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Luisa Teresa Montaignac, Beata |
Fundadora de las Oblatas del Corazón de Jesús
Luisa Felicita de
Montaignac de Chauvance, nace el 14 de Mayo de 1820,
en el Havre de Grace. Luisa era la quinta de
los hijos de Raymundo Amado de Montaignac y de Ana
de Raffin. Poco después de su nacimiento, la familia de
Montaignac se traslada a Rugles, departamento de Eure, en donde
nace su último hijo: Carlos.
La señora de Montaignac, muy delicada
de salud no puede dedicar a su hija todo el
tiempo que amerita. Su vivacidad, su alegría de vivir, su
destreza para realizar toda clase de trabajos, manualidades, hacen de
ella una niña agradable y querida por su numerosa familia.
A los siete años Luisa corre feliz por el campo
pero no ha aprendido nada. Sus padres deben enviarla con
su hermana al Convento de las Fieles Compañeras de Jesús
en Chateauroux.
En la Navidad de 1827 Luisa descubre en
el pesebre a un Dios pobre, pequeño y sufriente y
empieza a amarlo con todo su corazón.
La salud de
Luisa no toleraba mucho el ambiente y reglamento del colegio.
Entonces, María Luisa Elizabeth de Montrichard de Raffin, su tía
y madrina, decide hacerse cargo de la educación de su
sobrina, tal como lo había prometido a su cuñada un
buen día de 1819.
“Hoy comienza tu educación, todas las mañanas
vendrás aquí para aprender ciencias y humanidades y, en fin,
todo lo que debe saber una joven de tu edad.
¡Y deja de llorar! ¿No te queda toda la noche
para hacerlo?” Le dice su tía. A lo que Luisa
responde: “Y yo que creía que ya había terminado mi
educación”.
La preparación de Luisa para su primera Comunión, es
dirigida, con mucha solidez y firmeza por la señora de
Raffin. Aprende de memoria los cuatro Evangelios y los Salmos
de David. El 6 de junio de 1833 Luisa recibe
por primera vez el Cuerpo de Cristo en la Catedral
de Nevers. La recepción de estos Sacramentos fueron para ella
el inicio de una vida nueva: de traviesa, inquieta y
juguetona, se volvió una jovencita seria, reflexiva y acomedida, de
tal manera que sus familiares y amigos la creían enferma.
A
los 17 años, frecuenta el convento de Los Pájaros, en
París, allí se impregna de la devoción al Corazón de
Jesús, la vive como una verdadera renovación de su fe,
bajo la dirección de los Padres Jesuitas.
A los 22 años
cae, por primera vez, gravemente enferma. Su tía le lanza
este reto: “¿Si Jesús te dijera ‘quieres permanecer clavada en
la cruz conmigo y no descender de ella, sino después
de la muerte’ qué le dirías? “SÍ, y de todo
corazón”, respondió. Jesús tomó en serio este ofrecimiento y se
dignó compartirle su trono glorioso, allí permaneció ella los últimos
treinta años de su vida.
A los 23 años Luisa pronuncia
el voto al Sagrado Corazón (hoy la Oblación). Ese voto
le dio sentido a su existencia, así confiesa más tarde:
“Mi voto al Sagrado Corazón hizo mi vida, hizo la
Pía Unión”.
A los 28 años, Luisa radica en Montluçon,
donde comienza un activo apostolado, mientras ‘la asociación de mujeres
cristianas’ maduraba lentamente rodeada de oración y salpicada con toda
clase de contradicciones, sin faltar las incomprensiones y obstáculos de
parte de aquellos mismos que deberían más bien ayudar a
desarrollar el proyecto.
Para su intenso apostolado, Luisa Teresa encuentra colaboradoras
incondicionales: la Sra. María Tresca, las Sritas: Clara de Senislhac,
María Paula Maupetit, María Seguin, María Teresa de la Bruyere...
quienes con su apoyo moral, financiero y personal hicieron posible
responder a las necesidades de su tiempo a las que
Luisa Teresa fue sensible: orfanatorios, catecismo, obras de las iglesias
pobres, adoración reparadora, ejercicios espirituales para todos, visitas familiares y
al hospital, actividades a favor de los soldados, apostolado de
la oración, bibliotecas, construcciones de capillas, unión de sacerdotes diocesanos,
obra de los Samueles...
Ella decía: “Busquemos las obras sencillas que
nadie quiere y que requieren poco personal. No me gusta
la espuma en las obras de Dios”.
Todas estas obras
se llevaron a cabo bajo su dirección, ella personalmente se
desplazaba, poco al principio y después nada. Guía a sus
colaboradoras por entrevistas personales y por una copiosa correspondencia. Se
conservan, en Montluçon, más de 1500 cartas importantes, cumpliendo así
su consigna de: “Ser mas que parecer”.
Luisa Teresa tiene
43 años cuando muere su hermana Ana, dejando tres hijos
huérfanos. Ella se encarga de su educación. Apoya y anima
a su sobrina Sabina, en su elección de ser religiosa
de la Visitación.
A los 54 años, Luisa Teresa redacta la
primera Regla de Vida de la Pía Unión de las
Oblatas del Sagrado Corazón de Jesús. A los 55 años
es electa Secretaria General del Apostolado de la Oración y
este hecho le permite ampliar el horizonte de su correspondencia
hasta América.
A los 60 años Luisa Teresa comprende por fin
que la Voluntad de Dios para la Pía Unión, es
la autonomía. Un Instituto en el que se tiene la
posibilidad de vivir su consagración en dos estilos de vida
diferentes: religiosas en comunidad comprometidas en diversas obras según los
carismas personales y sobre todo encargadas del aprovisionamiento espiritual de
las Oblatas Seculares y de las mujeres casadas o célibes
(Afiliadas) que armonizan las obligaciones familiares y profesionales con diferentes
formas de apostolados. Todas unidas por la Oblación al Corazón
de Jesús participan en una misma misión:
“SER EN EL MUNDO
TESTIGOS DE LA TERNURA DEL AMOR DE DIOS” Luisa Teresa permanece
activa hasta el fin de sus días, da prioridad a
la formación de aquellas que deben continuar su misión. Muere
a los 65 años de edad el 27 de Junio
de 1885.
La vida de Luisa Teresa estuvo sembrada de trigo
y cizaña. Ella supo “leer” la Voluntad de Dios a
través de las mediaciones: sus padres y familia, sus Directores
Espirituales, los Obispos, los acontecimientos del país, su enfermedad, las
contradicciones, los sufrimientos físicos y morales, los duelos, las amistades,
las rupturas, los cambios de opciones, las alegrías, la vida
entera. Luisa Teresa confió en Dios. Dios quiere ‘crédito’ de
nuestra parte, sin adelantos.
Fue beatificada el 4 de noviembre de
1990 por S.S. Juan Pablo II.
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Soy feliz de ser parte de esta devoción.
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