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Simeón el Loco (Salos), Santo |
Monje
San Simeon el Loco (522-590)
Martirologio Romano: En Emesa, ciudad de Siria, san Simeón, llamado
“Salos”, que, impulsado por el Espíritu Santo, por amor a
Cristo anheló ser tenido por los hombres como un tonto
y un plebeyo. Conmemoración también de san Juan, ermitaño, que
convivió durante casi treinta años con san Simeón, peregrinando con
él y haciendo también a su lado vida eremítica junto
al Mar Muerto.
Reza el refrán castellano que "cada maestrillo tiene
su librillo" refiriéndose a los modos diversísimos de enseñar a
los demás lo que cada uno sabe. Luego, la ciencia
pedagógica se encarga de proponer a los pedagogos la mejor
manera de transmitir el saber en cada una de las
materias, dictando normas y diciendo lo que se puede y
lo que no se puede hacer para conseguir que los
alumnos aprendan más y los maestros desperdicien menos su energía
y su tiempo. Incluso se necesitan títulos, diplomas, cursos bien
aprovechados, conocimientos de técnicas para programar, concretar objetivos, distribuir por
tiempos y evaluar los resultados para llegar a ser un
excelente maestro e incluso conseguir un puesto de trabajo. Así
hemos complicado las cosas hoy. Simeón, como vamos a ver,
rompió los esquemas de la pedagogía de todos los tiempos.
Se le cataloga como anacoreta y lo que cabe esperarse
de tal sujeto es el retiro en el desierto, la
vida de oración y la ascesis de la penitencia; con
todo ello, el solitario da testimonio y buen ejemplo que
estimula al resto de los mortales creyentes a ser menos
egoísta, más piadoso y también mejor dispuesto a hacer el
bien al prójimo con quien convive. De esta manera vivió
treinta años Simeón, pero se salió de anacoreta y se
convirtió voluntariamente en Loco.
Nació en Emesa el año 522. A
los treinta años se fue a la parte del desierto
donde el abad Nicon tenía sus dominios, ayudando a sus
monjes en la entrega y recordándoles los compromisos adquiridos. Pasados
treinta años de soledad, oración y penitencia decide dejar el
retiro para convertirse en su pueblo en el estrafalario loco
que entre risas, chanzas, lloros, brincos, gritos, gracias, amenazas, consejos,
chistes, conducta de lunático y actitudes de escándalo para los
buenos, acaba siendo la conciencia moral del pueblo. Y es
que Simeón no quiso ser un santo de cliché, ni
de esquema. Ni siquiera quiso enseñar el Evangelio como mandan
los cánones; tuvo su estilo y, poniéndolo en práctica, consiguió,
siendo Loco, hablar del Reino. No es la leyenda, la
imaginación o la fábula la que nos presenta su imagen;
es un personaje bien definido en la época, en la
geografía y en el modo razonado de actuar del modo
menos razonable que se pueda pensar; veinte años después de
muerto, el obispo de Chipre, Leoncio, escribió su vida y
milagros bien probados que le contó el diácono Juan, de
Emesa, entre Damasco y Antioquía, que supo ver con los
años la santidad de este Simeón Salos -así dice loco
en sirio- que se propuso jugar con el mundo y
reírse de él.
Comenzó su hazaña en la Edesa que le
vió nacer en otro tiempo, arrastrando a un perro muerto
que encontró en el basurero próximo, atándole una pata al
ceñidor de esparto de su hábito, corriendo y gritando por
el pueblo y llevando tras de sí una bulliciosa nube
de chiquillos que gritaban al unísono entre risas y burlas
persiguiendo al monje que se comportaba de tal guisa y
que extrañó tanto a los serios del pueblo. El primer
domingo no hace otra cosa que tirar nueces a las
velas del altar con el acierto de apagarlas, y cuando
se indignaron el presbítero y sus feligreses, se subió al
púlpito y tiró las que le quedaban a las mujeres
piadosas del templo. Volcó las mesas de los vendedores de
bollos y repostería para la ofrenda del culto, consiguiendo una
buena paliza. Contratado para vender verduras por un tabernero, repartió
entre los pobres la mercancía y dijo al de los
vinos que "le había encargado a Dios le guardara su
dinero"; reñía entre seriedad y risas a los borrachos diciéndoles
que arruinaban su vida, mientras él bebía un vaso de
buen vino; los clientes ríen sus ocurrencias y se preocupan
con sus ridículas máximas de chiflado por lo que el
negocio no le disminuye al tabernero; pensando los dueños que
quizá no estuviera tan loco el Loco abad, decidió Simeón
inventar otra locura que le evitara una posible racha buena:
estando dormida la dueña, entra en su habitación, comienza a
desnudarse, grita la señora y rueda las escaleras hasta la
calle por los mamporros que le propina el tabernero. Vive
en una cueva, la suciedad y el desaliño son ahora
su propiedad, pero pasea por el pueblo adornado con ramas
de palmera en la cabeza y colgantes de uvas y
de ajos; así va a la plaza del pueblo predicando
conversión; el Loco, entre risas y saltos, se retuerce como
un reptil por el suelo, con los puños cerrados amenaza
destrucción, para la gente es un cínico y lunático, simple,
loco o brujo. Para que no quepa ninguna duda de
su maldad, a las mozas peligrosas por su belleza las
deja con los ojos estrábicos, aunque las vuelve guapas de
nuevo si dejan que les bese los ojos tuertos, permitiendo
se les aproxime con su rala y sucia barba. No
se sabe cómo, pero no le faltan cinco sueldos para
organizar mesa y comida para pobres en la plaza del
pueblo; si alguien pensó que eso era cosas de buenos,
pregunta a las de vida alegre si aceptan su amistad
y así se ve que es para vicio su dinero
(quizá quepa reseñar que algunas de ellas terminaron en convento).
Como dijeron que no probaba bocado en la Cuaresma, apareció
a la salida de la Iglesia un Jueves Santo devorando
-que no comiendo- medio cordero. Busca ocasiones de infamia, aceptando
la calumnia de una criada joven embarazada de ser el
padre de lo que lleva en su seno; a la
hora del parto confesó la pobrecilla a su señora la
mentira, descubriendo la estrategia del Loco que la cuidó con
esmero todo el tiempo del embarazo, como si verdad hubiera
sido su aserto.
¿Por qué el santo decidió ser Salos
dejando de ser cuerdo? Cuando era anacoreta, se acostumbró a
la pobreza, no le costaba ser casto, le importaba poco
la soledad, no le escocía la falta de sueño, el
trabajo era normal, comer yerbas cocidas no tenía más interés,
el calor, el frío y la penitencia dura no le
metían en el lecho. Todo era poco por Cristo; Él
merecía más de eso. Pero la soberbia, el amor propio,
el orgullo, la fama era otro cuento; que le dijeran
"santo" le daba gozo y que le llamaran "penitente observante"
le traía consuelo; sí, de novicio, de profeso, de asceta
consagrado... siempre tenía serpeando la soberbia enredada en su cuerpo.
Amando a Dios tanto, pensó que era preciso reírse de
sí, del mundo y llegar al desprecio. La locura era
buen recurso para limpiar el desierto del orgullo que bajo
capa de santo se puede encerrar en el anacoreta de
su tiempo, porque parecía intentar batir récords de hambres y
querer superar marcas de penitencias anteriores. Para hacer el bien,
sin peligro de que le llamaran "bueno", la locura fue
el remedio cierto; así podía aparecer como frívolo, malo, juerguista,
pecador, tonto, necio, Loco o Salos que es lo mismo.
Si, además, a Dios le gustó el trabajo de su
bufón risueño, profeta, taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso que sompía el
envaramiento tieso de los creyentes premiándolo con milagros ¿qué "peros"
podremos ponerle al método pedagógico de Simeón Salos?
Simeón el Loco (también conocido como Aba Simeón) fue un monje, eremita y santo cristiano del siglo VI que murió aproximadamente durante el año 570). Está considerado el patrón de los santos locos. 1 2
Simeón era de origen sirio. Nació en Edesa, donde vivió soltero, acompañado de su anciana madre. 3 A los treinta años, acompañado por su amigo Juan de Edesa, Simeón hizo los votos monásticos en el monasterio del abad Gerásimo. 3 Simeón y Juan estuvieron durante veintinueve años dedicados al ascetismo y a la meditación en las proximidades del Mar Muerto. 4
Posteriormente Simeón sintió la inspiración de Dios, que le pidió que
abandonara su vida retirada en el desierto y se trasladara a la ciudad
de Homs, donde se dedicó a la caridad y a hacer obras piadosas. 3 Allí su locura
(esto es, su comportamiento nada convencional, como por ejemplo su
entrada en la ciudad arrastrando un perro muerto, sus gamberradas en el
templo -donde apagaba las luces e incordiaba a las mujeres-, sus
obscenidades e indecencias -se paseaba completamente desnudo por la
ciudad- y sus flatulencias en público) fue tomada por muchos como signo
de iluminación divina, aunque otros le insultaban por sus extravagancias
e incluso llegaban a castigarle físicamente.
En cierta ocasión se acercó a él un hombre enfermo de glaucoma.
Cristo había curado la ceguera empleando saliva y arcilla, y Simeón
trató de curarlo untándole con mostaza los ojos: el enfermo sintió una
gran quemadura y su enfermedad se agravó. Simeón logró curarle
finalmente cuando le explicó que lo que debía era arrepentirse de sus
pecados y enmendar su vida.
Simeón murió hacia el año 570
y fue enterrado en la fosa común destinada a mendigos y extranjeros.
Mientras se transportaba su cuerpo, varias personas escucharon cánticos
sobrenaturales. 3
Bibliografía
La vida de Simeón el Loco fue escrita por Leoncio, obispo de Neápolis (actual Limassol, Chipre), quien estableció un paralelismo entre la vida de Simeón y la de Cristo, modelo que el santo quería imitar a su manera. 5 En español existe una traducción debida a José Simón Palmer, incluida en el volumen Historias bizantinas de locura y santidad, Ediciones Siruela, 2001.
Festividad
Según el santoral católico san Simeón se celebra el 1 de julio; según el calendario litúrgico bizantino, el 21 de julio. 6
Notas
- ↑ King of Peace Episcopal Church
- ↑ Puppeteers UK
- ↑ a b c d Saint Nicholas Orthodox Church, Billings
- ↑ Symeon the Holy Fool: Leontius's Life and the Late Antique City
- ↑ University of California Press eScholarship Editions
- ↑ Studium Biblicum Franciscanum - Jerusalem
Hay
un tema que no es suficientemente resaltado en los estudios teológicos
desde los tiempos modernos : su epistemología, su modo particular de
razonamiento. Superada la tonalidad apologética (defensiva, muchas de
las veces) del género, el lenguaje teológico terminó por formularse en
la modernidad como si todo su público fuese creyente. Se dejó de lado el
aspecto propiamente evangelizador del discurso teológico. En otras
palabras, se obvió la misión de propagar la fe. Se produjo así el
divorcio entre un lenguaje “pastoral” y un lenguaje “científico” que
cayó en la tentación del resto de discursos especializados: se comunicó
sólo para una élite ilustrada.
Sucede
con este tipo de discursos científicos -dentro del que hay que colocar a
buena parte del discurso teológico especializado- lo que con el traje
del emperador del cuento de Hans Christian Andersen. Un par de truhanes
deciden estafar al emperador haciéndose pasar por sastres que le
tejerían una vestimenta tan sutil que sólo los tontos y los necios no
podrían verla. En realidad no existía tal vestimenta. Todos sin embargo
temen ser vistos como estúpidos, así que fingen ver al rey vestido con
una indumentaria espectacular. El cuento concluye con un niño que con la
audacia de la inocencia, se burla del emperador diciendo ¡el emperador está desnudo, el emperador está desnudo!
Pues
bien, a veces creo que los que vivimos en mundos de interpretaciones,
tendemos a reproducir estas actitudes en las cuales en lugar de
atenernos a la simplicidad desnuda de las cosas, acabamos por hacer como
si los discursos tuviesen una existencia en sí mismos, y les rendimos
pleitesía. Terminan por irse de nuestras manos, y nosotros a la larga,
nos escapamos de la realidad, de nuestra vida encarnada. Tarde o
temprano, algo en nuestra vida (un modo de razonamiento que escapa de
las trampas de esa razón instrumental?) nos devuelve a la verdad y a
reconocer que en realidad no hay gran cosa, que la realidad está desnuda y que hay que despojarnos de aquellos discursos que no nos dejan percibirla convenientemente.
El niño del cuento de
Andersen me hace pensar en la irrupción de la verdad que puede ser
desvelada por aquellos que están por encima (o antes ) de toda
elaboración racionalista. Esta es una veta que bien podría ayudar a la
reflexión interdisciplinaria, con una teología más cercana de los hechos
del mundo (algo de eso hizo teología de la liberación hace algunos
años, aun cuando demasiado atada a sus parámetros sociológicos). El modo
en el que la razón piensa y postula la fe debe ser un tema central para
poder tender puentes en la cultura postmoderna.
De
hecho tenemos antecedentes que podrían ayudarnos a andar por este
camino. San Pablo insiste en que la sabiduría traída por la cruz, es
considerada una necedad para los griegos. La polaridad sabiduría de los hombres – sabiduría divina parece
mostrarse irreductible. Simeón de Emesa (522-590), es uno de aquellos
que llevó al extremo esta sabiduría “divina”. Tanto así que hoy lo
recordamos como San Simeón el loco.
En
realidad Simeón de loco, no tenía nada. Decidió vivir en total
confrontación con todos los sistemas de poder: cognoscitivo, social,
político, económico. Su fin era desenmascarar la mentira que se ocultaba
detrás de los discursos de los poderosos o de los miembros de la
jerarquía religiosa. A medio camino entre el escándalo y el profetismo,
Simeón irrumpía en las liturgias arrojando nueces a las damas
encopetadas y devotas. Otras veces en el ágora, hacía en público sus
necesidades. En Semana Santa se empachaba de comida, y el domingo se
paseaba con un collar hecho de salchichas, usándolo como si fuese un
rosario. Y a pesar (¿o gracias?) a esto terminó siendo santo.
La locura de Simeón fue entendida como una vox dei
hablando desde la denuncia de toda hipocresía, falsedad y enredo que
subyacen en todo individuo o sistemas de representación (social,
política, económica) que pretenden arrogarse la verdad como si ésta
fuese un dogma a ser impuesto, cayendo así en la tentación farisaica que
Jesús tanto había combatido. En un reciente estudio, Polymina
Athanassiadi propone que es contra el dogmatismo del “pensamiento único”
que un “loco” como San Simeón de Emesa sale a la escena pública para
recordarnos el auténtico sentido de las cosas, que reside en aceptar la
pluralidad y la verdad de las cosas humanas como en constante
movimiento.
Simeón
el loco no es el único en la historia de la espiritualidad. En el
desierto se dieron muchos otros casos de estos personajes en el mejor de
los casos excéntricos, que terminaron por ser el modelo de aquello que
San Ignacio de Loyola preconizará en sus ejercicios espirituales como el
llamado a ser tenidos por “locos por Cristo”. Años después, Jean-Joseph
Surin, un jesuita místico francés del siglo XVII pasará alrededor de
veinte años encerrado por una supuesta enfermedad mental. Luego
interpretará esta experiencia como habiendo sido fundacional en su
percepción espiritual.
La
pregunta que me suscita este escenario es la siguiente: para entender
el discurso de Cristo ¿es posible hacerlo del mismo modo en que nos
acercamos “racionalmente” a la realidad? ¿o el discurso de la fe
(si es posible llamarlo así) requiere más bien de una brecha que
atraviese (o quiebre) dicha racionalidad? Si es así, ¿cómo y cuál es la
forma de esta brecha? Y…¿cómo la atravesamos o experimentamos?
Creer
hoy en día, ya no es lo mismo de lo que era hasta hace algunos años.
Hoy, más que ayer, stamos llamados a dar razón de la fe, aunque de modos
diferentes. La razón teológica debería ser capaz de recuperar aquel
espíritu perturbador del género profético que en la historia de la
espiritualidad, los simples y sencillos de corazón pudieron enarbolar al
punto de pasar por ingenuos o por locos. A través de sus gestos,
vituperios y aparentes desvaríos, nos indican que su brecha no es sino
ese camino estrecho, contracultural y no precisamente lineal que la
propuesta de la fe cristiana alberga en su sentido original y que nos
conduce siempre a la vida misma, no a las ideas que nos hacemos de ella.
Es
posible que la teología, en su afán por ser convincente para la
racionalidad del mundo moderno, acabara por desertar de la fuerza
perturbadora de sus orígenes. Rescatar del olvido personajes como San
Simeón el Loco, puede ser también un modo de recuperar la naturaleza
subversiva del mensaje cristiano, y entender mejor el tipo de
conocimiento que subyace a una fe que muchas veces nos impulsa, como en
el cuento de Andersen, a desvelar cual mismísima vox dei, toda
falsedad e hipocresía o espejismo alucinador. A fin de cuentas, la fe
cristiana y la “verdad” griega tienen algo en común: ambas nos insisten
en que el destino humano es encarar la realidad para desvelarla
paulatinamente, hasta reencontrarnos en el fondo de su ser, con nuestra
original desnudez.
Martirologio Romano <En
Emesa, ciudad de Siria, san Simeón, llamado “Salos”, que, impulsado
por el Espíritu Santo, por amor a Cristo anheló ser tenido por los
hombres como un tonto y un plebeyo. Conmemoración también de san Juan,
ermitaño, que convivió durante casi treinta años con san Simeón,
peregrinando con él y haciendo también a su lado vida eremítica junto
al Mar Muerto.
Reza
el refrán castellano que "cada maestrillo tiene su librillo"
refiriéndose a los modos diversísimos de enseñar a los demás lo que cada
uno sabe. Luego, la ciencia pedagógica se encarga de proponer a los
pedagogos la mejor manera de transmitir el saber en cada una de las
materias, dictando normas y diciendo lo que se puede y lo que no se
puede hacer para conseguir que los alumnos aprendan más y los maestros
desperdicien menos su energía y su tiempo. Incluso se necesitan títulos,
diplomas, cursos bien aprovechados, conocimientos de técnicas para
programar, concretar objetivos, distribuir por tiempos y evaluar los
resultados para llegar a ser un excelente maestro e incluso conseguir un
puesto de trabajo. Así hemos complicado las cosas hoy. Simeón, como
vamos a ver, rompió los esquemas de la pedagogía de todos los tiempos.
Se le cataloga como anacoreta y lo que cabe esperarse de tal sujeto es
el retiro en el desierto, la vida de oración y la ascesis de la
penitencia, con todo ello, el solitario da testimonio y buen ejemplo que
estimula al resto de los mortales creyentes a ser menos egoísta, más
piadoso y también mejor dispuesto a hacer el bien al prójimo con quien
convive. De esta manera vivió treinta años Simeón, pero se salió de
anacoreta y se convirtió voluntariamente en Loco.
Nació
en Emesa el año 522. A los treinta años se fue a la parte del desierto
donde el abad Nicon tenía sus dominios, ayudando a sus monjes en la
entrega y recordándoles los compromisos adquiridos. Pasados treinta años
de soledad, oración y penitencia decide dejar el retiro para
convertirse en su pueblo en el estrafalario loco que entre risas,
chanzas, lloros, brincos, gritos, gracias, amenazas, consejos, chistes,
conducta de lunático y actitudes de escándalo para los buenos, acaba
siendo la conciencia moral del pueblo. Y es que Simeón no quiso ser un
santo de cliché, ni de esquema. Ni siquiera quiso enseñar el Evangelio
como mandan los cánones, tuvo su estilo y, poniéndolo en práctica,
consiguió, siendo Loco, hablar del Reino. No es la leyenda, la
imaginación o la fábula la que nos presenta su imagen, es un personaje
bien definido en la época, en la geografía y en el modo razonado de
actuar del modo menos razonable que se pueda pensar, veinte años después
de muerto, el obispo de Chipre, Leoncio, escribió su vida y milagros
bien probados que le contó el diácono Juan, de Emesa, entre Damasco y
Antioquía, que supo ver con los años la santidad de este Simeón Salos
-así dice loco en sirio- que se propuso jugar con el mundo y reírse de
él.
Comenzó su hazaña en la
Edesa que le vió nacer en otro tiempo, arrastrando a un perro muerto que
encontró en el basurero próximo, atándole una pata al ceñidor de
esparto de su hábito, corriendo y gritando por el pueblo y llevando tras
de sí una bulliciosa nube de chiquillos que gritaban al unísono entre
risas y burlas persiguiendo al monje que se comportaba de tal guisa y
que extrañó tanto a los serios del pueblo. El primer domingo no hace
otra cosa que tirar nueces a las velas del altar con el acierto de
apagarlas, y cuando se indignaron el presbítero y sus feligreses, se
subió al púlpito y tiró las que le quedaban a las mujeres piadosas del
templo. Volcó las mesas de los vendedores de bollos y repostería para la
ofrenda del culto, consiguiendo una buena paliza. Contratado para
vender verduras por un tabernero, repartió entre los pobres la mercancía
y dijo al de los vinos que "le había encargado a Dios le guardara su
dinero", reñía entre seriedad y risas a los borrachos diciéndoles que
arruinaban su vida, mientras él bebía un vaso de buen vino, los clientes
ríen sus ocurrencias y se preocupan con sus ridículas máximas de
chiflado por lo que el negocio no le disminuye al tabernero, pensando
los dueños que quizá no estuviera tan loco el Loco abad, decidió Simeón
inventar otra locura que le evitara una posible racha buena . Como dijeron que no probaba bocado en
la Cuaresma, apareció a la salida de la Iglesia un Jueves Santo
devorando -que no comiendo- medio cordero. Busca ocasiones de infamia,
aceptando la calumnia de una criada joven embarazada de ser el padre de
lo que lleva en su seno, a la hora del parto confesó la pobrecilla a
su señora la mentira, descubriendo la estrategia del Loco que la cuidó
con esmero todo el tiempo del embarazo, como si verdad hubiera sido su
aserto.
¿Por qué el santo
decidió ser Salos dejando de ser cuerdo? Cuando era anacoreta, se
acostumbró a la pobreza, no le costaba ser casto, le importaba poco la
soledad, no le escocía la falta de sueño, el trabajo era normal, comer
yerbas cocidas no tenía más interés, el calor, el frío y la penitencia
dura no le metían en el lecho. Todo era poco por Cristo, Él merecía más
de eso. Pero la soberbia, el amor propio, el orgullo, la fama era otro
cuento, que le dijeran "santo" le daba gozo y que le llamaran
"penitente observante" le traía consuelo, sí, de novicio, de profeso,
de asceta consagrado... siempre tenía serpeando la soberbia enredada en
su cuerpo. Amando a Dios tanto, pensó que era preciso reírse de sí,
del mundo y llegar al desprecio. La locura era buen recurso para
limpiar el desierto del orgullo que bajo capa de santo se puede
encerrar en el anacoreta de su tiempo, porque parecía intentar batir
récords de hambres y querer superar marcas de penitencias anteriores.
Para hacer el bien, sin peligro de que le llamaran "bueno", la locura
fue el remedio cierto, así podía aparecer como frívolo, malo,
juerguista, pecador, tonto, necio, Loco o Salos que es lo mismo.
Si,
además, a Dios le gustó el trabajo de su bufón risueño, profeta,
taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso que sompía el envaramiento
tieso de los creyentes premiándolo con milagros ¿qué "peros" podremos
ponerle al método pedagógico de Simeón Salos?
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