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| Invasiones de conciencias |  
 
Es difícil comprender por qué un familiar, un amigo, o 
un desconocido, hicieron lo que hicieron. Pero a veces creemos 
que tenemos una extraña capacidad de penetrar en la conciencia 
ajena y de dar con la explicación de los comportamientos 
de otros.
  Si actuamos así, se produce una invasión de conciencia: 
arrogándonos un supuesto poder especial, nos sentimos capaces de penetrar 
en el alma de los demás. Los juicios, entonces, brotan 
con una contundencia sorprendente: “este es un hipócrita, el otro 
actúa simplemente para engañar a los demás, el de más 
allá tiene un tremendo complejo de inferioridad...”
  Sentirse capaces de invadir 
la conciencia ajena supone, por un lado, que las actuaciones 
del otro reflejan perfectamente lo que piensa, siente, quiere. Por 
otro lado, que uno tiene la capacidad para descubrir lo 
anterior: “me basta ver cómo mueve los ojos para saber 
que es un rencoroso...”
  La realidad, sin embargo, es mucho más 
compleja que nuestras invasiones de conciencias. Detrás de ciertos movimientos 
de los ojos no hay envidia, ni pereza, ni soberbia: 
a veces se trata simplemente de un tic adquirido desde 
la infancia que se hace más insistente en ciertos momentos 
de tensión.
  No todos, sin embargo, reconocen la complejidad de la 
psicología humana. Basta con leer ciertos comentarios en Internet a 
noticias o en blogs para darnos cuenta del número elevado 
de invasores de conciencias que giran por ahí. En ocasiones, 
si somos honestos, hemos de reconocer que también nosotros mismos 
incurrimos en esa mentalidad de enjuiciadores con alardes de psicólogos 
especializados.
  La realidad del otro, sin embargo, no coincide muchas veces 
con nuestros juicios, porque cada ser humano es más misterioso 
y profundo de lo que yo pueda ver y pensar 
sobre él. Algunos actos, ciertamente, manifiestan bastante de lo que 
hay dentro de un corazón. Pero incluso en esos casos, 
acertar en el juicio no está siempre garantizado.
  Un poco de 
humildad y un mucho de respeto nos permitirá evitar el 
desenfreno propio del acusador de intenciones ajenas. Así no sólo 
evitaremos invasiones abusivas, sino que veremos a los demás con 
un corazón más dispuesto al respeto y a la apertura 
ante las riquezas (también ante los misterios y peligros) que 
se esconden detrás de cada rostro que encontramos en el 
camino de la vida. 
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