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Alejandrina María da Costa, Beata |
Laica
Martirologio Romano: En el lugar de Balasar, cerca de Braga,
en Portugal, beata Alejandrina María da Costa, que al intentar
huir de quien la perseguía con mala intención, quedó imposibilitada
en todos sus miembros, encontrando en la contemplación de la
Eucaristía el modo de ofrecer al Señor todos sus dolores
por amor de Dios y de los hermanos más necesitados
(1955).
Laica portuguesa, miembro de la Unión de Cooperadores Salesianos, apóstol
del sufrimiento reparador (fecha de beatificación: 25 de abril de
2004).
Nació en Balasar, provincia de Oporto y archidiócesis de Braga
(Portugal) el 30 de marzo de 1904, y fue bautizada
el 2 de abril siguiente, Sábado santo. Fue educada cristianamente
por su madre, junto con su hermana Deolinda. Alejandrina permaneció
con su familia hasta los siete años; después fue enviada
a Póvoa do Varzim, donde se alojó con la familia
de un carpintero, para poder asistir a la escuela primaria,
pues no había en Balasar. Allí hizo la primera comunión
en 1911; el año siguiente recibió el sacramento de la
confirmación.
Después de dieciocho meses, volvió a Balasar. Con su madre
y su hermana se trasladó, luego, a vivir a la
localidad de «Calvario», donde permaneció hasta su muerte.
Comenzó a trabajar
en el campo. Su adolescencia fue muy feliz; tenía un
carácter comunicativo, y era muy apreciada por sus compañeras. Sin
embargo, a los doce años se enfermó: una grave infección
(quizá tifoidea) la llevó a un paso de la muerte.
Superó el peligro, pero a consecuencia de ello, su constitución
quedó debilitada para siempre.
Cuando tenía catorce años sucedió un hecho
decisivo para su vida. Era el Sábado santo de 1918.
Ese día ella, su hermana Deolinda y una muchacha aprendiz
realizaban su trabajo de costura, cuando se dieron cuenta de
que tres hombres trataban de entrar en su casa. A
pesar de que las puertas estaban cerradas, los tres lograron
forzarlas y entraron. Alejandrina, para salvar su pureza amenazada, no
dudó en tirarse por la ventana desde una altura de
cuatro metros. Las consecuencias fueron terribles, aunque no inmediatas. En
efecto, las diversas visitas médicas a las que se sometió
sucesivamente diagnosticaron siempre con mayor claridad un hecho irreversible.
Hasta los
diecinueve años pudo aún arrastrarse hasta la iglesia, donde, totalmente
contrahecha, permanecía gustosa, con gran admiración de la gente. La
parálisis fue progresando cada vez más, hasta que los dolores
se volvieron horribles, las articulaciones perdieron su movimiento y ella
quedó completamente paralítica. Era el 14 de abril de 1925.
En los restantes treinta años de su vida Alejandrina no
pudo levantarse de la cama.
Hasta el año 1928 no dejó
de pedirle al Señor, por intercesión de la Virgen, la
gracia de la curación, prometiendo que, si se curaba, se
haría misionera. Pero, cuando comprendió que el sufrimiento era su
vocación, lo abrazó con prontitud. Decía: «Nuestra Señora me ha
concedido una gracia aún mayor. Primero la resignación, después la
conformidad completa a la voluntad de Dios y, por último,
el deseo de sufrir».
A este período se remontan sus primeros
fenómenos místicos, cuando inició una vida de profunda unión con
Jesús en el sagrario, por medio de María santísima. Un
día que estaba sola, le vino improvisamente este pensamiento: «Jesús,
tú estás prisionero en el sagrario y yo en mi
lecho por tu voluntad. Nos haremos compañía».
Desde entonces comenzó
su primera misión: ser como la lámpara del sagrario. Pasaba
sus noches como peregrinando de sagrario en sagrario. En cada
misa se ofrecía al eterno Padre como víctima por los
pecadores, junto con Jesús y según sus intenciones. En la
medida en que percibía de manera más clara su vocación
de víctima, crecía en ella el amor al sufrimiento. Hizo
el voto de hacer siempre lo que fuera más perfecto.
Del
viernes 3 de octubre de 1938 al 24 de marzo
de 1942, o sea, 182 veces, vivió cada viernes los
sufrimientos de la Pasión. Superando su estado habitual de parálisis,
bajaba del lecho y con movimientos y gestos acompañados de
fortísimos dolores, reproducía los diversos momentos del vía crucis, durante
tres horas y media.
«Amar, sufrir, reparar» fue el programa
que le indicó el Señor. Desde 1934, por mandato de
su director espiritual, ponía por escrito todo lo que le
decía Jesús.
En 1936, por orden de Jesús, pidió al Santo
Padre la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María.
Esta súplica fue varias veces renovada hasta 1941, por lo
que la Santa Sede interrogó tres veces al arzobispo de
Braga sobre Alejandrina. El 31 de octubre de 1942, Pío
XII consagró el mundo al Corazón Inmaculado de María con
un mensaje transmitido a Fátima en lengua portuguesa. Este acto
lo renovó en Roma en la basílica de San Pedro
el 8 de diciembre del mismo año.
Desde el 27 de
marzo de 1942, Alejandrina dejó de alimentarse, viviendo sólo de
la Eucaristía. En 1943, durante cuarenta días y cuarenta noches,
su ayuno absoluto y su anuria fueron estrictamente controlados por
médicos en el hospital de la Foz do Douro cerca
de Oporto.
En 1944 su nuevo director espiritual la animó para
que siguiera dictando su diario, después de constatar la altura
espiritual a la que había llegado; ella obedeció con docilidad
hasta la muerte. En el mismo año 1944 Alejandrina se
inscribió en la Unión de los cooperadores salesianos. Rezó y
sufrió por la santificación de los cooperadores de todo el
mundo.
A pesar de sus sufrimientos, seguía interesándose e ingeniándose en
favor de los pobres, del bien espiritual de los parroquianos
y de otras muchas personas que recurrían a ella. Promovió
triduos, cuarenta horas y ejercicios cuaresmales en su parroquia.
Especialmente en
los últimos años de vida, muchas personas acudían a ella
incluso desde lejos, atraídas por su fama de santidad; y
bastantes atribuían a sus consejos su conversión.
El 7 de enero
de 1955 se le anunció que sería el año de
su muerte. El 12 de octubre quiso recibir la unción
de los enfermos. El 13 de octubre, aniversario de la
última aparición de la Virgen de Fátima, se la oyó
exclamar: «Soy feliz, porque voy al cielo». A las 19,30
expiró.
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