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miércoles, 28 de noviembre de 2012

"Creo en Dios Padre, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra"







El origen del universo

El Credo comienza con una afirmación fuerte: Creo en Dios Padre, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.
Sin embargo, hoy, son muchos los que piensan que los progresos de las ciencias naturales hacen innecesario pensar en un creador. Cuando se conocían muy pocas cosas acerca del universo, del origen de la vida, de la estructura de la materia, de las complejidades de los seres vivos, no llamaba la atención que se dijese que un Dios todopoderoso lo había creado para dar razón de lo que no se sabía explicar científicamente. Pero ahora, cada vez son más los puntos oscuros acerca de la realidad para los que se descubren las leyes de su funcionamiento, por lo que está muy extendida la opinión de que la ciencia terminará por hacer innecesario el “Dios de los agujeros” que tapa los huecos del conocimiento científico.
Además, los relatos bíblicos acerca del origen del mundo y del hombre utilizan un lenguaje primitivo, muy alejado del lenguaje técnico de la física, la química, la geología, la biología o la astronomía actuales. En ellos se presenta a Dios creando el mundo mediante su palabra, en siete días, o se narra la creación del hombre como la plasmación de un muñeco de barro, al que Dios sopla en sus narices para hacerlo un ser vivo. De ahí que haya personas que consideren esos relatos y las verdades que la fe cristiana relaciona con ellos como creaciones literarias de una encantadora ingenuidad, propias de épocas remotas, pero no explicaciones fiables de la realidad.
De otra parte, hipótesis que se consideran más que suficientemente comprobadas por la ciencia, como por ejemplo la evolución de las especies, a veces se suelen ver como opuestas al concepto de creación tal y como se expresa en la Biblia, lo que llevaría a considerar imposible creer en un creador.
Por último, si se considera que la materia existe desde siempre, que se estructura de acuerdo con las leyes de la naturaleza, físicas o químicas, y que en un tiempo que no tiene fin hayan confluido alguna vez en algún lugar las condiciones ambientales necesarias para el surgimiento de la vida, no parece que sea necesario pensar en Dios para nada. La materia, con sus propias leyes, permitiría dar razón de todo lo que existe.
Entonces, ¿tiene algún origen el universo, o existe por sí solo desde siempre? ¿Es la idea de Dios creador un concepto nacido “para tapar agujeros” que el progreso de las ciencias hace innecesaria?
Digamos, de entrada, que los relatos bíblicos de la creación no pretenden ofrecer un modelo explicativo del principio del mundo. Son expresiones en lenguaje mítico de unas realidades primordiales acerca del origen y sentido de las cosas: hay un ser personal, Dios, que ha querido que exista el universo –y en particular el ser humano, varón y mujer–, lo ha hecho dotado de unas leyes sapientísimas de funcionamiento, y lo acompaña hasta su plenitud.
No se trata de afirmaciones contradictorias con lo que descubre la ciencia, sino perfectamente complementarias. La ciencia se mueve en el ámbito de lo observable, y la afirmación teológica en el de las realidades más profundas: el ser, las causas y los fines.
Ciencia y fe permiten acceder al conocimiento de la realidad, cada una a su nivel. La ciencia, a partir de la observación y la experimentación, permite conocer cada vez mejor el funcionamiento de las realidades materiales, la fe proporcionándonos preciosas indicaciones acerca de su origen y destino. Las ciencias naturales no pueden excluir de manera dogmática que en la naturaleza haya procesos orientados a un fin, ni es tarea de la teología definir cómo se producen esos procesos en el desarrollo de la naturaleza.
El conocimiento científico avanza y la ciencia tiene sus propios mecanismos para desechar las falsas teorías. Ahora bien, ¿abarca la ciencia todos los niveles de la realidad? La ciencia da una explicación muy fundamental de la realidad que percibimos, ¿pero se puede reducir todo a ciencia? Un ejemplo claro lo encontramos en la creación artística. Podemos descomponer en ondas acústicas una interpretación del Réquiem de Mozart, determinar la composición química de la pintura de Las Meninas y calcular la distribución de cargas que se da en la Basílica de san Pedro; ¿pero ofrece cada una de esas descripciones una explicación completa de la realidad a la que nos enfrentamos?
La imagen del “Dios de los agujeros” que presenta el ateísmo científico tiene su parte de verdad. No obstante, considera iguales a todos los agujeros: simples vacíos de conocimiento que terminará colmando la comprensión científica. Sin embargo no todos son iguales. Hay algunos agujeros que, sin duda, la ciencia irá rellenando. Pero hay otros, e importantes, que escapan a sus propias posibilidades, ya que la ciencia experimental no es capaz de dar por sí sola una explicación racional y completa del mundo.

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