Doctor de la Iglesia, 30 de julio | |||||||||||||||||||||||
Su vida cambió, según el Liber pontificalis ecclessi ravennatis, del historiador eclesiástico Agnellus (siglo IX) en 433, cuando murió Juan, el metropolitano (arzobispo) de Rávena, y el pueblo y el clero de la ciudad imperial (Rávena era la residencia del emperador de Occidente, Valentiniano III y de su madre, Gala Placidia), pidieron a Cornelio de Imola que encabezara una delegación ante el papa Sixto III para que este confirmara al candidato elegido. La noche anterior a la llegada de Pedro y Cornelio a Roma el Papa había tenido un sueño en el que los santos Pedro y Apolinar (primeros obispos de Roma y Rávena, respectivamente) le pidieron que no confirmara al obispo electo. Sixto III nombró entonces al joven acompañante de Cornelio como nuevo arzobispo, lo ordenó y consagró. El trasfondo de esta leyenda hay que buscarlo en las relaciones personales del joven Pedro -estimado por Valentiniano III, confidente de Gala Placidia y amigo del futuro papa León I Magno- y de la precaria situación de la diócesis de Rávena, que necesitaba un pastor capaz y de confianza para que pusiera freno a las disputas doctrinales, a la superstición y a las malas costumbres. Fue recibido con indiferencia por el pueblo y con recelo por el clero de su diócesis. Pero esta situación cambió al poco tiempo, en la que Pedro comenzó a ser conocido por su vida recta, su clara doctrina y su fidelidad al Papa y a la Iglesia. De hecho, su fama superó rápidamente los límites de su diócesis y comienza a ser conocido en todo el orbe cristiano con el apelativo de Crisólogo (de la misma manera como en Oriente se conocía a Juan Crisóstomo (que significa 'Boca de Oro'), y sus sermones y epístolas comenzaron a difundirse por todo el Imperio. Se le atribuyen 725 sermones, algunos de ellos de autenticidad discutible, aunque en los dos últimos siglos se han descubierto otros inéditos o perdidos. La mayor parte tienen contenido apologético y moral; esta cuestión es curiosa, ya que el santo vivió inmerso en las querellas cristológicas, y sólo algunos de sus textos tratan el tema de la Encarnación del Verbo, en los que presenta la postura ortodoxa y refuta las diversas herejías de la época: el arrianismo, el nestorianismo y el monofisismo. Se sabe que Eutiques, en sus primeros enfrentamientos con el Patriarcado de Constantinopla (499), consultó a Pedro Crisólogo, y su respuesta ortodoxa se encuentra en el epistolario de León I Magno. El grupo más importante de sermones está orientado a la formación de los catecúmenos, antes de recibir el Bautismo: así, siete de ellos son explicaciones del Símbolo (Sermones 56-62) y otros tantos son comentarios de la oración dominical (Sermones 77-82). El resto son homilías breves para el comentario de la Sagradas Escrituras leídas durante los oficios litúrgicos, con contenido fundamentalmente moral. Murió en su ciudad natal, en Imola, cercana a Rávena, en 450, y su fama de santidad se fijó al poco tiempo, siendo reconocidas sus virtudes por el propio papa León I. Obras editadas en español
Bibliografía
Enlaces externos
San Pedro Crisólogo
(400-450)Crisólogo: "orador áureo, excelente". Fiesta: 30 de julio Arzobispo de Ravenna, Italia. Doctor de la Iglesia Famoso por su prédica ungida. Nació alrededor del año 380 en Imola, en la Emilia, y entró a formar parte del clero de aquella población. El año 424 fue elegido obispo de Ravena, e instruyó a su grey, de la que era pastor celosísimo, con abundantes sermones y escritos. Murió hacia el año 450. Ver sus sermones:Misterio de la Encarnación Se tu mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios #108Dichosos los que trabajan por la paz El Verbo, sabiduría de Dios, se hizo hombre #117El amor desea ver a Dios #147 Vida de San Pedro Crisólogo
SAN PEDRO nació en Imola, en la Emilia oriental. Estudió
las ciencias sagradas, y recibió el diaconado de manos de Cornelio,
obispo de Imola, de quien habla con la mayor veneración y gratitud. Cornelio formó a Pedro en la virtud desde sus primeros años y le hizo comprender que en el dominio de las pasiones y de sí mismo residía la verdadera grandeza y que era éste el único medio de alcanzar el espíritu de Cristo.
Elegido Obispo de Ravena - 433 AD.
Según la leyenda, San Pedro Crisólog fue elevado a la dignidad episcopal de la manera siguiente: Juan, el arzobispo de Ravena, murió hacia el año 433. El clero y el pueblo de la ciudad eligieron a su sucesor y pidieron a Cornelio de Imola que encabezase la embajada que iba a Roma a pedir al Papa San Sixto III que confirmase la elección. Cornelio llevó consigo a su diácono Pedro. Según se cuenta, el Papa había tenido la noche anterior una visión de San Pedro y San Apolinar (primer obispo de Ravena, que había muerto por la fe), quienes le ordenaron que no confirmase la elección. Así pues, Sixto III propuso para el cargo a San Pedro Crisólogo, siguiendo las instrucciones del cielo. Los embajadores acabaron por doblegarse. El nuevo obispo recibió la consagración y se trasladó a Ravena, donde el pueblo le recibió con cierta frialdad. Es muy poco probable que San Pedro haya sido elegido en esta forma ya que el emperador Valentiniano III y su madre, Gala Placidia, residían entonces en Ravena y San Pedro gozaba de su estima y confianza, así como de las del sucesor de Sixto III, San León Magno.
Cuando San Pedro llegó a Ravena, aún había muchos paganos en su diócesis y abundaban los abusos entre los fieles. El celo infatigable del santo consiguió extirpar el paganismo y corregir los abusos. Se
distinguió por la inmensa caridad e incansable vigilancia con que
atendió a su grey, exponiéndoles con suma claridad doctrinal la palabra
de Dios. Escuchaba con igual condescendencia y caridad tanto a los humildes como a los poderosos.
En
la ciudad de Clasis, que era entonces el puerto de Ravena, San Pedro
construyó un bautisterio y una iglesia dedicada a San Andrés.
Sermones
En el siglo IX, se escribió una biografía de San Pedro que da muy pocos datos sobre él. Alban Butler llenó esa laguna con citas de los sermones del santo. Se conservan 176 homilías de estilo popular y muy expresivas. Son todas muy cortas, pues temía fatigar a sus oyentes. Explican el Evangelio, el Credo, el Padre Nuestro y citas de santos para imitación y exaltación de las virtudes del verdadero cristiano. En una homilía define al avaro como "esclavo del dinero", mientras que para el misericordioso el dinero es "siervo".
Sus sermones, al lector moderno, no le parecerán modelos de elocuencia. Pero la vehemencia y la emoción con que predicaba a veces le impedía seguir hablando. Aunque
el estilo oratorio de San Pedro no sea perfecto si es, según Butler
"exacto, sencillo y natural". Una vez mas se demuestra que la capacidad
persuasiva de los santos no depende de elocuencia natural sino en la
fuerza del Espíritu Santo que toca, por medio de ellos, a los
corazones.
San
Pablo: "Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi
palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos
de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del
poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino
en el poder de Dios." (I Corintios 2:3-5)
San
Pedro predicó en favor de la comunión frecuente y exhortó a los
cristianos a convertir la Eucaristía en su alimento cotidiano. Sus sermones le valieron el apelativo "crisólogo" (hombres de palabras de oro") y movieron a Benedicto XIII a declarar al santo doctor de la Iglesia, en 1729.
Sumisión a la fe
Eutiques, archimandrita de un monasterio de Constantinopla escribió una circular a los prelados más influyentes, entre ellos a San Pedro Crisólogo. Les hacía una apología sobre la doctrina monofisita (una sola naturaleza en Cristo) en la víspera del Concilio de Calcedonia. Pedro le contestó que había leído su carta con la pena más profunda, porque así como la pacífica unión de la Iglesia alegra a los cielos, así las divisiones los entristecen. Y añade que, por inexplicable que sea el misterio de la Encarnación, nos ha sido revelado por Dios y debemos creerlo con sencillez. Exhorta a Eutiques a dirigirse al Papa León, puesto que "en el interés de la paz y de la fe no podemos discutir sobre cuestiones relativas a la fe sin el consentimiento del obispo de Roma". Eutiques fue condenado por San Flavio el año 448.
Final de su vidaEse
mismo año, San Pedro Crisólogo recibió con grandes honores en Ravena a
San Germán de Auxerre; el 31 de julio, ofició en los funerales del santo
francés, y conservó como reliquias su capucha y su camisa de pelo. San Pedro Crisólogo no sobrevivió largo tiempo a San Germán. Habiendo
tenido una revelación sobre su muerte próxima, volvió a su ciudad natal
de Imola, donde regaló a la Iglesia de San Casiano varios cálices
preciosos. Después de aconsejar
que se procediese con diligencia a elegir a su sucesor, murió en Imola,
el 31 de julio del 451 (otras fuentes: el 3 de diciembre del 450), y fue
sepultado en la iglesia de San Casiano.
San Pedro Crisólogo, ruega por nosotros para que, como tú, amemos la verdad y la demos a conocer.
San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la Iglesia
fecha: 30 de julio
fecha en el calendario anterior: 4 de diciembre n.: c. 380 - †: c. 450 - país: Italia canonización: pre-congregación
San
Pedro, «Crisólogo» de sobrenombre, obispo de Rávena y doctor de la
Iglesia, que, habiendo recibido el nombre del santo apóstol , desempeñó
su ministerio tan perfectamente que consiguió captar a multitudes en la
red de su celestial doctrina y las sació con la dulzura de su palabra.
Su tránsito tuvo lugar el día treinta y uno de este mes en Imola, en la
región de Emilia Romagna.
patronazgo: protector contra la fiebre y la rabia.
refieren a este santo: San Apolinar de Rávena
oración:
Señor
Dios, que hiciste de tu obispo san Pedro Crisólogo un insigne
predicador de la Palabra encarnada, concédenos, por su intercesión,
guardar y meditar en nuestros corazones los misterios de la salvación y
vivirlos en la práctica con fidelidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
La vida de Pedro, arzobispo de Rávena, llamado «Crisólogo» (es decir: de palabra áurea, de excelente predicación) desde el siglo IX, es mal conocida. De él habla el Liber Pontificalis y una biografía poco de fiar, obra de Agnello de Ravena (siglo IX). Por estas fuentes y por lo que de su obra se deduce, sabemos que Pedro nació en Imola hacia el 380, fue nombrado metropolita de Rávena entre el 425 y el 429 (ciertamente, antes del 431, fecha de una carta que le escribe Teodoreto), estuvo presente el 445 al fallecimiento de san Germán de Auxerre y tres o cuatro años después escribió a Eutiques, presbítero de Constantinopla, que había recurrido a él después de su condenación por obra de Flaviano, invitándolo a someterse a las decisiones de León, obispo de Roma, «quoniam beatus Petrus, qui in propia sede et vivit et praesidet, praestat quarentibus fidei vertiatem» (Ep ad Eutychen: PL 54,743: «Porque el bienaventurado Pedro, que en su sede vive y preside, otorga la verdad de la fe a los que buscan.»). Falleció entre el 449 y el 458 (fecha de una carta de León a su sucesor Neón), probablemente, el 3 de diciembre del 450, quizás en Imola [aunque en al actualidad se tiende a considerar como fecha más probable el 31 de julio]. Gracias a las pacientes investigaciones de A. Olivar, hoy es posible conocer con exactitud la producción auténtica de Pedro Crisólogo, que comprende una carta (ya mencionada), 168 sermones de la Collectio Feliciana (siglo VIII) y 15 «extravagantes» (escritos no clasificados). Otros escritos, como el célebre Rollo de Rávena, colección de oraciones de preparación a la Navidad (s. VII), no pueden ser tenidos por auténticos. Los sermones, a los que Pedro debe su celebridad, se distinguen por la esmerada preparación de un orador dotado de una cultura discreta y por el calor humano y el fervor divino de un santo varón. La condición peculiar de Rávena, sede de la corte imperial y ciudad marinera, explica la frecuencia de ejemplos tomados de la vida de la corte y de la vida militar y marinera, aunque no faltan ejemplos de la vida rural. «Entre los escritores del siglo V, pocos superan a Pedro Crisólogo en elegancia», en sus sermones nos ha legado «páginas de genuina elocuencia, enérgica y eficaz» (Moricca). El contenido de los sermones es variado, muchos son homilías sobre textos evangélicos, otros, sobre San Pablo, los Salmos, el símbolo bautismal, el padrenuestro o en conmemoración de santos y exhortaciones a la penitencia. Pedro Crisólogo, comentando la Biblia o exponiendo los temas que le sugerían las celebraciones litúrgicas, documenta ampliamente las inquietudes teológicas de su época. Su predicación, en efecto, no refleja sólo la doctrina latina sobre la encarnación como se profesaba entre Éfeso y Calcedonia, sino que es, asimismo, testimonio de la postura católica en las cuestiones sobre la gracia y la vida cristiana. Cuando reconoce claramente el primado del obispo de Roma (además de la carta a Eutiques, cf Serm 78), Pedro es, sin duda, portavoz del sentir común de los obispos de Italia. Su considerable actividad como predicador nos ha legado una documentación inestimable sobre la liturgia de Rávena y sobre la cultura de esa ciudad, etapa obligada entre Roma y el norte de Italia. Ningún obispo de su tiempo nos ha facilitado un cuadro tan completo de la celebración del año litúrgico. Por su actitud contra la resistencia que aún oponía el paganismo en su agonía y por su polémica contra la comunidad judia de su ciudad, Pedro Crisólogo representa la actitud pastoral del episcopado de la Iglesia imperial de su tiempo. Fue declarado Doctro de la Iglesia por SS. Benedicto XIII en 1729. Artículo, con muy pocos cambios, tomado del tomo III del Curso de Patrología de Quasten-Di Berardino, BAC, 1981, pág 701-2; ver amplia bibliografía allí mismo. En el Oficio de Lecturas, a lo largo del año, se utilizan muchos textos del santo, sirvan estos tres como muestra de su pensamiento y estilo: Martes de la IV de Pascua, Sábado, XXIX semana del Tiempo Ordinario, en la celebración de su memoria. De los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo (Sermón 160: PI, 52, 620-622).
El que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros
Aunque en el mismo misterio del nacimiento
del Señor se dieron insignes testimonios de su divinidad, sin embargo,
la solemnidad que celebramos manifiesta y revela de diversas formas
que Dios ha asumido un cuerpo humano, para que nuestra inteligencia,
ofuscada por tantas obscuridades, no pierda por su ignorancia lo que
por gracia ha merecido recibir y poseer.
Pues el que por nosotros quiso nacer no
quiso ser ignorado por nosotros; y por esto se manifestó de tal forma
que el gran misterio de su bondad no fuera ocasión de un gran error.
Hoy el mago encuentra llorando en la cuna
a aquel que, resplandeciente, buscaba en las estrellas. Hoy el mago
contempla claramente entre pañales a aquel que, encubierto, buscaba
pacientemente en los astros.
Hoy él mago discierne con profundo asombro
lo que allí contempla: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo;
el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado
en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y
no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios,
el oto para el Rey, y la mirra para el que morirá.
Hoy el gentil, que era el último, ha pasado
a ser el primero, pues entonces la fe de los magos consagró la creencia
de las naciones.
Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán
para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha
venido para esto: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo. Hoy el siervo recibe al Señor, el hombre a Dios, Juan a Cristo;
el que no puede dar el perdón recibe a quien se lo concederá.
Hoy, como afirma el profeta, la voz del
Señor sobre las aguas. ¿Qué voz? Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las
aguas en forma de paloma, para que, así como la paloma de Noé anunció
el fin del diluvio, de la misma forma ésta fuera signo de que ha terminado
el perpetuo naufragio del mundo. Pero a diferencia de aquélla, que sólo
llevaba un ramo de olivo caduco,, ésta derramará la enjundia completa
del nuevo crisma -en la cabeza del Autor de la nueva progenie, para
que se cumpliera aquello que predijo el profeta: Por eso el Señor, tu
Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.
Hoy Cristo, al convertir el agua en vino,
comienza los signos celestes. Pero el agua había de convertirse en el
misterio de la sangre, para que Cristo ofreciese a los que tienen sed
la pura bebída del vaso de su cuerpo, y se cumpliese lo que dice el
profeta: Y mí copa rebosa.
Oración, ayuno y misericordia son inseparablesDe los sermones de San Pedro Crisólogo, obispo y Padre de la Iglesia.
(Sermón 43: PL 52, 320. 322) Ver también: ayuno
La oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe
Tres
son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la
devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son:
la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el
ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno
constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.
El
ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la
vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse.
Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los
otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna,
que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al
suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra
los suyos al que le súplica.
Que
el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al
hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se
compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca;
que responda quien desea que Dios le responda a é1. Es un indigno
suplicante quien pide para si lo que niega a otro.
Díctate
a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la
cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo.
Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de
ti.
En
consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un
único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una
única y triple petición.
Recobremos
con ayunos lo que perdimos por el desprecio; inmolemos nuestras almas
con ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de
acuerdo con lo que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Hombre,
ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno, para que sea una
hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa para
ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios no tendrá excusa, porque no
hay nadie que no se posea a si mismo para darse.
Mas,
para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la
misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el
ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es
la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno.
Por más que perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los
vicios y siembre las virtudes, como no produzca caudales de
misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno.
Tú
que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu
misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu
granero. Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de
repartir; al dar al pobre, te haces limosna a ti mismo: porque lo que
dejes de dar a otro no lo tendrás tampoco para ti.
-Del Oficio de Lectura, Martes III de Cuaresma.
SAN PEDRO CRISÓLOGO
(405 - 450) VIDA
Nació en Imola, en Emilia.
El mismo nos dice que su padre había llegado a ser Obispo de esa ciudad (Sermón
l65). Bautizado e instruido en la religión cristiana desde muy joven,
pronto se ordenó de diácono. Bajo el pontificado de Sixto lll, entre 432 y 440,
fue nombrado obispo de Revena. Como si hubiera sido designado por el propio
apóstol Pedro, pues el Papa lo escogió en lugar del candidato que le presentaba
el pueblo.
Rápidamente conocio del mundo católico por
sus virtudes, su ciencia y su elocuencia, fue consultado por el heresiarca
Eutiques cuando sus primeras disputas con el arzobispo de Constantinopla (449).
Su respuesta, conservada en la colección de las cartas de San León, está enla
línea de política de este gran Papa, puesto que declara que el juicio
definitivo, tanto en materia doctrinal como disciplinaria, le corresponde al
Romano Pontífice, porque “en su persona es siempre el Apóstol Pedro quien
sebrevive y preside para ofrecer la Verdad de la Fe a cuantos la busquen”.
De los 725 sermones que se le atribuyen,
varios son de una autenticidad discutible, y por el contratrio se les podrían
agregar otros inéditos o perdidos. Sólo algunos tienen un contenido dogmático,
y tratan sobre de la Encarnación, refutando las herejías corrientes sobre esta
materia: arrianismo, nestorianismo, eutiquismo. Siete son explicaciones del
Símbolo (Sermones 56-62). Y siete son comentarios de la oración
dominical (77-82), destinados verosímilmente a los catecúmenos para la víspera
del baautismo. Los otros discursos, de ordinario muy breves, son homilías, cuyo
tema está sacado de textos escriturarios leídos durante los oficios litúrgicos:
son ante todo exhortaciones morales que de paso propercionan una descripción de
las costumbres cristianas en la primera mitad del siglo V, recriminando su
grosera depraavación. Una de sus sentencias se ha hecho célebre: “El que quiera
holgarse con el diablo no podrá regocijarse con Cristo”.
Un día que predicaba él sobre el episodio
evangélico de la hemorroísa, habló con tal vehemencia que pronto le faltó la
voz. El auditorio se conmovió por ello de tan manera que estalló en sollozos,
clamores y suplicaciones que reemplazaron la palabra del orador. El Santo dio
gracias a Dios de que su desfallecimiento hubiese dado lugar a un ímpetu de
arrepentimiento y de caridad.
La tradición que le ha puesto el nombre de “Crisólogo”
---palabra de oro--- lo hace así un émulo de San Juan “Crisóstomo”
----boca de oro----. No tiene sin embargo la misma envergadura que el Patriarca
de Constantinopla, al menos en el dominio de la teología. Fue proclamado Doctor
de la Igleisa por el Papa Benedicto Xlll en l729.
A mediados del siglo V, el Imperio Romano de Occidente se hallaba ya en franca decadencia. En Rávena, su capital, la tercera parte de los habitantes profesaban aún el paganismo o la religión judía; el resto eran cristianos, aunque no faltaban entre ellos los que habían sido engañados por las herejías nestoriana y monofisita, que entonces se hallaban en auge. En estas circunstancias, San Pedro Crisólogo fue consagrado Arzobispo de Rávena, bajo el pontificado de Sixto lIl (en torno al año 430). Había nacido en la actual Imola (Italia) hacia el año 380. Pocos datos más se conservan de su vida: en el 445 asistió a la muerte de San Germano de Auxerre y, tres o cuatro años después, escribió a Eutiques, presbítero de Constantinopla, que negaba que Cristo fuera perfecto hombre (que tuviera una naturaleza humana completa), invitándole a que se sometiera a las decisiones del Romano Pontífice. Murió en su ciudad natal, probablemente el 3 de diciembre del año 450. Actualmente se consideran como obras auténticas, además de la carta a Eutiques, una colección de más de ciento ochenta sermones. Este elevado número testimonia la intensa labor pastoral del Crisólogo (apelativo que significa «palabra de oro», con el que es conocido). La mayor parte se centran en la explicación de los textos de la Sagrada Escritura leídos durante la Misa; otros—en número muy inferior—son directamente dogmáticos, y se refieren sobre todo a la Encarnación, a la gracia, a la vida cristiana y al reconocimiento del primado del Papa. Un tercer grupo recoge su predicación a los catecúmenos que se preparaban para ser bautizados, con explicaciones del Credo y del Padrenuestro.
LOARTE
* * * * *
SAN
PEDRO CRISÓLOGO fue obispo de Rávena y murió hacia el 450; se conservan muchos sermones
suyos. ARNOBIO EL JOVEN murió después del 451, y vivía en Roma desde que
escapó de la invasión de los vándalos en África, donde tal vez había sido
monje; fue semipelagiano y discrepó de las doctrinas de San Agustín. SAN
QUODVULTDEUS, obispo de Cartago, desterrado por los vándalos, murió en Campania
hacia el 453.
La oración dominical
(Sermón 67) Hermanos queridísimos, habéis oído el objeto de la fe; escuchad ahora la oración dominical. Cristo nos enseñó a rezar brevemente, porque desea concedernos enseguida lo que pedimos. ¿Qué no dará a quien le ruega, si se nos ha dado Él mismo sin ser pedido? ¿Cómo vacilará en responder, si se ha adelantado a nuestros deseos al enseñarnos esta plegaria? Lo que hoy vais a oír causa estupor a los ángeles, admiración al cielo y turbación a la tierra. Supera tanto las fuerzas humanas, que no me atrevo a decirlo. Y, sin embargo, no puedo callarme. Que Dios os conceda escucharlo y a mí exponerlo. ¿Qué es más asombroso, que Dios se dé a la tierra o que nos dé el cielo?, ¿que se una a nuestra carne o que nos introduzca en la comunión de su divinidad?, ¿que asuma Él la muerte o que a nosotros nos llame de la muerte?, ¿que nazca en forma de siervo o que nos engendre en calidad de hijos suyos?, ¿que adopte nuestra pobreza o que nos haga herederos suyos, coherederos de su único Hijo? Sí, lo que causa más maravilla es ver la tierra convertida en cielo, el hombre transformado por la divinidad, el siervo con derecho a la herencia de su señor. Y, sin embargo, esto es precisamente lo que sucede. Mas como el tema de hoy no se refiere al que enseña sino a quien manda, pasemos al argumento que debemos tratar. Sienta el corazón que Dios es Padre, lo confiese la lengua, proclámelo el espíritu y todo nuestro ser responda a la gracia sin ningún temor, porque quien se ha mudado de Juez en Padre desea ser amado y no temido. Padre nuestro, que estás en los cielos. Cuando digas esto no pienses que Dios no se encuentra en la tierra ni en algún lugar determinado; medita más bien que eres de estirpe celeste, que tienes un Padre en el cielo y, viviendo santamente, corresponde a un Padre tan santo. Demuestra que eres hijo de Dios, que no se mancha de vicios humanos, sino que resplandece con las virtudes divinas. Sea santificado tu nombre. Si somos de tal estirpe, llevamos también su nombre. Por tanto, este nombre que en sí mismo y por sí mismo ya es santo, debe ser santificado en nosotros. El nombre de Dios es honrado o blasfemado según sean nuestras acciones, pues escribe el Apóstol: es blasfemado el nombre de Dios por vuestra causa entre las naciones (Rm 2, 24). Venga tu reino. ¿Es que acaso no reina? Aquí pedimos que, reinando siempre de su parte, reine en nosotros de modo que podamos reinar en Él. Hasta ahora ha imperado el diablo, el pecado, la muerte, y la mortalidad fue esclava durante largo tiempo. Pidamos, pues, que reinando Dios, perezca el demonio, desaparezca el pecado, muera la muerte, sea hecha prisionera la cautividad, y nosotros podamos reinar libres en la vida eterna. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Éste es el reinado de Dios: cuando en el cielo y en la tierra impere la Voluntad divina, cuando sólo el Señor esté en todos los hombres, entonces Dios vive, Dios obra, Dios reina, Dios es todo, para que, como dice el Apóstol, Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor 15, 28). El pan nuestro de cada día, dánosle hoy. Quien se dio a nosotros como Padre, quien nos adoptó por hijos, quien nos hizo herederos, quien nos transmitió su nombre, su dignidad y su reino, nos manda pedir el alimento cotidiano. ¿Qué busca la humana pobreza en el reino de Dios, entre los dones divinos? Un padre tan bueno, tan piadoso, tan generoso, ¿no dará el pan a los hijos si no se lo pedimos? Si así fuera, ¿por qué dice: no os preocupéis por la comida, la bebida o el vestido? Manda pedir lo que no nos debe preocupar, porque como Padre celestial quiere que sus hijos celestiales busquen el pan del cielo. Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo (Jn 6, 41). Él es el pan nacido de la Virgen, fermentado en la carne, confeccionado en la pasión y puesto en los altares para suministrar cada día a los fieles el alimento celestial. Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si tú, hombre, no puedes vivir sin pecado y por eso buscas el perdón, perdona tú siempre; perdona en la medida y cuantas veces quieras ser perdonado. Ya que deseas serlo totalmente, perdona todo y piensa que, perdonando a los demás, a ti mismo te perdonas. Y no nos dejes caer en la tentación. En el mundo la vida misma es una prueba, pues asegura el Señor: es una tentación la vida del hombre (Job 7, I ). Pidamos, pues, que no nos abandone a nuestro arbitrio, sino que en todo momento nos guie con piedad paterna y nos confirme en el sendero de la vida con moderación celestial. Mas Iíbranos del mal. ¿De qué mal? Del diablo, de quien procede todo mal. Pidamos que nos guarde del mal, porque si no, no podremos gozar del bien.
* * * * *
El sacrificio espiritual
(Sermón 108) ¡Oh admirable piedad que, para conceder, ruega que se le pida! Pues hoy el bienaventurado Apóstol, sin pedir cosas humanas sino dispensando las divinas, pide así: os ruego por la misericordia de Dios (Rm 12, 1). El médico, cuando persuade a los enfermos de que tomen austeros remedios, lo hace con ruegos, no con mandatos, sabiendo que es la debilidad y no la voluntad la que rechaza los remedios saludables, siempre que el enfermo los rehuye. Y el padre, no con fuerza sino con amor, induce al hijo al rigor de la disciplina, sabiendo cuán áspera es la disciplina para los sentidos inmaduros. Pues si la enfermedad corporal es guiada con ruegos a la curación, y si el ánimo infantil es conducido a la prudencia con algunas caricias, ¡cuán admirable es que el Apóstol, que en todo momento es médico y padre, suplique de esta manera para levantar las mentes humanas, heridas por las enfermedades carnales, hasta los remedios divinos! Os ruego por la misericordia de Dios. Introduce un nuevo tipo de petición. ¿Por qué no por la virtud?, ¿por qué no por la majestad ni por la gloria de Dios, sino por su misericordia? Porque sólo por ella Pablo se alejó del crimen de perseguidor y alcanzó la dignidad de tan gran apostolado, como él mismo confiesa diciendo: Yo, que antes fui blasfemo, perseguidor y opresor, sin embargo alcancé misericordia de Dios (1 Tim 1, 13). Y de nuevo: verdad es cierta y digna de todo acatamiento que Jesucristo vino a este mundo para salvar a los pecadores, de los cuales el primero soy yo. Mas por eso conseguí misericordia, afin de que Jesucristo mostrase en mí el primero su extremada paciencia, para ejemplo y confianza de los que han de creer en Él, para alcanzar la vida eterna (1 Tim 1, 15-16). Os ruego por la misericordia de Dios. Ruega Pablo, mejor dicho, por medio de Pablo ruega Dios, que prefiere ser amado a ser temido. Ruega Dios, porque no quiere tanto ser señor cuanto padre. Ruega Dios con su misericordia para no castigar con rigor. Escucha al Señor mientras ruega: todo el día extendí mis manos (Is 65, 2). Y quien extiende sus manos, ¿acaso no muestra que está rogando? Extendí mis manos. ¿A quién? Al pueblo. ¿A qué pueblo? No sólo al que no cree, sino al que se le opone. Extendí mis manos. Distiende los miembros, dilata sus vísceras, saca el pecho, ofrece el seno, abre su regazo, para mostrarse como padre con el afecto de tan gran petición. Escucha también a Dios que ruega en otro lugar: pueblo mío, ¿qué te he hecho o en qué te he contristado? (Mic 6, 3). ¿Acaso no dice: si la divinidad es desconocida, sea al menos conocida la humanidad? Ved, ved en mí vuestro cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si teméis lo divino, ¿por qué no amáis al menos lo humano? Si huís del Señor, ¿por qué no acudís corriendo al padre? Pero quizá os confunde la grandeza de la Pasión que me hicisteis. No temáis. Esta cruz no es mi patíbulo, sino patíbulo de la muerte. Esos clavos no me infunden dolor, sino más bien me infunden vuestra caridad. Estas heridas no producen mis llantos, sino más bien os introducen en mis entrañas. La dislocación de mi cuerpo dilata más mi regazo para acogeros a vosotros, y no acrecienta mi dolor. Mi sangre no se malogra, sino que sirve para vuestro rescate. Venid, pues, regresad y probad al menos al padre, viendo que devuelve bondad a cambio de maldad, amor a cambio de ofensas, tan gran caridad a cambio de tan grandes heridas. SCDO-COMUN: Pero oigamos ya qué pide el Apóstol: os ruego que ofrezcáis vuestros cuerpos. El Apóstol, rogando de este modo, arrastró a todos los hombres hasta la cumbre sacerdotal: que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva. Ah inaudito oficio del pontificado cristiano, en el que el hombre es a la vez hostia y sacerdote, porque el hombre no busca fuera de sí lo que va a inmolar a Dios; porque el hombre, cuando está dispuesto a ofrecer sacrificios a Dios, aporta como ofrenda lo que es por sí mismo, en sí mismo y consigo mismo; porque permanece la misma hostia y permanece el mismo sacerdote; porque la víctima se inmola y continúa viviendo, el sacerdote que sacrifica no es capaz de matar! Admirable sacrificio, donde se ofrece un cuerpo sin cuerpo y sangre sin sangre. Os ruego por la misericordia de Dios que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva. Hermanos, este sacrificio proviene del ejemplo de Cristo, que inmoló vitalmente su cuerpo para la vida del mundo, y lo hizo en verdad hostia viva, ya que habiendo muerto vive. Por tanto, en tal víctima la muerte es aplastada, la hostia permanece, vive la hostia, la muerte es castigada. De aquí que los mártires por la muerte nacen, con el fin comienzan, por la matanza viven, y brillan en los cielos, mientras que en la tierra se consideraban extinguidos. Os ruego por la misericordia de Dios que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva y santa. Esto es lo que cantó el profeta: no quisiste sacrificio ni oblación, y por eso me diste un cuerpo (Sal 39, 7). Hombre, sé sacrificio y sacerdote de Dios; no pierdas lo que te dio y concedió la autoridad divina; vístete con la estola de la santidad; cíñete el cíngulo de la castidad; esté Cristo en el velo de tu cabeza; continúe la cruz como protección de tu frente; pon sobre tu pecho el sello de la ciencia divina; enciende el incensario en aroma de oración; toma la espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar; y así, con seguridad, mueve tu cuerpo como víctima de Dios. El Señor busca la fe, no la muerte; está sediento de deseos, no de sangre; se aplaca con la voluntad, no con la muerte. Lo demostró, cuando pidió a Abraham que le ofreciera a su hijo como víctima. Pues, ¿qué otra cosa sino su propio cuerpo inmolaba Abraham en el hijo?, ¿qué otra cosa pedía Dios sino la fe al padre cuando ordenó que ofreciera al hijo, pero no le permitió matarlo? Confirmado, por tanto, con tal ejemplo, ofrece tu cuerpo y no sólo lo sacrifiques, sino hazlo también instrumento de virtud. 262 Porque cuantas veces mueren las artimañas de tus vicios, tantas otras has inmolado a Dios vísceras de virtud. Ofrece la fe para castigar la perfidia; inmola el ayuno para que cese la voracidad; sacrifica la castidad para que muera la impureza; impon la piedad para que se deponga la impiedad; excita la misericordia para que se destruya la avaricia; y, para que desaparezca la insensatez, conviene inmolar siempre la santidad: así tu cuerpo se convertirá en hostia, si no ha sido manchado con ningún dardo de pecado. Tu cuerpo vive, hombre, vive cada vez que con la muerte de los vicios inmolas a Dios una vida virtuosa. No puede morir quien merece ser atravesado por la espada de vida. Nuestro mismo Dios, que es el Camino, la Verdad y la Vida, nos libre de la muerte y nos conduzca a la Vida.
* * * * *
Tocar a Cristo con fe
(Sermón 34) Todas las lecturas evangélicas nos ofrecen grandes beneficios tanto para la vida presente como para la futura. La lectura de hoy recoge, por un lado, lo que es propio de la esperanza y excluye, por otro, cualquier cosa que se refiera a la desesperación. Tenemos una condición dura y digna de ser llorada: la innata fragilidad nos incita a pecar y la vergüenza, pariente del pecado, nos prohibe confesarlo. No nos avergüenza obrar lo que es malo, pero sí confesarlo. Tememos decir lo que no tenemos miedo de hacer. Pero hoy una mujer, al buscar un tácito remedio a un mal vergonzoso, encuentra el silencio, mediante el cual el pecador puede alcanzar el perdón. La primera felicidad consiste en no avergonzarnos de los pecados; la segunda, en obtener el perdón de los pecados, dejándolos escondidos. Así lo entendió el profeta, cuando dijo: Bienaventurados aquellos cuyos pecados han sido perdonados y cuyas culpas han sido sepultadas (Sal 31, 1 ). En esto—narra el evangelista—, una mujer, que padecía un flujo de sangre hacía doce años, acercándose por detrás, le tocó el borde de su manto (Mt 9, 20). La mujer recurre instintivamente a la fe, después de una larga e inútil cura. Se avergüenza de pedir una medicina: desea recobrar la salud, pero prefiere permanecer desconocida ante Aquél de quien cree que ha de alcanzar la salvación. De modo semejante a como el aire es agitado por un torbellino de vientos, esta mujer era turbada por una tempestad de pensamientos. Luchaban fe contra razón, esperanza contra temor, necesidad contra pudor. El hielo del miedo apagaba el ardor de la fe y la constricción del pudor oscurecía su luz; el inevitable recato debilitaba la confianza de la esperanza. De ahí que aquella mujer se encontrase agitada como por las olas tempestuosas de un océano. Estudiaba la forma de actuar a escondidas de la gente, apartada de la muchedumbre. Se abría paso de manera que le fuera posible recobrar la salud sin forzar, a la vez, el propio pudor. Se preocupaba de que su curación no redundara en ofensa del médico. Se esforzaba porque la salvase, salvando la reverencia debida al Salvador. Con un estado de ánimo semejante, aquella mujer mereció tocar, desde un extremo de la orla, la plenitud de la divinidad. Se acercó—cuenta— por detrás (Ibid.). Pero ¿detrás de dónde? Y tocó el borde de su manto (Ibid.). Se aproximó por detrás, porque la timidez no le permitía hacerlo por delante, cara a cara. Se acercó por detrás, y, aunque detrás no hubiese nada, encontró allí la presencia que intentaba esquivar. En Cristo había un cuerpo compuesto, pero la divinidad era simple: era todo ojos, cuando veía tras de sí una mujer que suplicaba de este modo. J/HUMANIDAD-SVRA: Acercándose por detrás, le tocó el borde de su manto (Ibid.). ¡Qué debió de ver escondido en la intimidad de Cristo, la que en el borde de su manto descubrió todo el poder de la divinidad! ¡Cómo enseñó lo que vale el cuerpo de Cristo, la que mostró que en el borde de su manto hay algo de tanta grandeza! Ponderen los cristianos, que cada día tocan el Cuerpo de Cristo, qué medicina pueden recibir de ese mismo cuerpo, si una mujer recobró completamente la salud con sólo tocar la orla del manto de Cristo. Pero lo que debemos llorar es que, mientras la mujer se curó de esa llaga, para nosotros la misma curación se torna en llaga. Por eso, el Apóstol amonesta y deplora a los que tocan indignamente el cuerpo de Cristo: pues el que toca indignamente el cuerpo de Cristo, recibe su propia condenación (/1Co/11/29) (...). Pedro y Pablo, Príncipes de la fe cristiana, difundieron por el mundo el conocimiento del nombre de Cristo; pero fue primeramente una mujer la que enseñó el modo de acercarnos a Cristo. Por primera vez una mujer demostró cómo el pecador, con una confesión tácita, borra sin vergüenza el pecado; cómo el culpable, conocido sólo por Dios en relación a su culpa, no está obligado a revelar a los hombres las vergüenzas de la conciencia, y cómo el hombre puede, con el perdón, prevenir el juicio. Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: ten confianza, hija, tu fe te ha salvado (Mt 9, 22). Pero Jesús volviéndose: no con el movimiento del cuerpo, sino con la mirada de la divinidad. Cristo se dirige a la mujer para que ella se dirija a Cristo, para que reciba la curación del mismo de quien ha recibido la vida y sepa que para ella la causa de la actual enfermedad es ocasión de perpetua salvación. Volviéndose y mirándola (Ibid.). La ve con ojos divinos, no humanos para devolverle la salud, no para reconocerla, pues ya sabía quien era. La ve: es recompensado con bienes, liberado de males, quien es visto por Dios. Es lo que reconocemos todos habitualmente cuando, refiriéndonos a las personas afortunadas, decimos: la ha visto Dios. A esa mujer también la vio Dios y la hizo feliz curándola.
Sermones
Os
exhorto por la misericordia de Dios. Pablo, o, mejor
dicho, Dios por boca de Pablo, nos exhorta porque prefiere ser amado antes que
temido. Nos exhorta porque prefiere ser padre antes que señor. Nos exhorta
Dios, por su misericordia, para que no tenga que castigarnos por su rigor.
Oye
lo que dice el Señor: «Ved, ved en mí vuestro propio cuerpo, vuestros miembros,
vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si teméis lo que es de
Dios, ¿por qué no amáis lo que es también vuestro? Si rehuís al que es Señor,
¿por qué no recurrís al que es padre?
»Quizá
os avergüence la magnitud de mis sufrimientos, de los que vosotros habéis sido
la causa. No temáis. La cruz, más que herirme a mí, hirió a la muerte. Estos
clavos, más que infligirme dolor, fijan en mí un amor más grande hacia
vosotros. Estas heridas, más que hacerme gemir, os introducen más profundamente
en mi interior. La extensión de mi cuerpo en la cruz, más que aumentar mi
sufrimiento, sirve para prepararos un regazo más amplio. La efusión de mi
sangre, más que una pérdida para mí, es el precio de vuestra redención.
»Venid,
pues, volved a mí, y comprobaréis que soy padre, al ver cómo devuelvo bien por
mal, amor por injurias, tan gran caridad por tan graves heridas».
Pero
oigamos ya qué es lo que nos pide el Apóstol: Os exhorto -dice-, por
la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos. Este ruego del
Apóstol promueve a todos los hombres a la altísima dignidad del sacerdocio. A
presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
Inaudito
ministerio del sacerdocio cristiano: el hombre es a la vez víctima y sacerdote:
el hombre no ha de buscar fuera de sí qué ofrecer a Dios, sino que aporta
consigo, en su misma persona, lo que ha de sacrificar a Dios; la víctima y el
sacerdote permanecen inalterados; la víctima es inmolada y continúa viva, y el
sacerdote oficiante no puede matarla.
Admirable
sacrificio, en el que se ofrece el cuerpo sin que sea destruido, y la sangre
sin que sea derramada. Os exhorto -dice-, por la misericordia de
Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
Este
sacrificio, hermanos, es semejante al de Cristo, quien inmoló su cuerpo vivo
por la vida del mundo: él hizo realmente de su cuerpo una hostia viva, ya que
fue muerto y ahora vive. Esta víctima admirable pagó su tributo a la muerte,
pero permanece viva, después de haber castigado a la muerte. Por esta razón,
los mártires nacen al morir, su fin significa el principio, al matarlos se les
dio la vida, y ahora brillan en el cielo, cuando se pensaba haberlos suprimido
en la tierra.
Os
exhorto -dice-,
por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva,
santa. Es lo que había cantado el profeta: No quisiste sacrificios ni
ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.
Sé,
pues, oh hombre, sacrificio y sacerdote para Dios, no pierdas lo que te ha sido
dado por el poder de Dios, revístete de la vestidura de la santidad, cíñete el
cíngulo de la castidad; sea Cristo el casco de protección para tu cabeza; que
la cruz se mantenga en tu frente como una defensa; pon sobre tu pecho el
misterio del conocimiento de Dios; haz que arda continuamente el incienso
aromático de tu oración; empuña la espada del Espíritu: haz de tu corazón un
altar; y así, puesta en Dios tu confianza, lleva tu cuerpo al sacrificio.
Lo
que pide Dios es la fe, no la muerte; tiene sed de tu buena intención, no de
sangre; se satisface con la buena voluntad, no con matanzas.
(108;
Liturgia de las Horas)
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*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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