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domingo, 2 de septiembre de 2012

Mártires de Septiembre

Mártires de Septiembre, mártires que murieron en París el 2 y el 3 de septiembre de 1792

No cabe la menor duda de que en el tiempo de la Revolución Francesa, existían en la iglesia de Francia situaciones y condiciones que, para decirlo con la mayor suavidad posible, eran lamentables: los obispos y otros clérigos de alta jerarquía eran mundanos y ambiciosos, indiferentes a los sufrimientos del pueblo; se contaban por centenares los párrocos y rectores ignorantes, egoístas y débiles que, a la hora de la prueba, no titubearon en pronunciar un juramento y aceptar una constitución que habían condenado la Santa Sede y sus propios obispos. Eso, por el lado del clero, porque por parte de los laicos casi todos eran indiferentes o abiertamente hostiles a la religión. El reverso de la medalla podía encontrarse en un reducido grupo de sacerdotes locales e inmigrados y de gente que colaboraba con ellos para la causa de la emancipación católica, y a los que no podemos dejar de sumar a los cientos que dieron sus vidas antes que cooperar con las fuerzas antirreligiosas. En este último grupo se encontraban los mártires que murieron en París el 2 y el 3 de septiembre de 1792.


 En el año 1790, la Asamblea Constituyente aprobó la constitución civil para los clérigos, condenada inmediatamente por la jerarquía, como ilegal. Todos los diocesanos, a excepción de cuatro, así como la mayoría del clero urbano, se negaron a prestar el juramento que les imponía la nueva constitución. Al año siguiente, el Papa Pío VI confirmó la condena a la constitución, a la que calificó de "hereje, contraria a las enseñanzas católicas, sacrílega y contraria a los derechos de la Iglesia". A fines de agosto de 1792, los revolucionarios en toda Francia se enfurecieron por el levantamiento de los campesinos en La Vendée y los éxitos de las armas de Prusia, Austria y Suecia, en Longwy. Inflamados por los fogosos discursos contra los realistas y el clero, unos mil quinientos hombres de iglesia, laicos, mujeres y niños, perecieron en una matanza gigantesca. Ciento noventa y una de estas víctimas fueron beatificadas mártires en 1926.

En las primeras horas de la tarde del 2 de septiembre, varios cientos de rebeldes atacaron la "Abbaye", el antiguo monasterio donde los sacerdotes, los soldados leales y algunas otras personas se hallaban prisioneros. La horda de maleantes, con un rufián llamado Maillard a la cabeza, exigieron a numerosos sacerdotes que pronunciaran el juramento constitucional; todos se negaron y fueron muertos ahí mismo. Después se formó un tribunal para condenar al resto los prisioneros en masa. Entre este segundo grupo de mártires, se hallaba el ex-jesuíta (la Compañía de Jesús se encontraba suprimida por entonces) el Beato Alejandro Lenfant. Había sido confesor del rey y un fiel amigo de la familia real en desgracia. Eso bastó para que, no obstante los esfuerzos de un sacerdote apóstata, fuese condenado y martirizado. Monseñor de Salomon nos dice en sus memorias que observó al padre Lenfant cuando escuchaba serenamente la confesión de otro sacerdote, minutos antes de que el confesor y el penitente fueran arrastrados al lugar de su ejecución.

El alcalde de París enardeció con vino y alentó con propinas a un grupo de pilluelos y vagabundos para que atacaran la iglesia de los carmelitas en la "Rue de Rennes". Ahí se hallaban presos más de ciento cincuenta eclesiásticos y un laico, el Beato Carlos de la Calmette, conde de Valfons, un oficial de caballería que había acompañado voluntariamente al cura de su parroquia a la prisión cuando se lo llevaron preso. Aquélla compañía de valientes hidalgos encabezada por el beato Juan María de Lau, arzobispo de Arles, por el el Beato Francisco José de La Rochefoucaluld, obispo de Beauvais y su hermano el Beato Pedro Louis, obispo de Saintes, llevaba en la prisión una vida de regularidad monástica y no cesaba de asombrar a sus carceleros por su alegría y su buen humor. Era una sombría tarde de domingo, con ráfagas de vientos helados y amenaza de tempestad; a los prisioneros se les había permitido tomar el aire en el jardín y los obispos y otros clérigos rezaban las vísperas en la capilla, cuando la horda de asesinos irrumpió en el jardín y mató a puñaladas al primer sacerdote que se cruzó en su camino. Al ruido del tumulto, Monseñor de Lau salió tranquilamente de la capilla. "¿Eres tú el arzobispo?", le preguntó alguno de los rufianes. "Si, señores. Yo soy el arzobispo". Fue derribado con un golpe de espada sobre el hombro y, ya en el suelo, se le atravesó el pecho de parte a parte con una pica. Entre aullidos de excitación, horror y salvajismo, comenzaron a tronar las salvas de los disparos; las balas cayeron en lluvia cerrada; la pierna del obispo de Beauvais quedó destrozada. En un instante algunos murieron y otros cayeron heridos.

Pero el fuego cesó súbitamente. Los franceses tienen el sentido del orden y, tal vez, aquélla matanza les pareció desordenada. Por lo tanto, se procedió al nombramiento de un "juez" que instaló su tribunal en el pasillo entre la iglesia y la sacristía. Los acusados comparecían ante él de dos en dos. Con ambas manos, el "juez" les presentaba sendos pliegos con el juramento constitucional para que lo prestaran; pero todos lo rechazaron sin la más mínima vacilación. Entonces, la pareja de condenados descendía por la estrecha escalera que conducía al exterior y, al salir, la muchedumbre desaforada los hacían pedazos. En el pasillo el juez gritó el nombre del obispo de Bauvais; desde el rincón donde yacía, inmovilizado, repuso: "No me niego a morir con los demás, pero no puedo andar. Ruego a vuestra señoría que tenga a bien mandar que me lleven a donde deba de ir". No podía haberse hecho una demostración más clara de aquélla monstruosa injusticia que la réplica breve y cortés del obispo. Pero no le salvó la vida, aunque ninguno de los verdugos se atrevió decir palabra cuando dos hombres le cargaron en vilo y lo llevaron ante el juez para que rechazara el juramento constitucional. El Beato Jacobo Galais, quien estaba a cargo de la cocina para los prisioneros, le entregó al juez trescientos veinticinco francos que le debía al carnicero, porque no quería llegar al cielo con aquella deuda. el Beato Jacobo Friteyre-Durvé, ex-jesuíta, fue apuñalado por un vecino suyo a quien conocía desde que eran pequeños; otros tres ex-jesuítas y cuatro sacerdotes seglares eran ancianos sacados de una casa de descanso en Issy para ser encerrados en la iglesia de los carmelitas; el conde de Valfon y su confesor, el Beato Juan Guilleminet, murieron uno junto al otro; y así, todos perecieron hasta no quedar ninguno. A estos mártires se les les llama "des Carmes" por el lugar donde padecieron. Ahí mismo había otras cuarenta personas, más o menos, que conservaron la vida gracias a que no fueron vistas pudieron escapar en las narices de guardias complacientes o compadecidos. Entre las víctimas se hallaba también el Beato Ambrosio Agustín Chevreux, superior general de los benedictinos mauristas y otros dos monjes; el Beato Francisco Luis Hebert, confesor de Luis XVI; tres franciscanos, catorce ex-jesuitas, seis vicarios generales diocesanos, treinta y ocho estudiantes o ex-alumnos del seminario de San Sulpicio, tres diáconos, un acólito y un hermano maestro. Los cadáveres fueron enterrados en una fosa común del río de Veaugirard, aunque muchos fueron arrojados también a un pozo en el jardín de la iglesia del Carmen.

El 3 de septiembre, la horda de asesinos irrumpió en el seminario lazarista de Fermín, convertido también en prisión, donde su primera víctima fue el Beato Pedro Guérin du Rocher, un ex-jesuíta de sesenta años. Se le pidió que eligiera entre el juramento y la muerte y, tan pronto como rehusó someterse a la constitución, fue arrojado por la ventana más próxima y, al caer en el patio, fue acribillado a puñaladas. Su hermano, el Beato Roberto du Rocher, fue también una de las víctimas, y hubo otros tres ex-jesuítas entre los noventa clérigos que se hallaban presos ahí, de los cuales sólo cuatro escaparon con vida. El superior del seminario era el Beato Luis José François. En su capacidad de gobernante, había avisado a su comunidad que el juramento era ilegal para los clérigos. Era un hombre de tanta fama por su bondad y tan querido en París que, a pesar de los riesgos, un oficial del ejército le advirtió el peligro que corría y se ofreció a ayudarle a escapar. Por supuesto, se negó a abandonar a sus compañeros de prisión, muchos de los cuales habían llegado voluntariamente a San Fermín, confiados en salvarse. Entre los que murieron con él se hallaban el Beato Enrique Guyer y otros lazaristas; el Beato Yyves Guillon de Keranrun, vicecanciller de la Universidad de París, y tres laicos. En la prisión de La Forcé, en la "Rué Saint-Antoine", no quedó ningún sobreviviente para describir los últimos momentos de cualquiera de sus compañeros de infortunio.




Mártires del 12 de septiembre. La lucha de los pueblos por el respeto a su dignidad va cubriéndose de nombres. Hijos dignos que sin importarles el sacrificio se entregan a tan noble causa, a costa de sus propias vidas. Muchos fueron los cubanos que, en el empeño de ver a Cuba libre de cualquier dictadura, engrosaron la lista de los héroes y mártires de la patria.

Historia

Este es el caso de cuatro jóvenes capitalinos del municipio Regla, quienes muy jóvenes aún (no sobrepasaban los 23 años) fueron vilmente masacrados producto de una delación sin tener la oportunidad de defenderse.
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 Impactos de bala en la vivienda de Juanelo. Era Septiembre de 1958, exactamente el día 5, cuando el Movimiento 26 de Julio decidió secuestrar la Virgen de Regla, patrona del ultramarino poblado, con el fin de demostrar a la opinión pública que el momento no era de celebraciones, -por esos días se conmemoraban las fiestas patronales-, sino de lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, quien se empeñaba en dar una imagen de paz y tranquilidad en el país. El ajusticiamiento del chivato Manolo –conocido por el relojero- y llevado a cabo el día 11, aviva aún más la rabia de los sicarios del régimen que desatan una feroz persecución. Entre los numerosos detenidos estuvo uno conocido por Popeye que en pocas horas pasa de las filas revolucionarias a la lista de los traidores y llevó a los esbirros hasta el lugar donde estaban escondidos estos jóvenes, en el reparto Juanelo, junto a dos valerosas mujeres llegadas desde el Oriente de Cuba.
Alberto Álvarez, Leonardo Valdés, Onelio Dampiell y Reynaldo Cruz (conocidos como los Mártires de Regla) se encontraban en la referida vivienda junto a Lidia Doce y Clodomira Acosta. En la madrugada del 12 de septiembre sienten que tocan a la puerta y el individuo que se identifica como Popeye los llama. ¡Cuán lejos estaban de imaginar lo que les vendría encima, al abrirle!.
Una turba de asesinos –comandados por los connotados verdugos Ventura y Carratalá- sedientos de sangre se les abalanza y allí mismo asesinan a los muchachos. Las mujeres salvaron la vida momentáneamente.
Después fueron llevadas a las mazmorras del ejército y, tras varios días de torturas, las introducen en sacos de arena y las sumergen en el mar. Como no consiguen arrancarles ni una palabra, son arrojadas a las profundidades. Sus cuerpos nunca aparecieron.
Algunos estiman que las dos valerosas mujeres fueron asesinadas el 15 y otros dan como probable la fecha del 17 de septiembre.
Cada año, los pobladores de Regla acuden al monumento que en honor de estos jóvenes fue erigido en esa localidad para rendirles tributo. Ellos, Lidia y Clodomira suman la relación de esos tantos cubanos que, con estirpe de héroes, ofrendaron sus vidas para entregarnos una Cuba libre.

Breves biografías de estos mártires

Alberto Álvarez Díaz

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Alberto Álvarez Díaz, de 21 años de edad. Nació el 25 de enero de 1937. Estudió en la escuela pública No.7 y después pasó a la Superior, pero abandonó el aula para comenzar a trabajar en una fábrica de calzado, en Guanabacoa. Su primer trabajo revolucionario se desarrolló en la Escuela de Comercio de La Habana, al frente de un grupo de combatientes pertenecientes al Movimiento 26 de Julio (M-26-7). Por su alta responsabilidad, dinamismo y capacidad de trabajo, llegó a ocupar la jefatura del Movimiento 26 de Julio en Regla. Como deporte favorito practicaba el baloncesto, convirtiéndose en uno de los mejores instructores de esa disciplina en el Liceo de Regla. En las ropas de Alberto encontraron una poesía de Raúl Ferrer que en una de sus estrofas dice: Mientras me quede una palabra, una mirada, un gesto, De ninguna manera me voy a descuidar ,Porque quiero caer hacia mi pueblo, y no quiero, y no puedo fallar.

Leonardo Valdés Suárez

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Leonardo Valdés Suárez, de 23 años. Maño, como le llamaban cariñosamente familiares y amigos, nació el 14 de marzo de 1935. El origen pobre de sus padres, Serafín y Consuelo, no le permitió otros estudios que la primaria. Asistió a las escuelas públicas No.9 y No.13 y aunque pasó a la Superior la abandonó enseguida, para ponerse a trabajar en un carro de fritas. Esto le permitió estar en contacto con el público, conocer miembros del M-26-7 y, relacionarse con ellos, porque también odiaba la tiranía con su secuela de opresión, explotación y miseria. Su casa es centro de reuniones por lo cual se hace sospechosa y asediada por esbirros; con frecuencia es registrada y Maño se ve en la necesidad de abandonar el hogar.

Onelio Dampiel Rodríguez

Onelio Dampiel Rodríguez ,de 22 años: Nació en la calle Céspedes No.99, el 7 de julio de 1936, de padres también reglanos. Onelio cursó la primera enseñanza en la escuela pública José Martí y en la Superior alcanzó hasta el octavo grado. A los 16 años empezó a trabajar en la Robert Textil, donde desarrolló sus principios de justicia y compañerismo al participar en actividades en defensa de la clase explotada. Después de concurrir a los actos de protestas junto al estudiantado de la Escuela de Comercio de La Habana, se enrolaba en la célula de Acción y Sabotaje en Regla con el grupo de compañeros orientados por Alberto Álvarez.

Reinaldo Cruz Romeo

Reinaldo Cruz Romeo, de 20 años: Nació el 3 de enero de 1938, fue el segundo hijo de Andrés y Graciela, de escasos recursos económicos por lo que solo pudo alcanzar la primera enseñanza, hasta sexto grado, en la escuela pública José Martí. Casi un niño comenzó a trabajar como aprendiz de mecánico de motos y después se hizo mecánico automotriz. Reinaldo se destacó por su serenidad y valentía; se supo ganar el respeto y la autoridad ante sus compañeros, por lo que llegó a ocupar cargos de dirección en el Movimiento 26 de Julio.

Clodomira Acosta Ferrals

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Clodomira Acosta Ferrals (1936-1958)Nació en Cayayal, Manzanillo, el primero de Febrero de 1936. Fue una valerosa y audaz luchadora por la causa de la libertad de Cuba durante la guerra contra la dictadura de Fulgencio Batista. Militante del Movimiento 26 de Julio. Como mensajera se unió a la guerrilla, desempeñó peligrosas misiones en el llano y como enlace con la Sierra Maestra. Al igual que Lidia Doce, su gran amiga y compañera de lucha, gozaba de toda la confianza de Fidel y del Che. El 12 de septiembre de 1958 fue apresada por la dictadura batistiana, junto con Lidia Doce; los otros combatientes revolucionarios se enfrentaron a los esbirros y fueron ultimados. La torturaron salvajemente y finalmente la asesinaron. Su cuerpo nunca se encontró, se presume que fue arrojada mar afuera. Su ejemplo es una imperecedera muestra del valor, heroísmo y tenacidad de la mujer cubana.

Lidia Esther Doce Sánchez

Lidia Esther Doce Sánchez (27 de agosto 1916-1958) Nace en Mir, en la actual provincia de Holguín, esta combatiente revolucionaria, quien junto a Clodomira Acosta Ferrals cumplió riesgosas misiones encomendadas por Fidel durante la lucha contra Batista.Como consecuencia de una vil delación, ambas mensajeras de la Columna Uno del Ejército Rebelde fueron apresadas, asesinadas, luego de crueles torturas, y sus cadáveres los desaparecieron en el fondo del mar.

Fuente

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