Respuesta: Primeramente es importante definir con claridad lo que es la “oración contemplativa”. Para los propósitos de este artículo, la oración contemplativa no es sólo “estar en contemplación mientras estás orando.” La Biblia nos enseña que “oremos con nuestro entendimiento” (1 Corintios 14:15), así que claramente la oración incluye la contemplación. Sin embargo, orar con el entendimiento no es lo que la “oración contemplativa” ha venido a significar.
Lentamente y año con año, la oración contemplativa ha incrementado su popularidad y práctica desde mediados de los años 90’s, junto con el surgimiento del Movimiento de la Iglesia Emergente – un movimiento que contiene muchas ideas y prácticas anti-bíblicas, siendo la oración contemplativa una de tales prácticas.
La oración contemplativa, también conocida como “la oración concentrada,” es una práctica meditativa, donde sus practicantes se enfocan en una palabra y la repiten una y otra vez, durante todo el curso del ejercicio. De acuerdo con el sacerdote católico Thomas Keating, así es como se hace: “Elige una palabra sagrada como el símbolo de tu intención para ingresar a la presencia y la acción de Dios en tu interior. Sentado confortablemente y con los ojos cerrados, reposa brevemente y en silencio introduce la palabra sagrada, como el símbolo de tu consentimiento a la presencia y la acción de Dios en tu interior. Cada vez que te vuelvas consciente de los pensamientos, regresa siempre tranquilamente a la palabra sagrada. Al final del período de oración, permanece en silencio con los ojos cerrados por un par de minutos.”
Aunque esto puede sonar como un ejercicio inocente, este tipo de “oración” no tiene ningún soporte bíblico. De hecho, es justamente lo opuesto a la manera en que la oración es definida en la Biblia. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (Filipenses 4:6). “En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.” (Juan 16:23-24). Estos versos y otros más, describen claramente la oración como una comunicación comprensible con Dios, no una meditación mística y esotérica.
La oración contemplativa, por diseño, se enfoca en tener una experiencia mística con Dios. Sin embargo el misticismo es puramente subjetivo, y no se basa en la verdad o los hechos. Sin embargo, la Palabra de Dios nos ha sido dada justamente con el propósito de basar nuestra fe y nuestras vidas en la Verdad (2 Timoteo 3:16-17).
Lo que conocemos de Dios está basado en hechos; el confiar en el conocimiento experimental por sobre los registros bíblicos, coloca a una persona fuera de la norma que es la Biblia.
La oración contemplativa no difiere de los ejercicios meditativos utilizados en las religiones orientales y los cultos de la Nueva Era. La mayoría de sus partidarios adoptan una espiritualidad abierta entre los adeptos de todas las religiones, promoviendo la idea de que la salvación es ganada por muchos caminos, aunque Cristo Mismo estableció que la salvación solo viene a través de Él, (Juan 14:6). La oración contemplativa, como ha venido a significar en el movimiento moderno de la oración, está en oposición a la cristiandad bíblica y debe ser definitivamente evitada.
CONDICIONES PARA LA ORACION CONTEMPLATIVA.
1. Fe
Creer que Dios está presente. Vivo en la fe, la fe que me dice Dios está aquí. ¿Lo veo? No ... simplemente lo sé.
2. Deseo inicial de oración y perseverancia
A esto llama Santa Teresa "determinada
determinación", que se requiere para iniciar el camino de oración y para
mantenerse en él. Esta determinación es necesaria para poder enfrentar
las resistencias que vamos a tener. Estas vienen de nuestro interior y
del exterior.
Los primeros obstáculos que se anteponen a
la oración son el temor y la duda. Y el Demonio tienta con la duda
para que no comencemos. Y con el temor para que, una vez tomada la
decisión y haber comenzado, no continuemos con la oración de silencio.
Otra tentación puede ser pensar que se
está muy avanzado en años para la contemplación. Pero nunca es tarde
para empezar. Siempre hay obreros de última hora, también en la
oración.
Pero la determinación no es sólo necesaria
para el arranque inicial, sino sobre todo para continuar en el camino.
Recordemos que el Enemigo no quiere que oremos, mucho menos que
lleguemos a la oración contemplativa.
3. Pureza de corazón
Buscar a Dios por lo que es y no por lo
que da. "Buscar no los consuelos de Dios, sino el Dios de los consuelos"
(Sta. Teresa de Jesús). Se trata de buscar al Señor y no los dones del
Señor. Se debe esperar al Señor que es el imprevisible por excelencia y
no los dones del Señor.
Esto implica que se debe ir a la oración
desapegado. Y esto significa estar dispuesto a aceptar la manera que el
Señor elija para encontrarse El con nosotros: puede ser árida,
fervorosa, sensible, contemplativa. El orante va a dar su vida, su ser,
su "nada". En una palabra: se va a la oración a "dársele" uno a Dios.
4. Humildad
La Contemplación es don "que no se puede
merecer" (Santa Teresa). ¡Es un super-privilegio! Reconocerse "nada"
ante Dios … pues lo somos … Y reconocernos indignos de ser consentidos
por el Señor con dones contemplativos.
Dios es el "Todo". Sus creaturas nada
somos, nada podemos, nada tenemos fuera de El. Creer esto de veras es
comenzar a ser humilde.
5. Sencillez, pobreza e infancia espiritual
"Yo te alabo, Padre, porque has
mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has
revelado a los sencillos. Sí, Padre, así te pareció bien" (Mt 11, 25).
Hacernos sencillos, es decir, sabernos incapaces, para poder recibir en la oración la Sabiduría que viene de Dios.
Hacernos pobres en el espíritu para dejarnos colmar de todos los bienes del Señor, a través de la oración.
Hacernos pequeños para que Dios pueda crecer en nosotros a través de la oración.
Hacerse niños para poder creer y confiar en Dios nuestro Padre como los niños confían en sus padres.
6. Entrega de la voluntad
La Oración de Contemplación requiere una
entrega total, un "sí" incondicional y constante. Buscar a Dios para
dárnosle, sólo porque El es. El orante "ha de ir contento por el camino
que le llevare el Señor" (Santa Teresa).
Entregar la voluntad es ir conformando la voluntad con la de Dios; no imponerle a Dios nuestra propia voluntad.
Entregar la voluntad es ir conformando la voluntad con la de Dios; no imponerle a Dios nuestra propia voluntad.
Entregar la voluntad es ir aceptando los planes de Dios para nuestra vida; no es imponer a Dios nuestros propios planes.
Entregar la voluntad es cooperar con los
proyectos que Dios tiene para nuestra existencia; no es exigir a Dios Su
cooperación para los proyectos que nosotros nos hemos hecho.
Entregar la voluntad es esperar
pacientemente el momento del Señor, pues Dios tiene sus ritmos y sus
tiempos. "Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene; no hay para qué
aconsejarle lo que ha de dar".
Entregar nuestra libertad para que El pueda hacer en nosotros según Su Voluntad es condición importante para la Contemplación.
7. Desapego de lo creado:
Memoria del Creador,
olvido de lo creado,
atención al interior
Y estarse amando al Amado.
(San Juan de la Cruz)
olvido de lo creado,
atención al interior
Y estarse amando al Amado.
(San Juan de la Cruz)
Al tener un apego irresistible a Dios, estamos en el desapego.
8. Vivir el presente
Para orar hay que centrarse en el momento
presente. No hay que hurgar en el pasado -salvo en los casos en que
debemos revisarlo para corregir nuestras tendencias. Tampoco hay que
pensar en el futuro, sobre nuestros planes y deseos.
Hay que estar en el ahora: aquí está Dios.
La siguiente experiencia mística puede mostrar cuán importante es esta
condición para la oración:
"Estaba lamentándome
del pasado
y temiendo el futuro.
De repente mi Señor estaba hablando:
MI NOMBRE ES 'YO SOY' ...
Cuando vives en el pasado con sus errores y pesares, es difícil, Yo no estoy allí.
MI NOMBRE NO ES 'YO FUI' ...
Cuando vives en el futuro con sus problemas y temores, es difícil. Yo no estoy allí.
MI NOMBRE NO ES 'YO SERE' ...
Cuando vives en este momento, no es difícil.
Yo estoy aquí.
MI NOMBRE ES 'YO SOY'"
(Poema de Hellen Mallicoat).
y temiendo el futuro.
De repente mi Señor estaba hablando:
MI NOMBRE ES 'YO SOY' ...
Cuando vives en el pasado con sus errores y pesares, es difícil, Yo no estoy allí.
MI NOMBRE NO ES 'YO FUI' ...
Cuando vives en el futuro con sus problemas y temores, es difícil. Yo no estoy allí.
MI NOMBRE NO ES 'YO SERE' ...
Cuando vives en este momento, no es difícil.
Yo estoy aquí.
MI NOMBRE ES 'YO SOY'"
(Poema de Hellen Mallicoat).
9. Se requiere soledad y silencio:
Hay que empezar por crear soledad. "Así lo
hacía El siempre que oraba", dice Santa Teresa. Soledad para entender
"con Quién estamos".
Silencio del cuerpo y de la mente para buscar a Dios en nuestro interior.
Es en el silencio cuando Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios.
En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja amar por El.
Las cosas que suceden en el alma son como
algo que sucede en las profundidades del mar. Arriba en el mar hay
turbulencia, pero mientras más se baja, hay total y absoluto silencio.
El deseo de buscar silencio y soledad es un síntoma de que estamos llegando a la verdadera oración.
En el caso de los Dominicos, Santo Domingo
de Guzmán quería que en las comunidades se generara un ambiente
adecuado para la contemplación. Se hablaba de la santísima ley del
silencio, que si era quebrantada por algún fraile, éste debía ser
corregido con penas graves. Esta ley manifestaba que sin silencio, no
había predicación, porque no había contemplación.
10. Nuestra participación en la oración
La persona debe poner su deseo y su disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e interiores).
El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que Dios requiere para dársenos y transformarnos.
Hay que ir con un corazón dispuesto.
Nuestra alma es como las tinajas de las Bodas de Caná. Hay que
llenarlas de agua, bien hasta los bordes, para que el Señor transforme
ese agua.
Nosotros llenamos las tinajas como los
sirvientes de las Bodas de Caná, es decir, aportamos nuestra buena
voluntad (quiero amar, entregarme a El).
Pero Jesús es el que puede transformar el agua en vino, es decir, transforma nuestra entrega en su Amor.
11. La participación de Dios
La participación de Dios escapa totalmente
nuestro control, porque El -soberanamente- escoge cómo ha de ser su
acción en el alma del que ora.
En ese silencio de la oración
contemplativa Dios puede revelarse o no, otorgando o no gracias místicas
o contemplativas. Esta parte, el don de Dios, no depende del orante,
sino de El mismo, que se da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y
dónde quiere.
La efectividad de la oración contemplativa
no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas. Se
mide por la intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento
en virtudes, desapego de lo material, entrega a Dios, aumento en los
frutos del Espíritu, etc.
ARIDEZ:
La participación de Dios puede ser en
aridez. Cuando ésta venga –que vendrá- hay que tener cuidado, porque
puede convertirse en una tentación.
Pudiera suceder que cuando ya hemos
avanzado algo en la oración o cuando estamos agobiados de trabajo y se
descuide la oración, se comience a creer que la oración de contemplación
no es para uno. Ese sería un triunfo del Demonio, pues hace todo lo
que puede para que nos quedemos exteriorizados.
Cuando estemos en aridez, más hay que adorar.
Puede ser cansado. Es como sacar agua del pozo, en vez de recibirla
por irrigación o –mejor aún- de la lluvia (cf. Santa Teresa de Jesús).
La aridez es parte del camino de oración.
Porque creer en el Amor de Dios no es sentir el Amor. Es, por el
contrario, aceptar no sentir nada y creer que Dios me ama.
Así que no hay que juzgar la vida de
oración según ésta sea árida o no. La sequedad es un dolor necesario.
No podemos amar a Dios por lo que sentimos, sino por lo que El es.
La aridez es necesaria para ir ascendiendo
en el camino de la oración. Así que, viéndolo bien, la aridez es un
don del Señor, tan grande o mayor que los consuelos en la oración.
Con la aridez el Señor nos saca del nivel
de las emociones y nos lleva al nivel de la voluntad: oro aunque no
sienta porque deseo amar al Señor.
La aridez, entonces, cuando no es porque
nos hemos alejado del Señor por el pecado o por no orar, es un signo de
progreso en la oración.
CONCLUSION:
La oración contemplativa es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no, estemos en aridez o no.
Y recordemos: orar se aprende orando,
"sin desfallecer", como dice el Señor. La única forma de aprender a orar
es: orar, orar, orar.
Oración de Contemplación, Qué es y Cómo es
ORACION CONTEMPLATIVA o CONTEMPLACION
En este tipo de oración el orante no razona, sino que trata de silenciar su cuerpo y su mente para estarse en silencio con Dios.La oración de silencio o contemplativa ha sido descrita detalladamente en las obras de dos Doctores de la Iglesia: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
La búsqueda en nuestro interior o interiorización se fundamenta en un dato de fe: Dios nos inhabita, somos “templos del Espíritu Santo” (cf. 1 Cor 3, 16).
“Entra”, dice Santa Teresa, porque tienes “al Emperador del cielo y de la tierra en tu casa … no ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí … Llámase recogimiento porque recoge el alma todas las potencias (voluntad, entendimiento, memoria) y se entra dentro de sí con su Dios”.
La oración de silencio es un movimiento de interiorización, en la que el orante se entrega a Dios que habita en su interior. Ya no razona acerca de Dios, sino que se queda a solas con Dios en el silencio, y Dios va haciendo en el alma su trabajo de Alfarero para ir moldeándola de acuerdo a Su Voluntad.
La contemplación consiste en ser atraído por el Señor, quedarse con El y dejarle que El actúe en el alma.
La contemplación, según Santo Tomás, es una anticipación de la Visión Beatífica. Es vivir de manera incompleta y sólo por un instante lo que Dios vive eternamente.
Sea la contemplación o sean gracias místicas que pueden darse en este tipo de oración, son don de Dios. Por ello, no pueden lograrse a base de técnicas. Ni siquiera son fruto del esfuerzo que se ponga en la oración, sino que como don de Dios que son, El da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere.
A Santa Teresa se las daba por cantidad a Santa Teresita por poquitos. Decía ella “por charquitos”.
Dios es libérrimo y se da a su gusto y decisión: un día puede darnos un regalo de contemplación y al día siguiente podemos sentir la oración totalmente insípida. Dios es el imprevisible por naturaleza: no podemos prever lo que nos va a dar. Casi siempre nos sorprende.
Buscar a Dios en la oración de silencio depende del orante. Recibir el don de la contemplación depende de Dios. Dice Sta. Teresa: “Es ya cosa sobrenatural … que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos”.
Pero cuando deseamos ahondar un poco más en la adoración, el Espíritu Santo puede darnos un poco de consuelo, haciéndonos sentir su Amor, su consentimiento, sus gracias.
Es muy importante tener en cuenta que las gracias místicas que puedan derivarse de este tipo de oración no son su verdadero fruto, ni siquiera son necesarias para obtener ese fruto.
En la contemplación somos instruidos por el Espíritu Santo de manera especial, en silencio, aún sin ver ni oír nada. Si es Voluntad Divina, el Espíritu Santo puede regalarnos gracias especiales de visión o de escucha, hasta de olfato. Pero las gracias verdaderamente importantes no están en esas experiencias sensoriales, que son consentimientos del Señor y que no son indispensables para avanzar en la oración.
El fruto verdadero de la oración (vocal, mental o contemplativa) es:
1. ir descubriendo la Voluntad de Dios para nuestra vida.
2. irnos haciendo dóciles a la Voluntad de Dios.
3. llegar a que sea la Voluntad de Dios y no la propia la que rija nuestra vida: nuestra voluntad unida a la de Dios, o sea, la “unión de voluntades” de que habla Santa Teresa.
Un error común es creer que ésta, que es la oración más elevada, está reservada sólo para unas poquísimas almas escogidas, generalmente monjas o monjes de claustros y comunidades contemplativas. Ese concepto le encanta al Enemigo, que no quiere que seamos verdaderos orantes.
La oración de silencio, de recogimiento, de contemplación es para todo aquél que desee buscarla. Santa Teresa de Jesús dice que la oración contemplativa es la “Fuente de Agua Viva” que Jesús promete a la samaritana y que la promete para “todo el que beba de esta agua no volverá a tener sed” (Jn 4, 13). No dice el Señor que la dará a unos y a otros, no.
¿CÓMO DISPONERSE A LA CONTEMPLACION?
ADORACION yoRECOGIMIENTO yo y Dios
CONTEMPLACION Dios
Hay que sintonizar a Dios, como sintonizamos una estación de radio-comunicación. El Señor puede trasmitir, o en silencio, o con palabras, o con visiones, o con agradables aromas. Nunca lo sabremos de antemano.
La sintonización la podemos hacer con la a d o r a c i ó n y/o con actos anagógicos. Puede el Señor dejarnos en adoración o recogernos en su silencio. Y puede ir más allá: darnos contemplación y gracias místicas.
COMO ADORAR:
Recordemos la escena de los Reyes Magos ante el Niño Jesús y la de
los 24 Ancianos del Apocalipsis, los cuales se postraron y adoraron al
Señor, quitándose sus coronas.Quitarnos nuestras coronas es despojarnos de nuestro yo. Despojarnos de nosotros mismos es estar frente a Dios en la verdad. “Los verdadero adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23). Somos capaces de ser veraces prácticamente sólo cuando adoramos. La adoración es lo que nos hace estar en verdad.
Y ¿cuál es nuestra verdad? Que somos directamente dependientes de Dios. No nos valemos por nosotros mismos. La adoración exige esa pobreza de las bienaventuranzas: ser pobre de espíritu. Es la pobreza radical de quien se sabe nada. Nada somos, nada tenemos. Dios es Todo, yo soy nada.
Al descubrir a Dios como Creador, descubrimos inmediatamente que no somos nada y que todo lo recibimos de El. Nos ponemos, entonces, delante de Dios en desnudez, como Job cuando al final aceptó -por fin- que recibía todo de Dios: “Reconozco que lo puedes todo” (Job 42, 1-6).
Como la canción Maranatha: “Haz que me quede desnudo ante tu presencia, haz que abandone mi vieja razón de existir”. Hay que abandonar las alforjas que cargamos y el viejo vestido, que llevamos puesto. Y que pretendemos llevarlo –inclusive- a la oración.
La alforja que más pesa es el orgullo. Es inútil buscar mucho cuál es nuestro pecado dominante: es el orgullo en todas o en algunas de sus formas. El orgullo fue el pecado original y luego se ha repetido con diversas melodías cacofónicas a lo largo de la historia de la humanidad:
Engreimiento, deseo de poder, vanidad (querer quedar bien, querer ser apreciado, reconocido, estimado, aprobado, consultado, alabado), preferido, defensa de los propios criterios (que no suelen provenir de la oración, sino de los razonamientos estériles) defensa de los propios intereses, creerse indispensable, querer aparecer, defensa de la propia imagen, temor a perder la fama, temor a la crítica y aún a la corrección, etc. etc. etc. Son todas formas de orgullo.
El orgullo nos impide adorar, porque el orgulloso no es capaz de quitarse su corona, esa corona que está cargada de todas esas formas de orgullo, que van contra la humildad y contra la pobreza de espíritu.
Por eso, al no más darnos cuenta de alguna forma de orgullo, hay que ponerse en adoración en seguida. Porque, si el orgullo nos impide orar, por consecuencia lógica: la adoración nos quita el orgullo.
Por la adoración vamos poco a poco, progresivamente, siendo humildes, permitiendo al Espíritu Santo que nos vaya curando del orgullo y regalándonos humildad, base de todas las demás virtudes y de muchos otros regalos del Espíritu Santo.
La adoración es el verdadero camino que nos conduce de manera segura –aunque paulatina- a la humildad.
Y ¿qué es la humildad? Volvemos al tema del comienzo: La Búsqueda de la Verdad. “Humildad es andar en verdad”, según Santa Teresa de Jesús. Y andar en verdad es reconocernos creaturas dependientes de Dios que nada somos ante El y nada podemos sin El.
¿COMO HACER ORACION DE CONTEMPLACION?
1. Se requiere soledad y silencio:Hay que empezar por crear soledad. “Así lo hacía El siempre que oraba”, dice Santa Teresa. Soledad para entender “con Quién estamos”. Silencio del cuerpo y de la mente para buscar a Dios en nuestro interior. Es en el silencio cuando Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios. En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja amar por El.
2. ¿Quién puede hacer este tipo de oración?
Según Sta. Teresa, la oración de contemplación es la “Fuente de Agua Viva” que prometió el Señor a la Samaritana (cfr. Jn. 4). “Mirad que os llama a todos … no dijo a unos daré y a otros no”. Es decir, no dijo que daría de esta “Agua” a ciertos escogidos, sino dijo: “Todo el que beba de este agua, no volverá a tener sed” (Jn. 4, 13).
3. Nuestra participación en la oración
La persona debe poner su deseo y su disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e interiores). El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que Dios requiere para dársenos y transformarnos. Además, orar se aprende orando, “sin desfallecer”, como dice el Señor. La única forma de aprender a orar es: orar, orar, orar.
4. La participación de Dios
La participación de Dios escapa totalmente nuestro control y El -soberanamente- escoge cómo ha de ser su acción en el alma del que ora. En ese silencio de la oración contemplativa Dios puede revelarse o no, otorgando o no gracias místicas o contemplativas. Esta parte, el don de Dios, no depende del orante, sino de El mismo, que se da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere. La efectividad de la oración contemplativa no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas, sino por la intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento en virtudes, desapego de lo material, entrega a Dios, aumento en los frutos del Espíritu, etc.
La oración contemplativa es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no.
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La oración de contemplación | |
|
La oración contemplativa
de Thomas Merton
a
oración contemplativa es, en cierto modo, simplemente la preferencia
por el desierto, el vacío, la pobreza. Cuando uno ha conocido el sentido
de la contemplación, intuitiva y espontáneamente busca el sendero
oscuro y desconocido de la aridez con preferencia a ningún otro. El
contemplativo es el que más bien desconoce que conoce, más bien no goza
que goza, y el que más bien no tiene pruebas de que Dios le ama. Acepta
el amor de Dios en fe, en desafío a toda evidencia aparente. Ésta es una
condición necesaria, y muy paradójica, para la experiencia mística de
la realidad de la presencia de Dios y de su amor para con nosotros. Sólo
cuando somos capaces de «dejar que salgan» todas las cosas de nuestro
interior, todos los deseos de ver, saber, gustar y experimentar la
presencia de Dios, entonces es cuando realmente nos hacemos capaces de
experimentar la presencia con una convicción y una realidad abrumadoras,
que revolucionan toda nuestra vida interior.
Walter Hilton, un místico inglés del siglo catorce dice en su Scale of Perfection:
«Es mucho mejor ser separado de la visión
del mundo en esta noche oscura, por muy penoso que eso pueda resultar,
que morar fuera, ocupado en los falsos placeres del mundo… Porque cuando
estás en esa noche, te encuentras mucho más cerca de Jerusalén que
cuando estás en la falsa luz. Abre tu corazón al movimiento de la gracia
y acostúmbrate a residir en esta oscuridad, intenta familiarizarte con
ella y encontrarás rápidamente que la paz, y la verdadera luz de la
comprensión espiritual inundarán tu alma…»
La contemplación es esencialmente una
escucha en el silencio, una expectación. Y también, en cierto sentido,
debemos empezar a escuchar a Dios cuando hemos terminado de escuchar.
¿Cuál es la explicación de esta paradoja? Quizá que hay una clase de
escucha más elevada, que no es una atención a la longitud de cierta
onda, una receptividad para cierto mensaje, sino un vacío que espera
realizar la plenitud del mensaje de Dios dentro de su aparente vacío. En
otras palabras, el verdadero contemplativo no es el que prepara su
mente para un mensaje particular, que él quiere o espera escuchar, sino
el que permanece vacío porque sabe que nunca puede esperar o anticipar
la palabra que transformará su oscuridad en luz. Ni siquiera llega a
anticipar una clase especial de transformación. No pide la luz en vez de
la oscuridad. Espera la Palabra de Dios en silencio, y cuando es
“respondido”, no es tanto por una palabra que brota del silencio. Es por
su silencio mismo cuando de repente, inexplicablemente revelándose a él
como la palabra de máximo poder, llena de la voz de Dios.
Pero no debemos aceptar una visión puramente
quietista de la oración contemplativa. No es mera negación. Nadie se
convierte en contemplativo sencillamente por «oscurecer» las realidades
sensibles, y permanecer solo consigo mismo en la oscuridad. En primer
lugar, uno que hace eso como un montaje, a propósito, como conclusión de
un razonamiento práctico sobre el tema, y sin una vocación interior,
sencillamente entra en una oscuridad artificial que se ha fabricado él
mismo. No está solo con Dios, sino solo consigo mismo. No está en
presencia del Único Trascendente, sino de un ídolo, el de su propia
identidad complaciente. Se ve inmerso y perdido en si mismo, en un
estado de narcisismo inerte, primitivo e infantil. Su vida es »nada» no
en el sentido misterioso, dinámico, en el que la nada del místico es
paradójicamente el todo de Dios. Es sencillamente la nada de un ser
finito, abandonado a si mismo en su propia trivialidad.
Los místicos Rhenish del siglo catorce
tuvieron que luchar contra muchas formas heréticas de contemplación y
contra la pasividad de la voluntad propia, arbitraria, de los que
abrazaban la forma quietista de oración de una manera sistemática,
dedicándose a cultivar simplemente la inercia como si ella fuera, por si
misma, suficiente para resolver los problemas. De ésos dice Tauler:
«Estas personas han entrado en un camino sin
salida. Confían totalmente en su inteligencia natural y están
totalmente orgullosos de ellos mismos al hacerlo. Nada saben de las
profundidades y riquezas de la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Ni
siquiera han formado sus propias naturalezas por el ejercicio de la
virtud y no han avanzado en los caminos del verdadero amor. Confían
exclusivamente en la luz de su razón y en su falsa pasividad
espiritual.»
El problema que entraña el racionalismo es
que se engaña a sí mismo en su racionalización y manipulación de la
realidad. Hace culto del «permanecer sin moverse”, como si eso en si
mismo tuviera un poder mágico para resolver todos los problemas y llevar
al hombre al contacto con Dios. Pero de hecho es sencillamente una
evasión. Es una falta de honradez y seriedad, una banalidad con la
gracia y una huida de Dios. Esto es realmente el “quietismo puro”. Pero,
¿podemos decir que algo semejante existe en nuestros días?
El quietismo absoluto no es un peligro
omnipresente en el mundo de nuestro tiempo. Para ser un quietista
absoluto, uno tendría que hacer esfuerzos heroicos para permanecer sin
hacer nada, y tales esfuerzos están más allá del poder de la mayoría de
nosotros. Sin embargo, existe una tentación de una clase de
pseudoquietismo que afecta a los que han leído libros sobre el
misticismo sin entenderlos en absoluto. Y eso los lleva a una vida
espiritual deliberadamente negativa, que no es más que una dejación de
la oración, por ninguna otra razón que por la de imaginar que, dejando
de ser activo, uno entra en la contemplación. Eso lleva en realidad a la
persona a estar vacía, sin una vida espiritual, interior, en la que las
distracciones y los impulsos emocionales gradualmente los afirman a
expensas de toda actividad madura, equilibrada, de la mente y el
corazón. Persistir en esta situación de paréntesis puede llegar a ser
muy perjudicial espiritual, moral y mentalmente.
El que sigue los caminos ordinarios de la
oración, sin prejuicio alguno y sin complicaciones, será capaz de
disponerse mucho mejor para recibir su vocación a la oración
contemplativa a su debido tiempo, dando por sabido que le llegará su
momento.
La verdadera contemplación no es un truco
psicológico, sino una gracia teologal. Sólo nos viene en forma de un
regalo, y no como resultado de nuestro empleo inteligente de técnicas
espirituales. La lógica del quietismo es una lógica puramente humana, en
la cual dos más dos son cuatro. Desgraciadamente, la lógica de la
oración contemplativa es de un orden enteramente diferente. Está más
allá del dominio estricto de causa y efecto, porque pertenece
enteramente al amor, a la libertad, a los desposorios espirituales. En
la verdadera contemplación no hay “razón por la que” el vacío nos deba
llevar necesariamente a ver a Dios cara a cara. Ese vacío nos puede
llevar de la misma manera a encontrarnos cara a cara con el demonio, y
de hecho a veces lo hace. Es parte del riesgo de este desierto
espiritual. La única garantía contra el enfrentamiento con el demonio en
la oscuridad, si es que podemos hablar realmente de algún tipo de
garantía, es simplemente nuestra esperanza en Dios, nuestra confianza en
su voz, en su misericordia.
Ha quedado claro que el camino de la
contemplación no es de ninguna manera una “técnica” deliberada de
vaciarse uno mismo, para conseguir una experiencia esotérica. Es una
respuesta paradójica a la llamada de Dios casi incomprensible,
lanzándonos a la soledad, zambulléndonos en la oscuridad y el silencio,
no para retirarnos y protegernos del peligro, sino para llevarnos a
salvo a través de peligros desconocidos, por un milagro de su amor y de
su poder.
El camino de la contemplación no es, de
hecho, camino alguno. Cristo es el único camino, y él es invisible. El
“desierto” de la contemplación es sencillamente una metáfora para
explicar el estado de vacío que experimentamos cuando hemos abandonado
todos los caminos, nos hemos olvidado de nosotros mismos y hemos tomado a
Cristo invisible como nuestro camino. Como dice san Juan de la Cruz:
«Y así grandemente se estorba un alma para
venir a este alto estado de unión con Dios, cuando se ase a algún
entender, o sentir, o imaginar, o parecer, o voluntad, o modo suyo, o
cualquiera otra obra o cosa propia, no sabiéndose desasir y desnudar de
todo ello… Por tanto, en este camino, el entrar en camino es dejar su
camino; o por mejor decir, es pasar al término y dejar su modo, es
entrar en lo que no tiene modo, que es Dios. Porque el alma que a este
estado llega, ya no tiene modos, ni maneras, ni menos se ase ni puede
asir a ellos… aunque en sí encierra todos los modos, al modo del que no
tiene nada, que lo tiene todo.»
Esto podría completarse con las palabras que siguen de John Tauler:
«Cuando hemos probado esto en la auténtica
profundidad de nuestras almas, nos hace hundirnos y disolver-nos en
nuestra nada y pequeñez. Cuanto más brillante y más pura es la luz que
se derrama en nosotros por la grandeza de Dios, tanto más claramente
veremos nuestra nada y pequeñez. En realidad así es cómo podemos
discernir la autenticidad de esta iluminación. Porque es el brillo
divino de Dios en lo más profundo de nuestro ser, no por medio de
imágenes, no por medio de nuestras facultades, sino en las auténticas
profundidades de nuestras almas. Su efecto será hundirnos más y más en
nuestra propia nada.»
Se pueden sacar dos sencillas conclusiones
de todo esto. Primero, que la contemplación es la culminación de la vida
cristiana de oración, porque el Señor no desea nada de nosotros más que
convertirse él mismo en nuestro “camino”, en nuestra “verdadera vida”.
Esta es la única finalidad de su venida a la tierra para buscarnos, para
poder elevarnos, juntamente con él, al Padre. Sólo en él y con él
podemos alcanzar al Padre invisible, al que nadie podrá ver y seguir
viviendo. Muriendo a nosotros mismos, y a todas las “maneras”, “lógicas”
y “métodos” propios nuestros, podemos ser contados entre aquellos a los
que la misericordia del Padre ha llamado a sí en Cristo. Pero la otra
conclusión es igualmente importante. Ninguna lógica propia puede
conseguir esta transformación de nuestra vida interior. No podemos
argumentar que el “vacío” es igual a la “presencia de Dios”, y luego
sentarnos tranquilamente para conseguir la presencia de Dios vaciando
nuestras almas de toda imagen. No es cuestión de lógica ni de causa y
efecto. Tampoco es cuestión de deseo, o de una empresa proyectada, o de
nuestra propia técnica espiritual.
Todo el misterio de la oración contemplativa
simple es un misterio de amor divino, de vocación personal y de don
gratuito. Esto, y sólo esto, consigue el verdadero «vacío», en el que ya
nada queda de nosotros mismos.
Un vacío deliberadamente cultivado, para
llenar una ambición espiritual no responde en absoluto al concepto de
vacío espiritual. Es la plenitud de uno mismo. Tan lleno que la Luz de
Dios no tiene sitio alguno por donde poder penetrar. No hay grieta ni
rincón abandonado donde algo pueda encajarse en ese duro corazón, fruto
de la autoabsorción, que es nuestra opción de vivir centrados en nuestro
propio ser. Y, en consecuencia, cualquiera que aspire a convertirse en
contemplativo debe pensarlo dos veces antes de ponerse en camino. Quizá
la mejor forma de convertirse en contemplativo seria desear con todo el
corazón ser cualquier cosa menos contemplativo. ¿Quién sabe?
Pero, naturalmente, tampoco eso es verdad.
En la vida contemplativa, ni el deseo ni el rechazo del deseo es lo que
cuenta, sino sólo aquel “deseo” que es una forma de “vacío”, que asiente
con lo desconocido y avanza tranquilamente por donde no ve camino
alguno. Todas las paradojas acerca del camino contemplativo se reducen a
ésta: estar sin deseos significa ser llevado por un deseo tan grande
que es incomprensible. Es demasiado grande para ser completamente
sentido. Es un deseo ciego, que parece un deseo de “la vaciedad”, sólo
porque nada puede contentarlo. Y porque es capaz de descansar en la
vaciedad, entonces, relativamente hablando, descansa en la vaciedad.
Pero no en una vaciedad como tal, en una
vaciedad por si misma. Realmente no existe tal entidad como pura
vaciedad, y la vaciedad meramente negativa del falso contemplativo es
una “cosa”, no la “nada”. La «cosa” que se reduce a la oscuridad misma,
de la cual todos los demás seres están excluidos deliberadamente y por
todos los medios.
Pero la verdadera vaciedad es la que
trasciende todas las cosas, y aún es inmanente a todas ellas. Porque lo
que parece vaciedad en este caso es puro ser. O al menos un filósofo
podría describirla así. Pero para el contemplativo es otra cosa. No es
ni ésta ni aquélla. Todo lo que digáis de ella es diferente a lo que se
decía. Lo propio de la vaciedad, al menos para un cristiano
contemplativo, es puro amor, pura libertad. Amor que está libre de todo,
no determinado por nada, o visto en alguna clase de relación. Es un
compartir, a través del Espíritu Santo, en la infinita caridad de Dios. Y
así, cuando Jesús dijo a sus discípulos que amaran, se refería a una
forma de amar tan universal como la del Padre, que envía su lluvia lo
mismo sobre justos que sobre pecadores. “Sed perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto.” Esta pureza, libertad e indeterminación
del amor es la auténtica esencia del cristianismo. A esto aspira sobre
todo la vida monástica.
PEQUEÑO TRATADO
DE ORACIÓN CONTEMPLATIVA, PARA BUSCADORES SOLITARIOS DE DIOS
Según la
Inspiración del Espíritu y la experiencia personal de un Ermitaño Anónimo
ALGUNOS CONSEJOS
A LA HORA DE USAR UNA IMAGEN
Una
imagen es una obra de arte destinada a propiciar la oración y la
contemplación. No es por lo tanto un objeto de decoración o de adorno.
Ha sido
creada para ayudar a los creyentes en la plegaria individual, familiar o de
pequeños grupos.
Mantenla
oculta siempre que no estés en oración y evita que lo profanen miradas de
otras personas o las tuyas propias cuando no estás orando.
No es un
objeto para enseñarlo a las amistades ni una decoración exótica para la
casa.
Es una
evocación de lo Sagrado a través de una imagen.
Antes de
elegir un icono, una imagen o una figura, mira bien si realmente evoca en ti
lo Sagrado. No tengas prisa en elegir. Tómate todo el tiempo que haga falta.
Un
icono, una figura, una imagen, un templo o cualquier lugar de oración no es
imprescindible; afortunadamente Dios está en todas partes; pero lo que
tienes que ver es si tú lo ves en todas partes. Si es así, no te hace falta
ningún elemento externo de ayuda, pero tienes que ser muy sincero y si no es
así, y resulta que una imagen, un icono, determinadas iglesias o cualquier
otro elemento te ayuda a evocar la presencia de lo Sagrado, entonces es
bueno y sabio el que lo utilices.
ALGUNOS CONSEJOS
SOBRE LA ORACIÓN
En la
oración no se trata de pedir cosas a Aquel que todo conoce. La oración no es
para decirle a Dios lo que quieres sino para escuchar lo que Él quiere para
ti y que no es otra cosa que compartir lo que Él es: Tranquilidad profunda,
Beatitud, Paz, Bondad, Belleza, Amor ...
No se
trata de pedir cosas sino de comprender que no necesitas nada más que la
presencia de Dios y descansar en esa morada llena de sus cualidades.
Antes de
orar debes de comprender que detrás de todos tus deseos de objetos o de
situaciones del mundo, solo hay un deseo: la paz profunda. Y ese deseo
último que tanto anhelas y que proyectas en los objetos y situaciones del
mundo solo lo puedes obtener en la interioridad. La tranquilidad y la
plenitud solo están en tu espíritu, que es el espíritu de Dios.
Una
persona se pone a orar cuando ha comprendido claramente la futilidad y la
relatividad de todos los objetivos convencionales humanos que, aún teniendo
su importancia relativa, no pueden darle la paz profunda, la plenitud que
todo ser humano anhela con nostalgia. Es comprendiendo claramente esto, bien
sea por la propia inteligencia, o movido por las constantes dificultades de
la vida, cuando uno se acerca a la Paz, la Belleza, la Bondad, la Plenitud y
la Alegría que proporciona el contacto con lo Absoluto y con lo Sagrado a
través de la oración en su calidad más contemplativa.
Sumergirse en el "acto orante" es el síntoma más claro de que se ha llegado
al discernimiento (entre lo verdadero y lo falso), al desapego (de las cosas
del mundo), a la sumisión (a la presencia de Dios), a la humildad (respecto
a nuestra capacidad humana), a la sabiduría (habiendo comprendido donde está
la plenitud y el gozo verdaderos), a la caridad (al abrazar en nuestra
oración a toda la creación), y a todas las demás virtudes... Todas las
virtudes están contenidas en la oración.
Orar es
un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado.
No te
compliques con rituales ni con palabrería o con lecturas excesivas. Orar es
muy sencillo, no hace falta que te leas todos los libros que hay sobre el
tema. Se trata de orar, no de leer sobre ello. Vale más un minuto de
presencia en lo Sagrado que un año de lecturas sobre la oración.
El rato
de oración es un paréntesis de tranquilidad en tu vida. Nunca tengas prisa.
La prisa, la ansiedad, la complicación y la dispersión son los mayores
enemigos del espíritu. Mantenlos a raya cueste lo que cueste. Nunca te dejes
llevar por ellos. Mantente todo el tiempo que haga falta hasta que
reconozcas la presencia de lo Sagrado. Esto puede llevarte desde unos pocos
minutos hasta horas. Ten paciencia y espera.
Evita
hacerlo de manera mecánica y rutinaria; hazlo, no por obligación, sino por
devoción. Eso te coloca en una actitud y en una atmósfera totalmente
diferentes.
El
pensamiento racional puede llegar a ser un gran enemigo del espíritu. No
pienses, razones ni elucubres sobre lo que haces. Simplemente hazlo;
simplemente reza. Entra en esa atmósfera, no pienses sobre ella. El
pensamiento no entiende esos estados y antes, durante o después de la
oración, pondrá todo tipo de impedimentos y de razonamientos haciéndote ver
lo absurdo de la práctica. El pensamiento empleará todo tipo de argumentos
de lo más convincentes e ingeniosos. ¡No hagas caso al pensamiento! Diga lo
que diga la mente, tú continúa con tu práctica de oración.
Ten en
cuenta que esto te sucederá, incluso, después de muchos años de práctica y
de frecuentación de esos "lugares del Espíritu". Muchos son los testimonios
de personas de oración y de vida interior que así lo confirman. Nunca hagas
caso a esos pensamientos. La mente pensante, hiperdesarrollada en las
personas actuales, no puede abarcar ciertas moradas y se resiste con todas
sus fuerzas poniendo una barrera que debemos vencer con perseverancia e
inspiración.
* * *
Enciende
una vela delante del Oratorio y siéntate en el suelo, con las piernas
cruzadas, sobre los talones o en un banquillo, según prefieras.
Puedes
permanecer así desde unos minutos.... hasta el día entero. No hay límite
para la adoración. Acuérdate del consejo evangélico de «permanecer en
oración constante».
Preferentemente puedes rezar el Santo Rosario o el Ave María, haciéndolo con
tranquilidad y dejando que en tu alma se reproduzca la receptividad de la
Virgen María ante el anuncio del Ángel.
También
puedes emplear una invocación más simple como por ejemplo:
AMOR
PADRE
DIOS
¡¡ TE AMO !!
La
repetición se irá uniendo, poco a poco, a la respiración: AMOR al tomar
aire, AMOR al expulsarlo.
Puede
llegar un momento en el que el aliento en sí, se transforma en oración. El
contenido de la palabra se trasvasará al aliento, al cuerpo y al mundo.
Entenderás lo que es «ver a Dios en las formas y las formas en Dios».
Si
decides usar otra plegaria, mira que sea una sencilla frase o palabra que
evoque en ti lo Sagrado y que repetirás con tranquilidad dejándote impregnar
por su sabor.
Puedes
centrar tu atención en el corazón. Eso enraíza la oración en el cuerpo y
despeja a la mente del continuo pensamiento. De esa manera el espíritu se "corporaliza"
y el cuerpo se "espiritualiza". En el corazón vivirá entonces una llama
orante permanentemente encendida; como una luz que señala donde hay un
"templo vivo de Dios".
Puedes
abrir los ojos de vez en cuando un momento y mirar a la imagen que te
inspira, de manera que añadas un impulso más hacia las alturas a través de
la visión.
No
fuerces la plegaria, ni mucho menos la respiración. Una de las claves
fundamentales de la oración está en aprender la manera en que la plegaria
"suceda" por sí misma, a su propio ritmo, "se rece" en ti, lo mismo que la
respiración "ocurre" sin ningún esfuerzo.
Los
momentos más propicios para la oración son el amanecer y el anochecer (los
tradicionales momentos de Laudes y Vísperas), pero puedes hacerlo en
cualquier otro momento del día o de la noche.
Con el
tiempo la oración se irá haciendo continua en tu vida, tanto la «Oración
Verbal» cuando sea posible, como la «Presencia en el Sabor de lo Sagrado»
que se mantendrá como plano de fondo a lo largo de todo el día.
Sobre
ese sagrado "lienzo de fondo" verás que se van dibujando las situaciones,
los movimientos, las conversaciones, el trabajo etc... Toda tu vida quedará
cubierta por el manto de tranquilidad de lo Sagrado e iluminada por la
"dorada luz del Tabor"; un gran manto de tranquilidad, lucidez, comprensión
y gracia que irá abarcando las situaciones, los paisajes, las personas en
cada momento de tu vida.
También
con el tiempo esa invocación, ese sabor o esa luz, se mantendrán por la
noche durante los sueños.
Si sois
una familia, acostumbraros a orar juntos al atardecer o antes de dormir.
¡Apaga la televisión y enciende el Oratorio... tu alma te lo agradecerá!
A los
niños les resulta muy fácil la oración siempre y cuando no se les complique
con palabrerías inútiles o con doctrinas que no llegan a comprender.
Enséñales a orar con el Padre Nuestro o con una invocación simple. Ya
tendrán tiempo para doctrina y teología más adelante. Los niños captan
magníficamente el "sabor" de lo Sagrado y les deja un recuerdo indeleble en
sus almas. Valen más unos minutos de oración contemplativa todas las noches
&endash;viendo además el ejemplo de sus padres&endash; que todas las
explicaciones teóricas que se les pueda dar. Cuando sean mayores te
agradecerán las horas pasadas en esa atmósfera sagrada en vez de viendo la
televisión. Habrás sembrado una semilla de paz, alegría y plenitud con unas
consecuencias que ni siquiera imaginas ahora.
Si en
periodos largos de oración sientes molestias en el cuerpo, aprende a moverte
muy lenta y armoniosamente. Inclínate hacia delante, hacia los lados o
extiéndete hacia atrás. Haz, armoniosa y lentamente, torsiones hacia los
lados o cualquier otro movimiento que te alivie las molestias. Aprende a
moverte tan suavemente que el movimiento no perturbe el estado de oración.
Así el movimiento también será oración e invocación.
De la
misma manera que una palabra o una frase pueden invocar y evocar lo sagrado,
también un movimiento, un gesto o la evocación visual de una imagen pueden
hacerlo. Si sinceramente ese es tu caso hazlo así, pero no lo hagas por
estar a la moda o por ser original; mira si eso realmente te sitúa en
presencia de lo Sagrado. A fin de cuentas lo que importa es llegar a la
presencia de Dios y el vehículo que empleemos para ello será, simplemente,
aquel que más nos ayude a ese fin.
Reconocerás la presencia del Espíritu por sus frutos. Ahí donde aparezca una
Alegría sin motivo mundano, una Bondad desinteresada, un Amor en estado puro
y sin excepciones, una Belleza que todo lo abarca con su manto, una Paz
interior y un Agradecimiento independientes de las circunstancias
exteriores, ahí estará sin duda el Espíritu.
Cuando
aparezca esa Alegría sin objeto, contémplala, quédate mirándola; permanece
en esa vivencia durante todo el tiempo que puedas, minutos, horas o días.
Cuando aparezca la Bondad, contémplala, quédate impregnándote de esa
vivencia; quédate con ella todo el tiempo que puedas. Así con todas las
demás cualidades divinas: el Amor, la Libertad, la Misericordia, la
Infinitud, el Silencio, la Paz profunda, etc... Conforme vayan apareciendo
en la oración, quédate contemplándolas y así irán tomando cada vez más
presencia en tu vida.
También
reconocerás la presencia de lo Sagrado cuando al intentar describir la
vivencia aparezcan las paradojas. Expresiones como: una "vacuidad plena",
una "plenitud sutil", un "silencio sonoro", una "densidad ligera", una
"soledad acompañada", etc. denotan que se ha visitado ese lugar donde mora
el Espíritu.
A veces
también lo puedes reconocer por algunos cambios físicos: notarás un cambio
en la respiración que tomará una calidad "diferente", más profunda o más
intensa o más lenta, según el momento o las personas. Puedes notar también
algunos cambios en la calidad de la mirada, o en la relajación de la columna
o de los plexos nerviosos. Pero todos estos cambios, si es que ocurren,
ocurrirán de manera espontánea y como consecuencia de la profundización, no
puedes forzarlos ni fingirlos desde afuera.
De la
oración contemplativa al silencio contemplativo solo hay un paso. No fuerces
el silencio; llegará de forma natural cuando el alma quede impregnada del
Espíritu en una unidad. Entonces, de manera natural, cesará la repetición de
la plegaria y te mantendrás en la simple presencia silenciosa. No quieras,
por orgullo, llegar a lo más alto y permanece tranquilamente ahí donde Dios
te ha puesto y donde puedas sentir su presencia. En estos tiempos es una
pena que muchas personas con gran capacidad y vocación de interioridad, por
querer llegar directamente al último peldaño de la unión mística.... ni
siquiera alcancen el primero de paz interior. El silencio forzado será un
silencio "vacuo", desprovisto de gracia, y que no tiene ningún sentido
espiritual. Con frecuencia, incluso, se convierte en algo angustioso. Eso en
vez de acercarte al Cielo, te deja a las puertas del Infierno. El silencio
en sí mismo no es el objetivo, sino la presencia de Dios. La presencia de
Dios viene acompañada de silencio, pero el silencio no siempre es acompañado
por la presencia de Dios.
La
palabra caerá como una fruta madura cuando aparezca lo que ella invoca.
Entonces reposa y descansa en ese Santo Silencio, en esa Santa Presencia.
Cuando veas que ese perfume desaparece, cuando veas que vuelve la inquietud
o la sequedad, entonces vuelve a la palabra hasta que el fuego se avive de
nuevo. Una y mil veces.
Por otra
parte no debes forzar la oración verbal, la palabra, cuando veas que el
silencio te ha tomado o esté llamando a tu puerta. En esos momentos, incluso
la palabra que te elevaba puede convertirse en un estorbo y hacerte
descender de esa «ligereza plena». No tengas miedo al silencio. La simple
presencia, o el simple aliento son oración cuando están impregnados de
Gracia.
Si
tienes la bendición de encontrar un maestro de oración aprende de él, será
una gran suerte. Desgraciadamente en los tiempos que corren, esto es cada
vez más difícil por no decir imposible. Esto no debe desanimarte, confía en
la inspiración y en la ayuda del Espíritu Santo y haz el camino en soledad.
Si no tienes ayuda en la tierra confía en la ayuda del Cielo. La ayuda para
el espíritu llega a raudales a las pocas personas que, en este profanado
mundo de hoy en día, optan por una orientación interior. Con el tiempo puede
que encuentres a algunas pocas personas como tú. Os reconoceréis enseguida.
Aunque
estés en soledad, ponte en camino y ora en soledad. El mundo del espíritu ha
estado desde siempre lleno de ermitaños y solitarios, y ahora, con el actual
descalabro espiritual, sigue estándolo aunque permanezcan ocultos en las
ciudades. Si lo puedes hacer en grupo o en familia hazlo así, pero sea cual
sea la situación no dejes de meditar, orar y contemplar lo Sagrado.
No puede
un ser humano hacer acto más bello que la oración. Sumergirse en el acto
orante es sumergirse en la belleza que encierra dicho acto... El abandono y
la entrega al acto orante es la mayor belleza que puede acompañar nuestra
vida; esa entrega... esa rendición ante lo que nos sobrepasa...
Uno
puede optar por cubrir su vida con un manto de belleza o permanecer en la
sequedad, el desasosiego, la inquietud, la fealdad o en la amargura. En
algún momento de tu vida tendrás que optar por lo uno o por lo otro, más
allá de ideologías, argumentaciones y razonamientos de la mente pensante.
Merece
la pena apostar por lo primero y que tu paso por este mundo esté acompañado
de la Luz, el Calor y la Belleza de lo Sagrado, convirtiéndote así en un
foco de irradiación de esas cualidades para tu entorno.
Si tu
impulso y tu vocación son fuertes, esa opción se hará de una vez y para
siempre. Pero lo más habitual es que esa opción sea un gesto que se renueva
cada día o cada momento del día en una apuesta y una decisión constante.
Hay
momentos de "sequedad" interior; cuando la "noche oscura", el desánimo y la
aspereza invaden cada célula. En esos momentos lo mejor es poner orden en la
vida exterior y mantener un "mínimo" de oración. Pueden bastar tres minutos
a la mañana y tres a la noche. Eso no cuesta ningún esfuerzo a pesar de que
estemos en plena "noche oscura". Aunque te parezca poco, eso es mejor que
nada. En esos momentos tienes que ser humilde y reconocerte en tu humanidad.
No puedes en ese estado ponerte metas muy altas; se como un niño, Dios no te
pide nada más allá de tus posibilidades actuales. Comprobarás como tan solo
tres avemarías pueden obrar milagros...
ALGUNOS CONSEJOS
PARA CUANDO SE HACE ORACIÓN EN GRUPO
Si en
algún momento tienes la bendición de encontrar otras personas que, como tú,
también practican la oración contemplativa, puede ser positivo el reunirse
para orar en común algún día de la semana o quizás en períodos más largos
como un fin de semana.
Cuando
varias personas se reúnen es necesario un mínimo de estructuración para que
la reunión pueda ser espiritualmente productiva y no termine por ser un
desorden y una dispersión totalmente antiespiritual. Recuerda que la belleza
y el orden son un reflejo y una cualidad de lo Absoluto.
Al tomar
cualquier decisión, hasta la más mínima, o hasta la que parezca sin ninguna
importancia, no perdáis nunca de vista el objetivo de «estar en presencia de
lo Sagrado». Comprobar si aquella decisión realmente es buena para favorecer
la presencia de Dios o no.
Hay que
ser muy sincero y muy tajante en esto porque de ello depende la eficacia
espiritual del grupo.
Tanto en
el caminar solitario como cuando se hace en pequeños grupos, es posible y
puede ser incluso recomendable la practica del Oficio Divino o la simple
salmodia del Salterio como fuente de gracia, de inspiración y, cuando se
hace en grupo, como oración compartida. Esto se puede hacer al comienzo del
periodo de práctica y sin que llegue a ser la parte predominante, de manera
que la mayor parte del tiempo sea de oración interior.
Los
salmos se pueden recitar en grupo simplemente con el tono normal de lectura,
pero todavía mejor es hacerlo con la entonación gregoriana que es muy
sencilla de aprender y practicar, y que además crea una atmósfera mucho más
contemplativa.
En
reuniones de varios días, y si esto fuera posible, se puede incluir la
celebración de la Eucaristía. Hacerlo de la manera más austera. Hacerlo sin
prisa. Que no se pierda el sabor interior orante durante la celebración.
De
utilizar cánticos, que sean gregorianos, evitando esa clase de músicas
emocionales y dulzonas que se acostumbran hoy en día y que no favorecen para
nada la elevación espiritual. No confundáis una subida emocional o
sentimental, con la ascensión espiritual. Es mejor no emplear cantos antes
que emplearlos mal. Si no conocéis la música gregoriana mejor hacerlo con la
simple y austera palabra, y con abundantes momentos de silencio.... la mejor
de las músicas.
Al estar
en grupo es mejor marcar unos periodos de oración que resulten adecuados
para el grupo. Alguien se encargará de marcar el tiempo con un toque de
campana y si se hace la salmodia, alguien se encargará de dirigirla
mínimamente.
Sobre
todo nada de complicación y de dispersión. Lo más simple es lo más eficaz.
Si a la simple oración se añaden algunos elementos es con el fin de
facilitar la presencia del Espíritu, la inspiración, o el funcionamiento
grupal, pero no es para nada obligatorio. Si no es necesario añadir nada,
tanto mejor; y si se hace, que sea para mejorar la calidad de transparencia
interior no para difuminarlo todo con decoraciones o emocionalidades.
El lema
de un grupo contemplativo orante debe de ser el tradicional monástico de
«Soledad compartida».
Contemplación
La contemplación es el estado espiritual que aparece en el ser humano cuando practica el silencio mental.
El silencio mental
El silencio mental se consigue con el desapego de pensamientos y sensaciones. Se puede trabajar para que aparezca mediante la meditación o la oración en silencio. El desapego por lo material surgirá como resultado de la práctica.La práctica
La práctica se puede acompañar de lecturas que inspiren a la persona a continuar en el silencio interno y lo ilustren de cómo otros lograron que ese estado espiritual sucediera. Aparece, ya que no lo podemos provocar voluntariamente, sino sólo meditando en silencio sin buscarlo.La contemplación ha sido practicada desde tiempos inmemoriales por la humanidad.
En las diferentes culturas
Formas de contemplación diversas las podemos encontrar en diferentes culturas y épocas de la humanidad, desde los chamanes o brujos de las tribus, hasta los tiempos actuales como los sufíes, los monjes tibetanos, los maestros zen, los gurus de la India, etc. Para que aparezca la contemplación, primero debemos de ver en nuestra mente que no puede tener interferencias de tipo, pensamiento, imaginación, etc. Luego simplemente contemplar, la maravilla de la contemplación surge, aparece en la propia contemplación sin dar nombre a lo contemplado. Contemplar no tiene nada que lo rodea, nada que lo envuelve, es la magia de la propia contemplación sin ser magia. Como contemplación no necesita nada mas.Contemplación cristiana
Se trata de hacerse consciente de las realidades sobrenaturales, centrando la mente en Dios.Los primeros grados para alcanzar la contemplación se basan en la ascesis, en que se domina el cuerpo para iluminar el alma, haciéndola más sensible a la Presencia Divina. El último grado de contemplación se podría definir como experiencia mística, aunque para llegar a este estado no es necesario experimentar éxtasis o levitaciones, pero puede ir acompañado de estos fenómenos (ver Místicos españoles).
El iniciado debe ir evolucionando en su capacidad de contemplación a medida que se va haciendo más sensible al Amor transmitido por Dios. La intimidad con Jesucristo hace posible la unión con el Padre, haciéndonos Uno con Él, a través de la asistencia del Espíritu Santo. Mediante esta unión nos vinculamos a todo el Cosmos creado.
Los principales maestros contemplativos de la Iglesia se encuentran en las órdenes contemplativas, especializadas en la oración. Para llegar a este estado mental y espiritual se pueden usar diferentes tipos de oración, generalmente la meditación. Para practicar la contemplación no es necesario ser clérigo o religioso, basta con tener fe y fuerza de voluntad.
Existe una oración contemplativa por excelencia, el Oficio divino; en el cual se meditan salmos y lecturas del Nuevo Testamento y se dirigen preces o peticiones a Dios. Siendo muy útil para disipar de la mente los pensamientos vanales, haciendo del Creador el centro del pensamiento.
Una lectura recomendada acerca de la contemplación cristiana es La nube del no-saber, un libro anónimo inglés del siglo XIV.
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