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Elena Enselmini, Beata |
Virgen Clarisa
Martirologio Romano: En Padua, en la región de Venecia,
beata Elena Enselmini, virgen de la Orden de las Clarisas,
que sufrió con admirable paciencia multitud de dolores y hasta
la pérdida del habla (1242).
Etimología: Elena = Aquella que brilla
como una antorcha, de la lengua griega
La suerte viene en
nuestra ayuda con un documento de importancia excepcional, conservado en
la Biblioteca Antoniana, el Códice 559, que describe las vidas
de san Antonio, del beato Antonio Manzoni y de la
beata Elena Enselmini. Las compuso entre los años 1433 y
1437 el notario Sicco Polentone, archivero municipal, filósofo, astrólogo, literario
y escritor de numerosas obras, una de las personalidades más
destacadas de la Padua humanista del siglo XV.
El código,
copiado con elegante escritura en 1439 por el conventual fray
Giacomo, "era considerado -dice el padre Ruggero Lotto- un "best
seller" del siglo XV y, aunque no es obra de
alto nivel, no deja de ser un interesante documento de
sociología religiosa, del que emana la mansa luz de una
simpática joven santa, a la que nos sentimos afectuosamente cercanos,
incluso después de tanto rechinar de siglos".
En un latín
elegante, Polentone inicia así: "Mi querido hijo Lázaro, hace mucho
que me solicitas e incitas a escribir las memorias del
beato Antonio Pellegrino y de la beata Elena, monja de
la orden franciscana. Siempre me ha parecido justa y loable
esta petición tuya. Pues, si bien el culto de ninguno
de los dos ha sido aprobado por el sumo pontífice,
uno y otra son conocidos, sin embargo, por sus milagros,
y venerados como beatos por la opinión del pueblo. Además,
son de buena raza paduana: Antonio era originario de los
Manzoni. Elena, de los Enselmini, a cuya estirpe pertenece también
su madre".
La jovencita Elena se hizo monja para servir
al Señor en el monasterio que hospedaba, en dos moradas
distintas, a las monjas y a los frailes de la
Orden de san Francisco, en una zona llamada "la Celda
vieja" (la actual Arcella), monasterio destruido en 1509, para realizar
la "explanada".
Añade el historiador: "Ninguna más diligente que ella en
la oración litúrgica, ninguna más obediente a la abadesa, ninguna
más observante de la regla, ninguna más solícita en realizar
las tareas domésticas. Su vida estaba tejida de penitencias y
ayunos, colmada de santidad y austeridad. Tan áspera fue su
existencia, que, agotada, con frecuencia caía enferma, víctima de la
fiebre".
Más allá del intento hagiográfico y enaltecedor, Sicco, autor de
indudable probidad, realizó cuidadosas investigaciones sobre ella, disponiendo de excelentes
fuentes en el antiguo monasterio de la Arcella, antes de
incendiarse el archivo.
De complexión grácil y enfermiza, padeció en los
últimos quince meses de vida repetidas fiebres, y permaneció durante
tres meses sin comer, ni beber, ni pronunciar palabra.
El historiador
se detiene ampliamente en describir las visiones celestiales de las
que gozó Elena, como indicio de su unión con el
Señor, visiones que ella, de palabra, daba a conocer a
las hermanas, y cuyos contenidos sabían también a admonición.
El 4
de octubre de 1231, arrebatada en éxtasis, vio a los
santos Francisco y Antonio en actitud de cantar las alabanzas
del Señor. En definitiva, "el cielo en la celda", hasta
el 4 de noviembre, cuando expiró, a los 24 años.
Polentone concluye así: "Desde el día de su tránsito hasta
hoy, su cuerpo se conserva tan bien, que no puede
verse sin admirarse, y eso por un privilegio divino que
testifica la santidad de Elena". Y añade un halo de
misterio: "A menudo, especialmente cuando cae algún desastre sobre la
ciudad, ha ocurrido que el cuerpo de Elena se agitó
con estrépito, casi como si quisiera prever el futuro".
Podemos decir
que su cuerpo sufrió en la muerte un proceso natural
de momificación y quedó intacto, y las manifestaciones de temblor
son exageradas, pero revelan la espontaneidad de una devoción popular
hacia esta ilustre clarisa.
Su cuerpo, por una circunstancia fortuita, fue
colocado en una urna y conservado en la pequeña iglesia
del monasterio, hasta el año 1509, en que fue trasladado
a la iglesia de Santa María de los Armenios, luego
llamada de la Beata Elena. Y, desde 1810, fue trasladado
a la de Santa Sofía, donde permaneció hasta el 23
de mayo de 1958, en que fue devuelto a la
iglesia de La Arcella.
El 29 de octubre de 1695,
el papa Inocencio XII la inscribió en el Catálogo de
los beatos, reconociendo su culto secular, y en 1956 se
iniciaron los trámites para su canonización. La caja de madera
de la beata, en la capilla del beato Lucas
Cuando las
clarisas de la Arcella se trasladaron en 1509 al monasterio
de Santa Elena, y luego al de San Bernardino, se
llevaron consigo el cuerpo de la beata. Pero, al ser
suprimidos dichos monasterios en el año 1810, ofrecieron su
tesoro a la Basílica [de San Antonio]. De modo
que, el 20 de mayo, el cuerpo de Elena Enselmini
fue llevado a la sacristía del templo antoniano, y allí
guardado. Mientras tanto, los presidentes del Arca pidieron al obispo
Dondi dell´Orologio que lo dejara en la iglesia, pero el
6 de junio siguiente, "muy airado por la donación de
las monjas, y más aún por la sustracción nocturna, había
mandado colocar los sellos, ordenando que fuera entregado a la
iglesia de Santa Sofía, para ser venerado junto a la
beata Beatriz de Este".
La caja que guardó los huesos
de Elena hasta el 1810 fue primero colocada en la
urna que había sido de san Antonio, debajo del altar
del beato Lucas Belludi, y luego, en 1985,
en la urna empotrada en la pared. Presencia de Elena
en el arte y en las reliquias
La reliquia de un
brazo fue donada a la iglesia de Santa Sofía, mientras
que su cuerpo se conserva aún bajo el altar del
templo de la Arcella.
Para encontrar un relicario de la beata
Elena hay que trasladarse a la sacristía de la Basílica.
Firmado por el artista Pinton, es de las primeras décadas
del siglo pasado, de tipo arquitectónico, en plata labrada y
repujada, cuyo nudo y receptáculo representa la fachada de la
iglesia de la Arcella. En lo más alto de la
pequeña cúpula preside una estatua de Elena.
Una bella imagen de
ella la encontramos en la puerta de bronce norte de
la Basílica, llamada "de los beatos Lucas y Elena". Antes
era la entrada más utilizada. Fundida en 1904 por el
paduano Giuseppe Michieli, la donó el doctor Giovanni Guolo, y
una inscripción la recuerda como "virgen paduana".
Entrando en el
claustro del Noviciado se puede admirar una bonita pintura de
ella, dentro de una monófora, en el lado occidental. Es
una reproducción del 1994, de una pintura que realizó el
artista de Bérgamo Giuseppe Amadio Riva, en 1923. El
actual fue realizado, curiosamente, no en base al bronce original,
sino a una copia suya firmada por Giovanni Zabai en
1932. La beata sostiene un lirio y un libro, claro
indicio de la pureza de vida llevada por ella, en
la secuela de la Palabra del Señor.
En la iglesia de
la Arcella hay más recuerdos de Elena. En primer lugar,
en la estatua del pequeña hornacina derecha de la fachada,
obra de Pedro Bertocco. Luego, en la capilla de los
"Santos franciscanos", donde está representada en un lienzo de Pedro
Pajetta (1905), y en otras pinturas.
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