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viernes, 30 de agosto de 2013

El amor es la esencia del abandono

Es en el amor donde está la esencia del Abandono. Es por el camino misterioso de la entrega, que tantas veces nos desarma y nos confunde, que rompe nuestros planes y nos urge a ponernos de nuevo en marcha, (porque al igual que el profeta Jeremías, nos seduce y nos dejamos seducir por Él), por donde podemos llegar al Abandono al mismo tiempo que vamos creciendo en fidelidad, aunque a veces en nuestro interior nos rebelemos desconcertados, mientras nos dejamos "llevar", en un silencio "elocuente", sin palabras, "hasta donde no queremos ir". Es la hora en que el Espíritu nos ciñe como a Pedro, muy a pesar nuestro, haciéndonos comprender que se sube bajando, que se crece descendiendo, que se vive muriendo, entrando así en una etapa de la vida contemplativa a la que se accede a través de un largo, lento y doloroso proceso de purificación en medio de una gran oscuridad, donde no se ve nada, ni se sabe nada, si no es "la certeza" de que no avanzas, de que "estás perdiendo el tiempo". Pero una secreta sospecha te hace pensar a veces, que no estás solo, que el Espíritu anda por medio haciendo el camino que nos lleva a dejarnos caer en los brazos del Amado, a fiarnos de Dios. Un camino pobre, casi desconocido, poco transitado.
Hay como una continua comunión a la par que una continua renuncia (¿rebeldía?), que poco a poco te va transformando interiormente hasta relativizar muchas cosas, planes y razones que creías necesarias, y que a medida que te despojan, te conducen sin ser notado, a recorrer "los caminos de Dios", que "no son los nuestros". Hay también una experiencia larga de desierto y soledad, que no aciertas a descubrir ni a manifestar, por temor a equivocarte y ser mal interpretado, y porque no sabes con certeza lo que es, pero que inconscientemente te va alejando de lo que antes te llenaba o desconcertaba, para acercarte misteriosamente al que Es.
A veces se piensa erróneamente que la contemplación, que te lleva a arrojarte en los brazos de Dios, es una evasión, un pretexto para huir de la realidad, donde la vida se hace problema. Pero, es en la monotonía de la vida, en la entrega callada, alimentada por la plegaria silenciosa, plagada de distracciones, de gestos sin palabras, que apenas se perciben, y que por insignificantes y ordinarios, no se tienen en cuenta, ni apenas se valoran, donde se va forjando, soldando en silencio, sin ser notada, la unidad entre la vida y la contemplación, la entrega al Absoluto, que por caminos insospechados, te conducen como al buscador de la voluntad del Padre, al encuentro con el Amado. Un camino y un encuentro inexplicable, que se va gestando y desarrollando a través de "un estilo de vida", que no aciertas a explicar, y tampoco lo pretendes, porque parecería pedantería y quedaría devaluado al no ser comprendido.
Al entrar en este camino de Abandono se percibe, después de un trayecto en el que nada entiendes, ni ves, y que muchas veces te sume en el desconcierto y la duda, que todo sirve y ayuda para vivir la comunión con el Padre y acoger su presencia en la fe, que se manifiesta en la comunión con aquellos que nadie quiere, con los más abandonados. Creo que es el mismo Espíritu Santo el que te inspira a decir en lo más profundo de tu ser: "Padre mío, me abandono a Ti, haz de mí lo que quieras", "Hágase tu voluntad", "Gracias, Señor", o "Todo es gracia", que diría Santa Teresa de Lisieux.
En este caminar silencioso, en medio de gran oscuridad y aridez, como la misma vida de las pobres gentes, la persona se dirige hacia una oración sin palabras, o de "simple mirada", que le va haciendo descubrir en profundidad a Aquél que busca, abandonándose a Él a medida que crece la oración o el deseo de orar, al hacer de la vida toda una plegaria más o menos consciente, según la intensidad del momento, porque la oración se ha convertido en una necesidad. [...]
Siempre el encuentro con el Amado, el Abandono en sus manos, nos lleva a "volver a empezar", porque supone un enfrentamiento entre nuestra palabra y su Palabra, entre nuestro pensamiento y el suyo, entre Su Voluntad y la nuestra, entre lo que subyace muerto en nosotros y lo permanentemente vivo que Él nos ofrece. En definitiva: entre la muerte y la Resurrección y la Vida, porque en ese hacer la voluntad del Padre, está la raíz del Abandono.
Para esto no se exige edad, ni estado determinado, sino generosidad en la espera, fidelidad en la cita, gratuidad y confianza, pues el Abandono en los brazos del Padre está abierto a todo cristiano que ora sin reservas con la oración del Padre nuestro, sin esperar resultados inmediatos ni clamorosos, sino más bien el día "en que el ángel del Señor remueva el agua", y con su gracia dejamos empujar y zambullirnos movidos por el Espíritu de Dios en la piscina. De aquí la necesidad de la espera, de saber confiar, convencidos de que en un instante puede suceder lo inesperado, porque Dios es sorprendente y sorpresivo.


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