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Guntier de Bretaña, Santo |
Ermitaño
Para Dios no hay acepción de personas. Todas, sea cual
sea la profesión o el rango social al que pertenezcan,
están llamadas a la perfección.
Sitúate en el año 500.
Gunter era un príncipe del País de Gales. Todas las
tierras y posesiones que tenía vio que no eran
nada comparadas con el amor y el ansia de perfección
que latía dentro de sí.
Y en plena juventud, cuando la
vida se abre como primavera, él, en lugar de hacer
como los demás, se sentía llamado a la vida de
ermitaño.
¡Qué cosa más rara! Pues así es. Sin embargo, cada
uno que tenga la cabeza sobre los hombros, busca la
felicidad donde puede encontrarla. Se marchó a la isla
de Groie. El gobernador le entregó unos terrenos para que
construyera un monasterio.
Le hizo la donación con mucho gusto porque
se había quedado impresionado por su aspecto de austeridad, su
alta santidad y sus deseos inmensos de hacer el bien.
A
la abadía se le conoce con el nombre de Kemperle
por estar situada entre el Isol y los ríos
Wile.
Se cuenta que hubo una vez una gran plaga de
insectos que amenazaban con destruir por completo las cosechas del
aquel año.
El conde Guerech I de Vannes, temiendo un hambre
feroz en los habitantes, envió a tres dignatarios para que
tomasen nota de la realidad sobre el terreno, y al
mismo tiempo, que le pidiesen a san Gunter que con
sus oraciones evitase la catástrofe.
¿Qué hizo el príncipe?
Bendijo agua
y ordenó que la esparcieran por todos los campos.
Siguieron, por
supuesto, a rajatabla las órdenes del príncipe santo. Y cuando
nadie lo esperaba, no quedó ni un insecto.
Durante las invasiones
normandas, el cuerpo del príncipe se llevó a la
isla Groie. Al descubrirse en el siglo XI, se hizo
su traslado a la abadía de Kemperle que pertenece hoy
ala Orden de los Benedictinos. Hay muchas iglesias que llevan
su nombre.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
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