Evagrio Póntico, o Evagrio el Monje, también apodado El solitario (345-399) fue un monje y asceta cristiano. Era muy conocido por sus cualidades de pensador, escritor y orador.
Nació en una familia cristiana en el pequeño pueblo de Ibora, en la provincia romana del Ponto. Comenzó su carrera en la Iglesia, al ser nombrado lector por Basilio el Grande. Posteriormente, el hermano de éste, Gregorio de Nisa, lo ordenó diácono.
La vida mundana de Constantinopla y sus atracciones fueron una tentación para Evagrio. Un sueño premonitorio impulsó su partida hacia Jerusalén. Allí vivió un tiempo en casa de una ilustre romana conocida como "Melania la Anciana".
Muchas dudas asaltaron a Evagrio durante ese tiempo. Una grave enfermedad, que significó una señal divina para él, lo hizo decidir partir a Egipto, estableciéndose un tiempo en el desierto de Nitria y posteriormente en Kellia ("Las Celdas"), donde vivió hasta su muerte.
Divulgó el hesicasmo, tradición inicialmente eremítica de plegaria que se mantiene dentro del rito bizantino practicada para mantener la quietud. La práctica del hesicasmo se mantiene aún en el Monte Athos y otros monasterios ortodoxos. La mayor parte de los textos atribuidos a Evagrio Póntico se encuentran en la recopilación canónica llamada Filocalia.
Fue el autor de la primera lista de pecados capitales que se conoce, denominados por él vicios malvados. En lugar de siete, como varios siglos después instauró San Gregorio Magno, los pecados nombrados por Evagrio Póntico eran ocho: gula o gastrimargia, lujuria o fornicatio, avaricia o philargyria, tristeza o tristitia, vanagloria o cenodoxia, ira, orgullo o superbia y apatía o acedia.
1. La Gula
6. La Acedia
Capítulo
XIII
Capítulo XIV
7. La Vanagloria
8. La Soberbia
Nació en una familia cristiana en el pequeño pueblo de Ibora, en la provincia romana del Ponto. Comenzó su carrera en la Iglesia, al ser nombrado lector por Basilio el Grande. Posteriormente, el hermano de éste, Gregorio de Nisa, lo ordenó diácono.
La vida mundana de Constantinopla y sus atracciones fueron una tentación para Evagrio. Un sueño premonitorio impulsó su partida hacia Jerusalén. Allí vivió un tiempo en casa de una ilustre romana conocida como "Melania la Anciana".
Muchas dudas asaltaron a Evagrio durante ese tiempo. Una grave enfermedad, que significó una señal divina para él, lo hizo decidir partir a Egipto, estableciéndose un tiempo en el desierto de Nitria y posteriormente en Kellia ("Las Celdas"), donde vivió hasta su muerte.
Divulgó el hesicasmo, tradición inicialmente eremítica de plegaria que se mantiene dentro del rito bizantino practicada para mantener la quietud. La práctica del hesicasmo se mantiene aún en el Monte Athos y otros monasterios ortodoxos. La mayor parte de los textos atribuidos a Evagrio Póntico se encuentran en la recopilación canónica llamada Filocalia.
Fue el autor de la primera lista de pecados capitales que se conoce, denominados por él vicios malvados. En lugar de siete, como varios siglos después instauró San Gregorio Magno, los pecados nombrados por Evagrio Póntico eran ocho: gula o gastrimargia, lujuria o fornicatio, avaricia o philargyria, tristeza o tristitia, vanagloria o cenodoxia, ira, orgullo o superbia y apatía o acedia.
Evagrio, este hombre sabio e
insigne que floreció alrededor del año 380, fue promovido por el gran Basilio a
la dignidad de lector y, por el hermano de éste, Gregorio de Nisa, fue ordenado
diácono. Fue instruido en las Sagradas Palabras por Gregorio el Teólogo: por
éste fue incluso nombrado archidiácono, cuando le fuera encargada la iglesia de
Constantinopla, según Icéforo Calisto, libro 11, capítulo 42. A continuación,
abandonadas las cosas del mundo, abrazó la vida monástica.
Siendo realmente sutil al entender y habilísimo en exponer lo que entendía, Evagrio ha dejado muchos y variados escritos. De entre los mismos, han sido elegidos para este libro, el presente discurso a los hesicastas y sus capítulos sobre el discernimiento de las pasiones y de los pensamientos, en cuanto que son textos muy oportunos y de gran aplicación.
Siendo realmente sutil al entender y habilísimo en exponer lo que entendía, Evagrio ha dejado muchos y variados escritos. De entre los mismos, han sido elegidos para este libro, el presente discurso a los hesicastas y sus capítulos sobre el discernimiento de las pasiones y de los pensamientos, en cuanto que son textos muy oportunos y de gran aplicación.
Las noticias a propósito de Evagrio nos fueron proporcionadas
especialmente por Paladio en la Historia lausíaca (texto griego e italiano en la
edición, a cargo de Ch. Mohrmann y C. J. Bartelink, Fundación L. Valla, A.
Mondadori 1974). Su nacimiento se sitúa alrededor del año 345 en Íbora en el
Ponto. Tal como nos lo dice Nicodemo, fue promovido a lector y luego a diácono.
Bastante tentado por la vida mundana, en momento de serio
peligro para su castidad, mientras se encontraba en Constantinopla, a
continuación de un sueño premonitorio, partió para Jerusalén. Allí vivió por un
breve período en la casa de Melania la Anciana, ilustre dama romana, quien había
convocado a su alrededor, en el Monte de los Olivos una comunidad monástica.
Durante su estancia allí, muchas dudas asaltaron a Evagrio, con respecto a su
decisión de abandonar el mundo pero, apoyado por Melania y tomando como una
nueva señal divina una enfermedad que lo aquejara, partió hacia Egipto poco
después. Se estableció primeramente y por dos años, en el desierto de Nitria y
luego en las Celdas, donde vivió hasta su muerte que sobrevino aproximadamente
en el año 399.
Profundamente convencido respecto del valor de la austera vida
monástica en el desierto, Evagrio la conoció - y la vivió - acudiendo a las
fuentes, manteniéndose en frecuente contacto con Macario el Grande, iniciador de
la vida monástica en el desierto de Scete, conociendo también al otro Padre
Macario. El ambiente en el cual Evagrio vivió hasta su muerte su vida monástica
contrastó, por cierto, con la estructura intelectual de la cual estaba dotado y
con su gran cultura. No por ello dejó de sentir una profunda admiración por la
sabiduría práctica de esos santos ancianos, frecuentemente provenientes de
familias campesinas pobres. Y más aún: además de vivir esta vida del desierto,
llegó a ser un teórico de la misma. Seguidor de Orígenes, terminó,
lamentablemente por extremizar justamente las teorías más discutibles de su
maestro. Esto echó una sombra sobre su figura, a tal punto, que muchos de sus
escritos nos fueron transmitidos al amparo de algún gran nombre de ortodoxia más
afirmada. El nombre de Evagrio fue envuelto en la condena del origenismo y, por
lo tanto, condenado por el Concilio de Constantinopla III (680-681), por el
Concilio Niceno II (787) y por el Concilio de Constantinopla IV (869-870)..
De Evagrio se puede encontrar traducido al francés el Tratado
sobre la plegaría en Y. Hausherr, Les leçons d'un contemplatif : le traité de
l'oraíson d'Evagre le Pontique, Paris, Beauchesne, 1960, y el Tratado práctico
en la colección Sources Chrétíennes 170-171. Tanto el Tratado sobre la plegaria
como el Tratado práctico, se pueden encontrar traducidos también al inglés,
reunidos en un único volumen, en las ediciones Cistercians Publications,
Massachusetts, Spencer, 1970.
Se denomina propiamente acedia o acidia a la pereza en el plano espiritual y religioso.La palabra griega avkhdi,a o avkhdei,a, aparece tres veces en la versión de los LXX (Sl 118,28; Sr 29,5; Is 61,3), traducida en la Vulgata por taedium (tedio) y maeror (tristeza profunda); no aparece en la versión griega del Nuevo Testamento. Se la encuentra entre los autores paganos, como por ejemplo, en Empédocles, Hipócrates, Luciano y Cicerón.El término griego, con el sentido de tedio, tristeza, pereza espiritual, se latinizó como acedia, acidia o accidia.Los Santos Padres y los autores eclesiásticos le dieron una gran importancia en la lucha espiritual. Fue estudiada por Casiano, San Juan Clímaco, San Juan Damasceno, Isidoro de Sevilla, Alcuino, etc.• Casiano la define como: ¨tedio y ansiedad del corazón que afecta a los anacoretas y a los monjes que vagan en el desierto¨.• Los Padres del desierto la llamaron "terrible demonio del mediodía, torpor, modorra y aburrimiento".• Guigues el Cartujo la describió de la siguiente manera: "Cuando estás solo en tu celda, a menudo eres atrapado por una suerte de inercia, de flojedad de espíritu, de fastidio del corazón, y entonces sientes en ti un disgusto pesado: llevas la carga de ti mismo; aquellas gracias interiores de las que habitualmente usabas gozosamente, no tienen ya para ti ninguna suavidad; la dulzura que ayer y antes de ayer sentías en ti, se ha cambiado ya en grande amargura".• Santo Tomás de Aquino la define con precisión como tristeza del bien espiritual; indicando que su efecto propio es el quitar el gusto de la acción sobrenatural. Es una desazón de las cosas espirituales que prueban a veces los fieles e incluso las personas adentradas en los caminos de la perfección; es una flaccidez que los empuja a abandonar toda actividad de la vida espiritual, a causa de la dificultad de esta vida.• Garrigou-Lagrange la definía como "cierto disgusto de las cosas espirituales, que hace que las cumplamos con negligencia, las abreviemos o las omitamos por fútiles razones. La acidia es el principio de la tibieza".• No menos importancia se le dio entre los autores del renacimiento espiritual español. La Puente dice que es "una tristeza o tedio de todas las obras de la vida espiritual, así de la vida activa como de la contemplativa, de donde procede que a todo lo bueno resiste y para todo inhabilita, y es lastimoso el estrago que hace". • Podemos encontrarla retratada en la "desolación" ignaciana; decía Ignacio: "Llamo desolación... [a] oscuridad de alma, turbación de ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor". La acidia voluntaria (ya sea buscada, ya sea no combatida) es elemento culpable dispositivo de la desolación. La descripción que nos han dejado los Santos Padres, es detallada y precisa.• Evagrio Póntico describía al acedioso diciendo: "La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. El flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es perseverante está siempre tranquilo. El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos, cosa que garantiza su propio objetivo. El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto su propia satisfacción…• San Juan Clímaco le dedica uno de los "escalones" de su "Escala Espiritual" describiéndola con términos semejantes.El pecado de acediaLa acedia es pecado. San Juan Damasceno definió la acedia como "una especie de tristeza deprimente"; Santo Tomás la describe como "tristeza mundana" San Gregorio Magno la denomina como la apatía en torno a los preceptos. Santo Tomás afirma que siempre es algo malo; ya sea por sí misma o por sus efectos. Es mala en sí misma cuando la tristeza es causada por un bien verdadero, pues el bien espiritual sólo debería alegrar. Es mala en sus efectos, cuando la tristeza es causada por algo que verdaderamente es un mal (y por tanto, tendría razón de entristecer) pero entristece al punto de abatir el ánimo y alejar de toda obra buena. En este sentido San Pablo, hablando del pecador, dice a los corintios: Perdonadlo y animadlo, no sea que se vea hundido en una excesiva tristeza (2 Cor 2,7)La acedia es vicio especial cuando se opone al gozo que debería procurar el bien espiritual en cuanto bien divino. Este gozo es un efecto propio de la caridad; por eso, entristecerse del bien divino es un pecado contra la virtud teologal de la caridad: "entristecerse del bien divino, del cual goza la caridad, pertenece al vicio especial que es llamado acedia". Este "entristecerse" ha de entenderse como: descontentar, sentir hastío, pereza, aburrimiento, desgana, apatía, displicencia. Propiamente consiste en la repugnancia a la virtud cuando ésta no va acompañada de consuelo; antipatía a la "virtud crucificada". En la cuestión De malo explica más en detalle que la acidia, en cuanto pecado especial, "produce tristeza del bien interno y divino", así como "amar este bien lo hace la caridad como virtud específica". La acidia tiene su raíz en el desorden de la carne y domina cuando domina en el hombre el afecto carnal.La acedia, pecado capitalLa acedia no sólo es un pecado sino un pecado capital. "Pecado capital" significa etimológicamente el pecado que es principio, cabeza o madre de otros pecados. Los pecados capitales son origen de otros pecados en el género de la causalidad final, pues éste es el único modo de causalidad que entraña una influencia específica de ciertos pecados respecto de otros; las demás influencias causales son muy genéricas: "el pecado capital es aquel del que nacen otros vicios en razón de causa final". Esto quiere decir que el vicio capital tiene un fin intrínseco para cuya consecución engendra otros pecados; por ejemplo, la avaricia, que tiene como fin la indefinida acumulación de riquezas, engendra el fraude, el dolo, el robo, la dureza del corazón, la inmisericordia (sin estas actitudes difícilmente el avaro podría enriquecerse como apetece). Por eso dice Santo Tomás que "llamamos pecados capitales a aquellos cuyos fines poseen cierto predominio sobre los otros pecados para mover el apetito".Pecados derivados de la acedia¿Cuáles son los pecados que la acedia engendra como vicio capital? Si consideramos que equivale a lo que San Gregorio llama tristeza, debemos admitir con este último seis pecados derivados ("las hijas de la tristeza"): malicia, rencor, pusilanimidad, desesperación, indolencia en lo tocante a los mandamientos, divagación de la mente por lo ilícito.San Isidoro de Sevilla indica, en cambio cuatro derivadas de la tristeza: el rencor, la pusilanimidad, la amargura, la desesperación; y seis de la acidia propiamente dicha: la ociosidad, la somnolencia, la indiscreción de la mente, el desasosiego del cuerpo, la inestabilidad, la verbosidad, la curiosidad.Santo Tomás conoce las dos primeras enumeraciones y se esfuerza por darles un sentido lógico y armonizarlas tomando como base la de San Gregorio. Parte de lo que dice Aristóteles: "nadie por largo tiempo puede permanecer con tristeza y sin placer", por lo que, de la tristeza nace necesariamente un doble movimiento: huida de lo que entristece y búsqueda de lo que da placer. De este doble movimiento se originan seis pecados principales (y otros secundarios relacionados a estos):1) Desesperación. Ha de entenderse como la natural repugnancia y consecuente huida de aquella obra difícil que produce tristeza. El fastidio y el aburrimiento no combatidos (al menos mediante la perseverancia y firmeza en no abandonar la obra comenzada o el deber contraído) pueden terminar en el abandono, en la desesperación de no poder llevar adelante tales obligaciones. Cuando el propio gusto, buscado como fruto de las obras, es superior al deseo de cumplir la voluntad de Dios, basta el dejar de hallar tal gusto para que se origine un creciente aborrecimiento que puede llevar al abandono de ellas. En esto más de perder llevan quienes más atados a los gustos están, como dice San Juan de la Cruz: "Estos también tienen tedio cuando les mandan lo que no tiene gusto para ellos. Estos, porque se andan al regalo y sabor del espíritu, son muy flojos para la fortaleza y trabajo de perfección, hechos semejantes a los que se crían en regalo, que huyen con tristeza de toda cosa áspera, y oféndense de la cruz, en que están los deleites del espíritu; y en las cosas más espirituales más tedio tienen, porque, como ellos pretenden andar en las cosas espirituales a sus anchuras y gusto de su voluntad, háceles gran tristeza y repugnancia entrar por el camino estrecho, que dice Cristo (Mt 7, 14), de la vida". El tedio "envuelve al hombre con una cadena sin fin, de la cual sólo puede librarse mediante un esfuerzo de su voluntad; porque si se deja llevar de su tendencia sensible, la falta de gusto en las cosas espirituales engendra el tedio y éste a su vez aumenta el disgusto, y de aquí nace el tedio aumentado que sigue su labor aniquiladora de las obras. ‘Más me recelo –dice Fray Juan de los Ángeles– del tedio..., que le vuelve incapaz de toda devoción y sentimiento espiritual’".2) Pusilanimidad. La acedia engendra la "pusilanimidad y cobardía de corazón para acometer cosas grandes y arduas empresas". El tedio a la dificultad que comporta la virtud (al menos en los comienzos de la vida ascética) engendra miedo al trabajo y a la perseverancia en las buenas obras y consecuentemente el ánimo se apoca. Esto proviene en definitiva del aprecio exagerado al cuerpo (sensualidad) y también de la baja apreciación de sí mismo al pensar que por el amor y afición de los deleites no va a ser posible sufrir los trabajos y dificultades de la carne.3) Incumplimiento de los preceptos. Primero voluntariamente (ociosidad y somnolencia voluntarias ante los deberes de estado o simplemente ante los mandamientos divinos), y a la postre como una imposibilidad de obrar el deber fruto de la abulia adquirida.4) Rencor o amargura. Santo Tomás entiende esta expresión como "indignación contra las personas que nos obligan contra nuestra voluntad a los bienes espirituales que nos contristan". Es decir, los superiores en la vida religiosa, y, para los perezosos en general, los virtuosos. Los primeros porque tienen autoridad para exigirnos el cumplimiento de la virtud. Los segundos porque el virtuoso, como el santo, "acusa" con su virtud eminente la desidia de los flojos. "Los santos me acusan", confesó cierta persona al tener que explicar por qué en su biblioteca no se hallaba hagiografía alguna. Este rencor puede tomar la forma de "espíritu crítico" tanto contra los mismos bienes espirituales (para justificarse a sí mismo de no buscarlos, cargando las tintas sobre su dificultad o inoportunidad de los mismos) cuanto contra a las personas que nos empujan a buscarlos.5) Malicia propiamente dicha. El término designa, en el lenguaje del Aquinate, "indignación y odio contra los mismos bienes espirituales". Es un punto probablemente no querido ni sospechado por el acidioso, pero en el que lógicamente puede desembocar el resentimiento y animadversión que experimenta (cuando no es combatido) por los bienes espirituales o las personas que con ellos nos relacionan: se empieza por "amar menos", se sigue por "preferir" otra cosa a los bienes espirituales; puede terminar por odiar aquello que ya desistimos de conseguir o buscar.6) Divagación por las cosas prohibidas (inestabilidad del alma, curiosidad, verbosidad, inquietud corporal, inestabilidad local). Divagar significa "apartarse del asunto que se debe o se está tratando". Indica aquí el dirigirse hacia lo ilícito como fruto de la deserción de los bienes sobrenaturales. Es un volcarse hacia las creaturas del pecado en general y propio de este pecado en particular. Magnificas descripciones al respecto debemos a los grandes recopiladores del monacato primitivo. El perezoso o acidioso, aunque no es capaz de realizaciones concretas, deja que su imaginación construya castillos en el aire, en los que él es protagonista de cuanto no hace en la vida real. Esto no sólo representa una pérdida de tiempo sino que suele terminar siendo ocasión de pecado. Esta divagación puede verificarse en todos los órdenes: en el hablar (verbosidad), en el conocer (convertido en curiosidad), en los propósitos (inestabilidad del alma), en el reposo (permanente desplazamiento de un lugar para otro, e incluso agitación física). Esto es consecuencia lógica de su flojedad en entregarse del todo a Dios, como explica muy bien San Juan de Ávila: "Si con pereza y tibieza negocia el negocio de Dios, allende de ser desleal al Señor que con tanto ardor de amor negoció nuestro negocio tomando la cruz por nos con gran denuedo, sobrándole amor y faltándole que padecer; más aún: vivirá una vida tan miserable que de penada la haya de dejar; porque como el tibio no goza de placeres de mundo por haberlos dejado con un poco de buen deseo, y como por falta de diligencia no goce de los de Dios, está como puesto entre dos contrarios, que cada uno le atormenta por su parte, padeciendo desconsuelos gravísimos que le hacen, en fin, dejar el camino y con miserable consejo buscar las cebollas de Egipto (Núm 11,5) que ya dejó, porque no puede sufrir la aspereza del desierto".Los remedios contra la acediaAlgunos remedios son comunes con la pereza; otros son específicos de la acedia. Señalemos entre estos:1) Hay que meditar y valorar como bienes reales para nosotros los dones sobrenaturales con que Dios nos agracia. Dice Santo Tomás: "Cuando pensamos más en los bienes espirituales, más nos agradan, y más de prisa desaparece el tedio que el conocerlos superficialmente provocaba". Y el mismo en otro lugar: "Cuanto más pensamos en los bienes espirituales, tanto más placenteros se nos vuelven, y con esto cesa la acedia". Condición fundamental para el amor es que la voluntad perciba como "bien para ella" aquello que debe amar. El verse objeto del amor de Dios enciende nuestro amor por Dios; este objeto tiene, por ejemplo, la "Contemplación para alcanzar amor" con que San Ignacio concluye sus Ejercicios Espirituales. En este sentido también es esencial el ejercicio de la fe iluminando con criterios sobrenaturales las realidades que han de ser amadas: Dios, el cielo, la gracia, la santidad; y los medios para alcanzar este "Bien Sobrenatural": la cruz, el renunciamiento, el ejercicio de la virtud, la práctica de la misericordia, las bienaventuranzas evangélicas. Quien se ejercita de esta manera es capaz de afirmar como Santa Teresa de Lisieux: "me es dulce el padecer"; San Francisco Javier: "los que gustan de la cruz de Cristo Nuestro Señor descansan viviendo en estos trabajos y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos".2) La acedia es pecado contra la caridad; se vence pues haciendo crecer la caridad hacia Dios y los dones por los que Dios se nos participa: la gracia, los dones del Espíritu Santo, los mandamientos divinos, los consejos evangélicos. Todos los medios para acrecentar la caridad son remedios para vencer la acedia: la vida fraterna, la misericordia, el trato asiduo con la Eucaristía, la oración perseverante, la lectura sabrosa de la Sagrada Escritura, etc.3) Como la tentación de la acedia puede ser parte de las desolaciones con que Dios purifica el alma, conviene también considerar todos los motivos por los cuales la desolación nos es provechosa: como purificación de nuestros pecados, para que experimentemos realmente lo que es de Dios en nosotros y los límites que tiene nuestra acción sin la ayuda y consuelo de Dios, para reparar nuestras negligencia y lentitudes, y para hacernos crecer en la humildad.4) En cuarto lugar, como la acedia es un modo de pereza, valen para ella los remedios generales para este defecto: la firmeza de propósitos; el combate decidido contra el ocio obrando por medio de la lectura espiritual, la Salmodia, el trabajo manual, la oración y las obras buenas de todo género. Dice Alcuino que el diablo tienta más difícilmente a quien nunca está ocioso. Y Casiano, apela a la experiencia para resaltar la resistencia antes que la huida: "Es algo experimentado que se impugna la acedia no huyendo sino resistiendo".5) Siendo también una forma de sensualidad se la combate también con la mortificación, especialmente mortificando aquello que es más propio de la acedia: la constante movilidad, la curiosidad, la verbosidad, etc.6) Pero fundamentalmente la acidia se purifica en la "noche pasiva del sentido", es decir, en las purificaciones a las que Dios sujeta al alma. Se trata de una gracia purificadora a la que el alma debe responder por medio de su docilidad y paciencia. Lo explica San Juan de la Cruz en su "Noche oscura": "Acerca de las imperfecciones de los otros tres vicios espirituales que allí dijimos que son ira, envidia y acidia, también en esta sequedad del apetito se purga el alma y adquiere las virtudes a ellas contrarias; porque, ablandada y humillada por estas sequedades y dificultades y otras tentaciones y trabajos en que a vueltas de esta noche Dios la ejercita, se hace mansa para con Dios y para consigo y también para con el prójimo; de manera que ya no se enoja con alteración sobre las faltas propias contra sí, ni sobre las ajenas contra el prójimo, ni acerca de Dios trae disgusto y querellas descomedidas porque no le hace presto bueno... Las acidias y tedios que aquí tiene de las cosas espirituales tampoco son viciosas como antes; porque aquéllos procedían de los gustos espirituales que a veces tenía y pretendía tener cuando no los hallaba; pero estos tedios no proceden de esta flaqueza del gusto, porque se le tiene Dios quitado acerca de todas las cosas en esta purgación del apetito".
Qué dice el catecismo de la Asedia?CIC 2094 "Pereza espiritual. Llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino." Es un pecado contra el amor de Dios y, por ende, contra el Primer Mandamiento.Nuevamente, en otro lugar, tratando de la oración, la enumera entre las tentaciones del orante: "otra tentación a la que abre la puerta la presunción, es la acedía. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. `El espíritu está pronto pero la carne es débil´ (Mateo 26,41)"CIC 2733 Por la naturaleza de la obra, el Catecismo no entra en detalles acerca de la conexión que tienen entre sí estos pecados contra la Caridad. En realidad puede decirse que son uno solo: acedia, en diferentes formas. La indiferencia, la ingratitud y la tibieza son otras tantas formas de la acedia.Secundaria y derivadamente, la acedia se presenta, en la práctica, como una pereza para las cosas relativas a Dios y a la salvación, a la fe y demás virtudes teologales. Por lo cual, acertadamente, el catecismo la propone, a los fines prácticos, como pereza.
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Sobre los ocho
vicios malvados.
Evagrio Póntico
(356?-400?)
Lo que hoy llamamos gula, Evagrio
llamaba gastrimargía, literalmente "locura del vientre".
Capítulo I
El
origen del fruto es la flor y el origen de la vida activa ["Vida activa" es la traducción
más cercana a "praktiké", la disciplina espiritual que según Evagrio se
encuentra al principio del proceso de conformación con el Señor Jesús y que
tiene como fin purificar las pasiones del alma humana. A esto dedica Evagrio su
"Tratado Práctico"] es la templanza [Enkráteia, es un concepto mucho
más rico que el término "templanza" si por éste se entiende solamente la virtud
contraria a la gula. Por la raíz krat, que significa "fuerza" o "poder", esta
virtud implica "dominio de sí" o "señorío de sí"]; quien domina el propio estómago
hace disminuir las pasiones, al contrario, quien es subyugado por la comida
incrementa los placeres.
Como
Amalec es el origen de los pueblos, así la gula lo es de las pasiones. Como la
leña es alimento del fuego así la comida es alimento del estómago. La mucha leña
alienta una gran llama y la abundancia de comida nutre la concupiscencia. La
llama se extingue cuando hay menos leña y la penuria en la comida apaga la
concupiscencia.
Aquel
que tiene dominio sobre la mandíbula desbarata a los extranjeros y disuelve
fácilmente las ataduras de sus manos. De la mandíbula arrojada fuera brota una
fuente de agua y la liberación de la gula genera la práctica de la
contemplación.
El palo
de la tienda, irrumpiendo, mató la mandíbula enemiga y la sabiduría de la
templanza mata la pasión [Se trata de una comparación
oscura, pero el mensaje es claro].
El deseo
de comida engendra desobediencia y una deleitosa degustación arroja del paraíso.
Sacian la garganta las comidas fastuosas y nutren el gusano de la intemperancia
que nunca duerme.
Un
vientre indigente prepara para una oración vigilante, al contrario un vientre
bien lleno invita a un sueño largo.
Una
mente sobria se alcanza con una dieta muy magra, mientras que una vida llena de
delicadezas arroja la mente al abismo.
La
oración del ayunante es como el pollito que vuela más alto que un águila
mientras que la del glotón está envuelta en las tinieblas. La nube esconde los
rayos del sol y la digestión pesada de los alimentos ofusca la mente.
Capítulo II
Un
espejo sucio no refleja claramente la forma que se le pone al frente y el
intelecto, obtuso por la saciedad, no acoge el conocimiento de Dios.
Una
tierra sin cultivar genera espinas y de una mente corrompida por la gula
germinan pensamientos malignos.
Como el
fango no puede emanar fragancia tampoco en el goloso sentimos el suave perfume
de la contemplación.
El ojo
del goloso escruta con curiosidad los banquetes, mientras que la mirada del
temperante observa las enseñanzas de los sabios.
El alma
del goloso enumera los recuerdos de los mártires, mientras que la del temperante
imita su ejemplo.
El
soldado bellaco retiembla al son de la trompeta que preanuncia la batalla,
igualmente tiembla el goloso a los llamados de la templanza.
El monje
goloso, sometido a las exigencias de su vientre, exige su tributo cotidiano. El
caminante que camina con ahínco alcanzará pronto la ciudad y el monje glotón no
llegará a la casa de la paz interior
[El término que usa
Evagrio es Apátheia, que en su espiritualidad equivale al estado de plenitud
espiritual, alcanzado mediante el dominio de las pasiones y el silenciamiento
del interior].
El
húmedo vapor del sahumerio perfuma el aire, como la oración del temperante
deleita el olfato divino.
Si te
abandonas al deseo de la comida ya nada te bastará para satisfacer tu placer: el
deseo de la comida, en efecto, es como el fuego que siempre envuelve y siempre
se inflama. Una medida suficiente llena el vaso, mientras un vientre desfondado
jamás dirá " ¡basta!". La extensión de las manos puso en fuga a Amalec y una
vida activa elevada somete las pasiones carnales.
Capítulo
III
Extermina todo lo que sea
inspirado por los vicios y mortifica fuertemente tu carne. Que de cualquier
manera, en efecto, sea matado el enemigo, éste no te producirá más miedo, así un
cuerpo mortificado no perturbará al alma. Un cadáver no nota el dolor del fuego
y menos aún el temperante siente el placer del deseo extinguido.
Si matas
a un egipcio [El "egipcio" es el nombre que los
padres del desierto daban a un demonio especialmente feroz en la
tentación],
escóndelo bajo la arena, y no engordes el cuerpo por una pasión vencida: así
como en la tierra engordada germina lo que está escondido, así en el cuerpo
gordo revive la pasión.
La llama
que languidece se reenciende si se le agrega leña seca y el placer que se va
atenuando revive con la saciedad de la comida; no compadezcas el cuerpo que se
lamenta por la carestía y no lo halagues con comidas suntuosas: si en efecto lo
refuerzas se te volverá en contra llevándote a una guerra sin tregua, hasta que
esclavice tu alma y te haga siervo de la lujuria.
El
cuerpo indigente es como una caballo dócil que jamás desensillará al caballero:
éste, en efecto, dominado por el freno, se somete y obedece a la mano de quien
sujeta las riendas, mientras el cuerpo, domado por el hambre y las vigilias, no
reacciona por un pensamiento malo que lo cabalga, ni relincha excitado por el
ímpetu de las pasiones.
Capítulo IV
La temperancia
genera la mesura, mientras la gula es la madre del desenfreno; el aceite
alimenta la luz de la lámpara y el frecuentar mujeres atiza la llamarada del
placer.
La violencia del
oleaje se desencadena contra el mercader mal anclado como el pensamiento de la
lujuria sobre la mente intemperante. La lujuria acogerá como aliada a la
saciedad, le dará licencia, se juntará a los adversarios y combatirá finalmente
del lado de los enemigos.
Permanece
invulnerable a las flechas enemigas aquel que ama la tranquilidad [Se
refiere a la paz interior, la tranquilidad del recogimiento o la soledad, en el
caso del monje], quien en cambio
se mezcla con la multitud recibe golpes continuamente.
Mirar a una mujer
es como un dardo venenoso, hiere el alma, nos inocula el veneno y cuanto más
perdura, tanto más arraiga la infección. El que busca defenderse de estas
flechas se mantiene lejos de las multitudinarias reuniones públicas y no divaga
con la boca abierta en los días de fiesta; es mucho mejor quedarse en casa
pasando el tiempo orando en vez de hacer la obra del enemigo creyendo que se
honra las fiestas.
Evita la intimidad
con las mujeres si deseas ser sabio y no les des la libertad de hablarte ni
confianza. En efecto, al inicio tienen o simulan una cierta cautela, pero
seguidamente osan hacerlo todo descaradamente: en el primer acercamiento tienen
la mirada baja, pían dulcemente, lloran conmovidas, el trato es serio, suspiran
con amargura, plantean preguntas sobre la castidad y escuchan atentamente; las
ves una segunda vez y levanta un poco más la cabeza; la tercera vez se acercan
sin mucho pudor; tú has sonreído y ellas se han puesto a reír desaforadamente;
seguidamente se embellecen y se te muestran con ostentación, su mirada cambia
anunciando el ardor, levantan las cejas y rotan los ojos, desnudan el cuello y
abandonan todo el cuerpo a la languidez, pronuncian frases ablandadas por la
pasión y te dirigen una voz fascinante al oído hasta que se apoderan
completamente el alma.
Sucede que estas
trampas te encaminan a la muerte y estas redes entretejidas te arrastran a la
perdición; por tanto no te dejes ni siquiera engañar de aquellas que se sirven
de discursos discretos: en éstas, en efecto, se oculta el maligno veneno de las
serpientes.
Capítulo V
Acércate al fuego
ardiente antes que a una mujer joven, sobre todo si tú también eres joven: en
efecto, cuando te acercas a la llama y sientes una buena quemazón, te alejas
rápidamente, mientras que cuando eres seducido por las charlas femeninas,
difícilmente logras darte a la fuga.
La hierba crece
cuando está cerca al agua, como germina la intemperancia frecuentando a las
mujeres.
Aquel que repleta
el vientre y hace profesión de sabiduría se parece a quien afirma que frena la
fuerza del fuego con paja. Como efectivamente es imposible apagar el mutable
agitarse del fuego con la paja, así es imposible colmar en la saciedad el ímpetu
inflamado de la intemperancia.
Una columna se
apoya en una base y la pasión de la lujuria tiene sus cimientos en la saciedad.
La nave presa de
las tempestades se apresura en llegar al puerto y el alma del sabio busca la
soledad: una huye de las amenazadoras olas del mar, la otra de las formas
femeninas que traen dolor y ruina.
Un semblante
embellecido de mujer hunde más que un oleaje marino: aún así, éste te da la
posibilidad de nadar si quieres salvar la vida, mientras que la belleza
femenina, tras el engaño, te persuade de despreciar incluso la vida misma.
La zarza solitaria
se sustrae intacta a la llama y el sabio que sabe mantenerse alejado de las
mujeres no se enciende en la intemperancia: como el recuerdo del fuego no quema
la mente, así ni siquiera la pasión tiene vigor si falta la materia.
Capítulo VI
Si tienes piedad
para con el enemigo éste será siempre tu enemigo, y si concedes a la pasión ésta
se te revelará.
La vista de las
mujeres excita al intemperante, mientras empuja al sabio a glorificar a Dios;
pero si en medio de las mujeres la pasión está tranquila no le des crédito a
quien te anuncia que has alcanzado la paz interior [Apátheia].
El perro justamente
menea la cola cuando se lo deja en medio de la multitud, pero cuando se aleja,
muestra su maldad. Sólo cuando el recuerdo de la mujer surja en ti privado de
pasión, entonces considérate cerca de los confines de la sabiduría. Cuando en
cambio su imagen te empuja a verla y sus dardos cercan tu alma, entonces
considérate fuera de la virtud.
Pero no debes
mantenerte así en esos pensamientos ni tu mente debe familiarizarse mucho con
las formas femeninas, la pasión es en efecto reincidente y tiene al peligro
junto a sí.
Como sucede
efectivamente que una apropiada fundición purifica la plata pero si se prolonga
la destruye fácilmente, así una insistente fantasía de mujeres destruye la
sabiduría adquirida: no tengas, por tanto, familiaridad prolongada con un rostro
imaginado para que no se te adhieran las llamas del placer y no queme la aureola
que circunda tu alma: así como la chispa, si permanece en medio de la paja,
desencadena las llamas, así el recuerdo de la mujer, persistiendo, enciende el
deseo.
Philargyria, o amor
al oro, al dinero. Evagrio le da especial importancia a este vicio, y presenta
su demonio como particularmente astuto, pues presenta al monje una serie de
razonamientos que hacen aparecer la acumulación de bienes como un acto de
sensatez y prudencia.
Capítulo VII
La avaricia es la
raíz de todos los males y nutre como malignos arbustos a las demás pasiones y no
permite que se sequen aquellas que florecen de ésta.
Quien desea hacer
retroceder a las pasiones, que extirpe la raíz; si efectivamente podas para el
bien las ramas pero la avaricia permanece, no te servirá de nada, porque éstas,
a pesar de que se hayan reducido, rápidamente florecen.
El monje rico es
como una nave demasiado cargada que es hundida por el ímpetu de una tempestad:
tal como una nave que deja entrar el agua es puesta a prueba por cada ola, así
el rico se ve sumergido por las preocupaciones.
El monje que no
posee nada es en cambio un viajero ágil que encuentra refugio en todos lados. Es
como el águila que vuela por lo alto y que baja a buscar su alimento cuando lo
necesita. Está por encima de cualquier prueba, se ríe del presente y se eleva a
las alturas alejándose de las cosas terrenas y juntándose a las celestes: tiene
efectivamente alas ligeras, jamás apesadumbradas por las preocupaciones.
Sobrepasa la opresión y deja el lugar sin dolor; la muerte llega y se va con
ánimo sereno: el alma, en efecto, no ha estado amarrada por ningún tipo de
atadura.
Quien en cambio
mucho posee se somete a las preocupaciones y, como el perro, está amarrado a la
cadena, y, si es obligado a irse, se lleva consigo, como un grave peso y una
inútil aflicción, los recuerdos de sus riquezas, es vencido por la tristeza y,
cuando lo piensa, sufre mucho, ha perdido las riquezas y se atormenta en el
desaliento.
Y si llega la
muerte abandona miserablemente sus tenencias, entrega el alma, mientras el ojo
no abandona los negocios; de mala gana es arrastrado como un esclavo fugitivo,
se separa del cuerpo y no se separa de sus intereses: porque la pasión lo aferra
más que lo que lo arrastra.
Capítulo VIII
El mar jamás se
llena del todo a pesar de recibir la gran masa de agua de los ríos, de la misma
manera el deseo de riquezas del avaro jamás se sacia, él las duplica e
inmediatamente desea cuadruplicarlas y no cesa jamás esta multiplicación, hasta
que la muerte no pone fin a tal interminable premura.
El monje juicioso
tendrá cuidado de las necesidades del cuerpo y proveerá con pan y agua el
estómago indigente, no adulará a los ricos por el placer del vientre, ni
someterá su mente libre a muchos amos: en efecto, las manos son siempre
suficientes para satisfacer las necesidades naturales.
El monje que no
posee nada es un púgil que no puede ser golpeado de lleno y un atleta veloz que
alcanza rápidamente el premio de la invitación celeste.
El monje rico se
regocija en las muchas rentas, mientras que el que no tiene nada se goza con los
premios que le vienen de las cosas bien obtenidas.
El monje avaro
trabaja duramente mientras que el que no posee nada usa el tiempo para la
oración y la lectura.
El monje avaro
llena de oro los agujeros, mientras que el que nada posee atesora en el cielo.
Sea maldito aquel
que forja el ídolo y lo esconde, al igual que aquel que es afecto a la avaricia:
el primero en efecto se postra frente a lo falso e inútil, el otro lleva en sí
la imagen [Para
Evagrio, el apasionado posee en el corazón la imagen del objeto que lo
domina] de la riqueza, como
un simulacro.
Capítulo
IX
La ira es una
pasión furiosa que con frecuencia hacer perder el juicio a quienes tienen el
conocimiento, embrutece el alma y degrada todo el conjunto humano.
Un viento impetuoso
no quebrará una torre y la animosidad no arrastra al alma mansa.
El agua se mueve
por la violencia de los vientos y el iracundo se agita por los pensamientos
alocados. El monje iracundo ve a uno y rechina los dientes.
La difusión de la
neblina condensa el aire y el movimiento de la ira nubla la mente del iracundo.
La nube que avanza
ofusca el sol y así el pensamiento rencoroso embota la mente.
El león en la jaula
sacude continuamente la puerta como el violento en su celda cuando es asaltado
por el pensamiento de la ira.
Es deliciosa la
vista de un mar tranquilo, pero ciertamente no es más agradable que un estado de
paz: en efecto, los delfines nadan en el mar en estado de bonanza, y los
pensamientos vueltos a Dios emergen en un estado de serenidad.
El monje magnánimo
es una fuente tranquila, una bebida agradable ofrecida a todos, mientras la
mente del iracundo se ve continuamente agitada y no dará agua al sediento y, si
se la da, será turbia y nociva; los ojos del animoso están descompuestos e
inyectados de sangre y anuncian un corazón en conflicto. El rostro del magnánimo
muestra cordura y los ojos benignos están vueltos hacia
abajo.
Capítulo
X
La mansedumbre del
hombre es recordada por Dios y el alma apacible se convierte en templo del
Espíritu Santo.
Cristo recuesta su
cabeza en los espíritus mansos y sólo la mente pacífica se convierte en morada
de la Santa Trinidad.
Los zorros hacen
guarida en el alma rencorosa y las fieras se agazapan en el corazón rebelde.
El hombre honesto
huye de las casas de mal vivir y Dios de un corazón rencoroso.
Una piedra que cae
en el agua la agita, como un discurso malvado el corazón del hombre.
Aleja de tu alma
los pensamientos de la ira y no alientes la animosidad en el recinto de tu
corazón y no lo turbes en el momento de la oración: efectivamente, como el humo
de la paja ofusca la vista así la mente se ve turbada por el rencor durante la
oración.
Los pensamientos
del iracundo son descendencia de víboras y devoran el corazón que los ha
engendrado. Su oración es un incienso abominable y su salmodia emite un sonido
desagradable.
El regalo del
rencoroso es como una ofrenda que bulle de hormigas y ciertamente no tendrá
lugar en los altares asperjados de agua bendita.
El animoso tendrá
sueños turbados y el iracundo se imaginará asaltos de fieras. El hombre
magnánimo que no guarda rencor se ejercita con discursos espirituales y en la
noche recibe la solución de los misterios.
Capítulo
XI
El
monje afectado por la tristeza no conoce el placer espiritual: la tristeza es un
abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la ira.
El
deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira, el fracaso de la venganza
genera la tristeza; la tristeza es la boca del león y fácilmente devora a aquel
que se entristece.
La
tristeza es un gusano del corazón y se come a la madre que lo ha generado.
Sufre
la madre cuando da a luz al hijo, pero, una vez alumbrado se ve libre del dolor;
la tristeza, en cambio, mientras es generada, provoca largos dolores y
sobreviviendo, después del esfuerzo, no trae sufrimientos menores.
El
monje triste no conoce la alegría espiritual, como aquel que tiene una fuerte
fiebre no reconoce el sabor de la miel.
El
monje triste no sabrá cómo mover la mente hacia la contemplación ni brota de él
una oración pura: la tristeza es un impedimento para todo bien.
Tener
los pies amarrados es un impedimento para la carrera, así la tristeza es un
obstáculo para la contemplación.
El
prisionero de los bárbaros está atado con cadenas y la tristeza ata a aquel que
es prisionero [Evagrio
utiliza el término Aikhmálotos, que significa "prisionero de guerra", pero al
mismo tiempo hace referencia a la aikhmálosia, que en su teoría espiritual es el
estadio final de esclavitud del alma a los demonios, que llega como consecuencia
de dejarse vencer sistemáticamente por ellos]
de las pasiones.
En
ausencia de otras pasiones la tristeza no tiene fuerza como no la tiene una
atadura si falta quien ate.
Aquel
que está atado por la tristeza es vencido por las pasiones y como prueba de su
derrota viene añadida la atadura.
Efectivamente
la tristeza deriva de la falta de éxito del deseo carnal porque el deseo es
connatural a todas las pasiones. Quien vence el deseo vencerá las pasiones y el
vencedor de las pasiones no será sometido por la tristeza.
El
temperante no se entristece por la falta de alimentos, ni el sabio cuando lo
ataca una disolución desquiciada, ni el manso que renuncia a la venganza, ni el
humilde si se ve privado del honor de los hombres, ni el generoso cuando incurre
en un pérdida financiera: ellos evitaron con fuerza, en efecto, el deseo de
estas cosas: como efectivamente aquel que está bien acorazado rechaza los
golpes, así el hombre carente de pasiones no es herido por la
tristeza.
Capítulo
XII
El
escudo es la seguridad del soldado y los muros lo son de la ciudad: más segura
que ambos es para el monje la paz interior [Apátheia].
De
hecho, frecuentemente un flecha lanzada por un brazo fuerte traspasa el escudo y
la multitud de enemigos abate los muros, mientras que la tristeza no puede
prevalecer sobre la paz interior.
Aquel
que domina las pasiones se enseñoreará sobre la tristeza, mientras que quien es
vencido por el placer no fugará de sus ataduras.
Aquel
que se entristece fácilmente y simula una ausencia de pasiones es como el
enfermo que finge estar sano; como la enfermedad se revela por la rojez, la
presencia de una pasión se demuestra por la tristeza.
Aquel
que ama el mundo se verá muy afligido mientras que aquellos que desprecian lo
que hay en él serán alegrados por siempre.
El
avaro, al recibir un daño, se verá atrozmente entristecido, mientras que aquel
que desprecia las riquezas estará siempre libre de la tristeza.
Quien
busca la gloria, al llegar el deshonor, se verá adolorido, mientras el humilde
lo acogerá como a un compañero.
El
horno purifica la plata de baja ley y la tristeza frente a Dios libra el corazón
del error; la continua fusión empobrece el plomo y la tristeza por las cosas del
mundo disminuye el intelecto.
La
niebla diminuye la fuerza de los ojos y la tristeza embrutece la mente dedicada
a la contemplación; la luz del sol no llega a los abismos marinos y la visión de
la luz no alumbra el corazón entristecido; dulce es para todos los hombres la
salida del sol, pero incluso de esto se desagrada el alma triste; la picazón
elimina el sentido del gusto como la tristeza sustrae al alma la capacidad de
percibir. Pero aquel que desprecia los placeres del mundo no se verá turbado por
los malos pensamientos de la tristeza.
6. La Acedia
Capítulo
XIII
La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive
según la naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. En efecto, la
tentación es para un alma noble lo que el alimento es para un cuerpo vigoroso.
El viento del norte nutre los brotes y las tentaciones consolidan la
firmeza del alma.
La nube pobre de agua es alejada por el viento como la mente que no
tiene perseverancia del espíritu de la acedia.
El rocío primaveral incrementa el fruto del campo y la palabra
espiritual exalta la firmeza del alma.
El flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que
aquel que es perseverante está siempre tranquilo.
El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos [En la tradición de los monjes del desierto, el abandonar la celda
era una de las principales tentaciones de la acedia. Visitar enfermos era, por
tanto, la manera de encubrir bajo el manto de la caridad el deseo de huir de la
soledad. Para los cristianos del mundo representaría la alienación, el huir de
la cruz y del sufrimiento], cosa que garantiza su propio objetivo.
El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un
precepto su propia satisfacción; la planta débil es doblada por una leve brisa e
imaginar la salida distrae al acedioso.
Un árbol bien plantado no es sacudido por la violencia de los vientos
y la acedia no doblega al alma bien apuntalada.
El monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco
tranquilo, y sin quererlo, es suspendido acá y allá cada cierto tiempo.
Un árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto
de virtud. El enfermo no se satisface con un solo alimento y el monje acedioso
no lo es de una sola ocupación.
No basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una
sola celda para el acedioso.
Capítulo XIV
El ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente
imagina que llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha una voz y
se asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se entumece.
Cuando lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por
el sueño, se refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la
fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la
palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos,
desprecia las letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo pone
debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego, poco después, el
hambre le despierta el alma con sus preocupaciones.
El monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás
pronunciará las palabras de la oración; como efectivamente el enfermo jamás
llega a cargar un peso excesivo así también el acedioso seguramente no se
ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta, efectivamente,
la fuerza física, el otro extraña el vigor del alma.
La paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios
curan la acedia.
Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas
antes de haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el espíritu de
la acedia huirá de ti.
El término Kenodoxía deriva de kenós "vacío, vano" y dóxa, "opinión":
una imagen de sí que se proyecta a los demás en base a valores inexistentes o
insignificantes por su trivialidad.
Capítulo XV
La vanagloria es una pasión irracional que fácilmente se enreda con
todas las obras virtuosas.
Un dibujo trazado en el agua se desvanece, como la fatiga de la
virtud en el alma vanagloriosa.
La mano escondida en el seno se vuelve inocente y la acción que
permanece oculta resplandece con una luz más resplandeciente.
La hiedra se adhiere al árbol y, cuando llega a lo más alto, seca la
raíz, así la vanagloria se origina en las virtudes y no se aleja hasta que no
les haya consumido su fuerza.
El racimo de uva arrojado por tierra se marchita fácilmente y la
virtud , si se apoya en la vanagloria, perece.
El monje vanaglorioso es un trabajador sin salario: se esfuerza en el
trabajo pero no recibe ninguna paga; el bolso agujereado no custodia lo que se
guarda en él y la vanagloria destruye la recompensa de las virtudes.
La continencia del vanaglorioso es como el humo del camino, ambos se
difuminarán en el aire.
El viento borra la huella del hombre como la limosna del
vanaglorioso. La piedra lanzada arriba no llega al cielo y la oración de quien
desea complacer a los hombres no llegará hasta Dios.
Capítulo XVI
La vanagloria es un escollo sumergido: si chocas con ella corres el
riesgo de perder la carga.
El hombre prudente esconde su tesoro tanto como el monje sabio las
fatigas de su virtud.
La vanagloria aconseja rezar en las plazas, mientras que el que la
combate reza en su pequeña habitación.
El hombre poco prudente hace evidente su riqueza y empuja a muchos a
tenderle insidias. Tu en cambio esconde tus cosas: durante el camino te cruzarás
con asaltantes mientras no llegues a la ciudad de la paz y puedas usar tus
bienes tranquilamente.
La virtud del vanaglorioso es un sacrificio agotado que no se ofrece
en el altar de Dios.
La acedia consume el vigor del alma, mientras la vanagloria fortalece
la mente del que se olvida de Dios, hace robusto al asténico y hace al viejo más
fuerte que el joven, solamente mientras sean muchos los testigos que asisten a
esto: entonces serán inútiles el ayuno, la vigilia o la oración, porque es la
aprobación pública la que excita el celo.
No pongas en venta tus fatigas a cambio de la fama, ni renuncies a la
gloria futura por ser aclamado. En efecto, la gloria humana habita en la tierra
y en la tierra se extingue su fama, mientras que la gloria de las virtudes
permanecen para siempre.
8. La Soberbia
El término Hyperephanía proviene del
superlativo hypér y phaíno, "lo que aparece": aquello que aparece como más de lo
que es, arrogancia, altanería.
Capítulo XVII
La soberbia es un tumor del alma lleno de pus. Si madura, explotará,
emanando un horrible hedor
El resplandor del relámpago anuncia el fragor del trueno y la
presencia de la vanagloria anuncia la soberbia.
El alma del soberbio alcanza grandes alturas y desde allí cae al
abismo.
Se enferma de soberbia el apóstata de Dios cuando adjudica a sus
propias capacidades las cosas bien logradas.
Como aquel que trepa en una telaraña se precipita, así cae aquel que
se apoya en sus propias capacidades.
Una abundancia de frutos doblega las ramas del árbol y una abundancia
de virtudes humilla la mente del hombre.
El fruto marchito es inútil para el labrador y la virtud del soberbia
no es acepta a Dios.
El palo sostiene el ramo cargado de frutos y el temor de Dios el alma
virtuosa. Como el peso de los frutos parte el ramo, así la soberbia abate al
alma virtuosa.
No entregues tu alma a la soberbia y no tendrás fantasías terribles.
El alma del soberbio es abandonada por Dios y se convierte en objeto de maligna
alegría de los demonios. De noche se imagina manadas de bestias que lo asaltan y
de día se ve alterado por pensamientos de vileza. Cuando duerme, fácilmente se
sobresalta y cuando vela los asusta la sombra de un pájaro. El susurrar de las
copas de los árboles aterroriza al soberbio y el sonido del agua destroza su
alma. Aquel que efectivamente se ha opuesto a Dios rechazando su ayuda, se ve
después asustado por vulgares fantasmas.
Capítulo XVIII
La soberbia precipitó al arcángel del cielo y como un rayo los hizo
estrellarse sobre la tierra.
La humildad en cambio conduce al hombre hacia el cielo y lo prepara
para formar parte del coro de los ángeles.
¿De qué te enorgulleces oh hombre, cuando por naturaleza eres barro y
podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes?
Contempla tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y dentro de poco
volverás al polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano.
¿Para qué elevas la cabeza que dentro de poco se marchitará?
Grande es el hombre socorrido por Dios; una vez abandonado reconoció
la debilidad de la naturaleza. No posees nada que no hayas recibido de Dios, no
desprecies, por tanto, al Creador.
Dios te socorre, no rechaces al benefactor. Haz llegado a la cumbre
de tu condición, pero él te ha guiado; haz actuado rectamente según la virtud y
él te ha conducido. Glorifica a quien te ha elevado para permanecer seguro en
las alturas; reconoce a aquel que tiene tus mismos orígenes porque la sustancia
es la misma y no rechaces por jactancia esta parentela.
Capítulo XIX
Humilde y moderado es aquel que reconoce esta parentela; pero el
creador [Evagrio utiliza el término Demioyrgós, que en la tradición griega
equivalía al trabajador manual o a la divinidad que creaba el mundo a partir de
una materia preexistente. Parece ser que acá lo quiere utilizar en el sentido de
Dios creador, aunque esta acepción no queda totalmente clara] lo creó tanto a él como al soberbio.
No desprecies al humilde: efectivamente él está más al seguro que tú:
camina sobre la tierra y no se precipita; pero aquel que se eleva más alto, si
cae, se destrozará.
El monje soberbio es como un árbol sin raíces y no soporta el ímpetu
del viento.
Una mente sin jactancia es como una ciudadela bien fortificada y
quien la habita será incapturable.
Un soplo revuelve la pelusa y el insulto lleva al soberbio a la
locura.
Una burbuja reventada desaparece y la memoria del soberbio perece.
La palabra del humilde endulza el alma, mientras que la del soberbio
está llena de jactancia.
Dios se dobla ante la oración del humilde, en cambio se exaspera con
la súplica del soberbio.
La humildad es la corona de la casa y mantiene seguro al que entra.
Cuando te eleves a la cumbre de la virtud tendrás necesidad de mucha
seguridad. Aquel que efectivamente cae al pavimento rápidamente se reincorpora,
pero quien se precipita de grandes alturas, corre riesgo de muerte.
La piedra preciosa se luce en el brazalete de oro y la humildad
humana resplandece de muchas virtudes.
Aquel que busque la perfeccion del alma, podra encontrar en este articulo consuelo para la misma.
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