entre si. El monje,
por este camino, renuncia a su propia voluntad, a su propio interés, para
hacerse servidor de sus hermanos en quién ve a Cristo. Tan firme es en este
parecer el autor, que si un hermano se resistiera a esta obediencia horizontal,
de hermano a hermano, debería sufrir una sanción y llegado el caso ser
expulsado. El motivo de tanta rigidez es preservar la comunión fraterna, que
tiene para el santo, un valor absoluto
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