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| Lamberto de Zaragoza, Santo |  
 
Mártir
Martirologio Romano: En Zaragoza, en Hispania, España, san Lamberto, mártir 
(† c.s.VIII) 
  Etimológicamente: Lamberto = Aquel que es popular en 
su país, es de origen germánico. En la noche del 13 al 14 de agosto de 
1808 volaba, con horrísono estruendo, la fábrica secular del monasterio 
de Santa Engracia, de Zaragoza. Los franceses dejaban ese triste 
recuerdo al tener que levantar el sitio. Conservamos una descripción 
contemporánea, en la que se nos narra la pena de 
los zaragozanos cuando, al día siguiente, contemplaron aquel espectáculo de 
desolación y de horror. La voladura había arrastrado consigo la 
destrucción de valiosísimos elementos arqueológicos y de un archivo que 
nos podría ilustrar sobre muchos aspectos de la historia de 
la gloriosa sede cesaraugustana.
  No obstante, aunque, como consecuencia de tan 
triste acontecimiento, la actual cripta de la parroquia de Santa 
Engracia no presente prácticamente nada de su primitiva planta ni 
casi de sus primeros materiales, sabemos que se trata de 
uno de los templos más antiguos y venerables de la 
cristiandad. Se construyó la cripta en época constantiniana, para recoger 
en ella los restos de los mártires zaragozanos. Un sarcófago 
del siglo IV, en el que arqueólogos y teólogos quieren 
ver la primera representación iconográfica del misterio de la Asunción 
de Nuestra Señora, es testimonio de la gran antigüedad de 
la cripta. En ella se conservaban, y se conservan, las 
cenizas de los mártires de Zaragoza, las "santas masas", junto 
a las de Santa Engracia y a las de San 
Lamberto.
  De todos estos mártires hace mención el 16 de abril 
el martirologio romano. No obstante, la fiesta de San Lamberto 
se celebra en la diócesis de Zaragoza y en algunas 
otras de Aragón el día 19 de junio, impedida como 
está la fecha del 16 de abril por la fiesta 
misma de Santa Engracia. Por otra parte, en este mismo 
día 19 se encontraba su fiesta en alguno de los 
antiguos martirológios, incluido el romano, en sus primeras ediciones.
  Esta coincidencia 
en una misma fecha de la conmemoración de los mártires 
de Zaragoza y de San Lamberto dio pie a una 
antigua leyenda, que, según los Bolandos. y según el unánime 
criterio de todos los historiadores modernos, en manera alguna puede 
sostenerse, falta por completo del más mínimo apoyo documental o 
arqueológico. Según ella San Lamberto, por los mismos días de 
Daciano, había sido decapitado por odio a su religión cristiana. 
Tomando entonces su cabeza entre las manos, había marchado al 
lugar en que estaban las cenizas de los mártires, y 
su cuerpo se había unido a ellas, conservándose únicamente la 
cabeza. Ni el nombre de Lamberto, de clara estirpe nórdica 
y desusado, por tanto, en la España romana, ni el 
corte de la narración, claramente inspirada en una errónea interpretación 
de la costumbre medieval de presentar a los mártires decapitados 
con su cabeza entre las manos, ni la debilidad del 
fundamento de dar algún martirologio su nombre el mismo día 
que el de los otros mártires, permiten tomar esta leyenda 
en serio.
  Nos queda, pues, bien poca cosa. La existencia de 
un mártir llamado Lamberto. La época probable de su martirio, 
muy verosimilmente cuando Zaragoza gemía bajo la dominación de los 
moros. El dato de que ese martirio ocurrió en Zaragoza. 
Y la tradición, que parece tener cierto fundamento, de que 
se trataba de un labrador. Esto es todo.
  El caso de 
San Lamberto no es único, ni mucho menos, en el 
martirologio. Son legión los mártires de los que sólo nos 
ha quedado la mención escueta de sus nombres. Y aun 
algunos ni eso nos han dejado. Santos hay, como los 
cuatro coronados, que han pasado incluso al mismo culto litúrgico 
universal sin que sepamos cómo se llamaban. Fenómeno este que 
se presta a muy provechosas reflexiones.
  Limitar la santidad únicamente a 
los santos de los que se ha tenido pormenorizada noticia 
y cuyo martirio o heroicas virtudes constan de forma plena 
y con todos los trámites jurídicos, sería hacer grande injuria 
a la verdad que todos los días presenciamos. En el 
siglo XX nos consta la existencia de martirios, tras el 
telón de acero por ejemplo, de los que nunca llegará 
a saberse con exactitud qué es lo que ocurrió. Dígase 
lo mismo de las virtudes heroicas. ¡En cuántas diócesis y 
en cuántas casas religiosas se conserva viva la memoria del 
olor de santidad que tras sí dejaron sacerdotes, seglares o 
religiosos, que luego, por circunstancias a veces de orden político, 
en ocasiones de tipo económico, en otras ocasiones de simple 
descuido humano, no se llegó a recoger y plasmar jurídicamente! 
La Iglesia recuerda a todos ellos en la fiesta de 
Todos los Santos. Y conserva con cariño la mención que 
la Historia le ha legado de algunos desconocidos, como San 
Lamberto, en su universal martirologio.
  Los modernos hagiógrafos nos explican lo 
sucedido en estos casos. Lamberto era un labrador santo que 
dio su sangre por Cristo. A los primeros destinatarios del 
martirologio que recogió su nombre no hacía falta decirles más. 
Unos le recordarían personalmente: otros habrían oído hablar de él 
a sus padres o amigos. La simple mención de su 
martirio, el día de su natalicio para el cielo, bastaba. 
Pero los años pasaron; las circunstancias, que antes eran tan 
conocidas, se fueron borrando de la memoria de los hombres, 
y la hermosa y edificante historia del santo labrador quedó 
reducida a sólo su nombre en el martirologio. Es decir, 
no a eso sólo, porque Lamberto gozaba ya en el 
cielo del premio a su heroísmo e interponía su mediación 
en favor de quienes, corno los labradores de las tierras 
de Teruel, se refugiaban bajo su glorioso patrocinio.
  Para el cristiano, 
su nombre, como el de tantos otros a quienes pudiéramos 
llamar "santos sin historia”, es fuente de gran consuelo. Lo 
que al tender a la santificación buscamos no es una 
gloria humana, efímera y frágil, como lo demuestra el caso 
de estos hombres que un día hicieron actos heroicos que 
hoy desconocemos por completo, sino una gloria mil veces más 
firme y duradera. Lo que hoy no sabemos lo supo 
y lo sigue sabiendo Dios, que es quien se lo 
premia. Nuestras acciones buenas, aun las mal interpretadas por los 
hombres que nos rodean, son bien conocidas por Dios, nuestro 
supremo y último Juez. Y este su definitivo juicio, y 
no el contingente de la Historia, es el que verdaderamente 
nos interesa. Nada sabe la Historia hoy de San Lamberto. 
Pero él goza de la visión de Dios, que con 
sus desconocidas acciones mereció en sus tiempos.
  Nos quedan, en cambio, 
sus reliquias. Perdida la memoria de la existencia misma de 
la cripta de Santa Engracia, el 12 de marzo de 
1389, al realizar unas obras, apareció de nuevo, y se 
reavivó con esta ocasión el culto de los mártires. Pero 
todavía recibió mayor impulso con motivo del paso del papa 
Adriano VI por Zaragoza. Sabido es que este papa fue 
elegido encontrándose en Vitoria y que desde esta ciudad emprendió 
su viaje hasta Tortosa, donde embarcó para ir a Roma. 
Forzoso le era, siguiendo el curso del Ebro, pasar por 
Zaragoza, y así lo hizo, visitando entonces la iglesia de 
las Santas Masas, o de Santa Engracia. Mostró con esta 
ocasión particular devoción a Lamberto, glorioso homónimo de otros santos 
de ese mismo nombre, muy venerados en su tierra natal 
de Flandes. Y tanta fue su devoción, que mandó el 
Papa abrir el sepulcro para tomar de él alguna reliquia 
Y ocurrió que, al separar una quijada del santo cuerpo, 
salió tanta copia de sangre, según nos cuenta el célebre 
historiador padre Risco, que fue necesario recibirla en una fuente 
de plata, y hoy se conserva una buena porción de 
ella en un relicario de cristal.
  La devoción mostrada por Adriano 
VI y el suceso prodigioso de salir sangre fresca del 
cuerpo santo, acrecentó la devoción de Zaragoza hacia San Lamberto. 
Por eso se determinó edificar en el sitio en que 
San Lamberto fue martirizado un convento de la Orden de 
la Santísima Trinidad. Se comenzó éste el año 1522, concurriendo 
los zaragozanos con copiosas limosnas, Para estimularles en esta tarea 
expidió el Papa el 22 de junio del mismo año 
un breve, en el que expresa con gran ternura su 
devoción hacia este santo. Cuenta Adriano VI cómo se había 
dirigido a él el padre Juan Ferrer, de la Orden 
de la Santísima Trinidad, exponiéndole el propósito que tenían de 
edificar el convento en el sitio en que se había 
verificado el martirio, y en el que aún se conservaba 
una mata plantada por el mismo Santo. "Nos, considerando el 
grandísimo afecto de devoción que ya desde hace tiempo teníamos 
a ese Santo, y continuamos teniéndole..., concedemos las indulgencias solicitadas."
  Concluido 
el convento, se trasladó a él una canilla del brazo 
de San Lamberto con parte de la sangre de que 
se ha hecho memoria. En los tiempos siguientes se mejoró 
todavía más su fábrica, llegando a ser, cuando el padre 
Risco escribe, "un convento suntuoso, que mantiene un buen número 
de religiosos, cuya virtud y observancia hacen resplandecer el espiritual 
edificio”.
  Desaparecido el convento con los tristes avatares de la desamortización, 
la devoción a San Lamberto se refugió únicamente en la 
cripta de la iglesia de Santa Engracia. La voladura del 
monasterio, ocurrida en 1808, respetó las reliquias de los santos. 
Llevadas a la Seo, pasaron después a la sacristía del 
Pilar y a una de las parroquias de Zaragoza, hasta 
que, restaurada la cripta entre los años 1813 a julio 
de 1819, pudieron volver a ella. La cripta no tiene 
ya el carácter vetusto y primitivo que un día debió 
de tener. No obstante, los zaragozanos, a cuya diócesis se 
incorporó recientemente la parroquia de Santa Engracia, que durante siglos 
perteneció a la de Huesca, continúan siendo fieles a la 
devoción a sus gloriosos mártires, a los que el 26 
de abril de 1480 tomaron por patronos de la ciudad. 
El Concejo de ésta ejerce, a su vez, patronato sobre 
la misma cripta.
  ¡Felicidades a quien  lleve este nombre! 
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