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sábado, 28 de julio de 2012

Lucio Martínez Mancebo y 7 compañeros


Mártires, Julio 29

Lucio Martínez Mancebo y 7 compañeros
Lucio Martínez Mancebo y 7 compañeros

Mártires

Martirogio Romano: En Calanda, población cercana a Teruel, en España, beatos Lucio Martínez Mancebo, presbítero de la Orden de Predicadores, y compañeros, mártires, que, apoyándose en la fortaleza de Cristo, dieron su vida durante la misma persecución (1936). Cuyos nombres son: Antonio López Couceiro, Felicísimo Díez González, Saturio Rey Robles, Tirso Manrique Melero, presbíteros; Gumersindo Soto Barros y Lamberto de Navascués y de Juan, religiosos, de la Orden de Predicadores; y Manuel Albert Ginés, presbítero diocesano.

Lucio Martínez Mancebo

Fraile sencillo pero de personalidad recia y temperamento vigoroso, que demostró al hacer frente a los estudios eclesiásticos, que le costaron mucho. Su tenacidad y espíritu religioso le permitieron alcanzar el grado de Lector. Ejerció como profesor, y en 1936 era Maestro de Novicios y Subprior en el Convento de Calanda (Teruel).

Alejado el Convento de grandes ciudades, era peligroso en caso de conflicto. Al llegar la persecución, el P. Lucio se preocupó de que los jóvenes saliesen del Convento y buscasen acogida fuera de Calanda, mirando a Zaragoza. Al despedirlos con su bendición les aconsejó que de llegar el caso de dar la vida por la fe, lo asumiesen con valentía.

Él con algunos religiosos quedaron en el Convento que al ser asaltado, tuvieron que refugiarse en casas particulares. Al amenazar de muerte a los que tenían frailes en la casa, salieron a la calle donde fueron apresados, y dos días después fusilados. Subidos al camión que los llevaba al lugar del martirio, inició con voz poderosa el rezo del Rosario hasta el lugar del suplicio, en el que manifestaron su perdón a todos, consumando el sacrificio de su vida al grito de ¡Viva Cristo Rey!

Antonio López Couceiro

Perseveró fiel en los caminos de justicia (Eco 9,11)

Varón de hondo espíritu religioso y elevado sentido de austeridad, sus penitencias eran proverbiales y notorias, físicas y morales. De plena obediencia ejerció ministerios varios y diversos destinos. Carácter duro que compensaba y dominaba con seria humildad y reconocimiento de sus limitaciones. Alguien dijo de él que para la cima de la santidad sólo le faltaba el martirio. El Señor se lo concedió en julio de 1936, a sus 66 años de edad.

Dispuesto y bien preparado para el martirio, sirvió de ejemplo y estímulo para los demás en las horas trágicas que precedieron al sacrificio de su vida. Recordóles la conveniencia de la confesión sacramental en aquellos momentos, y la absoluta necesidad de perdonar evangélicamente. Por querer ayudar al religioso mayor del grupo, que se desplazaba con dificultad, ambos fueron apresados y fusilados con todo el grupo de dominicos que había quedado en el pueblo.

Malherido, caído en tierra, juntó las manos, miró al Cielo, y le oyeron musitar: «¡Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen!». Fueron sus últimas palabras.

Tirso Manrique Melero

En todas sus empresas dio gracias a Dios (Eco 47,9)

Humanamente se le podía considerar buen pedagogo, pastoralmente fue un predicador apóstol de la doctrina social de la Iglesia. Excelente compañero en la vida comunitaria, dotado de gracia especial para la convivencia. Espiritualmente era de profunda piedad y vigoroso sentido ascético.

Se le veía a veces un tanto abatido ante el futuro que intuía conflictivo. Era un fondo de humildad y conciencia de pequeñez que le hacía sentirse poca cosa en momentos difíciles. No le importaba morir, pero le preocupaba el no estar a la altura de las circunstancias.

Sin embargo hizo frente a momentos duros. Fue rechazado en varias casas, ya que la presencia de un fraile resultaba peligrosa. Saboreó la amargura de quienes se lo habían ofrecido todo y a la hora de la verdad, se lo negaron todo. No le quedó más refugio que sentarse en un banco de la plaza de Calanda y esperar. Poco después era apresado y conducido donde estaban los demás. Aquella misma noche fueron fusilados.

Felicísimo Díez González

De bendita memoria (Eco 45,1)

Estaba en sus primeros años de vida sacerdotal, que ejercía como profesor de los aspirantes al hábito en la Orden. Formaba parte de la Comunidad de Calanda. De carácter severo, lo era con todos pero más consigo mismo. Aunque resultase un tanto duro, supo moldearlo hasta el punto de forjar un comportamiento jovial y muy agradable. Parece ser que era de los que veían con mayor claridad la conflictiva situación social. Entre bromas y veras se despedía a veces aludiendo a la eternidad.

Al llegar la persecución fue de los primeros en ser detenido, junto con otros dos miembros de la Comunidad. Fueron llevado a Alcañiz donde los milicianos quisieron matarles ya. De momento los liberó la energía del comandante militar que exigió fuesen devueltos y juzgados en Calanda, de donde procedían. Fueron los tres primeros frailes que entraron en la cárcel. Después les fueron agregados los demás, a medida que los apresaban, hasta completar el número de siete dominicos que habían quedado en el pueblo. Recibieron la palma del martirio comunitariamente, como habían vivido durante años. Era el 29 de julio y tenía 29 años.

Gumersindo Soto Barrios

Con todo su corazón amó a su Hacedor (Eco 47,10)

Piadoso Hermano de Obediencia, ejemplo de religiosidad sencilla y profunda. Gran trabajador, con dotes de organizador y muy dado a las Matemáticas, lo que le valió el haber sido profesor de los aspirantes al ingreso en la Orden. Hizo honor a su nombre, no sólo siendo obediente hasta la muerte, sino obedeciendo lo mejor que podía.

Al llegar la persecución contaba 67 años de edad y 37 de vida religiosa, pero por sus achaques no estaba en condiciones de largas caminatas. Al ver que su presencia en casas particulares comprometía y él no podían andar, optó por dejarse en manos de la Providencia y quedó sentado en un banco de la plaza del pueblo. Apresado fue conducido a Alcañiz, pero devuelto a Calanda para ser juzgado. En la cárcel encontró los otros miembros de la Comunidad y todos se prepararon para la hora final. Juntos recibieron la palma del martirio el 29 de julio del mismo 1936.

Saturio Rey Robles

Por gracia de Dios soy lo que soy (2 Co 15,10)

Amigo inseparable del P. Felicísimo, y de su misma edad, lo fueron hasta el martirio. Temperamento nervioso tuvo que hacer grandes esfuerzos para aclimatarse a la vida religiosa. Con todo, dio muestras de sólida vocación religiosa, en especial en la caridad para con enfermos.

La noche en que se consumó el sacrificio, los nervios le motivaron una crisis, que unas palabras del P. Antonio L. Couceiro calmaron inmediatamente. Así continuó a la altura de los demás. El ejemplo, fortaleza y oportunas palabras del P. Antonio fueron el aliento definitivo que nece­sitaba el P. Saturio. En cambio, el P. Couceiro, traspasado de Cristo, pudo decir: «Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha compartiendo con ellos el mismo ánimo que recibimos de Dios» (2 Co 1,4). El P. Saturio fue el gran beneficiario en este caso.

Lamberto de Nasvascués y de Juan

Donde hay humildad, allí hay sabiduría (Prov 11 ,2)

De familia noble, educación exquisita, formación humana completa y gran poder de captación. A punto de terminar la carrera de Derecho, renunció a todo y solicitó ser religioso en calidad Hermano Cooperador. Tuvo que lu­char mucho pues la mayoría consideraron un desacierto su decisión. Veían en él un prometedor candidato para el sacerdocio. Pero Lamberto se mantuvo fiel a su carisma personal.

A mediados del 1936 era novicio-cooperador en el Convento dominicano de Calanda (Teruel). Al llegar la persecución la Comunidad tuvo que desperdigarse, pero fray Lamberto quiso quedarse con los religiosos mayores en el Convento y sufrir la suerte de los mayores. Con ellos fue detenido el 28 de julio y conducido a la cárcel.

Sometido con los demás a un simulacro de juicio, se les decretó condena de muerte. Después de muchos malos tratos de palabra y de obra, fueron cargados en un camión y conducidos al lugar del martirio. Rezando el Rosario en voz alta y perdonando de corazón a sus verdugos, fueron fusilados a unos seis kilómetros del pueblo, mientras ellos proclamaban «¡Viva Cristo Rey!». Era media noche del 29 de julio.

Fray Lamberto tenía 25 años de edad y Llevaba dos meses y algunas semanas de novicio en la Orden.

Manuel Albert Ginés

Al que me sirva, mi Padre le honrará (Jn 12,26)

Iba a cumplir 70 años y llevaba 45 de plena dedicación sacerdotal en Calanda, primero como capellán del santuario local del Pilar y después también como coadjutor de aquella Parroquia. Era tenido en gran consideración y estima por su ejemplaridad y obras de caridad con atención a los enfermos. Al llegar la persecución, se mantuvo sereno en su casa, que fue la primera que asaltaron los revolucionarios, por lo que mostró un gran contento dando gracias a Dios por haberle permitido participar de sus persecuciones. Detenido hicieron un simulacro de juicio y fue condenado por ser sacerdote. Pidió le uniesen al grupo de dominicos encarcelados y se lo concedieron. Dos días estuvieron en la cárcel.

Juntos se prepararon para el martirio que veían seguro. Se reconciliaron mutuamente, rezaron el Rosario con frecuencia y se animaban unos a otros, distinguiéndose Mosén Albert y el P. Couceiro insistiendo en la necesidad de perdonar. La noche del 29 de julio entre insultos, burlas y blasfemias los subieron a un camión que los llevaría al suplicio. Con palabras de perdón y vivas a Cristo Rey, rá­fagas de ametralladora segaron sus vidas.

En este vínculo puedes ver más sobre los 233 mártires en España beatificados por S.S. Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.

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