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martes, 1 de enero de 2013

498 mártires del siglo XX en España

 
El 6 de noviembre del 2007 fueron beatificados en Madrid 498 mártires de España en época de la Guerra Civil. Al tratarse de una beatificación muy reciente y numerosa, aun no están inscriptos los beatos individualmente, en la fecha que les corresponde.
Nota de ETF: Esta celebración es propia de la Iglesia española; por tratarse de una celebración de carácter exclusivamente local, figura al final de la lista del 6 de noviembre. Al tratarse de una beatificación tan reciente (2007) y tan numerosa (498 nombres), posterior a la última edición del Martirologio, no están incorporados uno a uno los beatos en la fecha que les corresponde, es decir, la de su martirio; en cuanto la CEE o algún otro sitio de internet confiable publique un listado de las respectivas fechas, iremos inscribiéndolos y aportando los breves datos biográficos de cada uno. En esta hagiografía se hace -como en el caso de los mártires ingleses, vietnamitas, etc- una introducción de conjunto, que extraemos del texto que distribuyó la Conferencia Episcopal Española como preparatorio de la celebración. No hemos reproducido el texto entero, sino que éste puede hallarse en un web de la CEE específicamente dedicado al tema - Se comenzó el ingreso de los nombres individuales en sus respectivas fechas el 7 de noviembre de 2011.

Esta es la lista establecida en la Bula de beatificación:
Lucas de San José Tristany Pujol, presbítero profeso de la Orden de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo; Leonardo José Aragonés Mateu, religioso profeso del instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas; Apolonia Lizárraga del Santísimo Sacramento, religiosa profesa y superiora general de la congregación de las Carmelitas de la Caridad, y 61 compañeros y compañeras; Bernardo Fábrega Julià, religioso profeso del instituto de los Hermanos Maristas de las Escuelas; Víctor Chumillas Fernández, presbítero profeso de la Orden de los Hermanos Menores, y 21 compañeros de la misma Orden; Antero Mateo García, padre de familia, de la Tercera Orden de Santo Domingo, y 11 compañeros de la Segunda y de la Tercera Orden de Santo Domingo; Cruz Laplana y Laguna, obispo de Cuenca, y Fernando Español Berdié, presbítero; Narciso de Esténaga Echevarría, obispo de Ciudad Real, y 10 compañeros; Liberio González Nombela, presbítero, y 12 compañeros del clero de la archidiócesis de Toledo; Eusebio del Niño Jesús Fernández Arenillas, presbítero profeso de la Orden de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, y 15 compañeros de la misma Orden; Félix Echevarría Gorostiaga, presbítero profeso de la Orden de los Hermanos Menores, y 6 compañeros de la misma Orden; Teodosio Rafael, religioso profeso del instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, y 3 compañeros del mismo instituto; Buenaventura García Paredes, presbítero profeso de la Orden de los Hermanos Predicadores; Miguel Léibar Garay, presbítero profeso de la Compañía de María, y 40 compañeros; Simón Reynés Solivellas y 5 compañeros, profesos de la congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y de la congregación de las Hermanas Franciscanas Hijas de la Misericordia, y Prudencia Canyelles i Ginestá, laica; Celestino José Alonso Villar y 9 compañeros, de la Orden de los Hermanos Predicadores; Ángel María Prat Hostench y 16 compañeros, de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo; Enrique Sáiz Aparicio y 62 compañeros, de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco; Mariano de San José Altolaguirre y Altolaguirre y 9 compañeros, de la Orden de la Santísima Trinidad; Eufrasio del Niño Jesús Barredo Fernández, presbítero profeso de la Orden de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo; Laurentino Alonso Fuente, Virgilio Lacunza Unzu y 44 compañeros, del Instituto de los Hermanos Maristas de las Escuelas; Enrique Izquierdo Palacios, presbítero, y 13 compañeros, de la Orden de los Hermanos Predicadores; Ovidio Bertrán Anucibay Letona, Hermenegildo Lorenzo Sáez Manzanares, Luciano Pablo García García, Estanislao Víctor Corsero Fernández y Lorenzo Santiago Martínez de la Pera y Álava, religiosos profesos del instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, y José María Cánovas Martínez, presbítero diocesano; María del Carmen, Rosa y Magdalena Fradera Ferragutcasas, hermanas profesas de la congregación de las Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María; Avelino Rodríguez Alonso, presbítero profeso de la Orden de los Hermanos de San Agustín, y 97 compañeros de la misma Orden, más 6 compañeros del clero diocesano; Manuela del Corazón de Jesús Arriola Uranga y 22 compañeras, de la congregación de las Siervas Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad.

Los mártires, signo de esperanza


Los mártires están por encima de las trágicas circunstancias que los han llevado a la muerte. Con su beatificación se trata, ante todo, de glorificar a Dios por la fe que vence al mundo (cf. 1Jn 5,4) y que trasciende las oscuridades de la historia y las culpas de los hombres. Los mártires «vencieron en virtud de la sangre del Cordero, y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte» (Ap 12,11). Ellos han dado gloria a Dios con su vida y con su muerte y se convierten para todos nosotros en signos de amor, de perdón y de paz. Los mártires, al unir su sangre a la de Cristo, son profecía de redención y de un futuro divino, verdaderamente mejor, para cada persona y para la humanidad.
Por eso escribía Juan Pablo II: «quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y para la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo [...]. Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza».

Los nuevos mártires de España


Casi quinientos han sido reunidos, esta vez, en una única celebración. Y, como en las anteriores ocasiones, cada caso ha sido estudiado por sí mismo con todo cuidado a lo largo de años. Estos mártires dieron su vida, en diversos lugares de España, en 1934, 1936 y 1937. Son los obispos de Cuenca y de Ciudad Real, varios sacerdotes seculares, numerosos religiosos -agustinos, dominicos y dominicas, salesianos, hermanos de las escuelas cristianas, maristas, distintos grupos de carmelitas, franciscanos y franciscanas, adoratrices, trinitarios y trinitarias, marianistas, misioneros de los Sagrados Corazones, misioneras hijas del Corazón de María-, seminaristas y laicos, jóvenes, casados, hombres y mujeres. Las biografías y fotografías de todos, y su relación con las diócesis actuales, se encuentran en el libro titulado «Quiénes son y de dónde vienen. 498 mártires del siglo XX en España» (Edice, Madrid 2007).
Podemos destacar como rasgos comunes de estos nuevos mártires los siguientes: fueron hombres y mujeres de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la devoción a la Santísima Virgen; por ello, mientras les fue posible, incluso en el cautiverio, participaban en la Santa Misa, comulgaban e invocaban a María con el rezo del rosario; eran apóstoles y fueron valientes cuando tuvieron que confesar su condición de creyentes; disponibles para confortar y sostener a sus compañeros de prisión; rechazaron las propuestas que significaban minusvalorar o renunciar a su identidad cristiana; fueron fuertes cuando eran maltratados y torturados; perdonaron a sus verdugos y rezaron por ellos; a la hora del sacrificio, mostraron serenidad y profunda paz, alabaron a Dios y proclamaron a Cristo como el único Señor.

Testigos de Dios y de la humanidad nueva


El martirio es el signo más auténtico de la Iglesia de Jesucristo: una Iglesia formada por hombres, frágiles y pecadores, pero que saben dar testimonio de su fe vigorosa y de su amor incondicional a Jesucristo, anteponiéndolo incluso a la propia vida. Dado que los mártires son personas de todos los ámbitos sociales, que han pasado su existencia haciendo el bien y que han sufrido y han muerto renunciando a salvar su vida y perdonando a quienes los maltratan, nos sitúan ante una realidad que supera lo humano y que nos invita a reconocer la fuerza y la gracia de Dios actuando en la debilidad de la historia humana.
El misterio del martirio es inseparable de la misión que Dios da a cada persona y en él se realiza el designio de la Providencia (cf. Is 53,10). En Jesús culmina toda la serie de perseguidos por aquellos a los que habían sido enviados (cf. Mt 23,31ss), y de Jesús arranca todo un creciente discipulado que no puede correr una suerte distinta a la de su Maestro (cf. Jn 15,20; 16,1ss). En los discípulos revive Jesús su martirio (cf. Hch 9,4ss; Col 1,24) y para ellos la muerte es ganancia (cf. Flp 1,29). En la Iglesia, las persecuciones son signo y condición de la victoria definitiva de Cristo y de los suyos: poseen un significado escatológico, aparecen como un adelanto del juicio y de la instauración completa del Reino (cf. 1 Pe 4,17-19), y preludian el triunfo de la vida sobre la muerte y el nacimiento de unos cielos nuevos y una tierra nueva (cf. Ap 6,9ss; 7,13-17; 11,11s; 20,4ss).

Que por el testimonio y la intercesión de los mártires se avive y fortalezca nuestra condición de creyentes, de discípulos y amigos del Señor, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18,37; cf. Ap 1,5; 3,14); que perdonó a sus perseguidores (cf. Lc 22,51.81; 23,34); que ofreció su sangre como precio de la redención salvífica (cf. Heb 9,22), y que, elevado en la cruz, atrae a todos hacia Él (Jn 12,32).
Que por el testimono y la intercesión de los mártires se vigorice nuestra esperanza y se encienda nuestra caridad. Ellos, movidos por la esperanza de la Vida eterna, supieron anteponer a su propia vida el amor y la obediencia a la ley evangélica, la ley nueva del amor más grande y promotora de la dignidad y la libertad de cada persona. Los mártires son testigos supremos de la Verdad que nos hace libres.

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