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jueves, 29 de agosto de 2013

EL APRENDIZAJE DE LA CONFIANZA: dejarse amar

 
 
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Decíamos que Dios nos busca porque nos ama. Su manera de encontrarse con nosotros es amándonos. El reto fundamental en nuestra vida es dejarnos amar por Él, aprender a vivir en su presencia, bajo su mirada, aprender a reconocer y acoger su manera peculiar de amar. Y confiar que "en su amor" todo nos basta. El aprendizaje de la confianza se gesta en el camino del amor.
 
La confianza no es evidente. Mt 14, 22-33
Aquellos discípulos que acompañaban a Jesús van comprendiendo con el paso del tiempo que la fe es ante todo una manera de vivir. Que no viene tan marcada por lo que hacen o por donde están... (curar enfermos, repartir el pan, en los caminos, en las sinagogas...) como por ir experimentando que viven en manos de otro, que su vida se sostiene en un proyecto mayor que no controlan, ni saben muy bien a dónde les lleva. (Les mandó subir a la barca, ir por delante, a la otra orilla...). Si siguen adelante es porque la misión del Maestro les va dando certezas y firmeza ante los cambios vitales, ante las pruebas. De alguna manera van descubriendo que vivir y caminar con Él les va dando identidad, y en su compañía empiezan a ver y situarse en la realidad de una forma concreta, nueva, esperanzada...
Vivir con el Señor les va abriendo al misterio de la vida que late en la creación, en la historia, en el interior de cada persona... han ido experimentando la fuerza de la misericordia, del compartir... se van sintiendo libres, y se van liberando de muchas ataduras (de la ley, de los prejuicios.
Pero también van comprobando que vivir con el Señor les lleva a donde ellos no quieren y no controlan. Es el momento de la prueba. Cuando se sienten lejos de las seguridades de siempre (distantes de la tierra muchos estadios), sufriendo las contrariedades de la vida (con el viento en contra), padeciendo los golpes y las inestabilidades (zarandeados por las olas), en la oscuridad de las dudas, los cansancios, las rutinas, las crisis que se mantienen... (en la cuarta vigilia de la noche), viendo al que no reconocen (vino caminando sobre el mar, es un fantasma...)... en esos momentos parece que todo se derrumba, que todo pierde su sentido... y afloran las verdades más profundas: aflora la desconfianza, el miedo, el deseo de vivir y amar a nuestra manera, las quejas... ¿Para qué todo esto? ¿Dónde queda la fe? Y de miedo se pusieron a gritar; es el grito del reproche.
En el fondo van experimentando que aún siguen sin conocerle. En el fondo siguen temerosos y con miedo de lo que supone vivir con Él, estar dónde él quiere estar, mirarle cara a cara (vino él hacia ellos, caminando sobre el agua, se turbaron). Escucharon sus palabras de aliento: "Ánimo, que soy yo".
Pedro en sus dudas, quiere afrontar el momento, poniendo a prueba al Señor (como nosotros en que en los momentos de duda le pedimos la huida hacia delante). "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas". Pedro confía en el Señor desde el poder. Obedece sin confiar. De alguna manera se fía más de la fuerza de los milagros que ha visto, y de sus propias fuerzas que de las palabras del Señor. Y a los pocos pasos, se hunde. Vuelve a sentir miedo.
Pero su grito es nuevo: "Señor, sálvame". Es el grito que brota de su fragilidad, de su pequeñez, de su necesidad... y en ese momento se sintió cogido y sostenido por la mano. De manera incondicional, gratuita, más allá de sus errores y chulerías... Alguien le amaba, se interesaba por su vida, por su futuro...
Y Pedro empezó a intuir que crecer en la fe, vivir como seguidores de Cristo es aprender a confiar. Es dejarse amar en nuestra pobreza. Y que confiamos cuando nos sentimos amados y acompañados. Porque sólo el amor es capaz de despertar los resortes más profundos y radicales de la persona. Sólo el amor incondicional es capaz de hacer brotar la confianza de la fe. La que nos hace hombres y mujeres abiertos al futuro de Dios, a su novedad.
 
Dejarnos amar a su manera: Jn 13, 1-17
"Sabiendo ya Jesús... que había salido de Dios y a Dios volvía, que había llegado su hora, que había amado a los suyos, que iban a traicionarle y entregarle".  Cuando parece que ya no quedaba nada por hacer ni esperar. Entonces los amó hasta el extremo, mostrándoles el camino del amor apasionado de Dios, el camino de lo definitivo.
Cuando en aquel encuentro de despedida esta tarde el Señor quiere amarnos a su manera, apasionadamente, para abrir nuestras puertas cerradas, y adentrarnos en el camino de la confianza radical. Sólo nos pide que le miremos, que le dejemos hacer. Todo lo quiere hacer Él. Sólo nos pide que rompamos nuestras resistencias.
-          Para dejarnos amar necesitamos convertir nuestra mirada. Como Moisés ante la zarza ardiendo (Ex 3,1-6), necesitamos una mirada liberada de prejuicios, de expectativas... una mirada que no se vea determinada por nuestros deseos, nuestros anhelos de posesión, nuestras maneras de amar ya sabidas... una mirada abierta al misterio del "fuego que no se consume", que se me regala... y sólo me llama a contemplar y dejarme mirar... me llama a abrirme a lo sorprendente, a lo nuevo, a lo que no puedo poseer, ni muchas veces entender...
"Voy a mirar más de cerca", para dejarnos seducir por ese amor que no es cómodo, por ese amor que nos hace violencia, con su universalidad, gratuidad, desbordamiento... El amor con que Dios nos mira y nos ama nos introduce en la lógica del regalo, del misterio, de la gratuidad, de la desmesura, de lo incorrecto, de lo inmerecido, de lo innecesario, de lo subversivo. ¿Por qué me ama Dios de esta manera? El amor de Dios nos habla de la lógica del corazón.  Y nos enseña a mirar con el corazón. Por eso conecta con nuestras necesidades más profundas y a la vez nos deja al desnudo porque rompe nuestras falsas seguridades. (Por eso nuestro temor a dejarnos mirar en Él: "se tapó la cara")
Dios nos ama en su Hijo Jesús, muerto y resucitado, entregado por amor hasta dar la vida por nosotros. Por eso el amor de Dios es siempre amor encarnado, concreto, y a la vez amor de futuro. No nos deja instalados en lo conocido, sino que nos adentra en las posibilidades del presente, para encontrar la Vida en plenitud (Jn 10,10: "yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia")
-          Con su manera de amar nos introduce en "una hora nueva", que no surge naturalmente de la ya vivido, sino que irrumpe con signos y palabras nuevas, que tenemos que aprender a ver y reconocer con los ojos de la fe (¿cómo educarnos para ver al Dios que nadie ha visto nunca? 1Jn 4,12)
"El primer camino hacia Dios es el hombre
El primer paso el del amor concreto a los hermanos"
"Jesús se levantó de la mesa. Tomó una toalla, se ciñó, se puso a lavar los pies a los discípulos y a secarles con una toalla...Vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros... Esto ya lo comprenderás más tarde".
Como a aquellos primeros discípulos su manera de amar provoca en nosotros desconcierto, inseguridad, asombro (nadie pronuncia una palabra, ¿qué sentirían al ver al Maestro a sus pies?, vergüenza, incomodidad...) El Señor nos seduce sacándonos de nosotros mismos... y nos resistimos: "¿Tú lavarme los pies a mí? No me lavarás los pies jamás".
Nos cuesta imaginar cual es el deseo de Dios con nosotros, y sobre todo movernos en la lógica de lo gratuito, de lo inútil, de lo inmerecido... del abajamiento... Nos cuesta movernos en la dinámica del cortejo, de la seducción... porque nos sentimos vulnerables, pequeños, al descubierto... Cuando nos sentimos amados de esa manera no sabemos que se nos pide. Porque se nos ha colocado en nuevo registro.
Y como Pedro pensamos que es cuestión de hacer más, de poner empeño: "Señor, no sólo los pies sino hasta las manos y la cabeza".
Cuando lo único que el Señor nos pide es que estemos dispuestos, que nos dejemos, que no le impidamos amarnos. Que aprendamos a estar con los pies descalzos... que le dejemos espacio en nuestra vida, que respetemos su distancia, que acojamos su silencio... que vivamos con la certeza de que estar con Él, dejarnos mirar y amar por Él sólo nos puede hacer bien. Somos hijos suyos, Él nos cuida y quiere lo mejor para nosotros.
       "Sabiendo esto dichosos seréis si lo ponéis en práctica entre vosotros"
-          Para dejarnos amar necesitamos vivir con el latido del pobre.
Ante Dios sólo podemos vivir siendo pobres.
Cuando pretendemos poseer, defender, retener, acumular... cuando nos apoyamos en nosotros mismos, cerramos nuestro corazón a la novedad de Dios y dejamos de reconocer su presencia (nos quedamos "ciegos": ojos que no ven corazón que no siente).
Vivir  en presencia de Dios reclama disposición a no aferrarnos a nada, ni a nadie -por muy santo que sea-; a vivir ligeros de equipaje, en disposición a ponerlo todo, a la luz del Evangelio, en manos de los hermanos y los pobres
Ante este Dios amoroso sólo cabe abrir el corazón y reconocer todo lo que recibimos (1Cor 4,7:¿qué tienes que no hayas recibido?) ¡Cómo cambian las cosas cuando nos situamos en esta actitud y perspectiva de agradecimiento!
El pobre nos enseña esa sensibilidad para no ocultar su necesidad, para mostrar y compartir sus carencias. Para reconocerse con heridas y llagas, vulnerable, y sin muchos recursos para defenderse y caminar. El pobre vive con el corazón abierto a la sorpresa de la providencia y del encuentro (cada día "tiene que buscarse la vida"). Y sabe que igual le puede ir bien como mal.
El pobre vive con el corazón abierto porque depende de otros, no se siente dueño de nada ni de nadie. No puede sostenerse sólo por sí mismo. Por eso nos enseña en su precariedad a sostenernos sólo en Dios, a buscar la relación que alimenta. El pobre es un experto en las relaciones y sabe "sacar posibilidades" donde todo parece imposible. Porque se juega la vida en ello.
El pobre vive con las manos llagadas y abiertas porque reconoce en su vida las contradicciones del mundo, de su propia persona. El pobre es el que sabe que es vulnerable, que no es "puro", sino que lleva la carga de sus recaídas y tropiezos. Sabe reconocer que en él concurren torpezas, injusticias, pecados, contradicciones, que atraviesa dilemas, que la historia deja heridas que cuestan de sanar, que siguen sangrando... pero que la vida sigue latiendo con todo ello. Y por eso vive cada día con agradecimiento.

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