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domingo, 1 de julio de 2012

Simeón el Loco (Salos), Santo


 
Simeón el Loco (Salos), Santo
Simeón el Loco (Salos), Santo

Monje

San Simeon el Loco (522-590)

Martirologio Romano: En Emesa, ciudad de Siria, san Simeón, llamado “Salos”, que, impulsado por el Espíritu Santo, por amor a Cristo anheló ser tenido por los hombres como un tonto y un plebeyo. Conmemoración también de san Juan, ermitaño, que convivió durante casi treinta años con san Simeón, peregrinando con él y haciendo también a su lado vida eremítica junto al Mar Muerto.

Reza el refrán castellano que "cada maestrillo tiene su librillo" refiriéndose a los modos diversísimos de enseñar a los demás lo que cada uno sabe. Luego, la ciencia pedagógica se encarga de proponer a los pedagogos la mejor manera de transmitir el saber en cada una de las materias, dictando normas y diciendo lo que se puede y lo que no se puede hacer para conseguir que los alumnos aprendan más y los maestros desperdicien menos su energía y su tiempo. Incluso se necesitan títulos, diplomas, cursos bien aprovechados, conocimientos de técnicas para programar, concretar objetivos, distribuir por tiempos y evaluar los resultados para llegar a ser un excelente maestro e incluso conseguir un puesto de trabajo. Así hemos complicado las cosas hoy. Simeón, como vamos a ver, rompió los esquemas de la pedagogía de todos los tiempos. Se le cataloga como anacoreta y lo que cabe esperarse de tal sujeto es el retiro en el desierto, la vida de oración y la ascesis de la penitencia; con todo ello, el solitario da testimonio y buen ejemplo que estimula al resto de los mortales creyentes a ser menos egoísta, más piadoso y también mejor dispuesto a hacer el bien al prójimo con quien convive. De esta manera vivió treinta años Simeón, pero se salió de anacoreta y se convirtió voluntariamente en Loco.

Nació en Emesa el año 522. A los treinta años se fue a la parte del desierto donde el abad Nicon tenía sus dominios, ayudando a sus monjes en la entrega y recordándoles los compromisos adquiridos. Pasados treinta años de soledad, oración y penitencia decide dejar el retiro para convertirse en su pueblo en el estrafalario loco que entre risas, chanzas, lloros, brincos, gritos, gracias, amenazas, consejos, chistes, conducta de lunático y actitudes de escándalo para los buenos, acaba siendo la conciencia moral del pueblo. Y es que Simeón no quiso ser un santo de cliché, ni de esquema. Ni siquiera quiso enseñar el Evangelio como mandan los cánones; tuvo su estilo y, poniéndolo en práctica, consiguió, siendo Loco, hablar del Reino. No es la leyenda, la imaginación o la fábula la que nos presenta su imagen; es un personaje bien definido en la época, en la geografía y en el modo razonado de actuar del modo menos razonable que se pueda pensar; veinte años después de muerto, el obispo de Chipre, Leoncio, escribió su vida y milagros bien probados que le contó el diácono Juan, de Emesa, entre Damasco y Antioquía, que supo ver con los años la santidad de este Simeón Salos -así dice loco en sirio- que se propuso jugar con el mundo y reírse de él.

Comenzó su hazaña en la Edesa que le vió nacer en otro tiempo, arrastrando a un perro muerto que encontró en el basurero próximo, atándole una pata al ceñidor de esparto de su hábito, corriendo y gritando por el pueblo y llevando tras de sí una bulliciosa nube de chiquillos que gritaban al unísono entre risas y burlas persiguiendo al monje que se comportaba de tal guisa y que extrañó tanto a los serios del pueblo. El primer domingo no hace otra cosa que tirar nueces a las velas del altar con el acierto de apagarlas, y cuando se indignaron el presbítero y sus feligreses, se subió al púlpito y tiró las que le quedaban a las mujeres piadosas del templo. Volcó las mesas de los vendedores de bollos y repostería para la ofrenda del culto, consiguiendo una buena paliza. Contratado para vender verduras por un tabernero, repartió entre los pobres la mercancía y dijo al de los vinos que "le había encargado a Dios le guardara su dinero"; reñía entre seriedad y risas a los borrachos diciéndoles que arruinaban su vida, mientras él bebía un vaso de buen vino; los clientes ríen sus ocurrencias y se preocupan con sus ridículas máximas de chiflado por lo que el negocio no le disminuye al tabernero; pensando los dueños que quizá no estuviera tan loco el Loco abad, decidió Simeón inventar otra locura que le evitara una posible racha buena: estando dormida la dueña, entra en su habitación, comienza a desnudarse, grita la señora y rueda las escaleras hasta la calle por los mamporros que le propina el tabernero. Vive en una cueva, la suciedad y el desaliño son ahora su propiedad, pero pasea por el pueblo adornado con ramas de palmera en la cabeza y colgantes de uvas y de ajos; así va a la plaza del pueblo predicando conversión; el Loco, entre risas y saltos, se retuerce como un reptil por el suelo, con los puños cerrados amenaza destrucción, para la gente es un cínico y lunático, simple, loco o brujo. Para que no quepa ninguna duda de su maldad, a las mozas peligrosas por su belleza las deja con los ojos estrábicos, aunque las vuelve guapas de nuevo si dejan que les bese los ojos tuertos, permitiendo se les aproxime con su rala y sucia barba. No se sabe cómo, pero no le faltan cinco sueldos para organizar mesa y comida para pobres en la plaza del pueblo; si alguien pensó que eso era cosas de buenos, pregunta a las de vida alegre si aceptan su amistad y así se ve que es para vicio su dinero (quizá quepa reseñar que algunas de ellas terminaron en convento). Como dijeron que no probaba bocado en la Cuaresma, apareció a la salida de la Iglesia un Jueves Santo devorando -que no comiendo- medio cordero. Busca ocasiones de infamia, aceptando la calumnia de una criada joven embarazada de ser el padre de lo que lleva en su seno; a la hora del parto confesó la pobrecilla a su señora la mentira, descubriendo la estrategia del Loco que la cuidó con esmero todo el tiempo del embarazo, como si verdad hubiera sido su aserto.

¿Por qué el santo decidió ser Salos dejando de ser cuerdo? Cuando era anacoreta, se acostumbró a la pobreza, no le costaba ser casto, le importaba poco la soledad, no le escocía la falta de sueño, el trabajo era normal, comer yerbas cocidas no tenía más interés, el calor, el frío y la penitencia dura no le metían en el lecho. Todo era poco por Cristo; Él merecía más de eso. Pero la soberbia, el amor propio, el orgullo, la fama era otro cuento; que le dijeran "santo" le daba gozo y que le llamaran "penitente observante" le traía consuelo; sí, de novicio, de profeso, de asceta consagrado... siempre tenía serpeando la soberbia enredada en su cuerpo. Amando a Dios tanto, pensó que era preciso reírse de sí, del mundo y llegar al desprecio. La locura era buen recurso para limpiar el desierto del orgullo que bajo capa de santo se puede encerrar en el anacoreta de su tiempo, porque parecía intentar batir récords de hambres y querer superar marcas de penitencias anteriores. Para hacer el bien, sin peligro de que le llamaran "bueno", la locura fue el remedio cierto; así podía aparecer como frívolo, malo, juerguista, pecador, tonto, necio, Loco o Salos que es lo mismo.

Si, además, a Dios le gustó el trabajo de su bufón risueño, profeta, taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso que sompía el envaramiento tieso de los creyentes premiándolo con milagros ¿qué "peros" podremos ponerle al método pedagógico de Simeón Salos? 
 
 
Simeón el Loco.
Simeón el Loco (también conocido como Aba Simeón) fue un monje, eremita y santo cristiano del siglo VI que murió aproximadamente durante el año 570). Está considerado el patrón de los santos locos.1 2
Simeón era de origen sirio. Nació en Edesa, donde vivió soltero, acompañado de su anciana madre.3 A los treinta años, acompañado por su amigo Juan de Edesa, Simeón hizo los votos monásticos en el monasterio del abad Gerásimo.3 Simeón y Juan estuvieron durante veintinueve años dedicados al ascetismo y a la meditación en las proximidades del Mar Muerto.4 Posteriormente Simeón sintió la inspiración de Dios, que le pidió que abandonara su vida retirada en el desierto y se trasladara a la ciudad de Homs, donde se dedicó a la caridad y a hacer obras piadosas.3 Allí su locura (esto es, su comportamiento nada convencional, como por ejemplo su entrada en la ciudad arrastrando un perro muerto, sus gamberradas en el templo -donde apagaba las luces e incordiaba a las mujeres-, sus obscenidades e indecencias -se paseaba completamente desnudo por la ciudad- y sus flatulencias en público) fue tomada por muchos como signo de iluminación divina, aunque otros le insultaban por sus extravagancias e incluso llegaban a castigarle físicamente.
En cierta ocasión se acercó a él un hombre enfermo de glaucoma. Cristo había curado la ceguera empleando saliva y arcilla, y Simeón trató de curarlo untándole con mostaza los ojos: el enfermo sintió una gran quemadura y su enfermedad se agravó. Simeón logró curarle finalmente cuando le explicó que lo que debía era arrepentirse de sus pecados y enmendar su vida.
Simeón murió hacia el año 570 y fue enterrado en la fosa común destinada a mendigos y extranjeros. Mientras se transportaba su cuerpo, varias personas escucharon cánticos sobrenaturales.3

Bibliografía

La vida de Simeón el Loco fue escrita por Leoncio, obispo de Neápolis (actual Limassol, Chipre), quien estableció un paralelismo entre la vida de Simeón y la de Cristo, modelo que el santo quería imitar a su manera.5 En español existe una traducción debida a José Simón Palmer, incluida en el volumen Historias bizantinas de locura y santidad, Ediciones Siruela, 2001.

Festividad

Según el santoral católico san Simeón se celebra el 1 de julio; según el calendario litúrgico bizantino, el 21 de julio.6

Notas

  1. King of Peace Episcopal Church
  2. Puppeteers UK
  3. a b c d Saint Nicholas Orthodox Church, Billings
  4. Symeon the Holy Fool: Leontius's Life and the Late Antique City
  5. University of California Press eScholarship Editions
  6. Studium Biblicum Franciscanum - Jerusalem
 
 
 
 

Hay un tema que no es suficientemente resaltado en los estudios teológicos desde los tiempos modernos : su epistemología, su modo particular de razonamiento. Superada la tonalidad apologética (defensiva, muchas de las veces) del género, el lenguaje teológico terminó por formularse en la modernidad como si todo su público fuese creyente. Se dejó de lado el aspecto propiamente evangelizador del discurso teológico. En otras palabras, se obvió la misión de propagar la fe. Se produjo así el divorcio entre un lenguaje “pastoral” y un lenguaje “científico” que cayó en la tentación del resto de discursos especializados: se comunicó sólo para una élite ilustrada.
Sucede con este tipo de discursos científicos -dentro del que hay que colocar a buena parte del discurso teológico especializado- lo que con el traje del emperador del cuento de Hans Christian Andersen. Un par de truhanes deciden estafar al emperador haciéndose pasar por sastres que le tejerían una vestimenta tan sutil que sólo los tontos y los necios no podrían verla. En realidad no existía tal vestimenta. Todos sin embargo temen ser vistos como estúpidos, así que fingen ver al rey vestido con una indumentaria espectacular. El cuento concluye con un niño que con la audacia de la inocencia, se burla del emperador diciendo ¡el emperador está desnudo, el emperador está desnudo!
Pues bien, a veces creo que los que vivimos en mundos de interpretaciones, tendemos a reproducir estas actitudes en las cuales en lugar de atenernos a la simplicidad desnuda de las cosas, acabamos por hacer como si los discursos tuviesen una existencia en sí mismos, y les rendimos pleitesía. Terminan por irse de nuestras manos, y nosotros a la larga, nos escapamos de la realidad, de nuestra vida encarnada. Tarde o temprano, algo en nuestra vida (un modo de razonamiento que escapa de las trampas de esa razón instrumental?) nos devuelve a la verdad y a reconocer que en realidad no hay gran cosa, que la realidad está desnuda y que hay que despojarnos de aquellos discursos que no nos dejan percibirla convenientemente.
El niño del cuento de Andersen me hace pensar en la irrupción de la verdad que puede ser desvelada por aquellos que están por encima (o antes ) de toda elaboración racionalista. Esta es una veta que bien podría ayudar a la reflexión interdisciplinaria, con una teología más cercana de los hechos del mundo (algo de eso hizo teología de la liberación hace algunos años, aun cuando demasiado atada a sus parámetros sociológicos). El modo en el que la razón piensa y postula la fe debe ser un tema central para poder tender puentes en la cultura postmoderna.
De hecho tenemos antecedentes que podrían ayudarnos a andar por este camino. San Pablo insiste en que la sabiduría traída por la cruz, es considerada una necedad para los griegos. La polaridad sabiduría de los hombres – sabiduría divina parece mostrarse irreductible. Simeón de Emesa (522-590), es uno de aquellos que llevó al extremo esta sabiduría “divina”. Tanto así que hoy lo recordamos como San Simeón el loco.
En realidad Simeón de loco, no tenía nada. Decidió vivir en total confrontación con todos los sistemas de poder: cognoscitivo, social, político, económico. Su fin era desenmascarar la mentira que se ocultaba detrás de los discursos de los poderosos o de los miembros de la jerarquía religiosa. A medio camino entre el escándalo y el profetismo, Simeón irrumpía en las liturgias arrojando nueces a las damas encopetadas y devotas. Otras veces en el ágora, hacía en público sus necesidades. En Semana Santa se empachaba de comida, y el domingo se paseaba con un collar hecho de salchichas, usándolo como si fuese un rosario. Y a pesar (¿o gracias?) a esto terminó siendo santo.
La locura de Simeón fue entendida como una vox dei hablando desde la denuncia de toda hipocresía, falsedad y enredo que subyacen en todo individuo o sistemas de representación (social, política, económica) que pretenden arrogarse la verdad como si ésta fuese un dogma a ser impuesto, cayendo así en la tentación farisaica que Jesús tanto había combatido. En un reciente estudio, Polymina Athanassiadi propone que es contra el dogmatismo del “pensamiento único” que un “loco” como San Simeón de Emesa sale a la escena pública para recordarnos el auténtico sentido de las cosas, que reside en aceptar la pluralidad y la verdad de las cosas humanas como en constante movimiento.
Simeón el loco no es el único en la historia de la espiritualidad. En el desierto se dieron muchos otros casos de estos personajes en el mejor de los casos excéntricos, que terminaron por ser el modelo de aquello que San Ignacio de Loyola preconizará en sus ejercicios espirituales como el llamado a ser tenidos por “locos por Cristo”. Años después, Jean-Joseph Surin, un jesuita místico francés del siglo XVII pasará alrededor de veinte años encerrado por una supuesta enfermedad mental. Luego interpretará esta experiencia como habiendo sido fundacional en su percepción espiritual.
La pregunta que me suscita este escenario es la siguiente: para entender el discurso de Cristo ¿es posible hacerlo del mismo modo en que nos acercamos “racionalmente” a la realidad? ¿o el discurso de la fe (si es posible llamarlo así) requiere más bien de una brecha que atraviese (o quiebre) dicha racionalidad? Si es así, ¿cómo y cuál es la forma de esta brecha? Y…¿cómo la atravesamos o experimentamos?
Creer hoy en día, ya no es lo mismo de lo que era hasta hace algunos años. Hoy, más que ayer, stamos llamados a dar razón de la fe, aunque de modos diferentes. La razón teológica debería ser capaz de recuperar aquel espíritu perturbador del género profético que en la historia de la espiritualidad, los simples y sencillos de corazón pudieron enarbolar al punto de pasar por ingenuos o por locos. A través de sus gestos, vituperios y aparentes desvaríos, nos indican que su brecha no es sino ese camino estrecho, contracultural y no precisamente lineal que la propuesta de la fe cristiana alberga en su sentido original y que nos conduce siempre a la vida misma, no a las ideas que nos hacemos de ella.
Es posible que la teología, en su afán por ser convincente para la racionalidad del mundo moderno, acabara por desertar de la fuerza perturbadora de sus orígenes. Rescatar del olvido personajes como San Simeón el Loco, puede ser también un modo de recuperar la naturaleza subversiva del mensaje cristiano, y entender mejor el tipo de conocimiento que subyace a una fe que muchas veces nos impulsa, como en el cuento de Andersen, a desvelar cual mismísima vox dei, toda falsedad e hipocresía o espejismo alucinador. A fin de cuentas, la fe cristiana y la “verdad” griega tienen algo en común: ambas nos insisten en que el destino humano es encarar la realidad para desvelarla paulatinamente, hasta reencontrarnos en el fondo de su ser, con nuestra original desnudez.
 
 Martirologio Romano <En Emesa, ciudad de Siria, san Simeón, llamado “Salos”, que, impulsado por el Espíritu Santo, por amor a Cristo anheló ser tenido por los hombres como un tonto y un plebeyo. Conmemoración también de san Juan, ermitaño, que convivió durante casi treinta años con san Simeón, peregrinando con él y haciendo también a su lado vida eremítica junto al Mar Muerto.


Reza el refrán castellano que "cada maestrillo tiene su librillo" refiriéndose a los modos diversísimos de enseñar a los demás lo que cada uno sabe. Luego, la ciencia pedagógica se encarga de proponer a los pedagogos la mejor manera de transmitir el saber en cada una de las materias, dictando normas y diciendo lo que se puede y lo que no se puede hacer para conseguir que los alumnos aprendan más y los maestros desperdicien menos su energía y su tiempo. Incluso se necesitan títulos, diplomas, cursos bien aprovechados, conocimientos de técnicas para programar, concretar objetivos, distribuir por tiempos y evaluar los resultados para llegar a ser un excelente maestro e incluso conseguir un puesto de trabajo. Así hemos complicado las cosas hoy. Simeón, como vamos a ver, rompió los esquemas de la pedagogía de todos los tiempos. Se le cataloga como anacoreta y lo que cabe esperarse de tal sujeto es el retiro en el desierto, la vida de oración y la ascesis de la penitencia, con todo ello, el solitario da testimonio y buen ejemplo que estimula al resto de los mortales creyentes a ser menos egoísta, más piadoso y también mejor dispuesto a hacer el bien al prójimo con quien convive. De esta manera vivió treinta años Simeón, pero se salió de anacoreta y se convirtió voluntariamente en Loco.

Nació en Emesa el año 522. A los treinta años se fue a la parte del desierto donde el abad Nicon tenía sus dominios, ayudando a sus monjes en la entrega y recordándoles los compromisos adquiridos. Pasados treinta años de soledad, oración y penitencia decide dejar el retiro para convertirse en su pueblo en el estrafalario loco que entre risas, chanzas, lloros, brincos, gritos, gracias, amenazas, consejos, chistes, conducta de lunático y actitudes de escándalo para los buenos, acaba siendo la conciencia moral del pueblo. Y es que Simeón no quiso ser un santo de cliché, ni de esquema. Ni siquiera quiso enseñar el Evangelio como mandan los cánones, tuvo su estilo y, poniéndolo en práctica, consiguió, siendo Loco, hablar del Reino. No es la leyenda, la imaginación o la fábula la que nos presenta su imagen, es un personaje bien definido en la época, en la geografía y en el modo razonado de actuar del modo menos razonable que se pueda pensar, veinte años después de muerto, el obispo de Chipre, Leoncio, escribió su vida y milagros bien probados que le contó el diácono Juan, de Emesa, entre Damasco y Antioquía, que supo ver con los años la santidad de este Simeón Salos -así dice loco en sirio- que se propuso jugar con el mundo y reírse de él.

Comenzó su hazaña en la Edesa que le vió nacer en otro tiempo, arrastrando a un perro muerto que encontró en el basurero próximo, atándole una pata al ceñidor de esparto de su hábito, corriendo y gritando por el pueblo y llevando tras de sí una bulliciosa nube de chiquillos que gritaban al unísono entre risas y burlas persiguiendo al monje que se comportaba de tal guisa y que extrañó tanto a los serios del pueblo. El primer domingo no hace otra cosa que tirar nueces a las velas del altar con el acierto de apagarlas, y cuando se indignaron el presbítero y sus feligreses, se subió al púlpito y tiró las que le quedaban a las mujeres piadosas del templo. Volcó las mesas de los vendedores de bollos y repostería para la ofrenda del culto, consiguiendo una buena paliza. Contratado para vender verduras por un tabernero, repartió entre los pobres la mercancía y dijo al de los vinos que "le había encargado a Dios le guardara su dinero", reñía entre seriedad y risas a los borrachos diciéndoles que arruinaban su vida, mientras él bebía un vaso de buen vino, los clientes ríen sus ocurrencias y se preocupan con sus ridículas máximas de chiflado por lo que el negocio no le disminuye al tabernero, pensando los dueños que quizá no estuviera tan loco el Loco abad, decidió Simeón inventar otra locura que le evitara una posible racha buena . Como dijeron que no probaba bocado en la Cuaresma, apareció a la salida de la Iglesia un Jueves Santo devorando -que no comiendo- medio cordero. Busca ocasiones de infamia, aceptando la calumnia de una criada joven embarazada de ser el padre de lo que lleva en su seno, a la hora del parto confesó la pobrecilla a su señora la mentira, descubriendo la estrategia del Loco que la cuidó con esmero todo el tiempo del embarazo, como si verdad hubiera sido su aserto.

¿Por qué el santo decidió ser Salos dejando de ser cuerdo? Cuando era anacoreta, se acostumbró a la pobreza, no le costaba ser casto, le importaba poco la soledad, no le escocía la falta de sueño, el trabajo era normal, comer yerbas cocidas no tenía más interés, el calor, el frío y la penitencia dura no le metían en el lecho. Todo era poco por Cristo, Él merecía más de eso. Pero la soberbia, el amor propio, el orgullo, la fama era otro cuento, que le dijeran "santo" le daba gozo y que le llamaran "penitente observante" le traía consuelo, sí, de novicio, de profeso, de asceta consagrado... siempre tenía serpeando la soberbia enredada en su cuerpo. Amando a Dios tanto, pensó que era preciso reírse de sí, del mundo y llegar al desprecio. La locura era buen recurso para limpiar el desierto del orgullo que bajo capa de santo se puede encerrar en el anacoreta de su tiempo, porque parecía intentar batir récords de hambres y querer superar marcas de penitencias anteriores. Para hacer el bien, sin peligro de que le llamaran "bueno", la locura fue el remedio cierto, así podía aparecer como frívolo, malo, juerguista, pecador, tonto, necio, Loco o Salos que es lo mismo.

Si, además, a Dios le gustó el trabajo de su bufón risueño, profeta, taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso que sompía el envaramiento tieso de los creyentes premiándolo con milagros ¿qué "peros" podremos ponerle al método pedagógico de Simeón Salos?

             

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