La palabra «bautismo» procede el verbo griego bapto, que significa «hundir, sumergir». Su sentido depende del triple simbolismo del agua: la vida, la muerte y la pureza.
Los tres simbolismos del agua
La vida. El agua es indispensable para la vida; ella es su fuente primordial. Según el Génesis, mientras que Dios no hace llover sobre la tierra, ésta permanece estéril (Gn 2,5). En el desierto, el pueblo de Israel, que muere de sed, es salvado parla fuente de agua viva que Dios ordena a Moisés que haga brotar de una roca (Ex 17,1-7).
La muerte. Pero, cuando el agua es demasiado abundante, puede causar la muerte*. Durante el diluvio se tragó a todos los seres vivientes salvo a un justo, Noé y su familia (Gn 6,13-17). Con el paso del mar Rojo se manifiesta el doble simbolismo: mientras que es causa de muerte para los egipcios, el agua se convierte en salvación para los israelitas (Ex 14,19-31).
La pureza. Finalmente, el agua sirve para lavar, tanto en la vida cotidiana como en los ritos de purificación. Eliseo cura al general leproso Naamán enviándole a lavarse siete veces en el Jordán (2 Re 5,10-14). En los rituales judíos, la inmersión en el agua tiene un sentido a la vez purificador y salvador; por ejemplo para la admisión de los prosélitos, los paganos convertidos al judaísmo, o bien en Qumrán, en los baños diarios de los esenios, que expresaban así su camino espiritual de conversión permanente.
Juan Bautista
Invita a los judíos creyentes a venir a «sumergirse en el Jordán y confesar sus pecados» (Mc 1,5). Para él, este rito del baño purificador es único. Significa una conversión definitiva para prepararse ante la llegada del Mesías: «Arrepentíos, porque está llegando el reino de los cielos» (Mt 3,2). En efecto, el Jordán es la frontera que hay que franquear para entrar en la tierra prometida; significa la entrada en el Reino* de Dios, ya muy próximo, recordando el paso del mar Rojo. Jesús se hace bautizar por Juan Bautista en el Jordán para significar su solidaridad con los pecadores. El bautismo cristiano retoma los elementos fundamentales del bautismo de Juan Bautista: la remisión de los pecados y la entrada en el Reino siguiendo a Jesús Mesías. «Yo te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu» (Jn 3,5).
El sacramento del bautismo
Después de la muerte y la resurrección de Cristo, el bautismo adquirió su dimensión cristiana de sacramento. Es el signo eficaz que hace entrar al catecúmeno en la «nueva creación*», regenerándole por su pertenencia definitiva a Cristo (2 Cor 5,17). Por eso es el primero de los sacramentos, el que nos abre a los otros.
El catecúmeno es marcado en primer lugar con el signo de la cruz, signo trinitario en el nombre del cual es bautizado (Mt 28,19-20). La inmersión purificadora en el agua le lava del pecado y le sumerge en la muerte de Cristo, que lleva en ese momento los pecados del mundo. Esta inmersión significa el ahogamiento, el fin del «hombre viejo», pecador. Después, la salida del agua expresa la entrada en la vida nueva del Resucitado (Rom 6,11). Finalmente, la unción con el aceite (el santo crisma) significa que el bautizado recibe los dones del Espíritu* y se convierte en miembro de Cristo, «sacerdote, profeta y rey». La vestidura blanca expresa que el bautizado se ha «revestido de Cristo» (Gál 3,27). Después recibe la luz* del cirio pascual para ser «la luz del mundo» (Mt 5,14).
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