Advocación Mariana, 8 de mayo | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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Santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya
La Pontificia Basílica-Santuario Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya es una Pontificia Basílica menor y Santuario Mariano situada en la ciudad de Pompeya en la provincia de Nápoles (Campania, Italia).[1] [2]
El santuario está consagrado a Nuestra Señora del Rosario de Pompeya y es el principal santuario mariano de la región de la Campania y uno de los más importantes de Italia.
Leyenda
A comienzos del siglo XIX se instalaron en las cercanías de la antigua ciudad romana de Pompeya (sepultada por el volcán Vesubio en el año 79 d.C), familias de campesinos que erigieron una humilde capilla. En 1872 llegó al lugar un abogado llamado Bartolo Longo[1] (beatificado el 26 de octubre de 1980), quien descubrió que, después de la muerte del sacerdote, ya no habían misas en la capilla y pocos seguían firmes en la fe católica.
Una noche Longo vio en sueños a un amigo muerto años atrás que le dijo: "Salva a esta gente, Bartolo. Propaga el Rosario. Haz que lo recen. María prometió la salvación para quienes lo hagan".[1] A partir de aquí comenzó la reparación de la capilla y la afluencia de fieles que acudían a la misma a rezar el Santo Rosario.
En 1878, Longo obtuvo de un convento de Nápoles un cuadro de Nuestra Señora entregando el Santo Rosario a Santo Domingo y Santa Rosa de Lima. Puesta sobre el altar del templo, la sagrada imagen comenzó a obrar milagros.
El 8 de mayo de 1887, el cardenal Mónaco de la Valleta colocó a la venerada imagen una diadema de brillantes bendecida por el Papa León XIII. El día 8 de mayo se celebra la festividad mayor de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, llamada popularmente la "Madonna di Pompei" (la Virgen de Pompeya).[1]
La basílica actual
El actual santuario fue construido con las ofrendas espontáneas de los fieles de todo el mundo. Su construcción se inició el 8 de mayo de 1876. El 8 de mayo de 1891, se llevó a cabo la Solemne Consagración del nuevo Santuario de Pompeya. El santuario fue elevado a la dignidad de Basílica Pontificia por el Papa León XIII el 4 de mayo de 1901.[1]
En los años siguientes el santuario sobrevivió a grandes altercados, como la erupción del Vesubio en 1944 y la llegada de las tropas nazis que llegaron a amenazar con la destrucción del santuario.
El santuario fue visitado por el Papa Juan Pablo II el 21 de octubre de 1979 y el 7 de octubre de 2003, el actual Papa Benedicto XVI también lo visitó el 19 de octubre de 2008.
El santuario es actualmente un destino de grandes peregrinaciones religiosas, también acoge a muchos turistas fascinados por la majestuosidad de la basílica. Cada año, más de cuatro millones de personas visitan el santuario, que es por lo tanto, uno de los santuarios más visitados de Italia. En particular, el día 8 de mayo y el primer domingo de octubre, decenas de miles de peregrinos acuden a la ciudad de Pompeya, para celebrar la fiesta en honor de la Santísima Virgen del Rosario de Pompeya.[1]
Referencias
Enlaces externosVIRGEN DEL Rosario de Pompeya7 de Octubre
Ver también Nuestra Señora del Rosario
En el año 79 ocurrió la famosa erupción del Volcán Vesubio que sepultó a la pagana ciudad de Pompeya (Sur de Italia). Allí la aristocracia Romana gustaba pasar tiempo de recreo y fue sorprendida por la súbita destrucción.
A comienzos del siglo XIX se instalaron en la cercanía familias de campesinos que erigieron una humilde capilla. En 1872 llegó el abogado Bartolo Longo (beatificado el 26 de octubre de 1980), quien trabajaba para la Condesa Fusco, dueña de ésas tierras. Longo descubrió que, después de la muerte del sacerdote, ya no habían misas en la capilla y pocos seguían firmes en la fe.
Salva a esta gente Bartolo. Propaga el RosarioUna noche Longo vio en sueños a un amigo muerto años atrás que le dijo "Salva a esta gente, Bartolo. Propaga el Rosario. Haz que lo recen. María prometió la salvación para quienes lo hagan". Longo trajo de Nápoles muchos Rosarios para repartir.
Bartolo también animó a varios vecinos para que le ayuden a reparar la capilla. La gente comenzó a venir a rezar allí el rosario, cada vez en mayor número.
En 1878, Longo obtuvo de un convento de Nápoles un cuadro de Nuestra Señora entregando el Santo Rosario a Santo Domingo y Santa Rosa de Lima. Estaba deteriorado así que un pintor lo restauró. Este cambió la figura de la Santa Rosa por la de Santa Catalina de Siena. Puesta sobre el altar del Templo, aún inconclusa, la Sagrada imagen comenzó a obrar milagros. El 8 de mayo de 1887, el Cardenal Mónaco de la Valleta colocó a la venerada imagen una diadema de brillantes bendecida por el Papa León XIII y el 8 de mayo de 1891, se llevó a cabo la Solemne Consagración del nuevo Santuario de Pompeya, que existe actualmente. NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE POMPEYA
DEL ROSARIO DE POMPEYA 8. NOVENA PARA CASOS DIFÍCILES |
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¡Oh Santa Catalina de Siena, mi protectora y maestra! Tú que proteges a tus devotos cuando rezan el Rosario de María, asísteme en este instante, y dígnate rezar conmigo la Novena en honor de la Reina del Rosario, que ha colocado el trono de sus favores en el Valle de Pompeya, para que por tu intercesión obtenga yo la gracia que deseo. Así sea. Luego se dice: V. Dios, venid en mi ayuda.R. Señor apresuraos a socorrerme.V. Gloria al Padre y al hijo y al Espíritu Santo. R. Como era en el principio, ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos. Así sea. I. ¡Oh Virgen Inmaculada y Reina del Santo Rosario! en estos tiempos en que, apagada la fe en las almas, domina la impiedad, has querido levantar tu trono de Reina y Madre sobre la antigua Pompeya, morada de muertos paganos y desde aquel lugar, donde eran adorados los ídolos y demonios, Tú hoy, cual Madre de la divina gracia, derramas por doquiera los tesoros de las celestiales misericordias; ¡ah! desde aquel trono donde reinas vuelve, también a mí, oh María, esos tus ojos benignos, y ten piedad de mi, que tanto necesito de tu socorro. Muéstrate también conmigo cual te mostraste con tantos otros, verdadera Madre de misericordia, "Monstra te esse Matrem", mientras de todo corazón Te saludo e invoco por mi Soberana y por Reina del Santísimo Rosario. Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia… II. Mi alma rendida al pie de tu trono, oh grande y gloriosa Señora, te venera entre los gemidos y angustias que sobremanera la oprimen. En medio de las penas y agitaciones en que me hallo, levanto confiado los ojos hacia Ti, que te dignaste elegir para tu morada las campiñas de pobres y desamparados labriegos; y que frente a la ciudad y anfiteatro de deleites paganos, en donde reinan el silencio y las ruinas, cual Señora de las Victorias elevaste tu poderosa voz llamando de todas partes de Italia y del mundo católico a tus devotos hijos para que te levantasen un templo. ¡Oh! apiádate finalmente de está alma que yace aletargada bajo el polvo y las sombras de la muerte! Ten piedad de mi, ¡oh! Señora; ten piedad de mí que me hallo abrumado de miserias y humillaciones. Tú que eres exterminio de los demonios defiéndeme de los enemigos que me asedian. Tú que eres el Auxilio de los cristianos, sácame de las tribulaciones en que me hallo sumido. Tú que eres nuestra vida, triunfa de la muerte que amenaza mi alma en los peligros a que se halla expuesta. Devuélveme la paz, la tranquilidad, el amor, la salud. Así sea. Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia… III. ¡Ay!... el oír que tantos han sido colmados de favores sólo porque a Ti acudieron con fe, me infunde nuevo aliento y valor para llamarte en mi socorro. Tú prometiste a Santo Domingo que el que deseara gracias las obtendría con tu Rosario; y yo con el Rosario en la mano, te llamo, oh Madre, al cumplimiento de tus maternales promesas. Aún más: Tú misma, oh Madre, has obrado continuos prodigios para excitar a tus hijos a que te levantaran un templo en Pompeya. Tú, pues, quieres enjugar nuestras lágrimas y aliviar nuestros afanes; y yo con el corazón en los labios, con fe viva te llamo e invoco: ¡Madre mía! ¡Madre querida! ¡Madre bella!... ¡Madre dulcísima, ayúdame! Madre y Reina del Santo Rosario, no tardes más en tender hacía mí tu poderosa mano y salvarme; porque la tardanza, como ves, me llevaría a la ruina. Dios te salve, Reina y Madre de misericordia... IV. ¿Y a quién he de acudir yo sino a Ti, que eres el alivio de los miserables, el refugio de los desamparados, el consuelo de los afligidos? ¡Ah, si; lo confieso: abrumada miserablemente mi alma bajo el enorme peso de las culpas, no merece más que el infierno y es indigna de recibir tus favores! Mas, ¿no eres Tú la esperanza de quién desespera, la poderosa Medianera entre Dios y el hombre, la Abogada ante el trono del Altísimo, el Refugio de los pecadores? ¡Ah, basta que digas una sola palabra en mi favor a tu divino Hijo, para que El te escuche! Pídele, pues, oh Madre, la gracia que tanto necesito… (se pide la gracia que se desea). Sólo Tú puedes obtenérmela. Tú que eres mi única esperanza, mi consuelo, mi alegría, mi vida. Así lo espero, así sea. Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia… V. ¡Oh Virgen y Reina del Santo Rosario! Tú que eres la Hija del Padre celestial, la Madre del Hijo divino, la Esposa del Espíritu Santo; Tú que todo lo puedes ante la Trinidad Santísima, debes obtenerme esta gracia para mi tan necesaria, a no ser que sea de obstáculo para mi eterna salvación... (aquí se especifica la gracia que se desea). Te la pido por la Concepción Inmaculada, por tu divina Maternidad, por tus gozos, por tus dolores, por tus triunfos. Te la pido por el Corazón de tu amoroso Jesús, por aquellos nueve meses que lo llevaste en tu seno, por los trabajos y sinsabores de su vida, por su acerba Pasión y Muerte de Cruz, por su santísimo Nombre y por su sangre preciosísima. Te la pido, finalmente, por tu dulcísimo Corazón, por tu glorioso Nombre, ¡oh María! que eres Estrella del mar, Señora poderosísima, Puerta del paraíso y Madre de todas las gracias. En Ti confío.., todo lo espero de Ti: Tú me has de salvar. Así sea. Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia… V. Hazme digno de alabarte, oh Virgen Sagrada.R. Dame fortaleza contra tus enemigos.V. Ruega por nosotros, Reina del Santísimo Rosario.R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. ORACIÓN. Oh Dios, cuyo Hijo Unigénito con su vida, muerte y resurrección nos adquirió el premio de la salvación eterna, concédenos, os suplicamos, que meditando estos misterios en el Santísimo Rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos las virtudes que contienen y alcancemos los bienes que prometen. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Así sea. |
NUESTRA SEÑORA
DEL ROSARIO DE POMPEYA
SÚPLICA
DEL ROSARIO DE POMPEYA
SÚPLICA
3. Novena del Rosario: gozosos | 4. Novena del Rosario: dolorosos
5. Novena del Rosario: gloriosos | 6. Novena del Rosario: comunión espiritual7. Novenas del beato Bartolo Longo | 8. Para casos difíciles | 9. De acción de gracias
SÚPLICA A LA VIRGEN DE POMPEYA
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
I
¡Oh augusta Reina de las Victorias, oh Virgen soberana del Paraíso!, cuyo nombre poderoso alegra los cielos y hace temblar de terror a los abismos. ¡Oh gloriosa Reina del Santísimo Rosario!, nosotros, los venturosos hijos vuestros, postrados a vuestras plantas -en este día sumamente solemne de la fiesta de vuestros triunfos sobre la tierra de los ídolos y de los demonios-, derramamos entre lágrimas los afectos de nuestro corazón, y con la confianza de hijos os manifestamos nuestras necesidades.
Desde ese trono de clemencia donde os sentáis como Reina, volved, ¡oh María!, vuestros ojos misericordiosos a nosotros; a nuestras familias, a nuestra nación, a la Iglesia Católica, al mundo todo, y apiadaos de las penas y amarguras que nos afligen. Mirad, ¡oh Madre!, cuántos peligros para el alma y cuerpo nos rodean; cuántas calamidades y aflicciones nos agobian. Detened el brazo de la justicia de vuestro Hijo ofendido, y con vuestra bondad subyugad el corazón de los pecadores, pues ellos son nuestros hermanos e hijos vuestros, que al dulce Jesús costaron sangre divina y a vuestro sensibilísimo Corazón indecibles dolores. Mostraos hoy para con todos Reina verdadera de paz y de perdón.
Dios te salve, Reina y Madre...
II
En verdad, en verdad, Señora, nosotros, aunque hijos vuestros, con las culpas cometidas hemos vuelto a crucificar en nuestro pecho a Jesús y traspasar vuestro tiernísimo Corazón. Si, lo confesamos, somos merecedores de los más grandes castigos; pero tened presente, oh Madre, que en la cumbre del Calvario recibisteis las últimas gotas de aquella sangre divina y el postrer testamento del Redentor moribundo; y que aquel testamento de un Dios, sellado con su propia sangre, os constituía en Madre nuestra, Madre de los pecadores. Vos, pues, como Madre nuestra, sois nuestra Abogada y nuestra Esperanza. Y por eso nosotros, llenos de confianza, entre gemidos, levantamos hacia Vos nuestras manos suplicantes y clamamos a grandes voces: ¡Misericordia, oh María, misericordia!
Tened, pues, piedad, ¡oh Madre bondadosa!, de nosotros, de nuestras familias, de nuestros parientes; de nuestros amigos, de nuestros difuntos, y, sobre todo, de nuestros enemigos y de tantos que se llaman cristianos y, sin embargo, desgarran el amable Corazón de vuestro Hijo. Piedad también, Señora, piedad, imploramos para las naciones extraviadas, para nuestra querida patria y para el mundo entero, a fin de que se convierta y vuelva arrepentido a vuestro maternal regazo. ¡Misericordia para todos, oh Madre de las misericordias!
Dios te salve, Reina y Madre...
III
¿Qué os cuesta, oh María, escucharnos, qué os cuesta salvarnos? ¿Acaso vuestro Hijo divino no puso en vuestras manos los tesoros todos de sus gracias y misericordias? Vos estáis sentada a su lado con corona de Reina, rodeada de gloria inmortal sobre todos los coros de los Ángeles. Vuestro dominio es inmenso en los cielos, y la tierra con todas las criaturas os está sometida. Vuestro poder, ¡oh María!, llega hasta los abismos, puesto que Vos, ciertamente, podéis librarnos de las asechanzas del enemigo infernal. Vos, pues, que sois todopoderosa por gracia, podéis salvarnos; y si Vos no queréis socorrernos por ser hijos ingratos e indignos de vuestra protección, decidnos, a lo menos, a quién debemos acudir para vernos libres de tantos males. ¡Ah!, no: vuestro Corazón de Madre no permitirá que se pierdan vuestros hijos. Ese divino Niño, que descansa sobre vuestras rodillas, y el místico Rosario que lleváis en la mano nos infunden la confianza de ser escuchados, y con tal confianza nos postramos a vuestros pies, nos arrojamos como hijos débiles en los brazos de la más tierna de las madres, y ahora mismo, sí, ahora mismo, esperamos recibir las gracias que pedimos.
Dios te salve, Reina y Madre...
PIDAMOS A MARIA SU SANTA BENDICIÓN
Otra gracia más os pedimos, ¡oh poderosa Reina!, que no podéis negarnos en este día de tanta solemnidad. Concedednos a todos, además de un amor constante hacia Vos, vuestra maternal bendición. No, no nos retiraremos de vuestras plantas hasta que nos hayáis bendecido. Bendecid, ¡oh María!, en este instante al Sumo Pontífice. A los antiguos laureles e Innumerables triunfos alcanzados con vuestro Rosario, y que os han merecido el título de Reina de las Victorias, agregad este otro: el triunfo de la Religión y la paz de la trabajada humanidad. Bendecid también a nuestro Prelado, a los Sacerdotes y a todos los que celan el honor de vuestro Santuario. Bendecid a los asociados al Rosario Perpetuo y a todos los que practican y promueven la devoción de vuestro Santo Rosario.
1. La difusión de esta advocación se debe al beato Bartolo Longo (1841-1926) quién, tras una juventud marcada por el anticlericalismo de la época, en octubre de 1872 tuvo una experiencia religiosa extraordinaria nada mas llegar a Pompeya. Durante un paseo solitario por los alrededores, recordó las palabras de su confesor "Si quieres salvarte, propaga el Rosario. Es promesa de María". Trasportado interiormente respondió a María: "Si es verdad que tu has prometido a Santo Domingo que quién propaga el rosario se salva, yo me salvaré, porque no saldré de esta tierra de Pompeya sin haber propagado aquí tu Rosario". La respuesta llegó con el sonido de una campana lejana llamando al Angelus. Profundamente emocionado, Bartolo se arrodilló, oró y lloró. En la página oficial del Santuario de Pompeya se puede leer en español una extensa biografía de Bartolo Longo a quién Juan Pablo II beatificó el 26 de octubre de 1980.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. |
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