Abad, 28 de marzo | ||||||||||||||||||||
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Esteban Harding
BiografíaEsteban Harding nació en Dorset (Inglaterra). Se sabe que hablaba inglés antiguo, normando y latín. Joven, ingresó en la abadía de Sherborne, pero la dejó y se convirtió en un estudiante itinerante que visitaba diversos monasterios donde aprendía y enseñaba.Llegó a la abadía de Molesme, en la Borgoña, que había fundado Roberto de Molesme, que era el abad. Pronto, sin embargo, la comunidad tuvo problemas de convivencia y algunos monjes se rebelaron; Roberto se marchó, y el prior Alberico y Esteban se marcharon con él, hasta que los otros monjes los llamaron y Alberico volvió. Roberto y Esteban permanecieron solos y Alberico, viendo que a Molesme no podría llevar a término su ideal monástico, fue, con veintidós monjes más, a reencontrarlos. Los tres fueron hasta Cîteaux, en la diócesis de Châlons, donde en 1098 fundaron una comunidad con una forma de vida diferente a la benedictina de aquel entonces y que fue el origen de la Orden Cisterciense.[1] Roberto fue el primer abad de Císter, pero el año siguiente se marchó de nuevo a Molesme y Alberico lo sucedió, hasta que murió en 1108. Esteban Harding se convirtió entonces en el tercer abad de Císter. Como abad condujo el monasterio a un periodo grande crecimiento. En 1112 recibió la visita de Bernardo de Claraval, que se quedó y se hizo monje. Entre 1112 y 1119, doce nuevas casas cistercienses fueron fundadas. Para ellas, Esteban escribió, en 1119, la Carta charitatis ("Carta del amor"), documento fundamental de la orden cisterciense, que establece los principios. Durante veinticinco años, Esteban rigió la abadía y toda la orden cisterciense, siendo el responsable directo de la consolidación y crecimiento. Hacia 1125, fundó el primer monasterio femenino de la orden en Tart-l'Abbaye (Borgoña), dando origen a las congregaciones de monjas cistercienses. En 1133, renunció al cargo a causa de la edad y la mala salud y murió el año siguiente, el 28 de marzo de 1134. Referencias
Enlaces externos
San Esteban Harding, abad
fecha: 28 de marzo
fecha en el calendario anterior: 17 de abril n.: c. 1060 - †: 1134 - país: Francia canonización: Conf. Culto: Gregorio XV 1623 hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Cister, en Borgoña, san Esteban Harding, abad, que, junto con otros monjes, llegó de Molesmes y estuvo, más tarde, al frente de este célebre cenobio, donde instituyó a los hermanos conversos, recibió a san Bernardo con treinta compañeros y fundó doce nuevos monasterios, uniéndolos con el vínculo de la Carta de Caridad, para que no hubiese discordia alguna entre ellos, de modo que los monjes actuasen con unidad de amor, de Regla y con similares costumbres.
refieren a este santo: San Alberico, San Roberto de Molesmes
San Esteban Harding, el inglés que colaboró en la fundación del monasterio de Citeaux y dio la forma definitiva a las constituciones de la Orden Cisterciense, se educó en la abadía de Sherborne, en Dorsetshire. No sabemos nada sobre sus padres ni sobre su familia. Según parece, al salir de la abadía no estaba decidido a hacerse monje. Primero fue a Escocia y luego a París, probablemente a estudiar y a conocer el mundo. Hizo un viaje a Roma con un amigo; en realidad se trataba de una peregrinación propiamente dicha, pues ambos jóvenes recitaban diariamente juntos todo el salterio. A la vuelta, al pasar por un bosque de Borgoña, llegaron a una especie de aldea de toscas cabañas. Los habitantes eran monjes que llevaban vida de pobreza y dividían su tiempo entre la oración y el rudo trabajo manual. Su abnegación y austeridad conquistaron a san Esteban, quien se despidió de su amigo y se quedó a vivir con los monjes en Molesmes. Allí encontró Esteban en san Roberto, el abad, y san Alberico, el prior, espíritus semejantes al suyo; para los tres era motivo de consuelo la comunión de plegaria y mortificación y la pobreza en que vivían, que en ciertas ocasiones llegaba a la carencia absoluta de todo. Sin embargo, al cabo de algunos años, el espíritu de la comunidad había bajado y, en 1098, el abad Roberto, acompañado de Alberico, Esteban y otros cuatro monjes, fue a Lyon a ver al arzobispo Hugo, que era también el delegado pontificio en Francia, para pedirle permiso de abandonar Molesmes. El arzobispo comprendió sus razones y, en un documento cuyo contenido ha llegado hasta nosotros, les dio el permiso que solicitaban. San Roberto dispensó a los monjes del voto de obediencia a él y partió de Molesmes con veinte de los suyos. No sabemos exactamente si erraron al acaso, o si ya desde antes habían escogido para la nueva fundación el sitio más solitario y salvaje que conocían. Como quiera que fuese, llegaron a Citeaux, que no era entonces más que un prado perdido en el bosque, lejos de la civilización. Rainaldo, el señor de aquellas tierras, les regaló de buena gana el prado y Odón, el duque de Borgoña, a quien el arzobispo Hugo había puesto al tanto del asunto, les envió algunos albañiles para que los ayudasen en la construcción del monasterio. El 21 de marzo de 1098, se inauguró la nueva abadía; Roberto era el abad, Alberico el prior y Esteban el subprior. Pero el año siguiente, los monjes de Molesmes, que necesitaban mucho a su antiguo abad, pidieron a Roma que mandase volver a Roberto. En realidad, Roberto no había sido nunca la cabeza del movimiento de Citeaux y parece que volvió con gusto a Molesmes, a juzgar por la alusión que se encuentra en una carta de la época a la «habitual versatilidad» de Roberto. Alberico fue nombrado abad de Citeaux y Esteban prior. Pero las dificultades de la nueva fundación estaban apenas empezando. La transformación del bosque en tierra laborable tomó cierto tiempo y los monjes atravesaron algunos períodos de gran estrechez; pero no perdieron el ánimo y siguieron sirviendo a Dios en la práctica de la regla de san Benito, con algunas modificaciones que tendían a hacerla aún más rigurosa. En 1109, murió san Alberico y Esteban le sucedió en el cargo de abad. En su primer decreto prohibió que los magnates tuviesen cortes en Citeaux, aunque con ello privaba a la abadía de su principal apoyo humano y se malquistó, durante algún tiempo, con el duque Hugo, el sucesor de Odón. Su segundo decreto fue todavía más severo, pues prohibió el uso de objetos costosos en la liturgia y suprimió toda pompa; los cálices debían ser simplemente plateados, las casullas de tejido ordinario, etc. El efecto inmediato de estas medidas fue disminuir el número de visitantes y, sobre todo, el número de novicios, cosa que ya desde antes preocupaba a los monjes. Así, llegó el día en que el monasterio se hallaba prácticamente en la miseria, pero los monjes permanecieron leales a su superior. Entonces el abad, en un acto de total confianza en Dios, mandó a uno de los monjes al mercado de Vézelay a comprar tres carros y tres caballos y le ordenó que los cargase con víveres. Cuando el monje le pidió el dinero necesario, el abad replicó que sólo tenía tres céntimos. El monje partió obedientemente; al llegar a Vézelay contó a un amigo suyo la situación en que se hallaba. El buen hombre corrió al punto a la cabecera de un rico vecino, que estaba en su lecho de muerte y consiguió que éste pagase toda la mercancía. Sin embargo, el número de monjes seguía disminuyendo en Citeaux. Una misteriosa epidemia empezó a diezmar a los que quedaban, de suerte que Esteban, a pesar de su heroico valor, no pudo menos de preguntarse si estaba haciendo realmente la voluntad de Dios. En esa situación, pidió a un monje moribundo que, si Dios se lo permitía, volviese de la tumba a iluminarle sobre la voluntad del Señor. Poco después de su muerte, el monje se apareció a Esteban, cuando éste iba a partir al campo, y le dijo que Dios no sólo estaba contento de su manera de proceder, sino que el monasterio se vería muy pronto lleno de monjes que, «como abejas afanosas que revolotean alrededor de la colmena, irían a fundar nuevas colonias en diversas partes del mundo». Satisfecho con esa respuesta del cielo, Esteban aguardó pacientemente el cumplimiento de la profecía. ¡Pero nadie hubiera podido prever hasta qué punto se iba a cumplir! Un día se presentaron a la puerta del monasterio treinta jóvenes, quienes manifestaron al asombrado portero que habían ido a solicitar la admisión en la vida religiosa. Todos eran de noble linaje, en el pleno vigor de la juventud. El que capitaneaba al grupo, era un mozo de singular apostura, llamado Bernardo. Sintiéndose llamado a la vida religiosa y no queriendo separarse de sus amigos y parientes, se había ganado, uno tras otro, a sus hermanos, a un tío y a varios de sus conocidos. Después de ese momento culminante, el monasterio no tuvo que temer ya ni la falta de novicios, ni el hambre, pues Francia entera empezó a admirar al Cister. También fue el momento culminante en la vida de san Esteban. A partir de ese momento, casi desapareció de los ojos del mundo, entregado como estaba a dos grandes tareas: la formación de san Bernardo y la redacción de las constituciones de la Orden Cisterciense. El número de novicios obligó pronto a los monjes a fundar una nueva abadía en Pontigny, a la que siguieron las de Morimond y Claraval. Para gran sorpresa de todos, Esteban nombró a Bernardo abad de Claraval, aunque éste no tenía más que veinticuatro años. Con el objeto de mantener los lazos entre Citeaux y sus filiales, san Esteban dispuso que todos los abades se reuniesen cada año en capítulo general. En 1119, había ya nueve abadías dependientes de Citeaux y Claraval. Entonces, san Esteban redactó los estatutos, conocidos con el nombre de «Carta de Caridad», que organizaban la Orden Cisterciense y determinaban su modo de vida. Siendo ya muy viejo y casi ciego, san Esteban renunció al báculo abacial para prepararse a morir. Ya en su lecho de muerte, oyó a unos monjes decir, en tono de alabanza, que sin duda iba a presentarse sin temor al juicio de Dios; irguiéndose entonces en el lecho, les dijo: «Os aseguro que voy a presentarme ante Dios con temor y temblor, como si ninguna cosa buena hubiese hecho en mi vida, porque lo que pude haber hecho de bueno y el fruto que haya podido recoger, son obra de la gracia de Dios. Tengo miedo de haber administrado la gracia con menos celo y humildad de lo que debiera». Esas fueron sus últimas palabras. Nunca hubo, propiamente hablando, una canonización formal, pero el Card. Baronio inscribió su nombre en el Martirologio Romano, y el capítulo general de la Orden confirmó su culto en 1623. Los materiales para el estudio de la primitiva historia de la Orden del Cister son relativamente numerosos. Los principales son el Exordium Parvum, el Exordium Magnum, las crónicas de Guillermo de Malmesbury y Ordericus Vitalis y una vida de san Roberto de Molesmes. El P. Dalgairns publicó en la colección Lives of English Saints, una excelente biografía de san Esteban Harding, reeditada en 1898 con algunas notas por el P. Herbert Thurston, y en 1946, en los Estados Unidos, Gregor Müller escribió varios artículos importantes sobre los primeros años de Citeaux en Die Cistercienser-Chronik; ver sobre todo eI que se titula Citeaux unter dem Abte Alberich, vol. XXI (1909), nn. 239-243. Sobre la Carta de Caridad, véase D. Knowles, The Monastic Order in England (1949), pp. 208-216.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Esteban Harding
P R O L O G O Antes de que las abadías cistercienses comenzasen a florecer, el Abad Dom Esteban y sus hermanos, para evitar tensiones entre los obispos y los monjes, establecieron que de ningún modo se fundasen abadías en la diócesis del obispo que no aprobase y ratificase el Decreto elaborado y aprobado por la comunidad de Císter y las que de ella procedían. En este Decreto dichos hermanos, preocupados por la paz futura aclararon, establecie ron y legaron a las futuras generaciones cómo, de qué manera y con qué caridad permanecerían indisolublemente unidos sus monjes, dispersos físicamente en las abadías de las diversas regiones. También pensaban que este Decreto debía llamarse CARTA DE CARIDAD, porque no pretendían en absoluto otro tipo de impuesto que no fuera la caridad, ni otro beneficio más que el bien espiritual y temporal de todos los hermanos. COMIENZA LA CARTA DE CARIDADCAPITULO ILa iglesia madre no exigirá a la hija ningún impuesto Puesto que todos nos recocemos siervos inútiles del único y verdadero Rey, Señor y Maestro, no queremos imponer ninguna obligación económica ni ningún impuesto a nuestros abades o a nuestros hermanos los mojes, a los que, por nuestro medio -aunque seamos los más míseros de los hombres- la piedad divina estableció en diversos lugares bajo la disciplina regular. Deseosos de serles útiles, así como a todos los hijos de la santa Iglesia, determinamos que no queremos hacer nada con relación a ellos que les resulte gravoso, ni nada que disminuya su haber, por miedo a que deseando enriquecernos con su pobreza no podríamos evitar el vicio de la avaricia, que, según el apóstol, es una idolatría. Sin embargo, movidos por la caridad, hemos querido conservar la solicitud por sus almas a fin de que puedan volver a la rectitud de vida, caso que -lo que Dios no permita- se hubieren apartado, por poco que sea, de su santo proyecto de vida y observancia de la santa Regla. CAPITULO II Uniformidad en la interpretación y en la observancia de la Regla Esto es lo que queremos y les mandamos: que observen en todo la Regla de san Benito tal y como es observada en el Nuevo Monasterio, y que no introduzcan en su interpretación un sentido distinto sino que, como nuestros predecesores y santos padres, es decir, los monjes del Nuevo Monasterio la comprendieron y observaron, y como nosotros la comprendemos y observamos hoy, también la comprendan y observen ellos. CAPITULO III Los mismos libros y las mismas costumbres para todos Puesto que nosotros acogemos en nuestro monasterio a todos los monjes que vienen, y lo mismo hacen ellos con los nuestros, nos parece oportuno -y es también nuestra voluntad- que guarden las costumbres, el canto y todos los libros necesarios para las Horas diurnas y nocturnas y para las Misas conformes con las costumbres y libros del Nuevo Monasterio, para que no haya ninguna diferencia en nuestro modo de obrar, sino que todos vivamos en una única caridad, bajo la única Regla y con idénticas costumbres. CAPITULO IV Norma general para todas las abadías Cuando el Abad del Nuevo Monasterio visite alguno de estos monasterios, el Abad local, como reconocimiento de que la iglesia del Nuevo Monasterio es madre de la suya, le cederá el puesto en todas partes. Cuando llegue este Abad ocupará el puesto del Abad local mientras dure su estancia, pero comerá en el refectorio con los hermanos y no en la hospedería, para mantener la disciplina, a no ser que esté ausente el Abad local. Todos los abades de nuestra Orden se comportarán de la misma forma cuando pasen por un monasterio. Si son varios y estuviese el Abad local, el más antiguo coma en la hospede ría. Hay una particularidad: en presencia de un Abad más antiguo corresponde al Abad local bendecir a sus novicios después de la prueba regular. Además, el Abad del Nuevo Monasterio se guardará muy mucho de disponer, ordenar o cambiar alguna cosa relativa al lugar que visita contra la voluntad del Abad y de los hermanos; 6pero si se da cuenta de que allí no se observan los preceptos de la Regla o de nuestra Orden, trate de corregirlo caritativa mente, contando con el Abad local. Si éste estuviese ausente, a pesar de ello corrija lo que encuentre defectuoso. CAPITULO V Visita anual de la madre a la hija El Abad de la iglesia principal visite una vez al año todos los monasterios que haya fundado. Y los hermanos se alegrarán si los visita más a menudo. CAPITULO VI Reverencia debida a la hija cuando visita la iglesia madre Cuando algún Abad de las iglesias hijas visite el Nuevo Monasterio désele la debida reverencia; ocupe la silla del Abad local; reciba a los huéspedes y coma con ellos sólo si éste está ausente; y si está presente no hará nada de esto, sino que comerá en el refectorio, y será el prior local quien se preocupe de los asuntos del monasterio. CAPITULO VII Capítulo General de Abades en Císter Todos los abades de estas iglesias vayan al Nuevo Monasterio una vez al año, el día que ellos establezcan. Allí tratarán de la salvación de sus almas; verán si hay algo que enmendar o corregir o añadir en la observancia de la santa Regla o de la Orden, y para que se restablezca el bien de la paz y de la caridad mutua. Si se hallase algún abad poco celoso de la Regla o demasiado absorbido por los asuntos temporales, o vicioso en algo, será allí acusado con caridad. Ese tal pida perdón y cumpla la penitencia que se le imponga por su culpa. Solamente hagan acusaciones los Abades. Si alguna iglesia cayese en extrema pobreza, el Abad de tal comunidad expondrá la situación ante todo el Capítulo. Entonces, todos los abades, movidos por una ardiente caridad, se apresurarán, cada uno según sus posibilidades, a socorrer la pobreza de esta iglesia con los recursos que Dios les hubiese dado. CAPITULO VIII Estatuto que regula las relaciones entre los monasterios fundados por Císter y sus fundaciones Obligación que tienen todos de asistir al Capítulo General Petición de perdón y penitencia de los que no acuden Cuando por la gracia de Dios, alguna de nuestras iglesias creciera hasta poder fundar otro monasterio, estas dos iglesias observarán también entre sí las normas que nosotros seguimos con las nuestras. Con todo, una cosa queremos se mantenga y nos reservamos: que todos los abades de todas partes, el día que ellos establezcan, vengan al Nuevo Monasterio y allí obedezcan en todo al Abad del mismo y a su capítulo en la observancia de la santa Regla o de la Orden y en la corrección de las faltas; pero ellos no tendrán capítulos anua les con sus filiales. Si alguno de los abades no pudiera asistir al mencionado lugar de nuestra reunión en las fechas establecidas a causa de enfermedad física o por la consagración de novicios, envíe a su prior para que explique al Capítulo las causas de la ausencia y además comunique a su Abad y hermanos de su casa lo que hayamos establecido o cambiado. Si por cualquier otra circunstancia alguno se atreve a dispensarse del Capítulo General, pedirá perdón en el próximo Capítulo y cumplirá la penitencia que corresponde a las faltas leves durante el tiempo que considere oportuno el presidente del Capítulo. CAPITULO IX Los Abades que desprecian la Regla y los Estatutos de la Orden Si hay algún abad que menosprecia la santa Regla o los estatutos de nuestra Orden, o transige los vicios de los hermanos a él confiados, el Abad del Nuevo Monasterio, por sí mismo o por su prior o por carta, trate de amonestarle hasta cuatro veces, para que se enmiende. Si no hiciese caso, el Abad de la iglesia madre denuncie el delito al obispo de la diócesis y al cabildo de su iglesia. Estos haciéndole comparecer, discutirán el caso con el Abad de la iglesia madre, para corregirlo o para destituirlo del ministerio pastoral si resulta incorregible. Si el obispo y el cabildo, no dando importancia al desprecio de la santa Regla en aquel monasterio, no quieren corregir o destituir al Abad del mismo, entonces el Abad del Nuevo Monasterio y algunos otros abades de nuestra Congregación, a los que llevará consigo, irán al monasterio en cuestión y destituirán de su cargo al transgresor de la santa Regla. Después los monjes de ese monasterio, en presencia y con consejo de los mencionados abades, elegirán un abad que sea digno. Pero si el Abad y los monjes no reciben a los abades que les visitan y no se dejan corregir por ellos, sean entonces excomulgados por las personas presentes. Si después alguno de esos obstinados recapacitase y quiere evitar la muerte de su alma y enmendar su vida, vaya a vivir al Nuevo Monasterio y sea recibido como monje hijo de aquella iglesia. Fuera de estas circunstancias, que deben evitarse cuidadosamente por todos nuestros hermanos, no recibiremos para vivir con nosotros a monjes de ninguna de nuestras iglesias sin el consentimiento de su Abad. Tampoco ellos recibirán los nuestros. Nosotros no enviaremos a nuestros monjes a vivir en sus iglesias contra su voluntad, ni ellos a los suyos en la nuestra. Si los abades de nuestras iglesias vieran decaer de su santo propósito a su madre, es decir, al Nuevo Monasterio, y apartarse del rectísimo camino de la santa Regla o de los estatutos de nuestra Orden, amonestarán hasta cuatro veces al Abad de este lugar sus tres co abades, es decir, el de la Ferté, Pontigny y Claraval, en nombre de los demás abades, para que se corrija. Pongan en práctica cuidadosamente todo lo que se ha dicho sobre los abades que se apartan de la Regla, excepto que si dimite no le sustituirán ellos por otro, y si se resiste, tampoco le excomulguen. Si no acepta se sus advertencias notifiquen inmediatamente al obispo de Chalón y a su cabildo tal contumacia, pidiéndoles que le hagan comparecer y, tras juzgar los motivos de la acusación, le corrijan seriamente y, si se muestra incorregible, le destituyan de su cargo. Después de la destitución, los hermanos del Nuevo Monasterio envíen tres mensajeros, o cuantos quisieren, a las abadías directamente fundadas por aquél y, en un plazo de quince días, convoquen a todos los abades que puedan. Con su consejo y ayuda elegirán al Abad que Dios les tenga destinado. El Abad de la Ferté presidirá la iglesia de Císter hasta que le sea devuelto su pastor, bien porque por la misericordia de Dios se convierta de su error o porque en su lugar se ponga otro canónicamente elegido. Si el obispo y el cabildo de Chalón se niegan a juzgar al transgresor en cuestión, según el procedimiento que dijimos antes, los Abades de las fundaciones directas del Nuevo Monasterio, yendo al lugar de los hechos, destituirán de su cargo al transgresor de la santa Regla, y a continuación, en presencia de esos abades y con su consejo, los monjes de aquella iglesia elegirán un Abad. Caso de que ni el Abad ni los monjes quisieran recibir a nuestros abades ni aceptarles, no duden ni teman éstos herirlos con la espada de la excomunión y separarlos del cuerpo de la Iglesia católica. Si después de esto alguno de aquellos rebeldes, deseando salvar su alma, se arrepiente y quiere refugiarse en cualquiera de nuestras tres iglesias -La Ferté, Pontigny o Claraval- sea recibido como uno de casa y coheredero de tal iglesia, hasta que vuelva un día a la suya, como es justo, cuando a aquélla le haya sido levantada la excomunión. Entre tanto, el Capítulo anual de abades no se celebrará en el Nuevo Monasterio, sino en el lugar determinado por los tres Abades citados. CAPITULO X Normas para las abadías sin vínculo de filiación Las abadías que no tienen entre sí vínculo de filiación se atendrán a las normas siguientes: El Abad local cederá el puesto en todos los lugares de su monasterio al coabad que le visita, para que se cumpla el mandato: “Adelantaos mutuamente con muestras de honor”. Si los visitantes fuesen dos o más, el más antiguo ocupará el lugar más digno; pero todos comerán en el refectorio, como hemos dicho, excepto el Abad local. En todos los lugares en donde se reúnan manténgase el orden de antigüedad de sus abadías, de forma que sea el primero el de la iglesia más antigua, salvo que uno de ellos esté revestido de alba. En este caso, aunque sea el más joven, ocupará el primer lugar, delante de los demás, en el lado izquierdo del coro, cumpliendo su oficio. En todos los lugares donde se sienten juntos ofrézcanse el saludo mutuo de rigor. CAPITULO XI Muerte y elección de los abades Los hermanos del Nuevo Monasterio, muerto su Abad, enviarán, como dijimos antes, tres mensajeros, o más si quieren, y en el plazo de quince días convoquen a tantos abades cuan tos puedan; con el consentimiento de éstos elijan al pastor que Dios les haya destinado. Sede vacante, el Abad de La Ferté, como ya dijimos anteriormente para otro asunto, ocupará en todo el lugar del Abad difunto, hasta que el nuevo Abad elegido reciba, con la ayuda de Dios, el cargo y la responsabilidad pastoral de aquel lugar. En los demás cenobios, privados de su pastor por cualquier circunstancia, los herma nos del lugar convocarán al Abad de la iglesia que les engendró y, en su presencia y con su consejo, elegirán un Abad entre ellos, los del Nuevo Monasterio o los de otro de los nuestros. Se prohíbe a los cistercienses elegir como abad a monjes de iglesias ajenas a la Orden, y dar a éstas nuestros monjes para ello; pero la persona elegida de cualquier cenobio de nuestra Orden sea aceptada sin oposición.
Extraído de:
Ocso |
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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