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domingo, 24 de febrero de 2013

Ser santos



Contra nosotros mismos.

Si nos preguntaran cuál es nuestro mayor enemigo contra nuestra santificación, tal vez digamos que es el diablo. Pero en realidad nuestro mayor enemigo para ser santos somos nosotros mismos, porque el demonio, en definitiva, se sirve de nosotros contra nosotros.
Por eso si queremos en verdad ser santos, tenemos que entablar el combate interior, contra nuestros deseos desordenados. Es lo que el Señor quiso decirnos con “negarnos a nosotros mismos”.

Porque no somos ni completamente buenos, ni completamente malos, sino que somos seres de naturaleza caída, que deben volver a recuperar la fisonomía del hombre perfecto. De modo que toda nuestra vida deberá ser una lucha, una conquista de nosotros mismos, siguiendo la voluntad de Dios y no la nuestra.

Recordemos entonces que nuestro más grande enemigo para alcanzar la santidad somos nosotros mismos, y por eso debemos recurrir a la oración y a la penitencia, para dominarnos, con la ayuda de Dios, porque solos no podemos, y avanzar cada día en nuestra santificación.

El demonio sí tiene mucho poder, pero él se sirve de nuestros deseos y tendencias para tentarnos, y desde lo sensible nos quiere arrastrar al mal. El diablo entra por los sentidos, por lo tanto si estamos bien apertrechados y nos sabemos dominar a nosotros mismos, mediante una asidua mortificación universal, entonces él tendrá poco margen de actuación y soltará su presa.

¿Y cuándo terminará esta lucha contra nosotros mismos? Terminará en el momento de nuestra muerte, porque mientras hay vida, hay peligro de caer, de ceder y ser vencidos. Así que hasta que no estemos seguros ya en el Cielo, no podemos cantar victoria ni dejar de usar las armas adecuadas. No festejemos antes de tiempo, sino aprovechemos las victorias parciales no para estancarnos y retroceder, sino para avanzar más todavía y ser más vigilantes aún.

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