(Juan Bautista María Vianney)
SERMONES:
"SOBRE EL JUICIO FINAL"
"SOBRE
EL MATRIMONIO"
"SOBRE EL ORGULLO"
"EL
APLAZAMIENTO DE LA CONVERSIÓN"
"LA
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO"
"SOBRE AMAR Y ADORAR A DIOS"
"SOBRE LA CONFESIÓN PASCUAL"
"SOBRE LA
PERSEVERANCIA"
"SOBRE EL
JUICIO TEMERARIO"
"SOBRE LA CONTRICIÓN"
"SOBRE LA VIRTUD VERDADERA Y FALSA"
"SOBRE LA PALABRA"
Y
ADEMÁS:
EL
CURA DE ARS Y EL DEMONIO (no se lo pierda)
Antes de comenzar queremos mostrarles dos citas donde Jesús habla del Cura de
Ars. Las dos son a Monseñor Ottavio Michelini, plasmadas en el libro "Tú sabes
que yo te amo; confidencias de Jesús a un sacerdote" (lo pueden encontrar en
"Nuestra Biblioteca"). El día 26 de noviembre de 1975 Jesús dice lo siguiente:
Y
para los sacerdotes, ¿el Santo Cura de Ars no dice nada? Negado y despreciado,
pasaba horas y horas orando, pero la gracia divina en él era tal que convertía
hasta las piedras".
Y un poco
antes, el 17 de septiembre de ese mismo año, Jesús dice lo siguiente:
"No hay en Mi Iglesia distinción de fines: la finalidad es una sola para todos
los miembros, de modo muy particular para mis sacerdotes: salvar almas, salvar
almas, salvar almas.
El último sacerdote, (último en la forma vuestra de decir, porque podría ser el primero, como el Santo Cura de Ars, último y primero), digo el último sacerdote que gasta su vida en el ofrecimiento de sí mismo en el Santo Sacrificio de la Misa en comunión Conmigo delante de mi Padre, es hasta más grande que muchos dignatarios que no siempre lo hacen".
El último sacerdote, (último en la forma vuestra de decir, porque podría ser el primero, como el Santo Cura de Ars, último y primero), digo el último sacerdote que gasta su vida en el ofrecimiento de sí mismo en el Santo Sacrificio de la Misa en comunión Conmigo delante de mi Padre, es hasta más grande que muchos dignatarios que no siempre lo hacen".
Aquí Jesús
les ratifica a los sacerdotes su finalidad, salvar almas, pero noten que también
incluye al laicado, nos dice claramente: "La finalidad es una sola para todos
los miembros de la Iglesia, de modo muy particular para los sacerdotes:
salvar almas, salvar almas, salvar almas.
Este
material de evangelización ha sido preparado con mucho cariño para todos
ustedes, pero no sólo para ustedes, es vuestro deber darlo a conocer a otras
personas. No olvidar: salvar almas, salvar almas, salvar almas. Podrían reunirse
con vecinos y amigos, escucharlos, tomar notas, conversar sobre el mismo y sacar
conclusiones de provecho para vuestras vidas.
San
Juan María Vianney, solía predicar que el mayor acto de caridad hacia el prójimo
era salvar su alma del Infierno. Y el segundo acto de caridad es el aliviar y
librar a las almas de los sufrimientos del Purgatorio. Un día en su pequeña
iglesia (donde hasta este día se conserva su cuerpo incorrupto), un hombre
poseído por el demonio se le acercó a San Juan María Vianney y le dijo: “Te
odio, te odio porque arrebataste de mis manos a 85 mil almas.”
"Las tentaciones
que hay que temer más,
son los pequeños egoísmos,
la alta estima de sí mismo,
los halagos y aplausos."
El Papa
Benedicto XVI ha concedido Indulgencia Plenaria para todos aquellos laicos que
el día 4 de Agosto (fecha en conmemoración de su fallecimiento), acudan a
escuchar la Santa Misa, procurando acudir a confesarse y recibiendo la comunión,
y recen una oración por los sacerdotes, además de un padre nuestro, un avemaría
y un gloria (o cualquier otra oración) por las intenciones del Santo Padre para ganar la indulgencia.
Muy
Importante
Los audios
funcionan, sólo que a veces, por la cantidad de personas, copamos la cuota
mensual, el problema se ha agravado en este último tiempo y la cuota se
cumple en los primeros días, haciendo imposible que los puedan escuchar.
Por
lo tanto la solución es la siguiente. Les vamos a dejar los links para que los
puedan bajar y escuchar en vuestros computadores u ordenadores. Los hemos
dividido en 4 partes. Cada
parte es independiente y no requiere bajarlas todas.
Se pueden bajar las partes que se deseen. El orden de acuerdo al siguiente
cuadro:
Todos los links
están reparados
Partes | Sermones incluidos sobre: | Links para bajar |
Primera Parte
|
1.- El Juicio Final.
2.- El Matrimonio.
3.- El Orgullo.
4.- El Aplazamiento
de la Conversión
5.- La Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo
|
Bajar 1 y 2
Bajar 3 - 5
|
Segunda Parte
|
1.- Amar y Adorar a
Dios.
2.- Confesión
Pascual.
3.- La Perseverancia.
4.- El Juicio
Temerario.
5.- La Contrición.
|
Bajar 1 y 2
Bajar 3 - 5
|
Tercera Parte
|
1.- Sobre la Virtud
Verdadera y Falsa.
2.- La Palabra.
3.- El Cura de Ars y
el Demonio (relato)
4.- Las Aflicciones.
5.- Los Deberes de
los Padres con los Hijos.
|
Bajar 1 y 2
Bajar 3 - 5
|
Cuarta Parte
|
1.- La Santificación
del Cristiano.
2.- La Santidad.
3.- El Respeto
Humano.
4.- Corpus Christi.
5.- La Ira.
|
Bajar 1 y 2
Bajar 3 - 5
|
Les vamos a dejar de muestra, solamente dos para escuchar online, dejar el resto
es imposible porque se cumple la cuota mensual demasiado rápido.
I
Sobre El Juicio Final
Texto
al final de la página y para bajarlo, buscar en "Nuestra Biblioteca"
II
El cura de Ars y el demonio
Les
recomendamos especialmente que
se tomen su tiempo y escuchen este relato, dura
casi una hora veinte minutos. En Internet se encuentra dividida en cinco partes,
pero al partirlas perdieron algunas palabras. Aquí tienen la versión original
unitaria, nos costó mucho conseguirla. Esperamos que la disfruten.
Dios en un hombre: Santo Cura de Ars
Película española
Texto
El Juicio Final
Entonces verán al Hijo del hombre
viniendo con gran poder y majestad terrible, rodeado de los ángeles y de los
santos.(S. L.uc. XXI, 27.)
No es ya, hermanos míos , un Dios
revestido de nuestra flaqueza, oculto en la oscuridad de un pobre establo,
reclinado en un pesebre, saciado de oprobios, oprimido bajo la pesada carga de
su cruz; es un Dios revestido con todo el brillo de su poder y de su majestad,
que hace anunciar su venida por medio de los más espantosos prodigios, es decir,
por el eclipse del sol y de la luna, por la caída de las estrellas, y por un
total trastorno de la naturaleza. No es ya un Salvador que viene como manso
cordero a ser juzgado por los hombres y a redimirlos; es un Juez justamente
indignado que juzga a los hombres con todo el rigor de su justicia. No es ya un
Pastor caritativo que viene en busca de las ovejas extraviadas para perdonarlas;
es un Dios vengador que viene a separar para siempre los pecadores de los
justos, a aplastar los malvados con su más terrible venganza, a anegar los
justos en un torrente de dulzuras. Momento terrible, momento espantoso, ¿cuándo
llegarás? Momento desdichado ¡ay! quizás en breve llegarán a nuestros oídos los
anuncios precursores de este Juez tan temible para el pecador. ¡Oh pecadores!
salid de la tumba de vuestros pecados, venid al tribunal de Dios, venid a
aprender de qué manera será tratado el pecador. El impío, en este mundo, parece
hacer gala de desconocer el poder de Dios, viendo a los pecadores sin castigo;
llega hasta decir: No, no, no hay Dios ni infierno; o bien: No atiende Dios a lo
que pasa en la tierra. Pero dejad que venga el juicio, y en aquel día grande
Dios manifestará su poder y mostrará a todas las naciones que Él lo ha visto
todo y de todo ha llevado cuenta.
¡Qué diferencia, hermanos M.,
entre estas maravillas y las que Dios obró al crear el mundo! Que las aguas
rieguen y fertilicen la tierra, dijo entonces el Señor; y en el mismo instante
las aguas cubrieron la tierra y la dieron fecundidad. Pero, cuando venga a
destruir el mundo, mandará al mar saltar sus barreras con ímpetu espantoso, para
engullir el universo entero en su furor. Creó Dios el cielo, y ordenó a las
estrellas que se fijasen en el firmamento. Al mandato de su voz, el sol alumbró
el día y la luna presidió a la noche. Pero, en aquel día postrero, el sol se
obscurecerá, y no darán ya más lumbre la luna y las estrellas. Todos estos
astros caerán con estruendo formidable.
¡Qué diferencia, hermanos míos!
Para crear el mundo empleó Dios seis días; para destruirle, un abrir y cerrar de
ojos bastará. Para crearle, a nadie llamó que fuese testigo de tantas
maravillas; para destruirle, todos los pueblos se hallarán presentes, todas las
naciones confesarán que hay un Dios y reconocerán su poder. ¡Venid, burlones
impíos, venid incrédulos refinados, venid a ver si existe o no Dios, si ha visto
o no todas vuestras acciones, si es o no todopoderoso! ¡Oh Dios mío! cómo
cambiará de lenguaje el pecador en aquella hora! ¡Qué de lamentos! ¡Ay! ¡Cómo se
arrepentirá de haber perdido un tiempo tan precioso! Mas no es tiempo ya, todo
ha concluido para el pecador, no hay esperanza. ¡Oh, qué terrible instante será
aquél! Dice San Lucas que los hombres quedarán yertos de pavor, pensando en los
males que les esperan. ¡Ay ! hermanos míos, bien puede uno quedarse yerto de
temor y morir de espanto ante la amenaza de una desdicha infinitamente menor que
la que al pecador le espera y que ciertísimamente le sobrevendrá si continúa
viviendo en el pecado.
Hermanos míos, si en este momento
en que me dispongo a hablaros del juicio, al cual compareceremos todos para dar
cuenta de todo el bien y de todo el mal que hayamos hecho, y recibir la
sentencia de nuestro definitivo destino al cielo o al infierno, viniese un,
ángel a anunciaros ya de parte d e Dios que dentro de veinticuatro horas todo el
universo será abrasado en llamas por una lluvia de fuego y azufre; si
empezaseis ya a oír que el trueno retumba y a ver que la tempestad enfurecida
asuela vuestras casas; que los relámpagos se multiplican hasta convertir el
universo en globo de fuego; que el infierno vomita ya todos sus réprobos, cuyos
gritos y alaridos se dejan oír hasta los confines del mundo, anunciando que el
único medio de evitar tanta desdicha es dejar el pecado y hacer penitencia; ¿
podríais escuchar, hermanos míos, a esos hombres sin derramar torrentes de
lágrimas y clamar misericordia? ¿No se os vería arrojaros al pie de los altares
pidiendo clemencia? ¡Oh ceguera, oh desdicha incomprensible, la del hombre
pecador! los males que vuestro pastor os anuncia son aún infinitamente más
espantosos y dignos de arrancar vuestras lágrimas, de desgarrar vuestros
corazones.
¡Ah! estas terribles verdades van
a ser otras tantas sentencias que pronunciarán vuestra condenación eterna. Pero
la más grande de todas las desdichas es que seáis insensibles a ellas y
continuéis viviendo en pecado sin reconocer vuestra locura hasta el momento en
que no haya ya remedio para vosotros. Un momento más, y aquel pecador que vivía
tranquilo en el pecado será juzgado y condenado; un instante más, y llevará
consigo sus lamentos por toda la eternidad. Sí, hermanos míos, seremos juzgados,
nada más cierto; sí, seremos juzgados sin misericordia ; sí, eternamente nos
lamentaremos de haber pecado.
1.- Leemos en la Sagrada
Escritura, hermanos míos, que cada vez que Dios quiere enviar algún azote al
mundo o a su Iglesia, lo hace siempre preceder de algún signo que comience a
infundir el terror en los corazones y los lleve a aplacar la divina justicia.
Queriendo anegar el universo en un diluvio, el
arca de Noé, cuya
construcción
n
duró cien años, fue una señal para inducir a los hombres a penitencia, sin la
cual todos debían perecer. El historiador Josefo refiere que, antes de la
destrucción de Jerusalén, se dejó ver, durante largo tiempo, un corneta en
figura de alfanje, que ponía a los hombres en consternación. Todos se
preguntaban: ¡Ay de nosotros! ¿qué querrá anunciar esta señal? talvez alguna
gran desgracia que Dios va a enviarnos. La luna estuvo sin alumbrar ocho noches
seguidas; la gente parecía no poder ya vivir más. De repente, aparece un
desconocido que, durante tres años, no hace sino gritar, día y noche, por las
calles de Jerusalén: ¡Ay de Jerusalén! ¡Ay de Jerusalén!... Le prenden; le
azotan con varas para impedirle que grite; nada le detiene. Al cabo de tres años
exclama: ¡Ay! ¡ay de Jerusalén ! y ¡ ay de mí ! Una piedra lanzada por una
máquina le cae encima y le aplasta en el mismo instante. Entonces todos los
males que aquel desconocido había presagiado a Jerusalén vinieron sobre ella. El
hambre fue tan dura que las madres llegaron a degollar a sus propios hijos para
alimentarse con su carne. Los habitantes, sin saber por qué, se degollaban unos
a otros; la ciudad fue tomada y como aniquilada; las calles y las plazas estaban
todas cubiertas de cadáveres; corrían arroyos de sangre; los pocos que lograron
salvar sus vidas fueron vendidos como esclavos.
Mas, como el día del juicio será
el más terrible y espantoso de cuantos haya habido, le precederán señales tan
horrendas, que llevarán el espanto hasta el fondo de los abismos. Dícenos el
Señor que, en aquel momento infausto para el pecador, el sol no dará ya más luz,
la luna será semejante a una mancha de sangre, y las estrellas caerán del
firmamento. El aire estará tan lleno de relámpagos que será un incendio todo él,
y el fragor de los truenos será tan grande qué los hombres quedarán yertos de
espanto. Los vientos soplarán con tanto ímpetu, que nada podrá resistirles.
Árboles y casas serán arrastradas al caos de la mar; el mismo mar de tal manera
será agitado por las tempestades, que sus olas se elevarán cuatro codos por
encima de las más altas montañas y bajarán tanto que podrán verse los horrores
del abismo ; todas las criaturas, aun las insensibles, parecerán quererse
aniquilar, para evitar la presencia de su Creador, al ver cómo los crímenes de
los hombres han manchado y desfigurado la tierra. Las aguas de los mares y de
los ríos hervirán como aceite sobre brasas; los árboles y plantas vomitarán
torrentes de sangre; los terremotos serán tan grandes que se verá la tierra
hundirse por todas partes; la mayor parte de los árboles y de las bestias serán
tragados por el abismo, y los hombres, que sobrevivan aún, quedarán como
insensatos; los montes y peñascos se desplomarán con horrorosa furia. Después de
todos estos horrores se encenderá fuego en los cuatro ángulos del mundo: fuego
tan violento que consumirá las piedras, los peñascos y la tierra, como briznas
de paja echadas en un horno. El universo entero será reducido a cenizas; es
preciso que esta tierra manchada con tantos crímenes sea purificada por el fuego
que encenderá la cólera del Señor, de un Dios justamente irritado.
Una vez que esta tierra cubierta
de crímenes sea purificada, enviará Dios, hermanos míos, a sus ángeles, que
harán sonar la trompeta por los cuatro ángulos del mundo y dirán a todos los
muertos: Levantaos, muertos, salid de vuestras tumbas, venid y compareced a
juicio. Entonces, todos los muertos, buenos y malos, justos y pecadores,
volverán
a tomar la misma forma que tenían antes; el mar vomitará todos los cadáveres que
guarda encerrados en su caos, la tierra devolverá todos los cuerpos sepultados,
desde tantos siglos, en su seno. Cumplida esta revolución, todas las almas de
los santos descenderán del cielo resplandecientes de gloria y cada alma se
acercará a su cuerpo, dándole mil y mil parabienes. Ven, le dirá, ven, compañero
de mis sufrimientos; si trabajaste por agradar a Dios, si hiciste consistir tu
felicidad en los sufrimientos y combates, ¡oh, qué de bienes nos están
reservados! Hace ya más de mil años que yo gozo de esta dicha; ¡oh, qué alegría
para mí venir a anunciarte tantos bienes como nos están preparados para la
eternidad. Venid, benditos ojos, que tantas veces os cerrasteis en presencia de
los objetos impuros, por temor de perder la gracia de vuestro Dios, venid al
cielo, donde no veréis sino bellezas jamás vistas en el mundo. Venid, oídos
míos, que tuvisteis horror a las palabras y a los discursos impuros y
calumniosos; venid y escucharéis en el cielo aquella música celeste que os
arrobará en éxtasis continuo. Venid, pies míos y manos mías, que tantas veces os
empleasteis en aliviar a los desgraciados; vamos a pasar nuestra eternidad en el
cielo, donde veremos a nuestro amable y caritativo Salvador que tanto nos amó.
¡Ah! allí verás a Aquel que tantas veces vino a descansar en tu corazón. ¡Ah!
allí veremos esa mano teñida aún en la sangre de nuestro divino Salvador, por la
cual El nos mereció tanto gozo. En fin, el cuerpo y el alma de los santos se
darán mil y mil parabienes; y esto por toda la eternidad.
Luego que todos los santos hayan
vuelto a tomar sus cuerpos, radiantes todos allí de gloria según las buenas
obras y las penitencias que hayan hecho, esperarán gozosos el momento en que
Dios, a la faz del universo entero, revele, una por una, todas las lágrimas,
todas las penitencias, todo el bien que ellos hayan realizado durante su vida;
felices ya con la felicidad del mismo Dios. Esperad, les dirá el mismo
Jesucristo, esperad, quiero que todo el universo se goce en ver cuánto habéis
trabajado. Los pecadores endurecidos, los incrédulos decían que yo era
indiferente a cuanto vosotros hicieseis por mí; pero yo voy a mostrarles, en
este día, que he visto y contado todas las lágrimas que derramasteis en el fondo
de los desiertos ; voy a mostrarles en este día que a vuestro lado me hallaba yo
sobre los cadalsos. Venid todos y compareced delante de esos pecadores que me
despreciaron y ultrajaron, que osaron negar que yo existiese y que los viese.
Venid, hijos míos, venid, mis amados, y veréis cuán bueno he sido y cuán grande
fue mi amor para con vosotros.
Contemplemos por un instante,
hermanos míos, a ese infinito número de almas justas que entran de nuevo en sus
cuerpos, haciéndolos semejantes a hermosos soles. Mirad a todos esos mártires,
con las palmas en la mano. Mirad a todas esas vírgenes, con la corona de la
virginidad en sus sienes. Mirad a todos esos apóstoles, a todos esos sacerdotes;
tantas cuantas almas salvaron, otros tantos rayos de gloria los embellecen.
Todos ellos, hermanos míos., dirán a María, la Virgen Madre: Vamos a reunirnos
con Aquel que está en el cielo, para dar nuevo esplendor de gloria a vuestra
hermosura.
Pero no, un momento de paciencia;
vosotros fuisteis despreciados, calumniados y perseguidos por los malvados;
justo es que, antes de entrar en el reino eterno, vengan los pecadores a daros
satisfacción honrosa.
Mas ¡terrible y espantosa
mudanza! oigo la misma trompeta llamando a los réprobos para que salgan de los
infiernos. ¡Venid, pecadores, verdugos y tiranos, dirá Dios que a todos quería
salvar, venid, compareced ante el tribunal del Hijo del Hombre, ante Aquel de
quien tantas veces atrevidamente pensasteis que no os veía ni os oía! Venid y
compareced, porque cuantos pecados cometisteis en toda vuestra vida serán
manifestados a la faz del universo. Entonces clamará el ángel: ¡Abismos del
infierno, abrid vuestras puertas!
Vomitad a todos esos réprobos! su
juez los llama. Ah, terrible momento! todas aquellas desdichadas almas réprobas,
horribles como demonios, saldrán de los abismos e irán, como desesperadas, en
busca de sus cuerpos. ¡Ah, momento cruel! en el instante en que el alma entrará
en su cuerpo, este cuerpo experimentará todos los rigores del infierno. ¡Ah!
este maldito cuerpo, estas malditas almas se echarán mil y mil maldiciones. ¡Ah!
maldito cuerpo, dirá el alma a su cuerpo que se arrastró y revolcó por el fango
de sus , impurezas; hace ya más de mil años que yo sufro y me abraso en los
infiernos. Venid, malditos ojos, que tantas veces os recreasteis en miradas
deshonestas a vosotros mismos o a los demás, venid al infierno a contemplar los
monstruos más horribles. Venid, malditos oídos, que tanto gusto hallasteis en
las palabras y discursos impuros, venid a escuchar eternamente los gritos,
alaridos y rugidos de los demonios. Venid, lengua y boca malditas, que disteis
tantos besos impuros y que nada omitisteis para satisfacer vuestra sensualidad y
vuestra gula, venid al infierno, donde la hiel de los dragones será vuestro
alimento único. ¡Ven, cuerpo maldito, a quien tanto procuré contentar; ven a ser
arrojado por una eternidad en un estanque de fuego y de azufre encendido por el
poder y la cólera de Dios! ¡Ah! ¿quién es capaz de comprender, ni menos de
expresar las maldiciones que el cuerpo y el alma mutuamente se echarán por toda
la eternidad?
Sí, hermanos míos, ved a todos
los justos y los réprobos que han recobrado su antigua figura, es decir, sus
cuerpos tal como nosotros los vemos ahora, y esperan a su juez, pero un juez
justo y sin compasión, para castigar o recompensar, según el mal o el bien que
hayamos hecho. Vedle que llega ya, sentado en un trono, radiante de gloria,
rodeado de todos los ángeles, precedido del estandarte de la cruz. Los malvados
viendo a su juez, ¿qué digo? viendo a Aquel
a quien antes vieron ocupado solamente en procurarles la felicidad del paraíso,
y que, a pesar de El, se han condenado, exclamarán: Montañas, aplastadnos,
arrebatadnos de la presencia de nuestro juez; peñascos, caed sobre nosotros;
¡ah, por favor, precipitadnos en los infiernos! No, no, pecador, acércate y ven
a rendir cuenta de toda tu vida. Acércate, desdichado, que tanto despreciaste a
un Dios tan bueno. ¡Ah! juez mío, padre mío, criador mío, ¿dónde están mi padre
y mi madre que me condenaron? !Ah! quiero verlos ; quiero reclamarles el cielo
que me dejaron perder. ¡Ay, padre! ¡Ay, madre! fuisteis vosotros los que me
condenasteis; fuisteis vosotros la causa de mi desdicha. No, no, al tribunal de
tu Dios; no hay remedio para ti. ¡ Ah ! juez mío, exclamará aquella joven..., ¿
dónde está aquel libertino que me robó el cielo? No, no, adelántate, no esperes
socorro de nadie... ¡estás condenada! no hay esperanza para ti; sí, estás
perdida; sí, todo está perdido, puesto que perdiste a tu alma y a tu Dios. ¡Ah!
¿quién podrá comprender la desdicha de un condenado que verá enfrente de sí, al
lado de los santos, a su padre o a su madre, radiantes de gloria y destinados al
cielo, y a sí propio reservado para el infierno? Montañas, dirán estos réprobos,
sepultadnos; ¡ah, por favor, caed sobre nosotros! ¡Ah, puertas del abismo,
abríos para sepultarnos en él! No, pecador; tú siempre despreciaste mis
mandamientos; pero hoy es el día en que yo quiero mostrarte que soy tu dueño.
Comparece delante de mí con todos tus crímenes, de los cuales no es más que un
tejido tu vida entera. ¡Ah, entonces será, dice el profeta Ezequiel, cuando el
Señor tomará aquel gran pliego milagroso donde están escritos y consignados
todos los crímenes de los hombres. ¡Cuántos pecados que jamás aparecieron a los
ojos del mundo van ahora a manifestarse! ¡Ah! temblad los que, hace quizás
quince o veinte años, venís acumulando pecado sobre pecado. ¡Ay, desgraciados de
vosotros!
Entonces Jesucristo, con el libro
de las conciencias en la mano, con voz de trueno formidable, llamará a todos los
pecadores para convencerlos de todos los pecados que hayan cometido durante su
vida. Venid, impúdicos, les dirá, acercaos y leed, día por día; mirad todos los
pensamientos que mancharon vuestra imaginación, todos los deseos vergonzosos que
corrompieron vuestro corazón; leed y contad vuestros adulterios; ved el lugar,
el momento en que los cometisteis; ved la persona con la cual pecasteis. Leed
todas vuestras voluptuosidades y lascivias, leed y contad bien cuántas almas
habéis perdido, que tan caras me habían costado. Más de mil años llevaba ya
vuestro cuerpo podrido en el sepulcro y vuestra alma en el infierno, y aún
vuestro libertinaje seguía arrastrando almas a la condenación. ¿Veis a esa mujer
a quien perdisteis, a ese marido, a esos hijos, a esos vecinos? Todos claman
venganza, todos os acusan de su perdición, de que, a no ser por vosotros,
habrían ganado el cielo. Venid, mujeres mundanas, instrumentos de Satanás, venid
y leed todo el cuidado y el tiempo que empleasteis en componeros; contad la
multitud de malos pensamientos y de malos deseos que suscitasteis en las
personas que os vieron. Mirad todas las almas que os acusan de su perdición.
Venid, maldicientes, sembradores de falsas nuevas, venid y leed, aquí están
escritas todas vuestras maledicencias, vuestras burlas, y vuestras maldades;
aquí tenéis todas las disensiones que causasteis, aquí tenéis todas las pérdidas
y todos los, daños de que vuestra maldita lengua fue causa principal. Id,
desdichados, a escuchar en el infierno los gritos y los aullidos espantosos de
los demonios. Venid, malditos avaros, leed y contad ese dinero y esos bienes
perecederos a los cuales apegasteis vuestro corazón, con menosprecio de vuestro
Dios, y por los cuales sacrificasteis vuestra alma. ¿Habéis olvidado vuestra
dureza para con los pobres? Aquí la tenéis, leed y contad. Ved aquí vuestro oro
y vuestra plata, pedidles ahora que os socorran, decidles que os libren de mis
manos. Id, malditos, a lamentar vuestra miseria en los infiernos. Venid,
vengativos, leed y ved todo cuanto hicisteis en daño de vuestro prójimo, contad
todas las injusticias, todos los pensamientos de odio y de venganza que
alimentasteis en vuestro corazón; id, desdichados, al infierno. ¡Ah, rebeldes!
mil veces os lo avisaron mis ministros, que, si no amabais a vuestro prójimo
como a vosotros mismos, no habría perdón para vosotros. Apartaos de mí,
malditos, idos al infierno, donde seréis víctimas de mi cólera eterna, donde
aprenderéis que la venganza está reservada sólo a Dios. Ven, ven, bebedor,
acércate, mira hasta el último vaso de vino, hasta el último bocado de pan que
quitaste de la boca de tu esposa y de tus hijos; he aquí todos tus excesos, ¿los
reconoces? ¿son los tuyos realmente, o los de tu vecino? He aquí el número de
noches y de días que pasaste en las tabernas, los domingos y fiestas; he aquí,
una por una, las palabras deshonestas que dijiste en tu embriaguez; he aquí
todos los juramentos, todas las imprecaciones que vomitaste; he aquí todos los
escándalos que diste a tu esposa, a tus hijos y a tus vecinos. Sí, todo lo he
escrito, todo lo he contado. Vete, desdichado, a embriagarte de la hiel de mi
cólera en los infiernos. Venid, mercaderes, obreros, todos, cualquiera que fuese
vuestro estado; venid, dadme cuenta, hasta el último maravedí, de todo lo que
comprasteis y vendisteis; venid, examinemos juntos si vuestras medidas y
vuestras cuentas concuerdan con las mías. Ved, mercaderes, el día en que
engañasteis a ese niño. Ved aquel otro día en que exigisteis doblado precio por
vuestra mercancía. Venid, profanadores de los Sacramentos, ved todos vuestros
sacrilegios, todas vuestras hipocresías. Venid, padres y madres, dadme cuenta de
esas almas que yo os confié; dadme cuenta de todo lo que hicieron vuestros hijos
y vuestros criados; ved todas las veces que les disteis permiso para ir a
lugares y juntarse con compañías que les fueron ocasión de pecado. Ved todos los
malos pensamientos y deseos que vuestra hija inspiró; ved todos sus abrazos y
otras acciones infames; ved todas las palabras impuras que pronunció vuestro
hijo. Pero, Señor, dirán los padres y madres, yo no le mandaba tales cosas. No
importa, les dirá el juez, los pecados de tus hijos son pecados tuyos. ¿Dónde
están las virtudes que les hicisteis practicar? ¿dónde los buenos ejemplos que
les disteis y las buenas obras que les mandasteis hacer ? ¡Ay! ¿qué va a ser de
esos padres y madres que ven cómo van sus hijos, unos al baile, otros al juego o
a la taberna, y viven tranquilos? ¡ Oh, Dios mío, qué ceguera ! ¡Oh, qué cúmulo
de crímenes, por los cuales van a verse abrumados en aquellos terribles
momentos! ¡Oh! ¡cuántos pecados ocultos, que van a ser publicados a la faz del
universo ! ¡Oh, abismos de los infiernos! abríos para engullir a esas
muchedumbres de réprobos que no han vivido sino para ultrajar a su Dios y
condenarse.
Pero entonces, me diréis, ¿todas
las buenas obras que hemos hecho de nada servirán? Nuestros ayunos, nuestras
penitencias, nuestras limosnas, nuestras comuniones, nuestras confesiones,
¿quedarán sin recompensa? No, os dirá Jesucristo, todas vuestras oraciones no
eran otra cosa que rutinas; vuestros ayunos, hipocresías; vuestras limosnas,
vanagloria; vuestro trabajo no tenía otro fin que la avaricia y la codicia;
vuestros sufrimientos no iban acompañados sino de quejas y murmuraciones; en
todo cuanto hacíais, yo no entraba para nada. Por otra parte, os recompensé con
bienes temporales: bendije vuestro trabajo; di fertilidad a vuestros campos y
enriquecí a vuestros hijos; del poco bien que hicisteis, os di toda la
recompensa que podíais esperar. En cambio os dirá Jesús, vuestros pecados viven
todavía, vivirán eternamente delante de Mí ; id, malditos, al fuego eterno,
preparado para todos los que me despreciaron durante su vida.
II. — Sentencia terrible, pero
infinitamente justa. ¿Qué cosa más justa, en verdad, para los incrédulos que
aseguraban que todo concluía con la muerte? ¿Veis ahora su desesperación? ¿oís
cómo confiesan su impiedad? ¿cómo claman misericordia? Mas ahora todo está
acabado; el infierno es vuestra sola herencia. ¿Veis a ese orgulloso que
escarnecía y despreciaba a todo el mundo? ¿ le veis abismado en su corazón,
condenado por una eternidad bajo los pies de los demonios? ¿Veis a ese incrédulo
que decía que no hay Dios ni infierno? ¿le veis confesar a la faz de todo el
universo que hay un Dios que le juzga y un infierno donde va a ser precipitado
para jamás salir de él? Verdad es que Dios dará a todos los pecadores libertad
de presentar sus razones y excusas para justificarse, si es que pueden. Mas,
¡ay! ¿qué podrá decir un criminal que no ve en sí mismo sino crimen e
ingratitud? ¡Ay! todo lo que el pecador pueda decir en aquel momento infausto
sólo servirá para mostrar más y más su impiedad y su ingratitud.
He aquí, sin duda, hermanos míos,
lo que habrá de más espantoso en aquel terrible momento: será el ver nosotros
que Dios nada perdonó para salvarnos; que nos hizo participantes de los méritos
infinitos de su muerte en la cruz; que nos hizo nacer en el seno de su Iglesia;
que nos dio pastores para mostrarnos y enseñarnos todo lo que debíamos hacer
para ser felices. Nos dio los Sacramentos para hacernos recobrar su amistad
cuantas veces la habíamos perdido; no puso límite al número de pecados que
quería perdonarnos; si nuestra conversión hubiese sido sincera, estábamos
seguros de nuestro perdón. Nos esperó años enteros, por más que nosotros no
vivíamos sino para ultrajarle; no quería perdernos, mejor dicho, quería en
absoluto salvarnos; ¡y nosotros no quisimos! Nosotros mismos le forzamos por
nuestros pecados a lanzar contra nosotros sentencia de eterna condenación: Id,
hijos malditos, id a reuniros con aquel a quien imitasteis; por mi parte, no os
reconozco sino para aplastaros con todos los furores de mí cólera eterna.
Venid, nos dice el Señor por uno
de sus profetas, venid, hombres, mujeres, ricos y pobres, pecadores,
quienesquiera que seáis, sea el que fuere vuestro estado y condición, decid
todos, decid vuestras razones, y yo diré las mías. Entremos en juicio, pesémoslo
todo con el peso del santuario. ¡Ah! terrible momento para un pecador, que, por
cualquier lado que considere su vida, no ve más que pecado, sin cosa buena.
¡Dios mío! ¡qué va a ser de él ! En este mundo, el pecador siempre encuentra
excusas que alegar por todos los pecados que ha cometido; lleva su orgullo hasta
el mismo tribunal; de la penitencia, donde no debiera comparecer sino para
acusarse y condenarse a sí mismo. Unas veces, la ignorancia; otras, las
tentaciones demasiado violentas; otras, en fin, las ocasiones y los malos
ejemplos: tales son las razones que, todos los días, están dando los pecadores
para encubrir la enormidad de sus crímenes. Venid, pecadores orgullosos, veamos
si vuestras excusas serán bien recibidas el día del juicio; explicaos delante de
Aquel que tiene la antorcha en la mano, y que todo lo vio, todo lo contó y todo
lo pesó. ¡No sabías — dices — que aquello fuese pecado! ¡Ah, desdichado! te dirá
Jesucristo: si hubieses nacido en medio de las naciones idólatras, que jamás
oyeron hablar del verdadero Dios, pudiera tener alguna excusa tu ignorancia;
pero ¿tú, cristiano, que tuviste la dicha de nacer en el seno de mi Iglesia, de
crecer en el centro de la luz, tú que a cada instante oías hablar de la eterna
felicidad? Desde tu infancia te enseñaron lo que debías hacer para procurártela;
y tú, a quien jamás cesaron de instruir, de exhortar y de reprender, ¿ te
atreves aún a excusarte con tu ignorancia? ¡Ah, desdichado! si viviste en la
ignorancia, fue sencillamente porque no quisiste instruirte, porque no quisiste
aprovecharte de las instrucciones, o huiste de ellas. ¡Vete, desgraciado, vete!
¡tus excusas sólo sirven para hacerte más digno aún de maldición ! Vete, hijo
maldito, al infierno, a arder en él con tu ignorancia.
Pero — dirá otro — es que mis
pasiones eran muy violentas y mi debilidad muy grande. Mas — le dirá el Señor —
ya que Dios era tan bueno que te hacía conocer tus debilidades, ya que tus
pastores te advertían que debías velar continuamente sobre ti mismo y
mortificarte, para dominarlas, ¿por qué hacías tú precisamente todo lo
contrario? ¿Por qué tanto cuidado en contentar tu cuerpo y tus gustos? Dios te
hacía conocer tu flaqueza, ¿y tú caías a cada instante? ¿Por qué, pues, no
recurrir a Dios en demanda de su gracia? ¿por qué no escuchar a tus pastores que
no cesaban de exhortarte a pedir las gracias y las fuerzas necesarias para
vencer al demonio? ¿Por qué tanta indiferencia y desprecio por los Sacramentos,
donde hubieras hallado abundancia de gracia y de fuerza para hacer el bien y
evitar el mal? ¿Por qué tan frecuente desprecio de la palabra de Dios, que te
hubiera guiado por el camino que debías seguir para llegar a El? ¡Ah, pecadores
ingratos y ciegos! todos estos bienes estaban a vuestra disposición; de ellos
podíais serviros como tantos otros se sirvieron ¿Qué hiciste para impedir tu
caída en el pecado? No oraste sino por rutina o por costumbre.
¡Vete, desdichado! Cuanto más
conocías tu flaqueza, tanto más debías haber recurrido a Dios, que te hubiera
sostenido y ayudado en la obra de tu salvación. Vete, maldito, por ella te haces
aún más criminal.
Pero, ¡las ocasiones de pecar son
tantas! — dirá todavía otro. — Amigo mío, tres clases conozco de ocasiones que
pueden conducirnos al pecado. Todos los estados tienen sus peligros. Tres clases
hay, digo, de ocasiones: aquellas a las cuales estamos necesariamente expuestos
por los deberes de nuestro estado, aquellas con las cuales tropezamos sin
buscarlas, y aquellas en las cuales nos enredamos sin necesidad. Si las
ocasiones a las cuales nos exponemos sin necesidad no han de servirnos de
excusa, no tratemos de excusar un pecado con otro pecado. Oíste cantar — dices —
una mala canción; oíste una maledicencia o una calumnia; pero ¿por qué
frecuentabas aquella casa o aquella compañía? ¿por qué tratabas con aquellas
personas sin religión ? ¿No sabías que quien se expone al peligro es culpable y
en él perecerá? El que cae sin haberse expuesto, en seguida se levanta, y su
caída le hace aún más vigilante y precavido. Pero ¿no ves que Dios, que nos ha
prometido su socorro en nuestras tentaciones, no nos lo ha prometido para el
caso en que nosotros mismos tengamos la temeridad de exponernos a ellas? Vete,
desgraciado, has buscado la manera de perderte a ti mismo; mereces el infierno
que está reservado a los pecadores como tú.
Pero —diréis— es que
continuamente tenemos malos ejemplos delante de los ojos. ¿Malos ejemplos?
Frívola excusa. Si hay malos ejemplos, ¿no los hay acaso también buenos? ¿Por
qué, pues, no seguir los buenos mejor que los malos? Veías a una joven ir al
templo, acercarse a la sagrada Mesa; ¿por qué no seguías a ésta, mejor que a la
otra que iba al baile? Veías a aquel joven piadoso entrar en la iglesia para
adorar a Jesús en el Sagrario; ¿por qué no seguías sus pasos, mejor que los del
otro que iba a la taberna? Di más bien, pecador, que preferiste seguir el camino
ancho, que te condujo a la infelicidad en que ahora te encuentras, que el camino
que te había trazado el mismo Hijo de Dios. La verdadera causa de tus caídas y
de tu reprobación no está, pues, ni en los malos ejemplos, ni en las ocasiones,
ni en tu propia flaqueza, ni en la falta de gracias y auxilios ; está solamente
en las malas disposiciones de tu corazón que tú no quisiste reprimir.
Si obraste el mal, fue porque
quisiste. Tu ruina viene únicamente de ti.
Pero —replicaréis todavía— ¡se
nos había dicho siempre que Dios era tan bueno !Dios es bueno, no hay duda; pero
es también justo. Su bondad y su misericordia han pasado ya para ti; no te queda
más que su justicia y su venganza. ¡Ay, hermanos míos.! con tanta repugnancia
como ahora sentirnos en confesarnos, si, cinco minutos antes de aquel gran día,
Dios nos concediese sacerdotes para confesar nuestros pecados, para que se nos
borrasen, ¡ah! ¡con qué diligencia nos aprovecharíamos de esta gracia! Mas ¡ay!
que esto no nos será concedido en aquel momento de desesperación. Mucho más
prudente que nosotros fue el Rey Bogoris. Instruido por un misionero en la
religión católica, pero cautivo aún de los falsos placeres del mundo, habiendo
llamado a un pintor cristiano para que le pintara, en su palacio, la caza más
horrible de bestias feroces, éste, al revés, por disposición de la divina
providencia, le pintó el juicio final, el mundo ardiendo en llamas, Jesucristo
en medio de rayos y relámpagos, el infierno abierto ya para engullir a los
condenados, con tan espantosas figuras que el rey quedó inmóvil. Vuelto en sí,
acordóse de lo que el misionero le había enseñado para que aprendiese a evitar
los horrores. de aquel momento en el cual no cabrá al pecador otra suerte que la
desesperación; y renunciando, al instante, a todos sus placeres, pasó lo
restante de su vida en el arrepentimiento y las lágrimas.
¡Ah, hermanos míos! si este
príncipe no se hubiese convertido, hubiera llegado igualmente para él la muerte
; hubiera tardado algo más, es verdad, en dejar todos sus bienes y sus placeres;
pero, al morir, aun cuando hubiese vivido siglos, habrían pasado a otros, y él
estaría en el infierno ardiendo por siempre jamás; mientras que ahora se halla
en el cielo, por una eternidad, esperando aquel gran día, contento de ver que
todos sus pecados le han sido perdonados y que jamás volverán a aparecer, ni a
los ojos de Dios, ni a los ojos de los hombres.
Fue este pensamiento bien
meditado el que llevó a San Jerónimo a tratar su cuerpo con tanto rigor y a
derramar tantas lágrimas. ¡Ah! exclamaba él en aquella vasta soledad— paréceme
que oigo, a cada instante, aquella trompeta, que ha de despertar a todos los
muertos, llamándome al tribunal de mi Juez. Este mismo pensamiento hacía temblar
a David en su trono, y a San Agustín en medio de sus placeres, a pesar de todos
sus esfuerzos por ahogar esta idea de que un día sería juzgado. Decíale, de
cuando en cuando, a su amigo Alipio: ¡ Ah, amigo querido ! día vendrá en que
comparezcamos todos ante el tribunal de Dios para recibir la recompensa del bien
o el castigo del mal que hayamos hecho durante nuestra vida ; dejemos, amigo mío
— le decía — el camino del crimen por aquel que han seguido todos los santos.
Preparémonos, desde la hora presente, para ese gran día.
Refiere San Juan Clímaco que un
solitario dejó su monasterio para pasar a otro con el fin de hacer mayor
penitencia. La primera noche fue citado al tribunal de Dios, quien le manifestó
que era deudor, ante su justicia, de cien libras de oro. ¡Ah, Señor! exclamó él—
¿ qué puedo hacer para satisfacerlas? Permaneció tres años en aquel monasterio,
permitiendo Dios que fuese despreciado y maltratado de todos los demás, hasta el
extremo de que nadie parecía poderle sufrir. Apareciósele Nuestro Señor por
segunda vez, diciéndole que aún no había satisfecho más que la cuarta parte de
su deuda. ¡Ah, Señor! —exclamó él— ¿ qué debo, pues, hacer para justificarme?
Fingióse loco durante trece años, y hacían de él todo lo que querían; tratábanle
duramente, cual si fuera una acémila. Apareciósele por tercera vez el Señor,
diciéndole que tenía pagada la mitad. ¡Ah, Señor! —repuso él— puesto que yo lo
quise, es preciso que sufra para satisfacer a vuestra justicia. ¡Oh, Dios mío!
no esperéis a castigar mis pecados después del juicio. Cuenta el mismo San Juan
Clímaco otro hecho que hace estremecer. Había un solitario que llevaba ya
cuarenta años llorando sus pecados en el fondo de una selva. La víspera de su
muerte, abriendo de golpe los ojos, fuera de sí, mirando a uno y otro lado de su
cama, como si viese a alguien que le pedía cuenta de su vida, respondía con voz
trémula : Sí, cometí este pecado, pero lo confesé e hice penitencia de él años y
años, hasta que Dios me lo perdonó. También cometiste tal otro pecado, le decía
la voz. No —respondió el solitario— ese nunca lo he cometido. Antes de morir, se
le oyó exclamar ¡Dios mío, Dios mío! quitad, quitad, os pido, mis pecados de
delante de mis ojos, porque no puedo soportar su vista. ¡Ay! ¿qué va a ser de
nosotros, si el demonio echa en cara aun los pecados que no se han cometido,
cubiertos como estarnos de culpas reales y de las cuales no hemos hecho
penitencia? ¡Ah! ¿por qué diferirla para aquel terrible momento? Si apenas los
santos están seguros, ¿qué va a ser de nosotros?
¿Qué debemos concluir de todo
esto, hermanos míos.? Hemos de concluir que es necesario no perder jamás de
vista que un día seremos juzgados sin misericordia, y que nuestros pecados se
manifestarán a la vista del universo entero; y que, después de este juicio, si
nos hallamos culpables de estos pecados, iremos a llorarlos en los infiernos,
sin poder ni borrarlos, ni olvidarlos. ¡Oh! ¡qué ciegos somos, hermanos míos, si
no nos aprovechamos del poco tiempo que nos queda de vida para asegurarnos el
cielo! Si somos pecadores, tenemos ahora esperanza de perdón; al paso que, si
aguardamos a entonces, no nos quedará ya recurso alguno. ¡Dios mío !hacedme la
gracia de que nunca me olvide de tan terrible momento, en especial cuando me vea
tentado, para no sucumbir; a fin de que en aquel día podamos oír, salidas de la
boca del Salvador, estas dulces palabras: «Venid, benditos de mi Padre, a poseer
el reino que os está preparado desde el comienzo del mundo.»
San Juan Bautista María Vianney
(Cura de Ars)
No hay comentarios:
Publicar un comentario