LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
PADRE NUESTRO
Padre nuestro
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén. |
Pater Noster
Pater noster qui es in caelis:
sanctificetur Nomen Tuum; adveniat Regnum Tuum; fiat voluntas Tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a Malo. Amen |
Jueves, 09 o Domingo 12/05/2013, solemnidad de la Ascensión del Señor, del ciclo C.
Jesús nos dice:
"Pero yo os digo la verdad:
Os conviene que yo me vaya;
porque si no me voy,
no vendrá a vosotros el Paráclito;
pero si me voy,
os lo enviaré" (JN. 16, 7).
Ejercicio de lectio divina de LC. 24, 46-53.
1. Oración inicial.
Oremos con gran gozo porque, la Pasión, la muerte y la Resurrección de Nuestro Salvador, fueron profetizadas, en las antiguas Escrituras.
¿Qué les diríamos a nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, si quisiéramos evangelizarlos? Los primeros cristianos, tenían muy clara la respuesta a esta pregunta. Ellos predicaban incesantemente la conversión, el perdón de los pecados, y la Pasión, la muerte y la Resurrección de Jesús.
La predicación del Evangelio debe llegar a toda la humanidad. No nos conformemos con predicar en nuestros grupos parroquiales o en nuestro entorno familiar. Si no nos abrimos al mundo, sucederá que cada día, sin que nos percatemos de ello, se reducirá el número de los que dan la cara por el Dios Uno y Trino, drásticamente.
Nosotros somos testigos del Ministerio de Jesús, y de la realización de su obra redentora. Muchos son los que reciben el Sacramento de la Confirmación con el deseo de que se les aumente la fe, ignorando que ello les impulsa a ser testigos de las palabras y obras de Jesús, y a imitarlas, en conformidad con la grandeza de la fe que sean capaces de albergar en sus corazones.
Jesús envía la promesa del Padre, -el Espíritu Santo-, a quienes están bautizados y confirmados. Jesús les dijo a sus discípulos que permanecieran en Jerusalén hasta que recibieran el poder del Espíritu Santo, lo cual es una invitación a que no nos distanciemos de la Iglesia, a fin de que también seamos receptores de los dones del Paráclito, y aprendamos a ejercitarlos convenientemente, para crecer espiritualmente, y ganar a nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, por medio de nuestra predicación, y del ejemplo de fe viva que les demos.
Jesús bendijo a sus amigos antes de ser ascendido al cielo. No permitamos que la visión de nuestras dificultades nos haga olvidar que el Señor nos bendice constantemente, a fin de que nos sintamos motivados, a ser buenos cristianos.
Mientras Jesús bendecía a sus amigos, se separó de ellos, y fue llevado al cielo. Si entendemos que el cielo es el estado de perfecta identificación de Jesús con el Padre como Hombre, -porque el Mesías nunca dejó de ser Dios-, y nuestra con el Redentor de la humanidad, reconoceremos que, cuando el Hijo de María fue ascendido al cielo, en lugar de distanciarse de nosotros, se nos hizo el encontradizo de una manera especial, así pues, nos podremos percatar de este hecho, en la medida que sintamos que tenemos fe, en el Dios Uno y Trino.
Cuando los discípulos perdieron a Jesús de vista, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y alabaron a Dios. Dado que los amigos de Jesús eran judíos, alabaron a Yahveh en el Templo, hasta que los líderes del Judaísmo actuaron contra ellos, y comprendieron que debían distanciarse de la religión de sus padres, para no rechazar a su Maestro y Señor.
Oremos:
Consagración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno
de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi Director, mi Luz, mi Guía, mi Fuerza, y todo el amor de mi Corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús.
Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén.
(Desconozco el autor).
2. Leemos atentamente LC. 24, 46-53, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo
U Conclusión del santo evangelio según san Lucas 24, 46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo.
Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.
Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 24, 46-53.
3-1. ¿Existe una contradicción entre la primera lectura y el Evangelio de hoy?
En la primera lectura de la presente solemnidad, leemos:
"El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios" (HCH. 1, 1-3).
San Lucas nos dice en los Hechos de los Apóstoles que Jesús instruyó a sus Apóstoles durante los cuarenta días siguientes al Domingo de Resurrección antes de ascender al cielo, y, en su Evangelio, nos dice que el Señor ascendió al cielo, el Domingo de Pascua. ¿Qué sucedió en realidad? Los relatos neotestamentarios, no son relatos exactos semejantes a las crónicas periodísticas, históricas, o de otros géneros, que se escriben en la actualidad, pues son relatos de los hechos que narran, y de cómo los vivían los primeros cristianos. Cuando San Lucas escribió sus dos libros, ya existía la costumbre de fortalecer la fe de los creyentes durante el tiempo de Pascua, en cierta manera, como si se les evangelizara partiendo del kerigma, como si nunca hubieran tenido fe. Teniendo esto en cuenta, San Lucas nos dice que Jesús ascendió al cielo, y que ello se celebra durante una cuarentena semejante a la Cuaresma, en que los cristianos tienen la oportunidad de recordar las verdades esenciales de su fe, y de fortalecer la misma, así pues, no existe ninguna contradicción, entre la primera lectura, y el texto evangélico, que estamos considerando.
3-2. El kerigma.
"y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén" (LC. 24, 46-47).
El Evangelio que estamos considerando, es un extracto de la última aparición de Jesús a sus discípulos, antes de ascender al cielo. San Lucas nos dice que Jesús "abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras" (CF. LC. 24, 45), según las cuales, el Cristo, -el ungido por Dios-, tendría que padecer, para, posteriormente, ser resucitado de entre los muertos. Teniendo en cuenta las dificultades que muchos predicadores tenemos para hablarle de Dios a la gente de nuestro tiempo, impresiona el hecho de cómo los primeros cristianos, les soltaban a sus creyentes las verdades más difíciles de creer, de sopetón, y, por si fuera poco, les decían que Jesús murió, para permitirles convertirse al Evangelio, a fin de que les fueran perdonados sus pecados. Tal creencia se ha mantenido durante veinte siglos, a veces, a costa de grandes sacrificios, pero, desgraciadamente, a muchos de nuestros hermanos, les faltan fe y convicción, para seguir predicándola.
¿Qué sentido tiene el hecho de que nos sintamos responsables de la muerte de la víctima de la envidia de ciertos líderes judíos que acaeció hace prácticamente veinte siglos? Lógicamente, no vamos a ganar nada mortificándonos para perder tiempo hiriéndonos inútilmente, pero, si juzgamos tal creencia partiendo de la Resurrección de Jesús, nos percatamos de que la misma es muy útil, porque, tal como Jesús venció a la muerte y fue ascendido al cielo, venceremos nuestras dificultades actuales. Cuando conozcamos las razones por las que sufrimos, nos alegraremos, porque veremos cómo Dios se valió de las mismas, para manifestarnos su inmenso amor.
Es importante que el Evangelio le sea predicado a toda la humanidad, y no sea retenido por grupos cerrados. Es necesario que los cristianos nos concienciemos de la necesidad existente de predicadores que den la cara por el Dios Uno y Trino. Si solo les predicamos a algunos de nuestros hermanos de fe y a aquellos de nuestros familiares de quienes sabemos que nos atienden, impediremos que nuestra fe crezca, y obstaculizaremos el necesario aumento de hijos de la Iglesia. Evitemos negarnos a ser evangelizadores pensando que los no creyentes no quieren saber nada de Dios, y busquemos la forma de acercarnos a ellos, si es necesario, iniciando nuestra predicación, pidiendo perdón por nuestros errores, e incluso por nuestra incapacidad de acercarlos a Dios, partiendo de sus necesidades y deseos.
3-3. Somos testigos de Cristo Resucitado.
"Vosotros sois testigos de estas cosas" (LC. 24, 48).
Conozcamos a Jesús hasta que pueda decirse de nosotros, con toda certeza, que somos testigos de las palabras y obras, de Nuestro Salvador. Testifiquemos sobre la Pasión, la muerte, la Resurrección, y la glorificación, del Hijo de Dios y María. Si somos testigos del Señor, actuaremos cada día de nuestra vida, no a nuestro modo, sino a la manera del Señor. ¿Llevaremos a cabo este apasionante reto, o nos dejaremos arrastrar por la falta de fe, la pereza, o el miedo a no imitar la conducta de Jesús, por si acontece que pecamos?
-Que los bautizados vivan su fe, y los confirmados sean fieles testigos de Cristo Rey.
-Que quienes se confiesan sean santos, para, en vez de confesar sus pecados, confiesen la fe que transforma su existencia, por obra y gracia, del Espíritu Santo.
-Que quienes reciben al Señor eucaristizado, hagan del cumplimiento de la voluntad del Dios Uno y Trino, su alimento espiritual.
-Que quienes reciben la Unción de los enfermos, sean sanados, tanto física como espiritualmente, o, si han concluido su camino de purificación y santificación, que sean recibidos, en la presencia de Nuestro Padre común.
-Que quienes reciben el Sacramento del Orden sean ejemplos de amor y servicio para quienes tenemos la posibilidad de seguir su humilde y fiel ejemplo de fe viva.
-Que quienes reciben el Sacramento del Matrimonio, nos enseñen a vivir la fe a nivel familiar y comunitario, compartiendo gozos, fatigas y dolores, teniendo en cuenta las siguientes palabras, del Santo Apóstol:
"Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio" (ROM. 8, 28).
3-4. Permanezcamos unidos como Iglesia, mientras que el Espíritu Santo termina de purificarnos y santificarnos, según le permitamos que nos aumente la fe.
"«Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto"" (LC. 24, 49).
Dado que no podemos sentir físicamente la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, debemos conocerlo, por medio del estudio de la Palabra de Dios, y la práctica constante de la oración. Dado que escasean los predicadores del Evangelio en nuestra Iglesia, oremos para que Dios nos envíe predicadores religiosos y laicos, capaces de hacernos comprender, cómo actúa el Espíritu Santo en nuestra vida, a fin de que nos enseñen a relacionarnos con el Paráclito.
Mientras somos purificados y santificados por el Espíritu Santo, permanezcamos unidos como hijos de la Iglesia, pues, el hecho de relacionarnos con quienes compartimos virtudes, defectos y pecados, nos ayuda a crecer espiritualmente.
El Papa Francisco dijo el 06/05/2013:
"No se puede entender la vida cristiana sin la presencia del Espíritu Santo".
Nosotros no podemos crecer espiritualmente por nuestros medios. Esa es la razón por la que, San Juan, en el Evangelio del Domingo VI de Pascua del ciclo C, describió la obra del Espíritu Santo en nosotros, con las siguientes palabras:
"Pero el Paráclito, el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre,
os lo enseñará todo
y os recordará todo lo que yo os he dicho" (JN. 14, 26).
Si recordamos que el Espíritu Santo nos da a conocer las revelaciones divinas profundamente, y nos mantiene palpitante el recuerdo de las enseñanzas de Jesús, comprendemos las palabras del papa Francisco mencionadas anteriormente, perfectamente. Alguien dijo que el Espíritu Santo es el gran desconocido, así pues, o aprendemos a relacionarnos con Él, y a dejarnos impulsar por sus certeras inspiraciones, o no podremos tener una fe ejemplar, en el Dios Uno y Trino. Para comprender cómo debemos dejarnos impulsar por el Espíritu Santo, debemos recordar cómo nos fiábamos de nuestros padres, cuando éramos muy pequeños, y hacíamos todo lo que nos decían que hiciéramos, porque confiábamos en ellos, plenamente.
3-5. Jesús ascendió al cielo, bendiciendo a sus discípulos.
"Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo" (LC. 24, 50-51).
Los amigos de Jesús debieran haberse sentido tristes en cierta forma, tal como nos sucede a nosotros, cuando pensamos en nuestras preocupaciones, cuando el Mesías fue ascendido al cielo. Los discípulos de Jesús no se sintieron tristes, porque comprendieron que, el ascenso de Jesús al cielo, era su perfecta vinculación al Padre y al Espíritu Santo como Hombre, pues ello les hacía esperar la conclusión de su purificación y santificación, a fin de que se cumplieran, las siguientes palabras, del Hijo de Dios y María:
"«No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios: creed también en mí.
En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;
si no, os lo habría dicho;
porque voy a prepararos un lugar.
Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar,
volveré y os tomaré conmigo,
para que donde esté yo
estéis también vosotros" (JN. 14, 1-3).
Jesús no solo pronunció las citadas palabras pensando en sus discípulos del siglo primero, pues tuvo en mente, a sus seguidores, de todos los tiempos. Jesús está en el cielo disponiéndose a recibirnos en la presencia de Nuestro Padre común, cuando seamos plenamente purificados y santificados, a fin de que le dejemos, convertir la tierra, en su Reino de amor y paz.
3-6. Postrémonos ante el Señor, y alabémosle con nuestras palabras y obras.
"Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios" (LC. 24, 52-53).
Los amigos del Señor, no comprendían que arrodillarse ante el Mesías era una vergonzante humillación, sino un gesto mediante el que aceptaban su pequeñez, y la grandeza del Hijo de María, a quien le confiaron sus vidas, para que los enseñara a cumplir la voluntad de Nuestro Padre común, tal como lo hizo Él.
Después de ver cómo Jesús fue ascendido al cielo, los discípulos del Señor no se fueron cada uno por su lado, sino que se volvieron a Jerusalén, -es decir, permanecieron unidos, como miembros de la Iglesia de Cristo-. Mientras aguardaban la venida del Espíritu Santo sobre ellos que aconteció en Pentecostés, alababan al Señor sin cesar con sus obras y palabras, y lo bendecían en el Templo de la ciudad santa, porque, como buenos judíos, permanecían fieles a su religión. ¡Qué buenos ejemplos de fe fueron los amigos de Jesús para los cristianos tibios de nuestro tiempo!
3-7. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.
3-8. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en LC. 24, 46-53 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Existe una contradicción entre la primera lectura y el Evangelio de hoy? ¿Por qué?
¿Por qué dice San Lucas en los Hechos de los Apóstoles que Jesús instruyó a sus Apóstoles durante cuarenta días antes de ascender al cielo, y en su Evangelio afirma que los instruyó el Domingo de Pascua, antes de su Ascensión?
¿Son los relatos neotestamentarios semejantes a las crónicas periodísticas que estamos acostumbrados a leer en la actualidad? ¿Por qué?
¿Cómo debe ser nuestra instrucción espiritual en el tiempo de Pascua?
3-2.
¿Sabes qué es el kerigma?
¿Cómo fue posible que los discípulos de Jesús comprendieran que la realización de nuestra redención por parte del Señor fue profetizada en el Antiguo Testamento?
¿Por qué se les anuncia el kerigma a quienes desean ser bautizados?
¿en qué sentido es bueno sentirnos responsables de la muerte de Jesús?
¿Por qué debe serle predicado el Evangelio a toda la humanidad, y no ser retenido por grupos cerrados?
¿Qué sucederá si no ayudamos a los religiosos a predicar la Palabra de dios?
¿Nos sentimos capaces de predicar el Evangelio humildemente y estamos dispuestos a ser rechazados por ello, sin renunciar a la realización de nuestra misión?
3-3.
¿Cómo podemos ser testigos de Jesús Resucitado?
¿Qué sucederá si nos convertimos en testigos del Señor?
¿Llevaremos a cabo este apasionante reto, o nos dejaremos arrastrar por la falta de fe, la pereza, o el miedo a no imitar la conducta de Jesús, por si acontece que pecamos?
3-4.
¿Qué debemos hacer para sentir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida?
¿en qué sentido nos ayuda a crecer espiritualmente el hecho de relacionarnos estrechamente con los miembros de nuestras comunidades de fe?
¿Por qué no se puede entender la vida cristiana sin la presencia del Espíritu Santo?
¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nuestras vidas?
¿Por qué nos será difícil tener fe en Dios, si no nos confiamos al Espíritu Santo?
3-5.
¿Por qué no se sintieron tristes los amigos de Jesús cuando vieron cómo el Señor fue ascendido al cielo?
¿Qué está haciendo Jesús en el cielo?
3-6.
¿Cómo entendieron los amigos de Jesús el hecho de postrarse ante el Señor?
¿Para qué le confiaron los Apóstoles de Jesús sus vidas al Señor?
¿Por qué no se desvincularon los amigos de Jesús cuando el Mesías fue ascendido al cielo? ¿Qué enseñanza nos aporta este hecho?
¿Vivimos alabando a Dios con nuestras palabras y obras constantemente?
5. Lectura relacionada.
Lee HCH. 1, 1-11, para conocer el segundo relato de San Lucas, de la Ascensión de Nuestro Salvador, al cielo.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús en las diversas etapas de su Pasión. Pensemos en cómo el Señor oró en el huerto de Getsemaní, cómo lo juzgaron ilegalmente para asesinarlo, y cómo se dejó maltratar y crucificar, para demostrarnos el amor que, el Dios Uno y Trino, siente por nosotros.
Contemplemos a Jesús Resucitado, como vencedor de la muerte, y de las debilidades de los hombres.
Contemplémonos impedidos para superarnos a nosotros mismos, e incluso desesperanzados, porque pensamos que nuestras dificultades no se resolverán en un corto espacio de tiempo.
Contemplemos a Jesús glorificado, y visualicémonos en la presencia del Dios Uno y Trino, más allá de las dificultades, por cuya visión, sufrimos.
Contemplemos cómo la conversión al Señor y el perdón de nuestros pecados, hacen de nosotros nuevas personas, a pesar del esfuerzo que nos supone, aumentar nuestra fe, en el Dios Uno y Trino.
Pensemos lo maravilloso que sería el hecho de que nos relacionáramos con todos nuestros hermanos de fe con quienes celebramos la Eucaristía, pues desconocemos a muchos de los tales.
Oremos para que el Evangelio sea conocido y aceptado por toda la humanidad, y trabajemos, arduamente, para que ello suceda.
Pensemos en el gozo y la responsabilidad que supone para nosotros, ser testigos de las palabras, la obra redentora, la Pasión, la muerte, la Resurrección, y la glorificación, del Hijo de dios y María.
Visualicémonos unidos a nuestros hermanos de fe, junto a quienes se ha fortalecido nuestra creencia en el Dios Uno y Trino, y hemos recibido el poder del Espíritu Santo, para ser tan buenos hijos de Dios, como nos lo permita la fe que tenemos.
Pensemos que, al ser hermanos de Jesús, seremos glorificados en la presencia del Dios Uno y Trino, cuando le permitamos al Espíritu Santo, concluir nuestra purificación, y nuestra santificación.
Reconozcamos nuestra pequeñez, y la grandeza del Dios Uno y Trino. No sintamos vergüenza por el hecho de rezar postrados. Nuestra postración ante el Señor, es el inicio de nuestra glorificación.
A imitación de quienes vieron cómo Jesús fue ascendido al cielo, volvamos a Jerusalén, -es decir, permanezcamos unidos a la Iglesia, alabando al Señor con nuestras obras y palabras, mientras el Espíritu Santo concluye, nuestra purificación, y nuestra santificación-.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 24, 46-53.
Comprometámonos a hacer algún gesto que simbolice nuestra adhesión al Dios Uno y Trino y a su Iglesia.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Ayúdame a tener una fe inquebrantable, a fin de que pueda superar mis defectos, y cada día, pueda parecerme más a ti.
9. Oración final.
Lee los Salmos 47 y 110, pensando que el Espíritu Santo te ayudará a vencer las dificultades que caracterizan tu vida, y que serás glorificado junto a Cristo, cuando concluya el proceso de tu purificación y tu santificación.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de Jerusalén.
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