«Alegraos,
pues, hermanos míos muy amados, por vuestro feliz destino y por la
liberalidad de la gracia divina para con vosotros. Alegraos, porque habéis escapado de los múltiples peligros y naufragios de este mundo tan agitado.
Alegraos, porque habéis llegado a este puerto escondido, lugar de
seguridad y de calma, al cual son muchos los que desean venir, muchos
los que incluso llegan a intentarlo, pero sin llegar a él» (De una carta de San Bruno a los cartujos).
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A primera vista, el título no tiene
absolutamente nada que ver con el texto de San Bruno que les estoy
presentando. Y sí, directamente no tienen nada que ver. Pero, en el
fondo, ese “Alegraos” de San Bruno contiene la esencia de la
respuesta al interrogante que hace de frontispicio a este artículo:
¿Cómo puedo conseguir que Dios responda a mi oración?
A lo largo de mis años de consagración a Dios, son muchos los que suelen decirme: «Dios no me oye»; «Yo hablo, pero no escucho una respuesta en mi oración»; y un gran etcétera. ¿Cómo responder a estos interrogantes?
La gama de respuestas puede ser innumerable. Mi poca experiencia me ha llevado a analizar más en profundidad, llegando
a la conclusión de que conviene ver no tanto “cómo oras” (que es
importante sin duda), sino “por qué oras” o, mejor, “con qué intención
oras”. Me explico…
Imagínate que entre tu lista de
amistades hay una persona que, de repente, se saca la lotería. ¿Cómo
tratarías a esa persona a partir de ese momento: por lo que es o por lo que tiene?
Si tu respuesta es la primera opción, tu amistad es sincera; si, por el
contrario, es el tener lo que mueve tus acciones, entonces el único que
realmente te interesa eres tú mismo. Porque no vas a estar con esa persona para que él esté bien, sino para sacar un beneficio de esa relación.
En nuestra oración nos puede pasar lo
mismo. A veces vamos a la oración con un fin concreto en la mente: que
Dios nos conceda lo que vamos a pedirle. Y no le dejamos espacio a nada
más. Estamos tan llenos de nosotros mismos, que Él no puede entrar en nuestro corazón.
¿Y el texto de San Bruno? Léanlo de
nuevo, detenidamente. ¿Ustedes creen que una descripción así es de
alguien egoísta? ¿Cómo creen que será la oración de esas personas? Ése
es el ejemplo que Bruno nos quiere dejar: no tener nada para alcanzarlo todo.
Porque el que está vacío de sí mismo pedirá las cosas que realmente
interesan. El que está lleno de sí mismo, pedirá superficialidades o
elementos que, tal vez, en ese momento no le convienen.
¿Cómo puedo lograr, pues, que Dios
responda a mi oración? Sabiendo pedir lo que debo pedir y con la pureza
de intención que debo pedir. Analiza bien cómo pides y te diré cómo oras. Ojalá que un día tú también puedas escuchar que se te dice: “Alégrate”…
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