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Aníbal María Di Francia , Santo |
Presbítero y Fundador de la Congregación de los Rogacionistas del Corazón
de Jesús y de las Hijas del Celo Divino
Insigne apóstol de
la oración por las vocaciones
Martirologio Romano: En Messina, de Sicilia,
en Italia, san Aníbal María Di Francia, presbítero, que fundó
la Congregación de los Rogacionistas del Corazón de Jesús y
las Hijas del Celo Divino, para rogar al Señor que
dé santos sacerdotes a su Iglesia (1927).
Etimológicamente: Anibal =
Aquel que es beneficiado con la gracia de Baal1, es
de origen fenicio-cartaginés.Aníbal María Di
Francia nació en Messina el 5 de julio de
1851 de la noble señora Anna Toscano y del caballero
Francisco, marqués de S. Caterina dello Ionio, Vicecónsul Pontificio y
Capitán Honorario de la Marina. Tercero de cuatro hijos, Aníbal
quedó huérfano, tan sólo a los quince meses por la
muerte prematura del padre. Esta amarga experiencia infundió en su
ánimo la particular ternura y el especial amor a los
huérfanos, que caracterizó su vida y su sistema educativo.
Desarrolló un
grande amor hacia la Eucaristía, tanto que recibió el permiso,
excepcional para aquellos tiempos, de acercarse cotidianamente a la Santa
Comunión. Jovencísimo, delante del Santísimo Sacramento solemnemente expuesto, recibió lo
que se puede definir «inteligencia del Rogate»: es decir, descubrió
la necesidad de la oración por las vocaciones, que, más
tarde, encontró expresada en el versículo del Evangelio: «La mies
es mucha pero los obreros son pocos. Rogad (Rogate) pues
al dueño de la mies, para que envíe obreros a
su mies» (Mt 9, 38: Lc 10, 2). Estas palabras
del Evangelio constituyeron la intuición fundamental a la que dedicó
toda su existencia.
De ingenio alegre y de notables capacidades literarias,
apenas sintió la llamada del Señor, respondió generosamente, adaptando estos
talentos a su ministerio. Terminados los estudios, el 16 de
marzo de 1878 fue ordenado sacerdote. Algún mes antes, un
encuentro «providencial» con un mendigo casi ciego lo puso en
contacto con la triste realidad social y moral del barrio
periférico más pobre de Messina, las llamadas Casas de Avignone
y le abrió el camino de aquel ilimitado amor hacia
los pobres y los huérfanos, que llegará a ser una
característica fundamental de su vida.
Con el consentimiento de su Obispo,
fue a habitar en aquel «gueto» y se comprometió con
todas sus fuerzas en la redención de aquellos infelices, que,
se presentaban, ante su vista, según la imagen evangélica, como
«ovejas sin pastor». Fue una experiencia marcada por fuertes incomprensiones,
dificultades y hostilidades de todo tipo, que él superó con
grande fe, viendo en los humildes y marginados al mismo
Jesucristo y realizando lo que definía: «Espíritu de doble caridad:
la evangelización y la ayuda a los pobres».
En 1882 dio
inicio a sus orfanatos, que fueron llamados antonianos porque puestos
bajo la protección de San Antonio de Padua. Su preocupación
no sólo fue la de dar pan y trabajo, sino
y, sobre todo, la de educar de forma integral a
la persona teniendo en cuenta el aspecto moral y religioso,
ofreciendo a los asistidos un verdadero clima de familia, que
favorece el proceso formativo para hacerles descubrir y seguir el
proyecto de Dios. Hubiera querido abrazar a los huérfanos y
a los pobres de todo el mundo con espíritu misionero.
Pero, cómo hacerlo? La palabra del Rogate le abría esta
posibilidad. Por eso escribió: « ¿Qué son estos pocos huérfanos
que se salvan y estos pocos pobres que se evangelizan
frente a millones que se pierden y están abandonados como
rebaño sin pastor?... Buscaba un camino de salida y lo
encontré amplio, inmenso en aquellas adorables palabras de nuestro Señor
Jesucristo: Rogate ergo... Entonces me pareció haber hallado el secreto
de todas las obras buenas y de la salvación de
todas las almas».
Aníbal había intuido que el Rogate no era
una simple recomendación del Señor, sino un mandado explícito y
un «remedio inefable». Motivo por el cual su carisma es
de valorar como el principio animador de una fundación providencial
en la Iglesia. Otro aspecto importante para hacer resaltar es
que él precede a los tiempos en el considerar vocaciones
también aquellas de los laicos comprometidos: padres, maestros y hasta
buenos gobernantes.
Para realizar en la Iglesia y en el mundo
sus ideales apostólicos, fundó dos nuevas familias religiosas: en 1887
la Congregación de las Hijas del Divino Celo y diez
años después la Congregación de los Rogacionistas. Quiso que los
miembros de los dos Institutos, aprobados canónicamente el 6 de
agosto de 1926, se comprometieran a vivir el Rogate con
un cuarto voto. Tanto que el Di Francia escribió en
una súplica del 1909 a S. Pío X: «Me he
dedicado desde mi primera juventud a aquella santa Palabra del
Evangelio: Rogate ergo. En mis mínimos Institutos de beneficencia se
eleva una oración incesante, cotidiana de los huérfanos, de los
pobres, de los sacerdotes, de las sagradas vírgenes, con la
que se suplican a los Corazones Santísimos de Jesús y
María, al Patriarca S. José y a los Santos Apóstoles
para que quieran proveer abundantemente a la Iglesia de sacerdotes
elegidos y santos, de obreros evangélicos de la mística mies
de las almas».
Para difundir la oración por las vocaciones promovió
numerosas iniciativas, tuvo contactos epistolares y personales con los Sumos
Pontífices de su tiempo; instituyó la Sagrada Alianza para el
clero y la Pía Unión de la Rogación Evangélica para
todos los fieles. Creó el periódico con el significativo título
«Dios y el Prójimo» para implicar a los fieles a
vivir los mismos ideales.
«Es toda la Iglesia — escribe él
— que oficialmente tiene que rezar por este fin, ya
que la misión de la oración para obtener buenos obreros
es tal que ha de interesar vivamente a cada fiel,
a todo cristiano, que le preocupe el bien de todas
las almas, pero en particular a los obispos, los pastores
del místico rebaño, a los cuales fueron confiadas las almas
y que son los apóstoles vivientes de Jesucristo». La anual
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, instituida por Pablo
VI en 1964, puede considerarse la respuesta de la Iglesia
a esta intuición suya.
Grande fue el amor que tuvo por
el sacerdocio, convencido que sólo mediante la obra de los
sacerdotes numerosos y santos es posible salvar a la humanidad.
Se comprometió fuertemente en la formación espiritual de los seminaristas,
que el arzobispo de Messina confió a sus cuidados. A
menudo repetía que sin una sólida formación espiritual, sin oración,
«todos los esfuerzos de los obispos y de los rectores
de los seminarios se reducen generalmente a una cultura artificial
de sacerdotes...». Fue él mismo, el primero, en ser buen
obrero del Evangelio y sacerdote según el corazón de Dios.
Su caridad, definida «sin cálculos y sin límites», se manifestó
con connotaciones particulares también hacia los sacerdotes en dificultad y
las monjas de clausura.
Ya durante su existencia terrenal fue acompañado
por una clara y genuina fama de santidad, difundida a
todos los niveles, tanto que cuando el 1 de junio
de 1927 falleció en Messina, confortado por la presencia de
María Santísima, que tanto había amado durante su vida terrenal,
la gente decía: «Vamos a ver el santo que duerme».
Los funerales fueron una verdadera y propia apoteosis, que los
periódicos de la época puntualmente registraron con artículos y con
fotografías. Las autoridades fueron solícitas en otorgar el permiso de
enterrarlo en el Templo de la Rogación Evangélica, que
él mismo había querido y que está dedicado precisamente al
«divino mandato»: «Rogad al Dueño de la mies para que
envíe obreros a su mies».
Las Congregaciones religiosas fundadas por el
Padre Aníbal están hoy presentes en los cinco Continentes comprometidas,
según los ideales del Fundador, en la difusión de la
oración por las vocaciones a través de centros vocacionales y
editoriales y en la actividad de los institutos educativos asistenciales
a favor de niños y muchachos necesitados y de sordomudos,
centros nutricionales y de salud; casas para ancianos y para
madres solteras; escuelas, centros de formación profesional, etc.
La santidad y
la misión de Padre Aníbal, declarado «insigne apóstol de la
oración por las vocaciones», son hoy profundamente apreciadas por quienes
se han compenetrado de las necesidades vocacionales de la Iglesia.
El
Sumo Pontífice, Juan Pablo II, el 7 de octubre de
1990 proclamó a Anibal Di Francia Beato y al día
siguiente lo definió: «Auténtico precursor y celoso maestro de la
moderna pastoral vocacional». La canonización fue el 16 de
mayo de 2004.
1Baal: un dios de la religión púnica.
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