1.- RECORDAR Y ACTUALIZAR EL SIGNIFICADO DE NUESTRO BAUTISMO
1.- En esta fiesta del Bautismo del Señor, podemos hacer el esfuerzo de recordar y actualizar el significado de nuestro Bautismo. Ya que, seguramente, no tengamos muchas imágenes de él, ni en nuestra memoria, porque la mayoría nos bautizamos de pequeños, lo que sí que podemos hacer es recordarnos que significa estar bautizados. Y lo haremos fijándonos en lo que significó el Bautismo para Jesús. Es posible que pensemos que Jesús, siendo el Hijo de Dios, no necesitaba bautizarse, y seguramente será así. Pero lo que hace Jesús no deja de ser un signo visible de algo que Él lleva por dentro. Eso son, en definitiva, los sacramentos, signos exteriores de una realidad interior más profunda (o así debe ser, porque si los sacramentos que celebramos no van acompañados de una interioridad, son pura “fachada”).
2.- Jesús se pone en la cola, como uno más, “en un bautismo general”. Se mezcla con la gente que está siguiendo a Juan el Bautista y que pide un cambio de mentalidad, de la forma de hacer las cosas, una conversión, en definitiva (algo que viene muy bien en estos tiempos). Y Jesús se bautiza para mostrar ese cambio, esa conversión. Y ese va a ser el signo de su vida: “he venido a anunciar a los pobres la Buena Noticia”. Dice el profeta Isaías: “Te he hecho luz de las naciones para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas”. Los ciegos, los cautivos y los que viven en tinieblas estaban allí, en la cola, recibiendo el bautismo de Juan. Y Jesús se bautiza para mostrarles que Él ha venido a ayudarles, a liberarles de sus cargas y cansancios.
3.- Pero el gran signo que avala toda esta acción de Jesús se produce cuando Jesús sale del agua. Jesús está rezando y en ese momento “se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él… y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo”. Ahí estaba Dios Padre avalando y apoyando la acción de su Hijo Jesús desde el principio de su vida pública. De todo esto, para actualizar y recordar el significado de nuestro bautismo, nos podemos quedar con varias cosas. En primer lugar, que SER bautizado es más que ESTAR, es decir, que marca nuestra identidad y, por tanto, es una invitación constante a dar testimonio con nuestra vida de lo que somos y creemos. Para que este testimonio sea veraz, en segundo lugar, ha de ir acompañado de una constante necesidad de revisión, de actualización, de conversión, para no quedarnos obsoletos, atrasados, desfasados… llamadlo como queráis, pero un cristiano necesita estar en constante estado de conversión, de cambio, porque cuanto más nos acercamos a Dios, más exigencia descubrimos para nuestra vida.
4.- En tercer lugar, el Bautismo es una experiencia comunitaria, que vivimos con otros, y que nos hace parte de una gran familia a la que llamamos Iglesia. Por tanto, recibimos una fe y una vocación que es familiar, comunitaria, con otros, no individualista, ni de “cada uno que haga lo que le dé la gana”. Estamos llamados a querernos y a preocuparnos unos por otros. Y por último, aunque podríamos sacar muchas cosas más, en el Bautismo recibimos el Espíritu Santo, que está en nuestro interior y que quiere actuar en nosotros, pero que muchas veces encuentra muchas resistencias. Ser Bautizado implica hacerse dócil al Espíritu que nos conducirá por los caminos de la fe, del amor, de la lucha por la justicia y la igualdad… en definitiva, por los mismos caminos por los que condujo a Jesús. Nuestra meta es ser “otros Cristos”, de ahí la unción bautismal que recibimos.
5.- Cada vez que vengamos a participar en la Eucaristía es buen momento para actualizar nuestro Bautismo con la última “versión” (si me permitís usar términos informáticos). Hay que hacer como Jesús: ponerse en oración, abrir el corazón, dejar que Dios entre en él y que transforme nuestra vida. · En este Año de la Fe, vamos a renovar nuestra fe hoy de manera especial, recordando nuestro propio bautismo y renovando las promesas que nuestros padres y padrinos hicieron por nosotros aquel día.
6.- CREDO BAUTISMAL, RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES:
+ ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?
+ ¿Renunciáis a todas las seducciones del mal, para que no domine en vosotros el pecado?
+ ¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?
+ ¿Creéis en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de santa María Virgen, pasó por el mundo haciendo el bien, murió y resucitó, y está sentado a la derecha del Padre?
+ ¿Creéis en el Espíritu Santo, en la gran familia de los cristianos que es la Iglesia, en la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y en la vida eterna?
+ Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que todos juntos nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.
1. - Todos los evangelistas y Pedro, como hemos visto en la segunda lectura, quieren dejar bien claro el puesto de Juan el Bautista, figura querida por todos, el mayor de los nacido de mujer, pero mera flecha en la cuneta señalando el verdadero camino, que es Jesús.
Juan es testigo de la llamada que hace el Padre a Jesús y de cómo lo unge con el Espíritu Santo para cumplir su vocación de verdadero Mesías. El Mesías es Jesús, no Juan.
2. - Ese Mesías no va a ir por las calles clamando a gritos, haciendo reivindicaciones sociales, acusando y amenazando con grandes castigos. Jesús va a pasar por el mundo haciendo el bien. No haciendo beneficencia de arriba a abajo, haciendo el bien, que para eso se hace uno de nosotros y en un bautismo general “comunitario” se pone a la cola, a nuestra altura. No es el Rey benéfico que pasa repartiendo pan a los pobres. Es el amigo que camina hombro con hombro con nosotros.
Pasó haciendo el bien, pasó sembrando cariño y bondad. Solo el que ama puede hacer el bien. Se pueden hacer muchas cosas, aún buenas y eso es eficacia. Pero solo el que ama, en sus obras hace el bien. Hacer cosas buenas sin amor es tirar una limosna a un pobre. Hacer el bien es dar la limosna poniéndola en la mano con cariño. “Podría dar en limosnas todo lo que tengo, sino tengo amor de anda me sirve”, dirá San Pablo.
3. - La misión de Jesús Mesías que se le hace patente en el bautismo de Juan es pasar haciendo el bien. También nosotros hemos recibido esa misión en nuestro bautismo. También nosotros tenemos que pasar haciendo el bien. Por el bautismo entramos en la Iglesia, ese pueblo de hermanos cuya ley fundamental, dada por Jesús, es que nos amemos unos a otros, que nos preocupemos unos por otros. Y por esa ley de amor nos van a juzgar. “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve ser y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis...”
Según Juan el bautismo de Jesús es de Espíritu Santo y fuego. Espíritu que es unción, suavidad, bondad para saber esperar, para no apagar la mecha que aún humea, para no acabar de quebrar la caña quebrada pero que aún puede reverdecer. Y fuego que nos pone dentro la inquietud de no pasar por el mundo con las manos vacías, inquietud de no perder la ocasión de hacer el bien.
4. - Sólo haciendo el bien podremos ser hijos de Dios, asemejándonos a nuestro Padre Bueno. Solo haciendo el bien nos transformaremos internamente, saliendo de nuestros egoísmos y odios. Poniendo amor donde hay odio: Perdón donde hay ofensa. Armonía donde haya discordia. Fe donde haya duda. Y esperanza donde encontraremos desesperación. Y es útil repetir todo esto:
+ Que donde haya odio sepamos poner amor
+ Donde haya ofensa pongamos perdón
+ Donde haya discordia pongamos armonía
+Donde haya desesperación
+Que no nos empeñemos tanto en ser consolados como en consolar
+En ser comprendidos como en tratar de comprender
+En ser amados como en amar
+Que nunca olvidemos que dando se recibe, olvidando se encuentra y perdonando se es perdonado.
Así llenaremos la misión que recibimos en el bautismo como el Señor Jesús, y llevaremos encendida en nuestras manos la vela que entonces nos dieron, que es luz de Fe verdadera, llena de hacer el bien.
1.- Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. San Juan Bautista bautizaba con agua, Jesús bautizaba con Espíritu Santo y fuego. Juan Bautista bautizaba para que se convirtieran a la Ley y así, mediante las buenas obras que prescribía la Ley, alcanzaran la salvación; Jesús bautizaba para que recibieran el Espíritu Santo y para que el fuego del Santo Espíritu quemara todos sus pecados y les hiciera hijos de Dios. Para Juan era la Ley y las obras de la Ley las que salvaban, para Jesús es el Espíritu Santo el que salva. San Pablo repetirá esto, algunos años más tarde, a las primeras comunidades de la diáspora: no son las obras de la Ley; es Jesús el que salva. Pero el bautismo de Jesús no es menos exigente que el bautismo de Juan, porque bautizarse en el bautismo de Jesús exige fe en Jesús y, consecuentemente, fidelidad a él. San Juan Evangelista, en su evangelio y en sus cartas, nos dirá también esto mismo reiteradamente: el que cree en Jesús está salvado, el que no cree en Jesús es el anticristo. No debemos olvidar que para los hebreos la fe es fidelidad: creer en Dios es fidelidad a Dios y creer en Jesús es ser un buen discípulo de Jesús, serle fiel. Todos nosotros, los que nos llamamos cristianos, estamos bautizados en el Espíritu de Jesús. Si queremos ser fieles al compromiso que adquirimos en nuestro bautismo debemos vivir siendo fieles al Espíritu de Jesús, debemos vivir como auténticos discípulos suyos. El Espíritu es algo vivo, es fuego purificador, es fuerza, es gracia, es ímpetu; ser fieles al Espíritu de Jesús es intentar vivir como él vivió, como Hijo amado del Padre, como su predilecto, predicando y poniendo en marcha el Reino de Dios. Este debe ser el compromiso que debemos asumir hoy cuando renovemos las promesas de nuestro bautismo.
2.- Mirad a mi siervo, sobre él he puesto mi espíritu. El profeta Isaías, en este canto al siervo de Yahveh, nos describe proféticamente los auténticos rasgos de la personalidad de Jesús de Nazaret: humildad y fortaleza, luz de las naciones, implantador del derecho y la justicia, salvador de los pueblos, liberación para todas las personas abatidas, débiles y necesitadas. Y todo eso basado en una ilimitada confianza en su Padre, Dios, que es el que le ha “cogido de la mano y le ha formado”. Estos son, pues, los rasgos que debe tener el discípulo de Jesús, en la medida humana de sus posibilidades. No son, evidentemente, los rasgos que podemos ver plasmados en la personalidad de los líderes políticos y económicos que dirigen nuestras sociedades, pero todo buen discípulo de Jesús debe aspirar a tener los mismos rasgos de personalidad que tuvo su Maestro. Sería bueno que en estos primeros días del año que ahora comienza leyéramos y meditáramos, con recogimiento y profundidad, este texto del profeta Isaías y lo tuviéramos en cuenta a la hora de programar nuestra vida y nuestras actividades durante este año 2013.
3.- Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Dejémonos nosotros de poner nombres y etiquetas geográficas, políticas y religiosas a las personas con las que convivimos. Dios ama a todo el que le ama y practica la justicia, sea de la nación que sea; hagamos nosotros lo mismo. Jesús, nos dice también Pedro en este mismo texto, “pasó por la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Dios está con toda persona buena y que hace el bien; este debe ser nuestro propósito para este año, un propósito corto en palabras, pero largo y profundo en sus intenciones y exigencias. Si el bautismo es un auténtico nacimiento espiritual, al renovar hoy nuestras promesas del bautismo hagamos el propósito de ser, durante toda nuestra vida, personas buenas que hacen el bien, fijándonos siempre son predilección en las personas que viven más oprimidas por el mal y la injusticia.
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