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jueves, 27 de septiembre de 2012

MADRES DEL DESIERTO


  
  “Las fuentes de la espiritualidad monástica (Capadocia

INTRODUCCIÓN
Son mujeres que fueron al desierto para buscar mejor a Dios, descubrirle y amarle más, para dedicarse a la ascesis y a la contemplación de los Misterios divinos, por eso y merecen la misma atención que reciben los Padres del Desierto.
Sus vidas, sus experiencias donde encontramos su doctrina espiritual son de gran valor y en nada son menores a la de los Padres.
Mujeres fuertes que ya desde antiguo, complementan la visión “masculina” de la teología con una rica experiencia “femenina” tan llena de valores y matices nuevos.  No pueden ignorarse ni dejar encerradas sus palabras y vivencias que tanto pueden decir hoy a nuestro mundo ardiendo de sed de Dios pero sin referentes y perdido en un mundo secularizado que no le permite vislumbrar la Luz que le conduce a la Verdad a la felicidad, en definitiva, a Dios.
Las Madres, vivían en el desierto, una vida ascética y dura, hace muchos siglos, pero que una vida que nunca pierde su frescura y actualidad. Ellas nos muestran el Rostro de Dios y su amor que les hace dejarlo todo por él es un gran ejemplo para nuestras vidas tan inundadas de egoísmos y de ruidos ensordecedores que nos impiden escuchar la Voz de Dios.
Deseo mostrar el papel de las mujeres a lo largo de la historia, que ha sido muy importante y muy valioso si se tiene en cuenta las dificultades que han tenido las mujeres para hacerse valer en un medio donde los hombres no nos han dejado sobresalir. Sin embargo, han luchado y han demostrado que la contemplación y la vida espiritual y ascética, no es sólo patrimonio de los hombres y que nosotras, las mujeres, tenemos una especial y fina sensibilidad para captar las resonancias del Amor.
Hacer este trabajo para mi, significa conocer mejor este campo todavía muy desconocido, adentrarme y profundizar en esta riqueza que nos tiene mucho que enseñar, y también es mi pequeña contribución y mi humilde homenaje a aquellas que, superando todas las barreras y obstáculos, saltaron sin miedo al mundo desconocido del desierto para mejor buscar a Dios sin que nada las pudiese hacer volver atrás en su firme resolución y como S. Pablo decían: "¿Quién me separar del amor de Cristo? ¿La espada, el hambre, la desnudez?...Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy persuadido que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los principados ni las potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor"[1].
Es en este espacio donde estas valerosas y enamoradas mujeres encuentran al Dios que se les revela; el desierto es lugar de la revelación de Dios pues es ahí donde se escucha a Dios que habla al corazón: “la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”[2]; aunque se necesita alcanzar la pureza de corazón para que se dé el Encuentro: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”[3].
Estas mujeres que viven en el desierto, son un don de Dios, una gracia personal en la mujer para enseñar, y en los que la escuchan o la ven actuar. El que enseña es dios fundamentalmente; por tanto, es a Él a quien hay que orar para recibir este don inmerecido de Su gracia. Ella que practican la ascesis, llegan a la experiencia de la suavidad de Dios. El libro del Cantar de los Cantares es la expresión de un deseo y de una posesión; es un canto de amor que se escucha poniendo en ello todo el ser, cantándolo uno mismo. Sostiene y acompaña los progresos de la fe de gracia en gracia, de la vocación, hasta la entrada en la vida feliz de la bienaventuranza celeste. Existen las luchas cotidianas, la misma ascesis, más también la alegría de esperar los bienes prometidos, las recompensas futuras, otras tantas palabras que dicen: Dios. Porque el Señor está en el punto de partida, en todas las etapas del camino y en el final porque Él mismo es el Fin.
Enseñanza que nos proporcionan más vivida que escrita (aunque también escrita en muchas ocasiones, pero que son avaladas por la vida), tendente a la unión con Dios aquí abajo, en el Cielo más tarde
Vamos a adentrarnos en estas soledades tan llenas de la Presencia de Dios y que las vidas de estas solitarias ascetas sean un aldabonazo en nuestras, muchas veces dormidas, conciencias.
El alma de la mujer posee una intuición y una ternura que hace descubrir el Rostro más verdadero de Dios, los latidos más profundos de Su Corazón; ella, como nadie, se acerca  Las fuentes del monacato son un estímulo para redescubrir el papel de la maternidad espiritual y sus posibilidades actuales. Es necesario hacerlo pues se trata de prestar un servicio al monacato y también a la Iglesia, y como no, a la mujer[4].

MADRES DEL DESIERTO
Tanto la Patrología como la Matrología, contienen idéntica apreciación en lo esencial: santidad de vida de sus protagonistas, irradiación benéfica de su pedagogía espiritual en su entorno, testimonio martirial o confesional de la fe, que incluye la fidelidad heroica al Magisterio de la Iglesia, a la Revelación divina en definitiva, que se expresa en el apasionado amor a la persona de Jesucristo, Dios-Hombre.
La raíz del término “patrología”, viene de “padre”, y este apelativo ha forjado el término “patrología” y más tarde el de “patrística”. Así, la Patrología es la  parte de la historia de la literatura cristiana que trata de los autores de la antigüedad que escribieron sobre temas de teología. Comprende tanto a los escritores ortodoxos como a los heterodoxos, aun cuando se ocupe preferentemente de los que representan la doctrina eclesiástica tradicional, es decir, de los Padres y Doctores de la Iglesia. Incluyen a todos los autores cristianos hasta Gregorio Magno (+ 604) o Isidoro de Sevilla (+ 636) en Occidente, mientras que en Oriente llega generalmente hasta Juan Damasceno (+ 749). Resumiendo, podemos aclarar que “el estudio de los padres viene hoy contemplado por tres ciencias que, con las debidas interferencias, lo hacen objeto de su investigación: Patrología (vida-obras-doctrina), Patrística (teología) y Literatura cristiana antigua (aspectos estilísticos y filológicos)”[5].
San Clemente de Alejandría nos dice que el “Padre” es el maestro en la fe. Esto mismo también corresponde a las Madres, maestras según el Espíritu que roturaron caminos de virtud y santidad en la vida cristiana, primero con el ejemplo de su vida santa y doctrina ortodoxa. Las diferencias existentes entre Patrología y Matrología, son de tipo cultural: ellas, en general, no escribieron nada (aunque tenemos algunas mujeres, no obstante poquísimas, que escribieron: Perpetua; Faltonia; Egeria), pero vivieron hasta las últimas consecuencias su fe; la tradición oral recogió su valioso legado, que transmitieron los hombres por escrito. Más tarde, las Madres benedictina y cistercienses plasmaron por escrito sus experiencias y vivencias espirituales y hoy constituyen verdaderos tratados místicos.
Las vidas y sentencias de muchas Madres, fueron célebres en su tiempo debido a la tradición oral. Más tarde, sus apotegmas fueron recogidos en manuscritos. Estadísticamente, son más las Madres que los Padres, pero son pocas aquellas de las que nos han llegado datos biográficos y doctrina, debido a razones socio-culturales de la época[6].
Si la palabra Abba significa “padre espiritual”, es decir: el que está lleno del Espíritu Santo; la palabra Amma, expresa Madre espiritual, llena del Espíritu Santo. Nos lo dice Paladio en su “Historia Lusiaca”[7].
Desde los inicios de las migraciones al desierto, ellas están presentes. Las diásporas espirituales comenzaron hacia el 250 d.C.; fue  un movimiento renovador, inspirado sin duda alguna, por el Espíritu. Estos grupos de solitarios y solitarias, se caracterizaron, por su radicalidad de vida a través de la oración y la ascesis[8].
Estos grupos se incrementaron a partir del Edicto de Milán en el 313 cuando el Emperador Constantino convirtió al cristianismo en religión oficial del imperio romano. Muchos cristianos, ante la desaparición del martirio y queriendo vivir una vida cristiana auténtica y añorando el martirio, se decidieron vivir un martirio incruento y marcharon al desierto[9].
Existen sentencias atribuidas a los espirituales de los desiertos que dicen que el ser monje (monja), no es cuestión de cambiar de vestido, de abrazar un especial estilo de vida, sino llevar a cabo esta empresa ardua y sublime que solo se puede llegar a través de caídas y tropiezos para siempre levantarse de nuevo confiando en la misericordia infinita de Dios y en Su perdón.
La espiritualidad monástica es la misma de todo cristiano, pero desde la radicalidad evangélica, siguiendo los Consejos Evangélicos y perseverando en el desierto. Todo esto lo podemos ver en autores como Evagrio Póntico (De ieunio, 13).
I.1- ESPIRITUALIDAD DE LAS AMMAS
Son mujeres que siguiendo la llamada escuchada en su interior, se dirigen al Desierto buscando a Jesús para experimentarlo en la soledad desde su condición de mujeres. Eran teófobas, es decir, portadoras de su cultura femenina injertada en Cristo, y es que la verdadera cultura, crea vida y la desarrolla.
Su espiritualidad nace de la experiencia de la Vida, bajo la inspiración del Espíritu. La escucha a la llamada de Dios es lo principal y ante esta invitación al seguimiento de Jesús según los Consejos Evangélicos, lo dejan todo (Mt 16, 24; 19, 21), renuncian a todo y lo siguen. El concepto de renuncia (apótaxis) era fundamental en la vida monástica y así, a los primeros monjes, se les llamo renunciantes (apótacticoi)[10].
El Abad Alonio decía: “Si no hubiera destruido todo, no podría edificarme a mí mismo”[11]. Es la clásica renuncia monástica:
1. Renuncia corporal, celibato. Desprecio de todo bien terreno.                                                                                                                                                                                         
2. Llamada a la conversión, renuncia al género de vida anterior con sus vicios, desórdenes, pecados, inclinación al mal espíritu y a la carne.
         3. Renuncia a cuanto endurezca el corazón: es necesaria la pureza de corazón, no gustando nada sensible, sino fijando la mirada en los bienes eternos.
      El desierto favorece una oración continua, afectiva, enamorada (como el camino a través del desierto del pueblo de Israel, y en efecto, los profetas lo llaman “noviazgo” del pueblo con su Dios), que es algo común en las Ammas y así, leemos en un apotegma anónimo de una de ellas: “Quien ama, recuerda siempre lo que ama”. Es el recuerdo amoroso de Dios alimentado con la meditación de Su Palabra. Este estado orante determina la huida del mundo, vivir en soledad y silencio que permanezca siempre atento a la escucha.
      Otra característica, e la conciencia del estado de desemejanza con el Creador desde el pecado original, entonces, se busca el Paraíso y el recobrar la semejanza perdida por medio de la obediencia, ya que el que es obediente y mantiene a raya su voluntad, recobra la belleza y la semejanza divina en su alma, porque la obediencia es expresión de humildad. Las Ammas y Padres del desierto, tenían grabado en lo más hondo de sí mismos: “Tomó la condición de esclavo”[12].
      Esta espiritualidad lleva a la hesychia, es decir, a la paz, al silencio, a la dulzura de la unión con Dios; y esto es así cuando se ora con el corazón. Este movimiento de la hesychia, tiene su origen según la tradición primitiva, en la escena del evangelio donde Juan reposa su cabeza en el pecho del Señor en la Última Cena, escuchando los latidos del Corazón de Cristo. Los monjes y monjas de Egipto y Gaza del siglo IV, solían recitar: “A los débiles solo nos queda refugiarnos en el Nombre de Jesús”. Se creían los pobres (anawim) del Reino[13].
      Y es que para ellos, el nombre tiene la misma importancia que en la Biblia donde el nombre está unido al momento de la invocación de este nombre -desde el corazón- y a la comunicación con él. Por ello, el nombre de Dios y Dios mismo, no puede ser manipulado. Con la venida de Cristo, Dios revela Su Nombre propio.
      Sin embargo, el desierto es también el lugar de los grandes combates espirituales, son los que San Antonio llamaba: “los combates de los oídos, de la lengua, de los ojos”. Es aquí donde estas tentaciones y luchas se sienten en toda su agudeza y atacan con fuerza: son los pensamientos impuros, la soberbia y vanagloria, la tristeza, la rebelión, melancolía, la crítica… (La lista varía según los padres. El elenco clásico es el que da Evagrio Póntico: gula, lujuria, avaricia, tristeza, acedia, ira, vanagloria y orgullo). Pero estos ascetas tienen soluciones como la oración, la lectio divina, la ascesis y la apertura del corazón a la madre espiritual (en nuestro caso), y una confianza ilimitada en la misericordia del Señor. Y también el relativizar, no dramatizar, saber reírse de uno mismo.
Martyrius, autor monástico del siglo VII, recoge la tradición espiritual del Desierto desde el siglo I, en su obra más conocida “Libro de la perfección”, en su Tratado tercero, se explaya en la vida solitaria y dice que la verdadera Regla monástica, es la renuncia absoluta a todo y una caridad perfecta; un desapego total y una caridad perfecta, un amor sin reserva. La humildad, la confianza en Dios sin límites y la mente y el corazón humilde son las armas siempre victorias contra el demonio. Termina así: “El monje (la monja) debe estar como embriagado de la caridad de Cristo… unirse únicamente al Dios único y supremo… Única y muy sublime es la regla de vida del retiro solitario, a saber: el angélico estar ante Dios y el recogimiento de espíritu”[14].
Los teólogos cristianos afirmaban la igualdad de los dos sexos en relación con la virtud, e incluso en algunos casos reconocen la superioridad de la mujer en este campo; aunque no todos pensaban así, siempre hubo hombres y padres que opinaban (equivocadamente) que la mujer era más débil que el hombre y que sólo podía llegar a la altura del hombre, “volviéndose varón”. Los Padres de la Iglesia creen que la verdadera diferencia entre los seres humanos no es cuestión de sexo sino de alma, y así Gregorio de Nisa afirma: “Que la mujer no diga: ¡Soy débil! Porque la debilidad es cosa de la carne, y en cambio es en el alma donde está el vigor”[15]. Y Gregorio de Nacianceno exclama: “La naturaleza femenina ha ido más allá que la masculina en el común combate por la salvación, probando con ello que entre los dos hay una diferencia de cuerpo, pero no de alma”[16]. En la misma línea también vemos a Basilio y a Juan Crisóstomo.
Es cierto que los Padres del desierto querían una separación efectiva entre monjes y monjas, y de forma más global, entre hombres y mujeres. Cosa que también deseaban las monjas con respecto a los monjes y los hombres en general. Pero nunca los Padres infravaloraron la vida ascética y espiritual de estas mujeres. Y la razón no era de orden físico porque experimentaban que el vigor masculino no bastaba para ello. La razón estaba en la caridad, el amor a Dios y a Cristo. Y sabían que de este amor son tan capaces las mujeres como los hombres. En la tradición monástica descubrimos que se consideraba a las monjas capaces de dar dirección espiritual en las mismas condiciones que los hombres.
Que las monjas puedan ser guías de otros, deriva del hecho que ellas también pueden ser “espirituales”, portadoras del Espíritu. Y, en cuanto tales, pueden recibir el Título de “Madre” o “Amma”.
Las monjas (aquellas que sabían leer) se servían como los monjes de la Sagrada Escritura y de las vidas y dichos de los Padres, y las adaptaciones de las normas monásticas a la naturaleza femenina eran hechas por una “Amma”. Las mujeres no querían que se edulcorasen para ellas los principios de la vida monástica. La adaptación a la condición femenina no era rebajar el ideal de perfección cristiana, sino vivirlo según otras características. Y nadie mejor para traducir en la práctica las normas de vida monástica  para uso de mujeres que una mujer.
En este contexto, no es de extrañar que la colección de Apotegmas nos ofrezca las sentencias de las “ammas” del desierto intercaladas entre la de los “abbas” más famosos. Y es que según los Padres, las mujeres también podían propagar la buena doctrina y dar una enseñanza espiritual. Los Padres del desierto, y los que inmediatamente compilaron sus sentencias, no solamente dejaron bien sentada la igualdad entre los dos sexos en las cosas del espíritu, sino que consideraron que las mujeres pueden ejercer una maternidad espiritual y transmitir una doctrina espiritual con el mismo derecho que cualquier Padre.
Podemos encontrarnos en las sentencias de las ammas, la espiritualidad de éstas; sus sentencias se caracterizan por su discreción, por su penetración psicológica, por su delicadeza, y por no tener extravagancias como vemos en las sentencias de algunos padres del desierto. En ellas, sus palabras están llenas de una gran madurez, fruto de un don de Dios pero también fruto de una lucha, de una fidelidad y de una oración personales. Sus mismas sentencias no narran  de cómo tuvieron que luchar incluso contra ellas mismas y contra la tentación de abandonar el camino emprendido. Es significativo, además, que el centro de sus apotegmas sea siempre Dios, Jesucristo y las palabras de la Escritura[17]. Tomemos como ejemplo este texto de Santa Sintétlica: “Los que se entregan a Dios tienen que luchar y sufrir mucho al principio, pero después gozan de una alegría inefable. Es lo mismo que los que quieren encender un fuego que empiezan a ahumarse y a lagrimear, pero que al fin consiguen su objeto. La Escritura dice: “Nuestro Dios es fuego devorador” (Hb 12, 28). Debemos encender en nosotros el fuego divino con lágrimas y sufrimiento”[18].
También veamos como muestra, este apotegma de Amma Teodora: “Uno de los ancianos interrogó a Amma Teodora diciendo: ¿Cómo resucitaremos en la resurrección de los muertos? Le respondió: Tenemos como prenda, ejemplo y primicias al que resucitó por nosotros, Cristo nuestro Dios[19]
  II- SANTA MACRINA LA JOVEN
La hagiografía de Santa Macrina es, cronológicamente la primera que conservamos sobre una Amma. Se cree que fue escrita por su hermano San Gregorio de Nisa hacia el año 380.
Macrina la Joven es nieta de Santa Macrina la Antigua; ésta fue discípula de San Gregorio Taumaturgo (siglo III). Cuando el emperador Maximino Galerio decretó una persecución contra la Iglesia, Macrina la antigua y su esposo huyeron al desierto abandonando todas sus riquezas. Hacia el 313, regresaron a la ciudad pero el marido murió en la persecución de Maximino Daia.
II.1- PERÍODO HISTÓRICO
El período en que Santa Macrina vivió (325-380), fue marcado por una fuerte controversia entre varias corrientes de pensamiento dentro del cristianismo. De ser una religión perseguida por los emperadores romanos fue la religión oficial del imperio a partir del Edicto de Milán del emperador Constantino (313). Lo que entonces se trataba era sobre “la Creación, la naturaleza de Cristo y su relación con el Padre y el Espíritu Santo; es decir: el cimiento del cristianismo, la Santísima Trinidad”[20].
En el año 325, el Concilio de Nicea que fue convocado por Constantino, condenó las ideas de Arrio (260-336), obispo de Alejandría, ya que afirmaba que Dios y Cristo no poseían la misma substancia (ousía), es decir, el Hijo sería inferior al Padre, diferente en substancia, aunque hubiese sido creado antes del tiempo y fuese superior al resto de la Creación. En Nicea se adoptó el concepto de homousios (de substancia idéntica) para establecer la relación entre Padre e Hijo, y así se describió en el Credo de Nicea.
Mas no hubo unanimidad en Nicea, y después del Concilio, el arrianismo siguió su andadura durante sesenta años más, prácticamente durante toda la vida de Macrina, que junto a las persecuciones imperiales a los cristianos de Oriente van a ser el telón de fondo en la redacción de la vida de Macrina escrita por su hermano Gregorio entre los años 380-383. San Gregorio fue un fuerte opositor al arrianismo y participó activamente en el Concilio de Constantinopla (381), convocado por el emperador Teodosio I (379-395), donde se reafirmó la consubstancialidad entre el Padre y el Hijo. Confirmada en el Credo de Nicea[21].
II. 2- LA FAMILIA DE ANNESI
Fallecida Macrina la Antigua, hacia el año 350, quizás un poco más tarde, encontramos a miembros de su familia viviendo en Annesi, una posesión que se alzaba a la orilla del río Iris, en el Ponto -riberas del Mar Negro-. Annesi quedaba cercana a la ciudad de Neocesárea.
Aquí nos encontramos con una familia compuesta por la madre, Emelia, su hija Macrina y sus dos hermanos Naucracio y Pedro y compartían una vida ascética bajo la dirección de Eustacio de Sebaste.
 y su marido tuvieron diez hijos; la mayor, Macrina, nació sobre el 327y fue prometida con doce años a un joven capadocio que murió. Y ante tal desgracia, Macrina decidió permanecer fiel al recuerdo de su prometido y consagrar su virginidad al Esposo inmortal manteniendo una piedad profunda y una gran ascesis. Macrina fue de gran ayuda a su madre en la educación de sus hermanos; tres de ellos, Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste, fueron santos y obispos. Naucracio, destacó por su piedad y su vida de gran ascesis y murió siendo joven todavía.
Pedro, el menor, fue educado íntegramente por Macrina. Dirigió algunos años un monasterio en el Ponto antes de ser nombrado obispo de Sebaste. Este hermano hizo una inteligente defensa del Espíritu Santo en el primer Concilio ecuménico de Constantinopla.
Gregorio, debido a sus triunfos, había entibiado su fervor religioso y a los veinte años, siendo lector, abandonó el ministerio y quizás, contrajo matrimonio. Pero debido a la educación de sus padres y a la influencia ejercida por sus hermanos Macrina y Basilio, tomó la resolución de consagrarse a Dios. El joven volvió a Annesi para ejercitarse como monje antes de ser obispo de Nisa. Es elocuente el influjo de su hermana en la vida y escritos de Gregorio y también escribió una Vida de su hermana
Neucracio, gracias a la educación recibida por Macrina, dio abundante frutos de virtudes cristianas en su joven existencia. Era considerado por un ángel por quienes le conocían y murió debido a un accidente de caza. Poseía una profunda vida interior y un fuerte espíritu de renuncia a favor de los pobres ancianos que recogía en un edificio construido en el bosque. De él, Gregorio escribe: “…era superior a los demás por la bondad de su carácter y belleza física, por su complexión atlética, capacidad de trabajo y por sus muchas habilidades… Atraído por Dios, despreció un porvenir halagüeño, y siguiendo los impulsos de su corazón se retiró a una vida solitaria e indigente sin llevar consigo más que así mismo…; cuidaba a unos ancianos enfermos y pobres en extremo… Era solícito y obediente a cuanto su madre pudiera mandarle”.
Es posible que Basilio, ante el ejemplo de la vida de su hermano Naucracio, se inspirara para en el 366 construir una ciudad que él llamo Basilíades, en donde hallaban cobijo y caridad cristiana  los peregrinos, enfermos e incluso leprosos, a quienes besaba el santo; también había alojamiento para miembros del clero y obispos de Cesarea[22].
II.3- VIDA DE SANTA MACRINA
La vida de esta piadosa mujer fue escrita por su hermano Gregorio recordando también a su abuela Macrina. Basilio la recuerda con ternura a su abuela y dice que fue debido a esta ilustre mujer por la que su hermana recibió este nombre de Macrina.
Su madre Emelia la dio desde los seis años, una educación no profana en aquella niña de grandes dotes naturales y clara inteligencia y sembró en ella todo lo que la Escritura da y son asequibles para las primeras edades. Ya recitaba el Salterio a lo largo de su jornada.
A- Macrina, la hija
         Para salvaguardar su virginidad, Macrina pensó que el mejor modo era permanecer junto a su madre. Existía una gran compenetración entre ambas además de una íntima comunión espiritual.
Macrina ayudaba a su madre en los asuntos temporales y compartía con ella la educación de sus hermanos. A cambio, la madre se encargó de educar a Macrina para que llevase una vida intachable y así, Macrina acabó atrayendo a su madre a una vida pura y de total desprendimiento.
Macrina absorta en Dios, daba mucha importancia al trabajo manual; no ignoraba la sentencia de los Padres antiguos: “Ora el labora”, que más tarde recogería San Benito. Y fue ella quien interesó a la madre por la vida monástica.
La fue convenciendo para que se despojase del lujo y la preocupación por el servicio, rechazando todos los privilegios que esto conllevaba.
También fue la fortaleza de su madre ante la muerte de su hermano a pesar del dolor que le producía la pérdida de este hermano tan querido.
Y así, consiguió que Emelia entrase de lleno en la observancia monástica de Annesi, alejándose de todas las ataduras mundanas.
B- Muerte de Emelia
Cuando renunció su hermano Pedro a los honores del mundo, vivió con ellas su hermano Pedro y quizás en la hambruna que asoló Capadocia en los años 368-369, gracias a las dotes administrativas de Pedro se consiguió incluso dar alimentos a los pobres.
En este tiempo Emelia era una anciana que abandonó este mundo en los brazos de sus hijos Macrina y Pedro.
C - Legado espiritual de Amma Macrina
El legado monástico femenino de Santa Macrina, fue modelo de las generaciones sucesivas. Ella marcó con su propio ejemplo, unas pautas de vida que constituían un eco fiel de lo practicado en los desiertos de Egipto: desprendimiento de todo lo mundano; carencia de lo superfluo; pobreza en el vestir; austeridad en la comida; canto ininterrumpido de salmos, bien el Oficio coral o como rumia a lo largo de la jornada; trabajo manual moderado.
Mas en Annesi también hubo notas distintivas y originales dotadas de más sensibilidad: espíritus más instruidos; sentimientos más delicados; formación ascética más íntima; y apariencias externas menos espectaculares. Hasta el mismo paisaje era encantador pues estaba constituido por las bellas riberas del Iris.
Macrina debió legar a su hermano Basilio la simiente de su monacato muy diferente a las extravagancias del monaquismo de Eustacio de Sebaste. Basilio llegó a Annesi en el 356 y quedando asombrado del cenobio de vírgenes y de su pujanza e influenciado por su hermana, renunció al mundo y sus seducciones y abrazó la vida monástica.
Basilio muere en el 379 y Macrina, libre ya de compromisos familiares, vende lo que le queda del patrimonio familiar repartiéndolo seguidamente a los pobres, y se entregó de lleno a la vida espiritual.
D- Su tránsito
      La muerte de Santa Macrina nos es narrada por su hermano San Gregorio de Nisa, para éste, Macrina era su hermana preferida, se sentía muy querido por ella. “Pocas descripciones habrá en su género que dejen un sedimento más emocionante de lo divino. Por otra parte, el espíritu que en toda la narración se respira da una idea más precisa que largos comentarios acerca de aquel momento de la virginidad cristiana en sus comienzos claustrales”[23].
Al llegar a Annesi, Gregorio es recibido por los monjes del monasterio fundado por su hermano Basilio, y Gregorio recuerda: “Entré en el monasterio donde ella habitaba. Tenía Camuy avanzado el mal, y la vi tendida sobre un lecho, ni siquiera sobre un triste camastro, sino sobre el suelo mismo, sin más intermedio entre y su cuerpo y la tabla que el saco, y a modo de almohada, otro trozo de madera, que sostenía algo elevada su cabeza, no sin grave dignidad”[24].
Siguiendo el relato de Gregorio, vamos “viviendo” paso a paso la muerte de esta santa mujer: “…alzando las manos al cielo exclamó:´Gracias a Ti, mi Dios y Señor, que me has concedido esto y has satisfecho lo que tanto ansiaba en mi corazón, moviendo a tu siervo para que hiciese esta visita a tu esclava`… Hacía por sembra alegría en su alrededor, introduciendo ella misma conversaciones gustosas y haciéndome mil preguntas para dar materia de conversación.
“Pero cuando en el curso  de esta llegamos a hablar de Basilio -había muerto a los 49 años. El 1 de enero del 378 ó 379- ya no pude contener más la emoción: una honda tristeza cubrió mi rostro, y las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas. Ella, serena, tomando precisamente ocasión de la muerte de nuestro hermano para remontarse a la más subida filosofía cristiana, explayó en magnífica exposición las causas de los acontecimientos humanos y las ocultas leyes de la Providencia, aun lo que se tiene por desgracia entre los hombres. Como inspirada por luz celestial, disertó largamente sobre los bienes de la vida futura; e hizo esto de modo que al influjo de sus palabras, mi misma alma, sobrecogida de lo que oía de sus labios, transportada a regiones más altas, quedó como fuera de todo lo humano…
“Recordó muy al vivo la vida de nuestros padres y todo cuanto sucedió antes y después de mi nacimiento. Todo ello venía para terminar en una acción de gracias a Dios. Respecto a sus padres, no insistía en su nobleza o en su posición social, sino en el gran beneficio que Dios les había otorgado de sufrir, siendo perseguidos y vejados por confesar a Cristo.
“Como en el curso de la conversación le indicase lo mucho que hube yo que padecer, primero por parte del emperador Valente, que ordenó mi destierro, y después por la agitación y luchas internas de tantas Iglesias entre sí, que me obligaron a salir en defensa de la verdad con tanto peligro, díjome ella:´¿Y dejarás de agradecer esos divinos beneficios al Señor? ¿Serás capaz de tener el vicio de la ingratitud? Pórtate como aquellos de quienes somos hijos. Dichoso de ti, de cuya fama se sirven ciudades, pueblos y naciones, pudiendo con tus idas y venidas proporcionarles alguna ayuda espiritual y restablecer las cosas de la Iglesia. ¡Gran don y merced es ese de Dios! ¡No desconozcas su fuente!”[25]
Después, Gregorio sigue recordando el curso de esa noche en que él se fue a rezar Vísperas y dejó a su hermana sumergida en Dios. Y entonces, sigue recordando el ya último día de Macrina:
“Agonía admirable. Nada de zozobra; nada de turbación… Al oírla filosofar, creía verme no ante un ser humano, sino ante un ángel que por providencia de Dios hubiera tomado forma humana.
“Para mí era evidente: lo único que allí actuaba era el amor purísimo hacia su Esposo Jesús, siempre escondido en el más secreto sagrario de su ser, pero que en esta coyuntura salía fuera de sí y rompiendo el velo del corazón, se manifestaba al exterior en ansias de volar hacia el que era las delicias de su alma. Su cuerpo le estorbaba; su único anhelo era llegar cuanto antes a su amor. Completa en toda virtud, ¿Cómo podría interesarle ya ni atraer sus ojos cosa alguna que no fuera Él?
“A todo esto, el día estaba muy avanzado y el sol desaparecía pronto del horizonte. Ella conservaba aún vivacísima la actividad de su alma. Cuanto más se acercaba a su fin, tanto más se despertaban sus ansias de volar a Dios. Parecía contemplar cada momento con mayor claridad la belleza de su Amado, con lo cual, su corazón pujaba por ir a sus brazos, y así, sin hablar ya con los presentes tenía sus ojos clavado en Aquél a quien dirigía sus anhelosas súplicas… Su oración era tal, que evidentemente subía hasta el mismo Dios y el Señor la escuchaba”[26].
Ahora Gregorio nos transcribe la oración que su hermana lanzó al corazón de Su Amado Señor y sin darse cuenta ya de lo que le rodeaba:
“Tú, Señor, nos quitaste el miedo a la muerte.
Tú has hecho que el remate de esta vida sea comienzo de la vida verdadera.
Tú, que has mandado que entreguemos nuestros cuerpos al sueño del sepulcro, harás que a la voz de la trompeta salgan de él resucitados.
Arcilla somos plasmada por tus manos. Ahora la confías en depósito a la tierra, pero volverás a reclamarla, haciendo lo que en nosotros es actualmente mortal y deforme sea hermoseado con la inmortalidad y con tu gracia…
Tú, Dios eterno, diste a quienes te temen, para destrucción del enemigo y seguridad de nuestra verdadera vida, la señal de la cruz; esa cruz a la que pertenezco desde las entrañas de mi madre, a la que he amado con todas las fuerzas de mi corazón y a la que desde mi niñez tengo consagrados mi alma y mi cuerpo…
Si en algo te he ofendido por debilidad, de palabra, obra o deseo, Señor, apiádate de mí.
Tú, que tienes en la tierra el poder de perdonar los pecados, haz que mi alma halle alivio y no se encuentre indigna de presentarse ante Ti, sino que sin mancha ni culpa sea recibida en tus brazos como incienso de holocausto”[27].
Hermosa plegaria de esta mujer ya pronta a unirse eternamente con el Amor de su alma. Pero no acabó aquí su súplica sino que la continuó, pero debido a la fiebre y a su debilidad, sólo se la oía balbucir palabras y emitir voces inconexas.
“A todo esto, la noche se echaba encima, y cuando ya la oscuridad iba dominando todo, ella abriendo por completo los párpados, como si quisiera absorber las últimas luces, se disponía a recitar las preces de acción de gracias vespertinas. La falta de voz suplíala con el corazón y con el movimiento de las manos, mientras un movimiento casi imperceptible de sus labios mostraba el afecto del corazón. Terminadas las preces, se santiguó con la mano, dando señales de que sus deseos estaban ya cumplidos; luego exhalando un suspiro profundo, dio fin justamente a su vida y a su oración”[28].
En discurso piadoso hermano y hermana dialogaban de la vida del más allá y de su encuentro en el cielo. Habiendo muerto ya su hermana, Gregorio escribió "Diálogo sobre el alma y la Resurrección", basada en la última  conversación mantenida con su moribunda hermana. En dicho escrito, Macrina aparece como profesora, y trata temas como  el alma,  la muerte, la resurrección, y  la restauración de todas las cosas.
Muerta Macrina, su hermano continúa el relato:
“Mi alma se hallaba bajo dos fuertes impresiones diversas: por una parte, lo que veían mis ojos; por otra, los gemidos de las vírgenes, que rompieron a sollozar a mi lado con un llanto que taladraba el corazón. Hasta entonces se habían conservado valientes y silenciosas, cohibiendo su dolor y la expresión de sus lágrimas, por el respeto que profesaban a su gran maestra y por temor que aun sin palabras las reprendiese. NO querían en modo alguno darle ocasión de disgusto. Pero ahora ya sin fuerza posible que cohibiese el ímpetu de sus lágrimas, prorrumpieron en sollozos y gemidos tan hondos y amargos como si el fuego abrasase sus corazones, fatigados de tanto reprimirse. Yo mismo sentía que mi espíritu perdía fuerzas de contención, como si un golpe  irresistible arrastrase violentamente en pos de sí toda mi alma entre gemidos. ¿No era obvio y justo que aquellas vírgenes dieran expansión tan natural a su dolor?”[29].
Estas vírgenes de las que nos habla Gregorio, llamaban a Macrina “Madre” y “Nodriza”, y era debido a que a muchas de ellas las había recogido estando en la indigencia, quizás en aquel período de hambre ya citado. A otras las recogió cuando erraban sin rumbo y sometidas a miles de peligros. Las nobles, recordaban que Macrina las había salvado de la esclavitud del cuerpo y las había devuelto a la libertad de los hijos de Dios.
Gregorio, con acento cálido, sigue con esta narración, pero tomando las riendas de la situación y diciéndoles a las vírgenes llorosas:
“Ved a vuestra madre, miradla y recordad sus consejos, sus exhortaciones que en cada momento de vuestra vida monástica os ha dado a conocer lo que es propio y correcto. Esta alma pura y divina, al prescribiros que solamente dejarais correr vuestras lágrimas durante la oración, ya os fijó el tiempo para este desahogo. Ahora podéis convertir las lamentaciones en salmodia”[30].
Aquella muerte habría de cubrir con sus semillas, naciones enteras. En efecto, los monasterios llamados basilianos[31], tanto masculinos como los femeninos, fueron gota de aceite que se corrió por el mapa del imperio oriental.
E- Mortaja y sepelio
Habiendo expirado Macrina,  y retirándose las vírgenes, en la celda permanecen sólo Gregorio y  las vírgenes que más habían compartido la vida con Santa Macrina, en especial Veciana, que siendo noble y de gran belleza, quedando viuda muy joven, se fue a Anneci  con Macrina. San Gregorio le comunica a esta virgen su deseo de vestir a su hermana para la sepultura adornada con ricos y hermosos vestidos y velos; pero Veciana que conocía bien a Macrina no le parece que ese fuera el deseo de Macrina, y así es la diaconisa Lampadión, maestra de coro, la que informa de la voluntad de Macrina y preguntada, responde a San Gregorio: “El aderezo por el que se esforzó la santa es una vida pura. Ese fue su ornamento durante su vida y la mortaja durante su muerte. En lo que concierne al ornato del cuerpo, no poseyó nada durante su vida, ni preparó nada para la presente situación, de forma que, ni queriéndolo nosotros, se encontrará algo más que lo que hay aquí”. Sin embargo, Gregorio entonces pregunta si no hay nada para adornar el féretro, y la respuesta de Lampadión es la misma: “¿Qué reservas? Tienes en tus manos todas sus reservas. He aquí su manto, he aquí el manto con el que se cubría, las sandalias usadas, esta era su riqueza, esta es su fortuna. Fuera de lo que está a la vista, no hay nada de cofres escondidos o puestos a seguro en aposentos interiores. Ella solo conocía un lugar seguro para su tesoro: el Reino de los Cielos, y ha colocado allí todas las cosas; nada ha dejado en la tierra”.
Gregorio desde su cariño a su hermana no se da por vencido y vuelve a la carga y esta vez pidiéndole a Lampadión que le acepten algo de lo que él tenía para su propia sepultura y ésta acepta declarándole: “Incluso viva habría aceptado semejante honor de ti por dos razones: por tu sacerdocio al que siempre reverenció y por el parentesco. Ella, en efecto, no habría tenido por extraño lo que le viniese de su hermano. Por esta razón pidió que la amortajaras con tus manos”.
Entonces, Gregorio cubre el cuerpo de su hermana con lino y Veciana, pasando la mano por el cuello de Macrina le dijo a Gregorio: “He aquí el adorno que pende en torno al cuelo de la santa”; y así, le mostró a Gregorio una cruz de hierro y un anillo de la misma materia que colgaban de un fino cordón y que siempre habían permanecido junto al corazón de la santa mujer. Gregorio le dio a Veciana la cruz y él quedó con el anillo, el cual tenía grabado una cruz. Veciana entonces, dijo a Gregorio: “Has hecho la elección de este bien con buen sentido. El anillo está hueco en su engarce, y dentro está escondido un trozo del árbol de la vida. Lo que está grabado en el exterior, con la propia figura, manifiesta lo que hay en su interior”[32].
Macrina llevaba el anillo con la reliquia del lignum crucis, con seguridad, uno de las primeras manifestaciones de la devoción a la Cruz de Cristo. Lampadión le cuenta a su hermano otro secreto de la santo donde se pone de manifiesto la ternura, la delicadeza y la fe en el Señor de Macrina. Ésta tenía una pequeña cicatriz muy cerca del cuello. Se debía a que hacía muchos años se lo formó en el cuello un pequeño tumor que iba creciendo y que amenazaba con paralizarle el corazón. Su madre Emelia le dijo que fuera al médico, pero a causa de su pudor, no quería ir a que le extirpasen el mal, aunque sabía que era grave. Así que una noche, en el oratorio postrada hasta la aurora le rogó al Señor la curación de su enfermedad. Al día siguiente su madre siguió pidiéndole que fuera al médico y Macrina rebosando de confianza divina y de ternura filial, le dijo a su madre que el mejor remedio era que ella misma  trazara con su mano la señal de la cruz en su pecho enfermo. Emelia lo hizo como señalaba su hija y quedó curada en ese mismo instante, quedando sólo una insignificante cicatriz como recuerdo del milagro obrado en ella[33].
   Es San Gregorio el que relata cómo es vestida su hermana, conforme a sus deseos, y así es ataviada con un manto oscuro, e incluso así, Macrina resplandecía “porque el poder de Dios -pienso yo- otorgaba esta gracia al cuerpo, de forma que su belleza parecía irradiar algunos resplandores exactamente como en la visión que yo tuve en sueños”[34].
Después, Gregorio nos relata como al entierro de Macrina acudió el obispo Araxios, de Ibora, con todo el presbiterio. El féretro fue transportado por sacerdotes -en lo que Gregorio llama como “una procesión mística”- que la llevaron a la Capilla de los Cuarenta Mártires donde fue enterrada. Allí también habían sido enterrados sus padres, y Macrina fue colocada al lado de su madre, dando cumplimiento al deseo de ambas que habían orado para que después de la muerte, sus cuerpos estuviesen enterrados juntos, para que la muerte no separase la unión de la que habían gozado en esta vida mortal[35].
Macrina murió en julio del año 379 ó 380, un año después de su hermano Basilio, y Gregorio nos cuenta que recibió el don de profecía, de realizar milagros, curar enfermedades y expulsar demonios. La iglesia griega celebra su fiesta el 19 de julio[36].
III- INFLUENCIA DE MACRINA EN SUS HERMANOS  BASILIO DE CESAREA, GREGORIO DE NISA Y PEDRO DE SEBASTE
Gregorio, al escribir la vida de su hermana, recuerda su papel de guía en toda la familia y como fue relata que de Pedro fue esencial en su educación cuando murió su padre, ya que según él, su hermana fue a la vez madre, padre, profesora, maestra, consejera de tal manera que antes de salir de su niñez, Pedro, deseara adquirir la “alta marca” de la filosofía.
De adulto, Pedro se fue a vivir retirado como Macrina. En cada una de las márgenes del río Iris se localizaba una comunidad: la de mujeres, gobernada por Macrina desde la muerte de su madre, y la de hombres que primero fue dirigida por Basilio y al morir éste, por su hermano Pedro.
Sobre Gregorio, sabemos por su propio testimonio que su hermana le dio fuerzas para preservar sus creencias. Gregorio sufrió mucho al luchar contra la herejía arriana y fue depuesto de su cargo de obispo y expulsado de Nisa en 376, aunque reasumió sus funciones cuando murió el emperador Valenciano. Gregorio se quejó a su hermana de sus penas y ésta le animó a ser fuerte y dar gracias a Dios por la persecución recibida como un don de Él.
Sobre Basilio - seguimos con lo que dice Gregorio en su Vida - habiendo estudiado retórica en Atenas y lleno de orgullo por sus conocimientos considerándose superior a todos por su posición y liderazgo, fue conducido por su hermana a despreciar todo orgullo y las glorias de este mundo y lo condujo por los caminos de la humildad, de tal manera que su renuncia a la propiedad fue completa para poder llevar una vida virtuosa.
Este Basilio, el mayor de los hermano, es llamado Basilio el Grande  y ha sido nombrado como Doctor de la Iglesia.Visitó a ascetas de Egipto, Siria y Palestina. Considerado como Padre del monacato oriental, su Regla se inspira en la escrita por su hermana Macrina para su retiro en Annesi. Fundó hospitales y cuidó a los pobres, y su principal proyecto fue la formación de fraternidades que se fundaban en la ayuda mutua y en el voto de pobreza.
Basilio, escribió en contra del arrianismo y a él se debe la fórmula de Dios como única esencia (hypostasis) con tres Personas (hypostases). Murió nueve meses antes que Macrina, en el año 379[37].
CONCLUSIÓN
Macrina influyó notablemente en la historia del cristianismo del siglo IV. Gracias a su influencia sobre su hermano Basilio, éste se hizo eremita, fundó monasterios y trazó las reglas que regirían la vida monástica en la Iglesia Ortodoxa.
Debido a su fuerte e importante influencia sobre sus hermanos Macrina también ha influido mucho en la construcción del monacato cristiano: San Benito se inspiró en Basilio de Cesarea para redactar su Regla. De Macrina a San Benito, la historia del monacato cristiano, fue modelado basándose en un fuerte ascetismo, el la lectura de las Sagradas Escrituras y en el papel de las vírgenes como metáforas vivas del Paraíso Perdido.
A través de su vida, vemos que es una mujer la conductora intelectual de la familia. Como guía y protectora espiritual era ella la “maestra”, mi “señora”. Y esto representa un cambio en la mirada masculina en relación a la mujer. Nació dentro de una familia cristiana y se creía que el principal beneficiario con la devoción de la virgen, era el dueño de la casa, y por eso, la asceta era un ejemplo de comportamiento, de pureza. Según nos relata Gregorio en su obra “De la Virginidad”, las vírgenes se mantenían siempre unidas y a tiempo completo con Dios, y por eso Macrina se encontraba en la frontera entre el mundo visible y el invisible.
El modelo de Macrina, fortaleció la idea vigente de aquel entonces, donde la mujer consagrada era un depósito de valores para las comunidades cristianas. Estas mujeres consagradas, eran las kanonikai, es decir, mujeres comprometidas con un canon, una vida regular y ascética cotidiana en un pequeño grupo espiritual y orgánico que las destacaba de las otras fieles. Nacía así, el ideal ascético cristiano femenino. Macrina también influyó en la actitud ambivalente de la sociedad patriarcal de Bizancio en relación a la mujer: entre Eva y María, entre el ideal ascético cristiano de la virginidad y el del celibato, y la “promoción” del matrimonio. Por tanto, Macrina es modelo de mujer santa y de abadesa medieval.
A largo plazo, Macrina y su modelo ascético fortaleció el discurso del polo positivo femenino cristiano: la exaltación de la virgen, con su pode e donación, intrínseco a su sexo, su influencia cristiana dentro de la familia (2 Tim), y su papel de ayuda y auxilio en la conversión de los pueblos al cristianismo.
Y este papel dentro de la conversión, es un atributo plenamente femenino y se ve en una carta de Basilio de Cesarea a los habitantes de Neocesarea, que muestra la fuerza de la imagen de Macrina, la fuerza cristiana femenina en la difusión del cristianismo en el siglo IV, y como ella les transmitió a todos los hermanos la doctrina de Gregorio (Taumaturgo) que había conservado de la tradición oral y así, los formó en los dogmas de la piedad.
      La virgen, además de ser un espejo de la pureza de Dios, el principal papel femenino que los hombres veían en las mujeres, era la transmisión de la fe en las familias. Propagar la fe por medio de su amor infinito resguardado en su virginidad eterna[38].
Realizando este estudio por la vida de Santa Macrina, sólo me cabe exclamar: ¡QUÉ MUJER! Sí, realmente, una gran mujer que sabía lo que quería y a ello se dedicó con todas las fuerzas de su corazón sin dejar que ningún obstáculo se interpusiera en su camino. No fue una decisión que acabara en el olvido, la llevó a cabo hasta sus últimas consecuencias, día a día, sin cansarse pues en Dios encontraba su fuerza, su gozo y su descanso. Con la mirada dirigida hacia las realidades celestiales desestimó los bienes de este mundo caduco en nada comparables a los eternos. El inmenso amor hacia el Señor, permitió a Macrina vivir una vida de total consagración a Él a través de la austeridad y la ascesis vividas en el amor. Por ella, muchas otras mujeres abrazaron el mismo estado de vida y aprendieron de ella la vida de renuncia por Dios.
También resulta admirable el influjo que causó en los miembros de su familia, ya que sin ella, la historia no sería la misma. A ella le debemos un San Basilio como hoy día es conocido y lo mismo podemos decir de San Gregorio de Nisa. Y ni decir tiene, que la Regla de San Basilio le debe mucho a su hermana y su vida de virginidad junto con otras vírgenes.
De Santa Macrina se puede hablar, escribir y aprender mucho más de lo que estas pobres páginas pueden decir. Sólo baste leer lo que de ella se sabe y gustarlo con la inspiración del Espíritu para sacar provecho espiritual de esta virgen que supo dedicar su vida a Dios sin otra ocupación que el servirle y amarle.
                                                             S. Marina Medina
                                                     Monasterio cisterciense de la Sta. Cruz
BIBLIOGRAFÍA
Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
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García M. Colombás, El monacato primitivo I, B.A.C., Madrid 1974.
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Gregorio Nacianceno, In Gorgorian, Oratio VIII, 14.
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M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982), abadía de Santa Escolástica, Buenos Aires.
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Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003.
Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto, Matrología, T. 1, Col. Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas, Burgos 1999.


[1] Rm 8,35-39.
2 Os 2, 14.
3 Mt 5, 8.
[4] Cf. Jean Leclercq, Cultura y vida cristiana, Ediciones Sígueme, Salamanca 1965.
[5] Manuel Diego Sánchez, Historia de la espiritualidad patrística, Editorial de espiritualidad, Madrid 1992, p. 14.
[6] La mujer, durante siglos, ha sido considerada, podríamos decir, como un ser de segunda categoría con respecto a los hombres. Las mujeres vivían siempre sometidas al varón, primero permanecían bajo la tutela de su padre, para seguidamente encontrarse ante el dominio del marido. Lo que ellas pensaban no tenía ningún interés, la historia ha sido escrita por hombres y poco sabemos de la mirada femenina de las mujeres sobre ella y de su contribución callada y silenciosa pero no menos importante. Lo que ellas pensaban, sentían o vivían, no tenía relevancia social ninguna en un mundo de hombres, sólo se podían dedicar a la casa y alcuidado de los hijos y el marido. Pero no debemos olvidar que en nuestro caso, hoy no se hablaría de un San Basilio ni de su obra, ni de un San Gregorio de Nisa, sin la influencia de su hermana Santa Macrina.
[7] Alrededor de los años 419, 420, Paladio escribió la Historia Lausiaca, dedicada a Lauso, chambelán de Teodosio II. Está formada por una colección de apuntes sobre varios ascetas, hombres y mujeres, sobre todo del ambiente egipcio y, en menor medida de Palestina. Paladio se refiere a ascetas conocidos por él o de los que había oído a hablar. Quiere escribir sobre todo una obra de edificación; para ello pone de relieve el valor espiritual de la vida del desierto que conocía bastante bien. Existen, desde el punto de vista textual, tres recensiones: una breve que parece ser la original; otra larga que según E. Honigmann habría sido compuesta por Heráclides de Nisa; y otra que es una combinación de las dos anteriores, unida a la Historia monachorum in Aegypto. (Cf. Institutum Patristicum  Agustinianum, a cargo de Angelo Di Berardino, Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana. T. II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992, p. 1648-1649).
[8] En los primeros siglos del cristianismo, a los cristianos que llevaban una vida más austera y sacrificada, más desprendida de las cosas del mundo y más dedicada a la imitación del Señor, se les dieron varios nombres, como el de vírgenes para las mujeres y el de continentes para los hombres. Estos térmisnos señalan lo esencial de su estilo de vida: el celibato. Acabó prevaleciendo, sobre todo en la Iglesia de Oriente, el nombre de asceta. Los solitarios de Egipto se reclutaban en su inmensa mayoría entre las clases bajas de la sociedad copta; también procedían en menor medida, de las clases sociales media y alta; lo importante para ellos era vivir, mejor que especular sobre la vida, avanzar por el camino de la perfección, mejor que analizar sus etapas. La Sagrada Escritura no debía ser ovjeto de especulación teológica, sino norma de vida y de arma en la lucha contra el demonio. El sacerdocio entre los anacoretas coptos era algo excepcional, ern en general, laicos. Lo normal era que los solitarios vivieran cercanos los unos a los otros, pues la vida en el desierto era duray difícil y muchos empezaron a congregarse y organizarse, y muchos buscaban un maestro que fuera su guía espiritual. También hubo muchas mujeres que hicieron vida solitaria en los desiertos de Egipto. Los Padres de la Iglesia las consideraron aptas para transmitir doctrina epiritual y así, tuvieron una maternidad espiritual en nada envidiable a la paternidad espiritual de los Padres. .  vemos que los apotegmas de las Madres, han sido admitidos entre los apotegmans de los padres. (Cf. García M. Colombás, El monacato primitivo I, B.A.C., Madrid 1974, p.31-89).
[9] Orígenes, gran asceta y maestro de ascetas, nos recuerda que el apartamiento del mundo, no se trataba de marchar al desierto, sino que era más bien, una separción moral. Marchar al desierto era dejar Egipto, es decir, el mundo, pero dejarlo no como lugar, sino como modo de pensar.
[10] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 185-186.
[11] Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 186.
[12] Fl 2, 5ss
[13] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 187.
[14] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 188.
[15] Esta sentencia pertenece a un discurso que se atribuye a San Gregorio de Nisa, In Faciamus hominem…, Oratio II; p. 44, 276.
[16] Gregorio Nacianceno, In Gorgorian, Oratio VIII, 14, p. 35, 805.
[17] Josep M. Soler, Las Madres del Desierto y la Maternidad Espiritual. Mujeres del Absoluto, XX semana de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos 1986, p. 61.
[18] M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982) 445-448.
[19] M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982) 118-119.
[20] Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
[21] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
[22] Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto, Matrología, T. 1, Col. Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas, Burgos 1999. p. 150.
[23] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 509.
[24] Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943, p. 358.
[25]  Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 509.
[25] Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943, p. 123-124.
[26] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 125.
[27] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 512.
[28]  Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p.126.
[29]  Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 512-513.
[30] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 74.
[31] No se puede decir que San Basilio fundase una Orden en sentido estricto de la palabra, ni se puede afirmar que todos aquellos monasterios tuviesen un código legislativo inexorable salido de las manos de Basilio. Fue más bien el conjunto de normas ascéticas, como núcleo substancial de los diversos estatutos particulares de cada casa religiosa, el que sirvió de ocasión para el nombre de basilianos. Tal vez el comienzo de una tal nomenclatura haya que buscarlo en la contraposición con San Benito, patriarca de los monjes de Occidente, y en una fórmula de este último, en que alude a la “Regla de nuestro Padre San Basilio (Regla de San Benito, c. 73, 6). El Papa Gregorio XIII reunió todos los monasterios italianos y españoles inspirados en la Regla de San Basilio en una verdadera Orden basiliana.
[32] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 75.
[33]Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 130.
[34] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 130.
[35] Cf. Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 501-502.
[36] Hay autores que creen que murió en diciembre, pero J. R. Ponchet, en “Fecha de la elección episcopal de San Basilio”, cree que murió el 19 de julio, fecha en que coincide su celebración en el Santoral.
[37] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
[38] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.

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