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Dos sentencias, ¿dos verdades? |
Dos personas fueron acusadas de estafa. Quienes se consideraron víctimas
de los supuestos estafadores trabajaron en serio, por vías legales
y con un amplio despliegue en medios de comunicación y
en Internet, a favor de la condena.
Llegó el momento de
las sentencias. Uno de los acusados fue absuelto, el otro
condenado.
Frente a la absolución, los acusadores no ahorraron quejas ni
ataques contra el tribunal. “No existe la justicia en este
mundo. Otra vez un culpable es absuelto. Nunca supusimos tanto
cinismo en los jueces. Parece mentira que lo que era
tan evidente haya quedado sin castigo por culpa de unos
incompetentes. ¿Cuánto dinero se habrá pagado para la absolución?”
Frente a
la condena, los acusadores cantaron victoria. “Sabíamos que la justicia
existe. Menos mal que hay jueces honrados. Por fin vamos
a ser resarcidos de todo el mal que se cometió
contra nosotros. ¿Dónde están los que decían que éramos unos
calumniadores? ¡Felicidades a quienes trabajan en tribunales para defender a
los inocentes desde la verdad!”
Las reacciones de los dos grupos
tienen una explicación sencilla, al mismo tiempo que reflejan un
problema profundo. La explicación sencilla es que si alguien hace
una acusación, sobre todo si se considera víctima y pide
justicia, es porque cree que va a vencer. Si el
tribunal absuelve, el acusador reacciona con dolor: su petición ha
sido rechazada. Si el tribunal condena, el acusador reacciona como
quien consigue una victoria: siente que su posición ha quedado
avalada como verdadera y justa gracias a la sentencia de
los jueces.
El problema profundo es que en ocasiones los jueces
carecen de los datos necesarios para dar una sentencia justa,
y que pueden equivocarse en sus sentencias. Se pueden equivocar
cuando absuelven a un culpable. Y se pueden equivocar cuando
condenan a un inocente.
Por lo mismo, tras las reacciones que
se producen ante las diversas decisiones de los jueces, a
veces queda un espacio para la duda: ¿de verdad esta
persona absuelta no sería culpable? Al revés: ¿no será posible
que este hombre condenado sea inocente?
Las reacciones tan diferentes que
se observan ante las sentencias (aplausos si sale el resultado
esperado, protestas si el resultado es totalmente diferente) no son
suficientes para llegar a una certeza sobre la culpabilidad de
quien sale de un tribunal para ir a la cárcel,
o sobre la inocencia de quien, absuelto, vuelve al mundo
de los libres.
Muchas sentencias, gracias a Dios, sí corresponden a
la verdad. Sólo entonces se puede decir, ante la absolución
de un inocente y ante la condena de un culpable,
que se ha hecho justicia. Ojalá fueran así todas las
sentencias. Pero incluso en esas ocasiones, un cierto margen de
prudencia evitará aplausos excesivos ante la condena y quejas fuera
de lugar ante la absolución.
Un sano escepticismo vale también para
el mundo de la justicia humana. Hay casos realmente difíciles.
Por eso vale la pena un esfuerzo honesto por ir
a fondo en la investigación, en el máximo respeto hacia
los principios básicos del derecho y en el deseo sincero
de buscar el bien de todas las personas implicadas.
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