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jueves, 31 de enero de 2013

Origen de la Cuaresma


 


No es posible saber con certeza dónde, por medio de quién o cómo surgió la cuaresma, sobre todo en Roma. Solo sabemos que como casi todas las fiestas importantes o tiempos litúrgicos, se fue formando de manera progresiva. 

El Cardenal Schuster admite que antes de los cánones conciliares, tuvo que nacer un periodo preparatorio y de observancia hacia la pascua, nacido de la propia iniciativa de la comunidad cristiana. 

Es en Oriente donde se encuentran las primeras alusiones directas a un periodo denominado prepascual, a principios del siglo IV, y en Occidente a finales del mismo siglo IV.

Sin embargo en el siglo II es conocida una practica religiosa (praxis), que preparaba a los sujetos con ayuno y penitencia, y que se consolida poco a poco. Desde final del siglo IV, la estructura de la cuaresma es la de los cuarenta días, considerados a la luz de la simbología bíblica. 

Esta simbología da a este tiempo desde entonces, un valor salvífico, del cual se deriva su denominación como sacramentum. Al  desarrollo de la cuaresma contribuyó la disciplina penitencial para la reconciliación de los pecadores, que tenía lugar la mañana del jueves santo.

Penitencia que estaba sujeta en muchos casos a la propia humillación pública o castigo de la carne, siendo en muchos casos estas practicas impuestas por los clérigos de entonces.

Todo ello de la mano de una preparación catecumenal y la preparación inmediata al bautismo (remedio de males) en la noche de pascua.




Cuaresma

           
La Cuaresma (latín: quadragésima, 'Cuadragésimo día (antes de la pascua)')? es el período del tiempo litúrgico (calendario cristiano) destinado por la Iglesia católica , la Iglesia católica ortodoxa y la Iglesia anglicana, además de ciertas Iglesias evangélicas, aunque con inicios y duraciones distintas, para la preparación de la fiesta de Pascua.

La Cuaresma

Oficialmente, la Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza y termina justo antes de la "Misa de la Cena del Señor" en la tarde del Jueves Santo.[1] La duración de cuarenta días proviene de varias referencias bíblicas y simboliza la prueba de Jesús al vivir durante 40 días en el desierto previos a su misión pública. También simbolizan los 40 días que duró el diluvio, además de los 40 años de la marcha del pueblo Judío por el desierto y los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.[2] A lo largo de este tiempo, los fieles católicos son llamados a reforzar su fe mediante diversos actos de penitencia y reflexión. La Cuaresma tiene cinco (5) domingos más el Domingo de Ramos (seis en total), en cuyas lecturas los temas de la conversión, el pecado, la penitencia y el perdón, son dominantes. No es un tiempo triste, sino más bien meditativo y recogido. Es, por excelencia, el tiempo de conversión y penitencia del año litúrgico. Por eso, en la misa católica no se canta el “Gloria” al final del acto penitencial (excepto el jueves santo, en la misa de la cena del Señor), ni el “Aleluya” antes del evangelio. El color litúrgico asociado a este período es el morado, asociado al duelo, la penitencia y el sacrificio a excepción del cuarto domingo que se usa el color rosa y el Domingo de Ramos en el que se usa el color rojo referido a la Pasión del Señor.

Desarrollo histórico

En los primeros años de la Iglesia, la duración de la cuaresma variaba. Finalmente alrededor del siglo IV se fijó su duración en 40 días. Es decir, que ésta comenzaba seis semanas antes del domingo de Pascua. Por tanto, un domingo llamado -precisamente- "domingo de cuadragésima". En los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal, presentándose un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en domingo por ser día de fiesta, la celebración del Día del Señor. Para respetar el domingo y, a la vez, tener cuarenta días efectivos de ayuno durante la cuaresma, en el siglo VII, se agregaron cuatro días más a la cuaresma, antes del primer domingo, estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto. Son exactamente cuarenta los días que van del Miércoles de Ceniza al Sábado Santo, sin contar los domingos.

Calendario

La Pascua tiene mucha relación con el calendario agrícola y el tiempo de renovación de la tierra. Para calcular su celebración se toman en cuenta el sol y la luna (sol de primavera y luna llena). En ese sentido, se debe buscar el primer domingo posterior a la primera luna llena de primavera septentrional (Hemisferio Norte). Una vez encontrada la Pascua, son contados cuarenta días atrás para fijar el primer día de la cuaresma, es decir, el correspondiente al llamado "miércoles de ceniza" (los domingos, según se explica arriba, no son tomados en cuenta para hacer este cálculo).

Práctica

La práctica de la Cuaresma data del siglo IV, cuando se da la tendencia para constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.
Según San León, la Cuaresma es “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana” (Esta definición es deducida del análisis del sermón 42).
Se trataba, por tanto, de un tiempo, introducido por la imitación de Cristo y de Moisés, en el que la comunidad cristiana se esforzaba en realizar una profunda renovación interior. El Catecismo de la Iglesia Católica retoma esta idea y la expresa de la siguiente manera: “La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto” (n. 540).

Miércoles de Ceniza

El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma, se realiza el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente de los fieles católicos. La ceniza representa la destrucción de los errores del año anterior al ser éstos quemados. Mientras el sacerdote impone la ceniza dice una de estas dos expresiones: "Arrepiéntete y cree en el evangelio" ( Mc 1,15) o "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Gén 3,19)

Referencias




Origen de la palabra
El vocablo teutón Lent, que se utiliza en inglés para indicar los cuarenta días de ayuno anteriores a la Pascua, no pasaba de significar la estación de primavera. A pesar de ello se ha venido usando desde el período anglo-sajón para traducir la palabra latina quadragesima (francés: carême; italiano: quaresima; español: cuaresma), de mayor precisión por significar "cuarenta días", o, más literalmente, "el cuadragésimo día". Esta palabra, a su vez, imitaba el nombre griego de la Cuaresma, tessarakoste, (cuadragésimo), formado por su analogía con Pentecostés (pentekoste), que ya era usado desde antes de los tiempos del nuevo testamento para nombrar la fiesta judía. Esta etimología adquiere cierta importancia al momento de explicar el desarrollo más antiguo del ayuno oriental.
II. Origen de la costumbre
Ya desde el siglo V algunos Padres apoyaban la tesis de que este ayuno de cuarenta días era una institución apostólica. Por ejemplo, San León (+ 461) exhorta a sus oyentes a abstenerse para que "puedan cumplir con su ayuno la institución apostólica de los cuarenta días"- ut apostolica institutio quadraginta dierum jejuniis impleatur (P.L., LIV, 633)- ,y el historiador Sócrates (+ 433) y San Jerónimo (+ 420) utilizan un lenguaje parecido. (P.G., LXVII, 633; P.L., XXII, 475).
Mas los mejores eruditos modernos rechazan casi unánimemente esta posición. En los documentos existentes de los primeros tres siglos encontramos una diversidad de prácticas en lo tocante al ayuno anterior a la Pascua, e incluso una gradual evolución de su período de duración. El pasaje más importante es uno citado por Eusebio de Cesárea (Historia Ecclesiastica V, 24) de una carta de San Ireneo al Papa Víctor con relación a la Controversia de Pascua. En él, Ireneo dice que no sólo existe una controversia acerca de la fecha de observancia de la Pascua, sino también acerca del ayuno preliminar. "Pues- continúa- algunos piensan que hay que ayunar durante un día, otros que durante dos, y otros que durante varios, e incluso otros aceptan que afirman que deben hacerlo durante cuarenta horas continuas, de día y de noche". Él mismo afirma que esta variedad de formas tiene un origen muy antiguo, lo que significa que no hay tradición apostólica sobre ese asunto. Rufino, que tradujo a Eusebio al latín a fines del siglo IV, parece haber interpolado signos de puntuación en ese pasaje para hacer decir a Ireneo que algunas personas ayunaban cuarenta días. Originalmente la lectura apropiada del texto fue tema de debate, pero la crítica actual (Cfr. la edición de Schwartz comisionada por la Academia de Berlín) se pronuncia fuertemente a favor del texto cuya traducción fue presentada más arriba. Podemos, así, concluir que en el año 190 Ireneo no sabía de ningún ayuno pascual de cuarenta días.
La misma conclusión se puede obtener respecto al lenguaje de Tertuliano, de unos pocos años después. Éste, en sus escritos como montanista, contrasta el tiempo breve del ayuno católico (i.e. "los días cuando el novio les será arrebatado", que probablemente se referían al Viernes y Sábado Santos) con el más largo, aunque aún restringido, de una quincena, que era observado por los montanistas. Obviamente se refería a un ayuno muy estricto (xerophagiæ: ayuno seco), pero no hay indicación alguna en sus escritos- aunque escribió todo un tratado "De jejunio" y con frecuencia toca el asunto en otras obras- que estuviese familiarizado con algún período de cuarenta días consagrados a ayunar más o menos continuamente (Véase Tertuliano, "De jejunio", II y XIV; "De Oratione", XVIII, etc.).
Sin excepción alguna, los Padres pre-nicenos guardan el mismo silencio en torno a ese tipo de ayuno, a pesar de que muchos de ellos pudieron haberlo mencionado si hubiese sido una institución apostólica. No existe, por resaltar unos ejemplos, mención alguna de la Cuaresma en San Dionisio de Alejandría (Ed. Feltoe, 94 ss.) ni en la "Didascalia", fechada por Funk en las cercanías del año 250. Empero, ambos hablan abundantemente del ayuno pascual.
Existen datos que sugieren que la Iglesia de la Era Apostólica celebraba la Resurrección de Cristo no con una festividad anual, sino semanal (Véase, "The Month", abril 1910, 377 ss) De aceptarse esos datos, la liturgia dominical constituía el recuerdo semanal de la Resurrección, y el ayuno del viernes, el de su Pasión. Esa teoría ofrece una explicación natural a la amplia divergencia que hallamos en la mitad final del siglo II en lo tocante al tiempo adecuado para observar la Pascua y a la manera del ayuno pascual. Había consenso total en cuanto a la observancia semanal del domingo y del viernes, por ser algo primitivo, pero la fiesta anual de la Pascua constituía algo impuesto por el proceso natural de desarrollo, influenciado en gran parte por las condiciones de cada iglesia, tanto en Occidente como en Oriente. No sólo eso, sino que a una con la fiesta de la Pascua parece haberse introducido un ayuno preparatorio, para conmemorar la Pasión o, dicho de otro modo: "los días en los que les sería arrebatado el novio". Ese ayuno de modo alguno se prolongaba más de una semana, aunque sí era muy estricto.
Como haya sido, encontramos ya en los albores del siglo IV la primera mención del término tessarakoste. Aparece en el quinto canon del Concilio de Nicea (325 d.C.), donde se considera el tiempo apropiado para llevar a cabo un sínodo; se puede pensar que se refiere a una festividad, como la Ascensión o la Purificación, llamada quadragesima de Epiphania por Ætheria, y no a un período determinado de tiempo. Mas no debemos olvidar que el vocablo antiguo, pentekoste (Pentecostés), que originalmente significó el quincuagésimo día, había llegado a convertirse en el nombre de todo el período (al que deberíamos llamar tiempo pascual) que va del Domingo de Pascua hasta el de Pentecostés (Cfr. Tertuliano, "De idolatria", XIV: "pentecosten implere non poterunt"). Como quiera que sea, sí hay seguridad de que, de acuerdo a las "Cartas Festales" de San Atanasio, que en el año 331 este santo impuso a su grey un ayuno preliminar de cuarenta días. Este ayuno era aparte del de la Semana Santa, mucho más estricto. Ese mismo Padre, el año 339, habiendo viajado a Roma y por gran parte de Europa, escribió a la gente de Alejandría en palabras muy fuertes para ordenarle que lo observase, siendo como era ya de observancia universal, "para que cuando todo el mundo está ayunando, no seamos nosotros el hazmerreír por ser quienes vivimos en Egipto los únicos que en vez de ayunar nos dedicamos al placer". Si bien Funk primeramente sostuvo que la Cuaresma de cuarenta días no se conoció en Occidente antes de la época de San Ambrosio, no podemos desechar esa evidencia.
III. Duración del ayuno
El ejemplo de Moisés, Elías y Cristo debe haber constituido una gran influencia al fijar el tiempo de cuarenta días. Aunque también es posible que se reflexionara en el hecho de que Cristo duró cuarenta horas en la tumba (actualmente, siguiendo la tradición, la atención se pone más sobre los 40 años de Israel en el desierto y los cuarenta días de ayuno de Jesucristo en el desierto al inicio de su vida pública. Cfr. número 540 del Catecismo de la Iglesia Católica, de 1992, N.T.). Por otra parte, así como Pentecostés (cincuenta días) era el período durante el cual los cristianos se regocijaban y oraban de pie, a pesar de no estar siempre dedicados a esa oración, del mismo modo la Cuadragésima (cuarenta días) era originalmente un tiempo caracterizado por el ayuno, pero no significaba ello que los fieles deberían ayunar a todo lo largo del mismo. (Eusebio de Ceárea, en el año 332, en el texto mencionado más arriba, escribe lo siguiente acerca del significado de la Cuaresma, su ayuno y las festividades post-pascuales: "Después de Pascua, pues, celebramos Pentecostés durante siete semanas íntegras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua. El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo", N.T.). De todos modos, para muchas comunidades ese principio no era siempre bien entendido y el resultado de ello era una diferencia en la práctica. En la Roma del siglo V, la Cuaresma duraba seis semanas, pero según el historiador Sócrates, sólo tres de ellas se dedicaban al ayuno y de ellas quedaban excluidos los sábados y domingos y, si confiamos en la opinión de Duchesne, esas semanas no eran continuas, sino la primera, cuarta y quinta de la serie, por su relación con las ordenaciones (Christian Worship, 243). Muy posiblemente, sin embargo, esas semanas tenían que ver con los "escrutinios" preparatorios del bautismo, ya que, según algunas autoridades (e.g., A.J. Maclean en "Recent Discoveries"), la obligación de ayunar junto con los candidatos al bautismo es resaltada como la influencia principal para el desarrollo de los cuarenta días. Empero, en todo el Oriente, con algunas excepciones, prevaleció el formato explicado en las "Cartas Festales" de San Atanasio y que cundió en Alejandría, a saber: las seis semanas de la Cuaresma eran sólo la preparación para un ayuno sumamente estricto que se observaba durante la Semana Santa. (Acerca del sentido del ayuno cuaresmal, San Atanasio, en una de esas "cartas festales" enseña lo siguiente: "Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidára las costumbres de Egipto. Del mismo modo, es conveniente que durante la santa cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a Jerusalén ni comer la pascua". N.T.). Esto queda confirmado por la "Constituciones Apostólicas" (V, 13) y presupuesto por San Juan Crisóstomo (Homiliae, XXX sobre Gn 1). Habiendo sentado ya sus reales, el número cuarenta produjo otras modificaciones. A algunos les pareció necesario que no solamente hubiera ayunos a lo largo de los cuarenta días, sino que fueran cuarenta días de ayuno. De ese modo encontramos que Ætheria, en su "Peregrinatio", habla de que en Jerusalén se tenía una Cuaresma de ocho semanas, de las que, excluidos sábados y domingos, nos da cinco veces ocho, i.e., cuarenta días de ayuno. En otras localidades, por otro lado, la gente se contentaba con un tiempo no mayor de seis semanas, ayunando únicamente cinco días a la semana, como ocurría en Milán, a la usanza oriental (Ambrosio, "De Elia et Jejunio", 10). En tiempos de Gregorio Magno (590-604) en Roma se utilizaban seis semanas de cinco días cada una, haciendo un total de 36 días de ayuno, las que San Gregorio, seguido después por muchos autores medievales, describe como el diezmo espiritual del año, ya que 36 días equivalen aproximadamente a la décima parte de 365. Más tarde, el deseo de cuadrar perfectamente los cuarenta días llevó a la práctica de comenzar la Cuaresma a partir de nuestro actual Miércoles de Ceniza, aunque la iglesia de Milán, hasta el día de hoy se adhiere al formato primitivo, que aún se nota en el Misal Romano cuando el celebrante, durante la Misa del primer domingo de Cuaresma, habla de "sacrificium quadragesimalis initii", el sacrificio del inicio de la Cuaresma (La versión actual española de la oración sobre las ofrendas para ese domingo dice: "...el santo tiempo de la Cuaresma, que estamos iniciando.", N.T.)
IV. Naturaleza del ayuno
La divergencia respecto a la naturaleza del ayuno tampoco fue menor. Por ejemplo, el historiador Sócrates (Historia Ecclesiatica, V, 22) nos describe la práctica del siglo V: "Algunos se abstienen de cualquier tipo de creatura viviente, mientras que otros, de entre todos los seres vivos solamente comen pescado. Otros comen aves y pescado, pues, según la narración mosaica de la creación, estos últimos también salieron de las aguas. Otros se abstienen de comer fruta cubierta de cáscara dura y huevos. Algunos sólo comen pan seco, otros, ni eso. Y algunos, después de ayunar hasta la hora nona (15:00 horas), toman alimentos variados". En medio de tal diversidad no faltó quien se inclinara por los extremos del rigor. Epifanio, Paladio y el autor de "La vida de Santa Melania la Joven" parecen ser testigos de un orden de cosas en el que el cristiano ordinario debía pasar 24 horas o más sin alimento alguno, sobre todo durante la Semana Santa, y los más austeros subsistían a lo largo de la Cuaresma con una o dos comidas semanales exclusivamente (Cfr. Rampolla, "Vita di S. Melania Giuniore", apéndice XXV, p. 478). La regla ordinaria del ayuno, sin embargo, consistía en tomar una comida al día, en la tarde, con la total prohibición de tomar, en los primeros siglos, carne y vino. En la Semana Santa, o al menos el Viernes Santo, era común hacer el ayuno llamado xerophagiæ, i,e., una dieta de alimentos secos, pan, sal y vegetales. No parece que hubiesen estado originalmente prohibidos los lacticinia, como parece corroborar el citado pasaje de Sócrates. Más aún, en una época posterior, Beda nos habla del obispo Cedda, quien en Cuaresma sólo hacía una comida al día, consistente en un poco de pan, un huevo de gallina y un poco de leche mezclada con agua" (Historia Ecclesiastica III, 23). Por el contrario, Teodulfo de Orleans, en el siglo VIII, consideraba la abstinencia de huevos, queso y pescado como señal de una virtud excepcional. San Gregorio, en una carta a San Agustín de Inglaterra, fija la norma: "Nos abstenemos de carne y de todo aquello que viene de la carne, como la leche, el queso y los huevos". Esta decisión quedó después incorporada al "Corpus Juris", y se considera ya como ley general en la Iglesia. Pero fueron aceptadas ciertas excepciones, y con frecuencia se concedían dispensas para consumir "lacticinia", a condición de dar alguna contribución a una obra de caridad. Tales dispensas eran conocidas en Alemania como Butterbriefe (Cartas de, o acerca de, la mantequilla; Butter significa mantequilla en alemán. N.T.), y se dice que varios templos fueron construidos con las sumas recogidas de esa manera. Una de las torres de la catedral de Rouen era conocida, por esa razón, como la "Torre de la Mantequilla". Esta prohibición de comer huevos y leche en Cuaresma se ha perpetuado en la costumbre popular de bendecir o regalar huevos de Pascua y en la costumbre inglesa de comer pastelillos el Martes de Carnaval.
V. Relajamiento del ayuno cuaresmal.
Por lo dicho antes podemos afirmar que en la temprana Edad Media, a lo largo de la mayor parte de la Iglesia Occidental, la Cuaresma consistía en cuarenta días de ayuno, y seis domingos. Desde el inicio de esa temporada, hasta su final, quedaban prohibidos la carne y los "lacticinia", incluso los domingos, y durante los días de ayuno sólo se hacía una comida al día, la que no podía realizarse antes de oscurecer. Pero ya en una época muy temprana (encontramos la primera mención de esto en Sócrates), se comenzó a tolerar la práctica de romper el ayuno a la hora de nona, o sea a las tres de la tarde. Sabemos, en particular, que Carlomagno, alrededor del año 800, tomaba su refacción cuaresmal a las 2 de la tarde. Este gradual adelanto de la hora de cenar se facilitó por el hecho de que las horas canónicas de nona, vísperas, etc., más que representar puntos fijos de tiempo, representaban espacios de tiempo. La hora novena, o nona, estrictamente significaba las tres de la tarde, pero el oficio de nona podía ser recitado a la misma hora de sexta, que, lógicamente, correspondía a la hora sexta, mediodía. De tal modo, se llegó a pensar que la hora nona empezaba a mediodía, y ese punto de vista se ha conservado en la palabra inglesa noon, que viene a significar el tiempo entre mediodía y las tres de la tarde. La hora de romper el ayuno cuaresmal era después de vísperas (el ritual vespertino), pero gracias a un proceso gradual, el rezo de vísperas se anticipó más y más hasta que se reconoció oficialmente el principio, vigente hasta hoy día, de que las vísperas de Cuaresma podrían ser rezadas a mediodía. De ese modo, si bien el autor del "Micrologus" del siglo XI aún afirmaba que quienes tomaran alimentos antes del anochecer no ayunaban de acuerdo a los cánones (P.L., CLI, 1013), ya para los inicios del siglo XIII algunos teólogos, como el franciscano Richard Middleton, quien basa su decisión en la usanza de su tiempo, afirma que aquel hombre que cene a mediodía no rompe el ayuno cuaresmal. Todavía más material fue el relajamiento causado por la introducción de la "colación". Esta perece haber comenzado en el siglo IX, cuando el Concilio de Aix la Chapelle autorizó la concesión, aún para los monasterios, de un trago de agua u otra bebida al atardecer para aquellos que estuviesen fatigados por el trabajo manual del día. De este pequeño inicio se desarrolló una mayor indulgencia. El principio de la parvitas materiae, o sea, que una cantidad pequeña de alimento no rompe el ayuno mientras no sea tomada como parte de una comida, fue adoptado por Santo Tomás de Aquino y otros teólogos. A lo largo de los siglos se reconoció que una cantidad fija de comida sólida, menor de seis onzas, podía ser tomada después de la bebida del mediodía. Puesto que esa bebida vespertina, cuando se comenzó a tolerar en los monasterios del siglo IX, se tomaba a la hora en que se leían en voz alta las "collationes" (conferencias) del Abad Casiano a los hermanos, esta pequeña indulgencia llegó a ser conocida como "colación", y así se ha llamado desde entonces. Otro tipo de mitigaciones, de naturaleza más substancial, se ha introducido en la observancia de la Cuaresma durante el curso de los últimos siglos. Para comenzar, se ha tolerado la costumbre de tomar una taza de líquido (por ejemplo, café, té e incluso chocolate) con un trozo de pan o una tostada temprano en la mañana. Y en lo que toca más de cerca de la Cuaresma, la Santa Sede ha concedido sucesivos indultos para permitir la carne como alimento en la comida principal, primero los domingos y después en dos, tres, cuatro y cinco días a la semana, hasta casi abarcar todo el período. Más recientemente, el Jueves Santo, en el que siempre se había prohibido la carne, ha venido a ser beneficiario de la misma indulgencia. En los Estados Unidos, por concesión de la Santa Sede, se ha logrado que los trabajadores y sus familias coman carne todos los días, excepto los viernes, el Miércoles de Ceniza, el Sábado Santo y la Vigilia de Navidad. La única compensación para tanta mitigación es la prohibición de tomar carne y pescado simultáneamente en la misma comida. (Véase Abstinencia, Ayuno, Impedimentos, Canónico (III), Domingo Laetare, Septuagésima, Sexagésima, Quincuagésima, Quadragésima, Ornamentos).
(La legislación actual de la Iglesia, según el Código de Derecho Canónico vigente desde el 25 de enero de 1983, señala en sus artículos 1249-1253, la obligación de ayunar y abstenerse de ciertos alimentos. El ayuno sólo obliga el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; la abstinencia de carne, u otro alimento señalado por las conferencias episcopales, todos los viernes y el tiempo de Cuaresma. Cfr. También el Catecismo de la Iglesia Católica, número 1438. Acerca de la percepción actual del sentido de la Cuaresma y el Adviento, el otro "tiempo fuerte", penitencial, de la Iglesia, cfr. Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II, nos. 102-106; 109-110. N.T.)


ORIGEN Y SIGNIFICADO DE LA CUARESMA

 
1. Prehistoria de la cuaresma: primeros apuntes
La primera referencia a una preparación pascual de cuarenta días aparece en un escrito de Eusebio de Cesárea que se remonta aproximadamente al año 332. En ese escrito Eusebio habla de la cuaresma como de una institución bien conocida, claramente configurada y, hasta cierto punto, consolidada. Esto nos permite pensar que a principios del siglo IV la cuaresma era ya una realidad establecida en algunas Iglesias.
Con todo, aún no es fácil determinar con precisión las características de este período de tiempo. Los datos que nos ofrecen los primeros testimonios son muy escasos. La referencia a la cuaresma surge casi siempre de manera incidental, como de paso. De todos modos, esos datos son las únicas fuentes de información de que disponemos y a ellos vamos a referirnos ahora. Veamos primero el testimonio de Eusebio:
«Celebrando, pues, la fiesta del tránsito, nos esforzamos por pasar a las cosas de Dios, lo mismo que en otro tiempo los de Egipto atravesaron el desierto...
Antes de la fiesta, como preparación, nos sometemos al ejercicio de la cuaresma, imitando el celo de los santos Moisés y Elías; respecto a la fiesta misma, nosotros la renovamos por un tiempo que no tiene limites. Orientado, pues, nuestro camino hacia Dios, nos ceñimos los lomos con la cintura de la templanza; vigilamos con cautela los pasos del alma, disponiéndonos, con las sandalias puestas, para emprender el viaje de la vocación celeste; usamos el bastón de la palabra divina, no sin la fuerza de la oración, para resistir a los enemigos; realizamos con todo interés el tránsito que lleva al cielo, apresurándonos a pasar de las cosas de acá abajo a las celestes, y de la vida mortal a la inmortal...
Después de pascua, pues, celebramos pentecostés durante siete semanas integras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de pascua. El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es simbolo».
Éste es el primer testimonio que conocemos sobre la cuaresma. Ésta se presenta como un período de preparación a la pascua. Desde la perspectiva de Eusebio, cuaresma viene a ser un camino, semejante al de los hebreos por el desierto, que hay que recorrer en un clima de austeridad y de vigilancia ascética. Eusebio lo llama el «viaje de la vocación celeste». Es también un «ejercicio», que supone un esfuerzo y una voluntad de lucha. Los apoyos que se ofrecen a los creyentes para realizar la andadura cuaresmal son la lectura de la palabra de Dios y la oración. Sólo quienes recorren con valentía este camino estarán en condiciones de pasar de las cosas de este mundo al Padre.
Inspirándose en las interpretaciones simbólicas de su maestro Orígenes, Eusebio asegura que las seis semanas de la cuaresma significan el esfuerzo denodado, la lucha ascética. Las siete semanas de la cincuentena, que culminan el día cincuenta, son, en cambio, el símbolo del reposo futuro. Con otras palabras: cuaresma es el símbolo de la vida presente, de la existencia temporal; la cincuentena pascual es imagen del reino eterno.
También Atanasio de Alejandría recoge una breve alusión a la cuaresma en una de sus cartas festales escrita en 334. Se trata, pues, de un testimonio contemporáneo al de Eusebio. Ambos son, sin duda, el eco de una misma tradición:
«Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidára las costumbres de Egipto. Del mismo modo, es conveniente que durante la santa cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a Jerusalén ni comer la pascua».
También en este caso la cuaresma es interpretada desde la perspectiva de la pascua. De nuevo surge la analogía entre la experiencia del pueblo de Israel en el desierto, camino de la tierra prometida, y la experiencia cuaresmal. Cuaresma es un tiempo de purificación y de adoctrinamiento. Al final del camino se yergue la pascua, representada como un gran festín, junto con el Señor, en el cenáculo. Sólo quienes se han sometido a la prueba cuaresmal, en la lucha ascética y en el ayuno compartirán con el Señor el banquete de la pascua.
Hay que anotar un detalle que considero importante. El mismo Atanasio, que en el fragmento citado se refiere a una preparación pascual de cuarenta días, en alguna de sus cartas anteriores habla sólo de una semana de preparación. Así, en la carta primera, escrita cinco años antes, dice:
«Comenzamos el santo ayuno el día 5 de Pharmuthi (el lunes de la semana santa) y lo proseguiremos, sin solución de continuidad, durante esos seis días santos y magníficos que son el símbolo de la creación del mundo. Pondremos fin al ayuno el día 10 del mismo Pharmuthi, el sábado de la semana santa, cuando despunte para nosotros el domingo santo, el día 11 del mismo mes».
Este fragmento de Atanasio nos sitúa en el momento histórico en el que la preparación de la pascua se alarga pasando de seis a cuarenta días. Eso nos permite deducir que la cuaresma, en esas fechas, es todavía una institución incipiente. Incluso la simbología de los seis días, imagen de la actividad creadora de Dios, se aplica a las seis semanas de la cuaresma. Éstas, según las palabras de Eusebio anteriormente citadas, indican «actividad y energía». De esta forma, el número seis, que simboliza la acción creadora de Dios, evoca al mismo tiempo el esfuerzo ascético en el que se empeña la comunidad cristiana durante el «ejercicio» cuaresmal.
2. El marco le la cuaresma romana: configuración y estructura
También en Roma el tiempo de preparación a la pascua se ha visto sometido a un prolongado proceso de alargamiento. En tiempos de Hipólito, la preparación pascual se limitaba a dos días: viernes y sábado. Junto con el domingo de resurrección, estos tres días constituyen lo que Ambrosio y Agustín llamarán el triduum sacrum de pascua, o sacratissimum triduum crucifixi et resuscitati. Posteriormente hay vestigios de un ensanchamiento de este primitivo núcleo de dos días a un período de seis días. Eso lo confirma la estructura un tanto arcaica de la semana santa romana, con la asignación de la lectura de la pasión a los antiguos días feriales de sinaxis alitúrgica: el miércoles y el viernes.
Más tarde aparece en Roma un período de preparación a la pascua que dura tres semanas. Hecho extraño y exclusivamente romano. Sobre la existencia de esta preparación de tres semanas nos informa hacia el año 439 el historiador griego Sócrates: «Es fácil ver que los ayunos que se observan antes de pascua se guardan de modo distinto por unos y por otros, pues los que viven en Roma ayunan tres semanas seguidas antes de pascua, excepto el sábado y domingo».
A partir de esta noticia, parece claro que en Roma la preparación a la pascua ocupaba un período de tres semanas, con un ayuno diario, excepto sábados y domingos. Pero ¿a qué época se remonta esta institución prepascual de tres semanas?... Algunos indicios demuestran la existencia de este ayuno prepascual de tres semanas, que estaba ya en uso a finales del siglo III.
La fijación de esas tres semanas estuvo motivada probablemente por el deseo de hacer coincidir la pascua con el inicio cronológico del año. En Roma el año comenzaba el 1 de marzo. Por otra parte, la pascua no podía caer nunca antes del 22 de marzo. Teniendo en cuenta estas fechas, el mínimo de días que podían reservarse como preparación a la pascua era de 21 días; exactamente tres semanas. Es el tiempo que va del comienzo del año (1 de marzo) al posible día de pascua más cercano (22 de marzo). Como se ve, la motivación es estrictamente local. Por eso la tradición de las tres semanas quedó reducida al ámbito del área litúrgica romana.
3. Una experiencia de desierto
La estructura de la cuarentena exigirá desde el principio un enfoque peculiar de este tiempo de preparación a la pascua. Cuando el ayuno prepascual se limitaba a dos días o, a lo sumo, a una semana, las motivaciones de fondo que lo justificaban hacían referencia a la tristeza de la Iglesia por la ausencia del esposo, o respondían a un clima espiritual de ansiosa y vigilante espera, que culminaba cultualmente en la cena eucarística de la noche de pascua. La referencia a los judíos tuvo escasa importancia.
El ayuno cuaresmal -de cuarenta días- tendrá desde el principio unas connotaciones peculiares impuestas, en gran parte, por la misma significación simbólica del número cuarenta. Es altamente significativo que toda la tradición occidental inicia la cuaresma con la lectura del evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto. Este hecho, verificable en casi todas las liturgias de occidente, es una muestra de la importancia que reviste el tema del desierto y de la cuarentena para una interpretación global del conjunto de la cuaresma. El tiempo cuaresmal es, ante todo, una experiencia de desierto prolongada por espacio de cuarenta días.
a) El ayuno de los cuarenta días
La antigua liturgia hispánica, al iniciar la celebración del primer domingo de cuaresma, invitaba a la comunidad de fieles a recordar el ejemplo de los antiguos padres. Se refiere a Moisés y Elías, los cuales nos enseñaron a santificar la cuaresma con el ayuno y la oración. Sobre todo, se subraya el ejemplo de Cristo, el cual, con su experiencia de desierto, nos enseñó a vencer la tentación y a alimentarnos de lo que sale de la boca de Dios.
Con la alusión a estos ejemplos, la antigua liturgia hispánica recoge una serie de temas fundamentales en los que se resume el talante espiritual de la cuaresma. Son temas tradicionales, clásicos. Constituyen el patrimonio espiritual de la tradición occidental. Me refiero a temas tales como el ayuno, la tentación, el desierto, la cuarentena, la escucha de la palabra de Dios y la oración. Son temas vinculados unos a otros y que la tradición los ha polarizado en torno a la cuaresma.
Hay en primer lugar una referencia clara al Antiguo Testamento. Esta referencia señala la resonancia simbólica del número cuarenta en conexión con la experiencia del desierto. En este sentido hay que tener en cuenta los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto camino de la tierra prometida (Dt 8,2 4; 29,4 5); o los cuarenta días que transcurrió Moisés en la cima del monte Sinaí sin comer ni beber (Éx 34,27 28; 24,18; Dt 9,18); o los cuarenta días y cuarenta noches que el profeta Elías pasó caminando por el desierto hasta el monte Horeb (1 Re 19,8). Todos estos acontecimientos, en los que la experiencia del desierto y del ayuno conecta con el simbolismo del número cuarenta, culminan en la experiencia de Jesús en el desierto. También Jesús se sometió a la tentación y al ayuno por espacio de cuarenta días y cuarenta noches. Todos estos hechos, que por supuesto no han pasado inadvertidos a la tradición cristiana, son los que garantizan un enfoque peculiar de la cuaresma. Más aún: el período cuaresmal hay que interpretarlo a la luz de esos acontecimientos y en conexión con ellos.
Cuaresma es, pues, sin duda, una experiencia de desierto. No es que la comunidad cristiana deba desplazarse a un lugar geográfico especial para vivir esta experiencia. Cuando aquí hablo de desierto, más que a un emplazamiento geográfico, me estoy refiriendo a un tiempo privilegiado, a un tiempo de gracia. Porque la experiencia de desierto es siempre un don de Dios. Es siempre él quien conduce al desierto. Fue él también quien condujo a Israel al desierto por medio de Moisés, y quien condujo a Jesús por medio del Espíritu. Este mismo Espíritu es quien convoca a la comunidad cristiana y la anima a emprender el camino cuaresmal.
El desierto es un lugar hostil, lleno de dificultades y de obstáculos. Por eso la experiencia de desierto anima a los creyentes a la lucha, al combate espiritual, al enfrentamiento con la propia realidad de miseria y de pecado. En este sentido, la cuaresma debe ser interpretada como un tiempo de prueba. Los cuarenta años que Israel pasó en el desierto fueron también un tiempo de tentación y de crisis, durante los cuales Yavé quiso purificar a su pueblo y probar su fidelidad (Dt 8,2 4; Sal 94). También Jesús fue tentado en el desierto. Durante la cuaresma la Iglesia vive una experiencia semejante, sometida a las luchas y a las privaciones que impone la mitilitia Christi. El cristiano vive un arduo combate espiritual. Lo vive siempre. No sólo durante la cuaresma. Pero la cuaresma representa una experiencia singular, una especie de entrenamiento comunitario en el que los creyentes aprenden y se ejercitan en la lucha contra el mal. Casi ninguno de los israelitas superaron la prueba. En realidad fueron muy pocos los que, habiendo salido de Egipto, consiguieron entrar en la tierra prometida. La mayoría sucumbieron en el camino. Hasta Moisés. Cristo, en cambio, salió victorioso de la prueba. El diablo no logró hacerle sucumbir. Los cristianos que realizan seriamente el ejercicio cuaresmal y recorren con asiduidad el camino que lleva a la pascua compartirán sin duda con Cristo la victoria sobre la muerte y sobre el pecado.
b) Desierto y peregrinación
Al mismo tiempo, el desierto es un lugar de paso. Nadie construye una casa en el desierto. A lo sumo, uno se limita a plantar la tienda. La experiencia de desierto es un estimulo permanente a vivir el espíritu de lo provisional. La experiencia de este mundo, simbolizada en los cuarenta días, es una experiencia de lo provisional. Aquí también estamos de paso. No vale la pena acumular riquezas. Vivimos como peregrinos camino de la casa del Padre. Nuestra morada definitiva no está aquí. Por eso no vale la pena echar raíces. Hay que desprenderse del peso inútil para poder aligerar la marcha. Nuestra morada definitiva está allá, en el reino del Padre. Ésa es nuestra tierra prometida. La cuaresma nos enseña a caminar como peregrinos, viviendo el espíritu evangélico de la provisionalidad.
c) Desierto y teofanías
El desierto es además el lugar de las grandes teofanfas. Allí, en el desierto, es donde Israel ha celebrado los grandes encuentros con Yavé. Allí se reveló a Moisés. Allí se reveló también a Elías. Asimismo, la cuaresma es para la comunidad cristiana una invitación al encuentro con Dios que se revela, sobre todo a través de su palabra. La práctica cuaresmal del ayuno tiene como contrapartida la lectura asidua de la palabra de Dios, verdadero alimento espiritual de los creyentes. Porque el creyente, en cuaresma, se alimenta sobre todo de lo que sale de la boca de Dios: de su palabra. De esta forma, la abstinencia del alimento corporal queda compensada con el pan sublime de la palabra de Dios.
d) Desierto y oración
Además, en conexión con lo apuntado, la cuaresma es un tiempo especialmente idóneo para el encuentro con Dios en la oración. Esta referencia a la oración aparece en los pasajes citados del Antiguo Testamento en conexión con la experiencia del ayuno. Moisés, al subir al Sinaí, «permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan y sin beber agua» (Ex 34,27 28). Sin embargo, en el Deuteronomio, al narrar la experiencia teofánica del Sinaí, se señala que durante ese tiempo de ayuno Moisés se dedicó a la súplica por los pecados del pueblo: «Luego me postré ante Yavé; como la otra vez, estuve cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua, por todo el pecado que habíais cometido... Y una vez más me escuchó Yavé» (Dt 9,1819). Por otra parte, la peregrinación de Elías a través del desierto, estimulado prodigiosamente por el alimento que le suministró el ángel, hacia el monte de Dios en Horeb (1 Re 19,8), representa la vuelta al Sinaí, a la fuente misma de la revelación mosaica.
e) Desierto y transfiguración
La experiencia teofánica, tan vinculada a la cuarentena, al ayuno y al desierto, adquiere una dimensión especial en el hecho de la transfiguración. Es éste uno de los temas característicos de la cuaresma. La nueva liturgia lo ha incorporado al domingo segundo de cuaresma. En la transfiguración reviste una particular importancia la presencia de Moisés y de Elías junto a Jesús transfigurado, en quien culminan la ley y los profetas, representados en los dos personajes. Tanto la montaña, en la que se sitúa el acontecimiento, como la nube que envuelve la escena son elementos clásicos que caracterizan a las grandes teofanías. En este caso, la referencia al hecho de la transfiguración nos parece subrayar la dimensión contemplativa de la vida cristiana. El encuentro teofánico con el Señor, experimentado por Moisés y Elías y culminado en el Tabor, nos invita a interpretar la cuaresma como una llamada a la oración silenciosa y contemplativa, a la lectura reposada, sapiencial, de la palabra de Dios, tal como se ha revelado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Cuaresma debe permanecer siempre como una oportunidad privilegiada para el encuentro con Dios.
4. Tiempo de penitencia
La cuaresma romana ha quedado fuertemente marcada por dos instituciones importantes: la penitencial y el catecumenado. Ahora voy a referirme a la primera. Es éste un aspecto que bien podríamos considerar connatural a la misma. Toda cuaresma, por el simple hecho de serlo, debe ser un tiempo de penitencia. De hecho, ya el mismo Eusebio de Cesarea -el primero que nos habla de la cuaresma- se refiere a ese tiempo de preparación a la pascua llamándolo «ejercicio cuaresmal». Sin embargo, en Roma esta dimensión adquiere unas connotaciones propias. El mismo ayuno, que aparece desde el principio como ingrediente esencial en la preparación a la pascua, reviste en Roma un sentido y unas resonancias que no poseía durante los primeros siglos.
La cuaresma romana, al insistir sobre el ayuno y sobre la penitencia, lo hace desde una perspectiva eminentemente ascética y penitencial. Es una forma de expresar el permanente control que el cristiano debe ejercer sobre sí mismo y la lucha abierta contra las pasiones y las apetencias de la carne que se alza contra las exigencias del espíritu. Al mismo tiempo, las prácticas de penitencia durante la cuaresma son asumidas como una forma de «satisfacción» o castigo para purgar los pecados propios y los ajenos. Hay, por otra parte, una permanente invitación al reconocimiento de los propios pecados y una llamada insistente a una conversión radical y absoluta.
Todos estos aspectos, que caracterizan sin duda la penitencia cuaresmal, sólo se entienden adecuadamente si se tiene presente que durante siglos el tiempo de cuaresma constituyó el cauce canónico oficial para celebrar el sacramento de la reconciliación. La misma estructura cuaresmal dio marco a la institución penitencial. Este hecho, que de suyo cae en la esfera de lo formal y accesorio, impregnó la cuaresma de una dimensión espiritual determinante. Iniciar la cuaresma ha significado y significa asumir las actitudes de fondo que caracterizan al hombre pecador, consciente de su pecado, arrepentido y confiado en la ilimitada misericordia de Dios.
Con la reforma litúrgica del Vaticano II de ha dado un nuevo enfoque espiritual de la cuaresma. No es tanto la penitencia corporal lo que interesa subrayar cuanto la conversión interior del corazón. Los textos bíblicos, extraídos muchos de ellos de la literatura profética, orientan la actitud cuaresmal de cara a una profunda purificación del corazón y de la misma vida de la Iglesia. Hay una continua descalificación de cualquier intento de cristianismo formalista, anclado en ritualismos falsos. La verdadera conversión a Dios se manifiesta en una apertura generosa y desinteresada hacia las obras de misericordia: dar limosna a los pobres y comprometerse solidariamente con ellos, visitar a los enfermos, defender los intereses de los pequeños y marginados, atender con generosidad a las necesidades de los más menesterosos. En definitiva, la cuaresma se entiende como una lucha contra el propio egoísmo y como una apertura a la fraternidad. A partir de ahí es posible hablar de una verdadera conversión y de una ascesis auténtica. Sólo así puede iniciarse el camino que lleva a la pascua. En este sentido, cuaresma viene a ser un tiempo que permite a la Iglesia -a toda la comunidad eclesial tomar conciencia de su condición pecadora y someterse a un exigente proceso de conversión y de renovación. Sólo así la cuaresma puede tener hoy un sentido.
5. Dimensión bautismal de la cuaresma
La cuaresma ha servido además de marco a la preparación inmediata de los catecúmenos antes de recibir el bautismo en la noche santa de pascua. Este hecho ha marcado también a la cuaresma romana, dándole un matiz peculiar y un enfoque espiritual de inspiración bautismal. Es cierto que desde hace siglos no existe ya el catecumenado, tal como lo estructuró la antigua Iglesia romana, y han desaparecido los escrutinios y demás celebraciones prebautismales que existían en los primeros siglos. Sin embargo, el sello bautismal no ha desaparecido nunca de la cuaresma. Más aún, este carácter se ha acentuado a partir de la última reforma.
Las razones de este hecho vienen de lejos. Aparte las motivaciones teológicas de fondo que vinculan el bautismo al misterio pascual de Cristo (véase Romanos 6 y 1ª carta de San Pedro), la Iglesia fue tomando medidas concretas para dejar patente esta vinculación. Una cosa es decir que «cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte» (Rom 6,3), o que «con él fuimos sepultados por el bautismo en la muerte» (Rom 6,4), o que «nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya» (Rom 6,5), y otra cosa es establecer como fecha para el bautismo el día de pascua. Es entonces cuando la comunidad cristiana experimenta la vinculación entre bautismo y misterio pascual. Entonces se hace patente cómo el gesto de entrar en la fuente, desnudo, para sumergirse en el agua, nos hace compartir la muerte y la sepultura de Cristo. Al salir del agua y vestirse las túnicas blancas, los bautizados se sienten incorporados a Cristo resucitado, el primer hombre nuevo, el primogénito de entre los muertos. Esta celebración bautismal, enmarcada en el contexto de una intensa vivencia espiritual de la noche de pascua, adquiere connotaciones y resonancias realmente impresionantes. Así lo entendió la comunidad cristiana casi desde el principio.
Más tarde, la costumbre de bautizar a los niños inmediatamente después del nacimiento obligará, en los siglos X y XI, a simplificar los ritos y a reunirlos en una celebración única junto con el bautismo.
Las últimas reformas litúrgicas, al introducir la renovación de las promesas bautismales en la vigilia pascual y, sobre todo, al reactualizar el antiguo ritual del bautismo de adultos, han devuelto a la cuaresma la importancia que tuvo en otro tiempo como plataforma para la preparación bautismal. En este sentido hay que destacar la previsión de las tres misas de escrutinios para los domingos 3, 4 y 5 de cuaresma, con sus correspondientes lecturas, la inscripción del nombre al principio de la cuaresma y la solemne celebración, previa al bautismo, el sábado santo por la mañana. Aún en el caso de que no se prevean bautismos de adultos para la noche de pascua, siempre se urge la orientación bautismal de la cuaresma como preparación de toda la comunidad cristiana a la renovación de las promesas bautismales que tiene lugar en la noche de pascua. A este fin siempre es posible utilizar las lecturas bíblicas del ciclo A durante los domingos 3, 4 y 5, pertenecientes a la antigua catequesis prebautismal (la samaritana, el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro) y los nuevos prefacios compuestos para esa circunstancia. De este modo, la cuaresma se convierte para toda la Iglesia en un tiempo de reflexión en el que todos y cada uno de los fieles asumen conscientemente su condición de bautizados, hacen balance sobre el cumplimiento de sus compromisos y deciden ratificar solemnemente su proyecto de vida cristiana al renovar las promesas bautismales en la vigilia pascual.
6. La cuaresma después del Vaticano II
De una manera clarividente y precisa, el Concilio señaló, ya en la constitución Sacrosanctum Concilium (n. 109), la doble dimensión que caracteriza al tiempo de cuaresma: la bautismal y la penitencial. Al mismo tiempo, subrayó que se trata de un tiempo de preparación a la pascua en un clima de escucha atenta de la palabra de Dios y de oración incesante. De esta forma, el Concilio dejó claramente delimitadas las líneas de fuerza que confieren a la cuaresma su propia identidad, al margen de aditamentos superfluos o anacrónicos. Estas son sus palabras:
«Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dése particular relieve en la liturgia al doble carácter de dicho tiempo».
Me interesa subrayar aquí que el Concilio, al describir la fisonomía espiritual especifica de la cuaresma, no ha inventado nada nuevo. Se ha limitado a recoger, con sabio discernimiento, el contenido más genuino de la tradición. Esta visión, depurada y genuina, de la cuaresma ha constituido el punto de referencia, el criterio inspirador que ha permanecido subyacente en la labor de reforma.
La primera tarea consistió, sin duda, en devolver a la cuaresma su simplicidad original. Era necesario proceder a una labor de poda. Así se hizo. Por eso se suprimió el tiempo de la así llamada «pre-cuaresma», integrada por los domingos de septuagésima, sexagésima y quincuagésima. Este período de tiempo había ido anexionándose a la cuaresma progresivamente, aunque en épocas más tardías, de manera artificial y arbitraria.
La supresión de la pre-cuaresma no implicó, sin embargo, la supresión del miércoles de ceniza. Siempre fue ésta una fecha de amplia resonancia popular. Contaba, por otra parte, con una antigüedad venerable. Además, desde un punto de vista pastoral, la liturgia del miércoles de ceniza ofrecía aspectos importantes que podían contribuir a fijar, desde el principio, el enfoque espiritual de la cuaresma como tiempo de purificación y conversión de cara a la celebración de la pascua.

 
A fin de garantizar al máximo la sencillez original de la cuaresma, se suprimió también lo que se había dado en llamar «tiempo de pasión», que comenzaba el domingo 5 de cuaresma y terminaba el sábado santo. De esta manera el tiempo de preparación a la pascua quedaba constituido exactamente por un período de cuarenta días, con una estructura simple, clara y homogénea. Así, al situar la cuaresma entre el miércoles de ceniza y la celebración vespertina del jueves santo, se recuperaba la rica simbologfa del número cuarenta, de indiscutible peso especifico en la configuración espiritual de este periodo de tiempo.
Además de esta labor depuradora, la reforma ha prestado una atención especial a la creación de nuevos textos de plegaria y a la reestructuración del leccionario, tanto de la misa como del oficio. Algunos textos han sido reutilizados, tal como aparecían en el viejo misal o con pequeñas variantes. Otros han sido extraídos de los viejos sacramentarios romanos e incluso de los pertenecientes a otras tradiciones litúrgicas. Otros, finalmente, han sido redactados de nuevo. En todos ellos, de un modo u otro, se trasluce una visión más positiva de la cuaresma, como preparación a la pascua, como tiempo de purificación y de conversión interior y como toma de conciencia del compromiso bautismal.
El trabajo de mayor envergadura consistió, sin duda, en la reforma del leccionario. La selección de textos para la primera lectura dominical, tomados siempre del Antiguo Testamento, sigue un enfoque nuevo. En ellos se hace mención de las grandes etapas que constituyen la historia de la salvación. De esta forma, la cuaresma se revela como un tiempo que, a través de la lectura de la palabra de Dios, nos permite un acercamiento al Dios que ha ido revelándose progresivamente a través de la historia. No es un conocimiento teórico, sino un contacto experiencial con el Dios vivo que ha querido hacerse presente, de manera progresiva, en la historia de los hombres.
Los textos seleccionados para la segunda lectura no constituyen un cuerpo compacto y coherente. Son fragmentos que sirven para complementar e ilustrar los temas contenidos, sea en la primera lectura, sea en el fragmento evangélico.
La temática recogida en este leccionario corresponde, sin duda, a la catequesis cuaresmal: radicalidad de la conversión cristiana, prácticas penitenciales y obras de misericordia, arrepentimiento y necesidad de la reconciliación sacramental. Durante las dos últimas semanas se ha respetado con escrupulosidad la venerable costumbre de la tradición romana de leer fragmentos del evangelio de Juan que recogen los grandes temas de la catequesis bautismal.
De esta manera, la reforma conciliar ha restablecido la estructura de la cuaresma original y ofrece a la comunidad cristiana un marco adecuado para recorrer el camino que lleva a la pascua. Las solemnidades pascuales quedan situadas en el eje medular del año litúrgico y constituyen el punto de referencia tanto de la cuaresma como de la cincuentena pascual. El misterio pascual penetra de esta manera la totalidad de la vida cristiana y se convierte en el elemento dinamizador de toda la acción pastoral.



 

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