TEOLOGÍA DOGMÁTICA: APUNTES SOBRE CRISTOLOGÍA Y LA MISIÓN SALVADORA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO. | |
Glosario:
Redención: del lat. red emptio: volver a comprar o adquirir, era el rescate que se daba por un esclavo. Jesucristo con su vida, Pasión, muerte y Resurrección nos volvió a unir a su Padre Celestial y abrirnos las puertas del cielo, si es que voluntariamente abrazamos su doctrina y seguimos el camino que Él marcó. Para aplicarnos los méritos que ganó en la Cruz nos dejó unos tesoros que tiene la Iglesia que son los Sacramentos. Encarnación: Es el hecho de que “El Verbo se hizo carne”; es decir, la segunda Persona de la Santísima Trinidad tomó para sí una naturaleza humana y la unió a la naturaleza divina. El compuesto es Jesucristo, donde la clave del misterio divino es la unión en la Persona divina de las dos naturalezas divino y humana. Unión hipostática: “¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): « Una persona en dos naturalezas ». La persona es aquélla, y sólo aquélla, la Palabra eterna, el hijo del Padre. Sus dos naturalezas sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.” (Juan Pablo II, Novo Millenio Ieunte 8(NMI), 6 enero 2001, n. 21.) Sacrificio: (et. hacer algo sagrado) en todas las religiones es un banquete en que se entra en comunión con Dios. En el Antiguo Testamento estaba todo el culto muy regulado. El principal era el sacrificio memorial de la Pascua judía (la salida de Egipto) y renovación de la Alianza del Sinaí. Por influencia y bajo la guía de los profetas se hicieron cada vez más espirituales. En el Nuevo Testamento tenemos el único sacrificio de Cristo: su ofrecimiento al Padre en la Cruz, que la Eucaristía lo renueva-actualiza y nos lo hace presente. En la última cena ofreció e instituyó el Sacrificio de la Misa que remite siempre al de la Cruz. De ahí nació la Nueva Alianza. El sacrificio consta de dos elementos fundamentales: ofrecer algo a Dios, y la inmolación o destrucción de lo ofrecido, para significar que toda nuestra vida se la hemos dado a Él. Esto lo hace Jesús en la Cruz de modo muy real, y muy real es la renovación en la Santa Misa. Allá sufrió; aquí no es doloroso, pero lo ofrece Jesús al Padre Eterno con la misma generosidad. Penitencia: cuando el ser humano rompe el orden querido por Dios, haciendo un mal uso de la libertad que este le dio, dado que hay relaciones de amistad y filiales entre Dios y el hombre, para volver a la amistad perdida la persona necesita tomar conciencia del mal hecho, aceptar la responsabilidad de su actuar y compensar de alguna manera el mal cometido. Esto supone no sólo dejar de hacer el mal, sino una conversión: volver a Dios pidiendo perdón y haciendo obras de penitencia (oración, mortificación y obras de misericordia con los más necesitados). Todo esto se acompaña del propósito de no volver de ofender a Dios en el futuro. Si el pecado fue mortal necesita pasar por el Sacramento de la Penitencia. Reparación: Es volver a arreglar lo que el pecado ha roto. Tiene doble vertiente: uno con Dios, otro con uno mismo. El pecado ha causado mucho desorden en nuestro interior y se trata de fomentar las virtudes que contrarresten ese desorden. Lo mejor es unirnos a la Cruz de Cristo mediante los sacramentos, ahí nos configuramos con Jesús en la Cruz de modo especial con el Sacramento de la Penitencia. Satisfacción: Históricamente cuando se hacía una injuria, en el derecho germano, había que pagar una satisfacción (económica). Dada la gravedad del pecado, siendo la ofensa infinita por haber ofendido a Dios mismo, para levantar al hombre caído en culpa a su primitivo honor de hijo de Dios hay que pagar al honor de Dios ofendido. Es un concepto introducido en Teología por San Anselmo (1033-1109). El pago de nuestras ofensas fue el Sacrificio de Cristo, que cargó sobre sí nuestros pecados: por haberse hecho uno de nosotros y el principal o más importante o primero por ser perfecto hombre y perfecto Dios. Nunca una naturaleza humana ha alcanzado tal dignidad y altura. Muy unido está el concepto de desagravio: deshacer una agravio inferido. Expiación: Acción capaz de limpiar el pecado y aplacar la justicia de Dios. En el Antiguo Testamento está la fiesta del Kippur. Se equipara la expiación al concepto de propiciación (volver propicio). La expiación perfecta la realizó Jesús con su muerte en la Cruz. (cf. Hb 7, 25 y 9, 24) La obra de la salvación se realiza en Cristo (Vat. II: Constitución Sacrosanctum Concilium): SACR 5. Dios, que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm., 2,4), "habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas" (Hebr., 1,1), cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón, como "médico corporal y espiritual", mediador entre Dios y los hombres. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino. SACR 5-a. Esta obra de redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión. Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión. Por este misterio, "con su Muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró nuestra vida. Pues el costado de Cristo dormido en la cruz nació "el sacramento admirable de la Iglesia entera". En la Iglesia se realiza por la Liturgia SACR 6. Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, El, a su vez, envió a los Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su Muerte y Resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. SACR 6-a. Y así, por el bautismo, los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con El, son sepultados con El y resucitan con El; reciben el espíritu de adopción de hijos "por el que clamamos: Abbá, Padre" (Rm., 8,15) y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre. Asimismo, cuantas veces comen la cena del Señor, proclaman su Muerte hasta que vuelva. Por eso, el día mismo de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al mundo "los que recibieron la palabra de Pedro "fueron bautizados". SACR 6-b. Y con perseverancia escuchaban la enseñanza de los Apóstoles, se reunían en la fracción del pan (así llamaban los primeros cristianos a la Eucaristía) y en la oración, alabando a Dios, gozando de la estima general del pueblo" (Act., 2,14-47). Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo "cuanto a él se refieren en toda la Escritura" (Lc., 24,27), celebrando la Eucaristía, en la cual "se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su Muerte", y dando gracias al mismo tiempo " a Dios por el don inefable" (2 Co., 9,15) en Cristo Jesús, "para alabar su gloria" (Ef., 1,12), por la fuerza del Espíritu Santo.” De la Bula sobre la Encarnación del Verbo: “ El nacimiento de Jesús en Belén, no es un hecho que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia. Él es “el que vive” (Ap 1, 18), “Aquél que es, que era y que ha de venir” (Ap 1, 14). Ante Él debe doblarse toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua debe proclamar que Él es el Señor (cf. Flp 2, 10-11). Al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida. Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre, a través de la sucesión de las diversas épocas históricas. La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su muerte y resurrección son, pues, el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana. (...) Nadie, después de esta muerte (de Cristo) puede ser separado del amor de Dios (cf. Rm 8, 21-39), si no es por su propia culpa. La gracia de la misericordia sale al encuentro de todos, para que quienes han sido reconciliados puedan también ser “salvos por su vida” (Rm 5, 10). (29-IX-98 nn. 1 y 6). Del Catecismo de la Iglesia Católica: 461: Volviendo a tomar la frase de San Juan ("E1 Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por S. Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación: (Catecismo de la Iglesia Católica: CIgC n. 461). Explicación: San Pablo al hecho de la encarnación lo llama anonadamiento este anonadamiento o humillación extrema (¡qué un Dios se haga hombre!) consiste no sólo en presentarse como verdadero hombre, que lo es, y así cargar sobre sí todos los pecados de todos los hombres, de todos los pueblos, y hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. La encarnación es una manifestación del amor misericordioso de Dios hacia los hombres. Un acto y decisión divinos sin necesidad, completamente libres, por pura misericordia o compasión por nosotros. Así es el amor divino de comunicativo con nosotros, sin perder su trascendencia.. Porque la encarnación en nada disminuyó la gloria de la divinidad, sino que la manifiesta más patentemente a nosotros. Se encarnó para salvarnos: así se unen en Dios la justicia, la misericordia y su Sabiduría infinitas. La Persona de Cristo: Jesucristo es un sólo sujeto, una la Persona: dos naturalezas. De ahí la confesión de San Pedro: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, y desde el inicio la Iglesia reza: Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo, Tu Hijo (es oración dirigida al Padre Eterno) que vive y reina contigo en la Unidad con el Espíritu Santo, y es Dios (Jesucristo) por los siglos de los siglos. Este misterio de unión de dos naturalezas en un sujeto, que es la Persona divina se llama el misterio de la unión hipostática: unión en la Persona del Verbo. La unión en la Persona divina del Verbo (a partir de entonces y por toda la eternidad será el Verbo encarnado) se realiza de modo tal que nada humano deja de serlo ni nada divino sufre cambio alguno: nada que no sea Dios llega a serlo jamás, ni nada de Dios puede devenir en criatura. Por eso el Concilio de Calcedonia (a. 451) afirmó que la unión se hace sin mezcla ni confusión, sin cambio; pero sin división o separación. “ « Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre [...] uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, [...] no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo y Señor Jesucristo »: (DS 301-302); NMI (6 enero 2001) nota n. 10. Esto entraña en Jesús dos inteligencias (una divina y otra humana); dos voluntades (una divina y otra humana). La voluntad humana de Cristo y toda la sensibilidad humana (pasiones, emociones, afectividad, etc.: igual a nosotros en todo, menos en el pecado) no necesariamente seguían sin más a la Voluntad divina, sino que le costó trabajo (véase la agonía en el huerto de los Olivos). Dios le pidió la muerte en la cruz, “por nosotros y por nuestra salvación” (Credo), y a la naturaleza humana le costó aceptar el sufrimiento y padecerlo, pero, por amor a su Padre Celestial lo acepta con plenitud de amor y sin ninguna contrariedad: en cuanto el dolor se presenta, le pide que lo libre de él, pero con la razón entiende: “no se haga mi voluntad sino la tuya”. Acciones humanas de Dios en Cristo: La Persona divina, el único sujeto, actúa a través de cualquiera de sus dos naturalezas. Si Jesús habla (acción humana) su Palabra es Divina, porque Jesús es Dios. Las acciones las realizan las naturalezas, pero el sujeto es el el que es responsable de tales acciones. Toda acción de Cristo tiene un valor salvador infinito: sufre la naturaleza humana y su valor meritorio es infinito, porque es acción de la Persona divina que no puede sufrir. Hay acciones de Cristo únicamente divinas (las que realiza en el seno de la Trinidad Santísima y que son comunes a las Tres divinas Personas del único Dios). Y acciones humanas (reír, llorar, sufrir, etc.) que son acciones del hombre-Dios, donde la naturaleza divina es el instrumento del Verbo divino. Ser, Persona y naturaleza en Santo Tomás de Aquino: La naturaleza humana singular, única, irrepetible de Jesús se da sin que se forme o constituya una persona humana. La Persona es única: la divina. Se entiende como persona al sujeto poseedor de una naturaleza; la naturaleza es un cuasi sinónimo de esencia, con la distinción añadida de: esencia en cuanto principio de operación. El Ser de Cristo es único: el ser divino que es poseedor de dos naturalezas, que reciben su ser a través de la Persona: usamos conceptos tomistas porque son los más profundos y estables en metafísica o ontología y los más válidos en teología, según los últimos ocho siglos, tanto que para la Teología estos conceptos arriba expresados son insustituibles La naturaleza divina recibe el ser de las Tres Personas divinas, formando un sólo ser, un único Dios. Unidad de sustancia, de esencia, de naturaleza. En Dios es inseparable la esencia y el acto de ser (Es el ser por esencia). La naturaleza humana de Cristo recibe el ser de la Persona Divina del Verbo. El Verbo toma (o asume) para sí una naturaleza humana que se formó en el vientre virginal de María Santísima. Al mismo tiempo que se concibe la naturaleza humana se une a la Persona del Verbo. Por eso lo que nace de la Virgen es su hijo y es su Dios, y Ella, siendo mujer de la raza humana, es Madre de Dios. Si no fuera así, se darían dos naturalezas y dos sujetos o personas: una Persona divina y otra humana, y Jesús simplemente sería un hombre muy unido a Dios, pero no el hombre-Dios de nuestra fe. Jesús es el Hijo Primogénito del Padre e Hijo Unigénito del mismo. Los demás que hemos recibido la filiación divina por obra de la gracia, es una filiación adoptiva, somos “hijos en el Hijo”, en la medida en que estamos injertados en Cristo. Jesús por ser Dios y hombre de modo inseparable la divinidad y la humanidad, merece y debe dársele siempre un culto de adoración (por eso se adora la Eucaristía). RESUMEN (que hace el mismo catecismo oficial de la Iglesia): 479 En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la naturaleza divina asumió la naturaleza humana. 480 Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón El es el único Mediador entre Dios y los hombres. 481 Jesucristo posee dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la única Persona del Hijo de Dios. 482 Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, tiene una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y sometidas a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo. 483 La encarnación es, pues, el misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo. LA REDENCIÓN: II LA MUERTE REDENTORA DE CRISTO EN EL DESIGNIO DIVINO DE SALVACION (Del CIgC). "Jesús entregado según el preciso designio de Dios" 599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios. 600 Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación (cf Hch 3, 17-18). "Muerto por nuestros pecados según las Escrituras" 601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is 53, 11; cf Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (ibíd.; cf también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf Lc 24, 44-45). "Dios le hizo pecado por nosotros" 602 En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf Rm 5, 12; 1Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf Rm 8, 3), "a quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5,21). 603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22, 2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10). Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal 604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8). 605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc. Quiercy en el año 853: DS 624). III CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre 606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He aquí que vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad... En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" ( 1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31). 607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf Lc 12, 50; 22, 15; Mt 16, 2123) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18,11). Y todavía en la cruz, antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28). "El cordero que quita el pecado del mundo" 608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf Jn l, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; cf Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45). Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre 609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf Hb 2, 10.17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando El mismo se encamina hacia la muerte (cf Jn 18, 4-6; Mt 26, 53). Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida 610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado" (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf 1 Co 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28). 611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf Cc. Trento: DS 1752, 1764). La agonía de Getsemaní 612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf Lc 22, 20),1o acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina de "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18; cf J 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf Mt 26, 42), acepta su muerte como redentor para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2 24). La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo 613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf 1 Co 5, 7 Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cf Lv 16, 15-16). 614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con El (cf Jn 4, 10). A1 mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf Jn 15, 13) ofrece su vida (cf Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia. Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia 615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf Cc. de Trento: DS 1529). En la cruz, Jesús consuma su sacrificio 616 El "amor hasta el extremo" (Jn 13, 1 ) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción a1 sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf Ga 2, 20; Ef 5, 2.25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza le toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos. 617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit" ("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación") enseña el Concilio de Trento (DS 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única esperanza", himno "Vexilla Regis"). Nuestra participación en el sacrificio de Cristo 618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona Divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" GS 22, 2), El "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque El "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf Lc 2, 35): Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo (Sta. Rosa de Lima, vida). RESUMEN 619 "Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras"(l Co 15, 3). 620 Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (I Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19). 621 Jesús se ofreció libremente por nuestra salvación. Este don lo significa y lo realiza por anticipado durante la última cena: "Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). 622 La redención de Cristo consiste en que El "ha venido a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28), es decir, "a amar a los suyos hasta el extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen "rescatados de la conducta necia heredada de sus padres" (I P 1, 18). 623 Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte de cruz" (Flp 2, 8), Jesús cumplió la misión expiatoria (cf Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando con las culpas de ellos" (Is 53, 11; cf Rm 5, 19). |
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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