Historia
La
palabra Pentecostés viene del
griego y significa el día quincuagésimo. A los 50 días de la Pascua,
los judíos celebraban la fiesta de las siete semanas (Ex 34,22),
esta fiesta en un principio fue agrícola, pero se convirtió después
en recuerdo de la Alianza del Sinaí.
Al principio los cristianos no celebraban esta fiesta. Las primeras
alusiones a su celebración se encuentran en escritos de San Irineo,
Tertuliano y Orígenes, a fin del siglo II y principio del III. Ya
en el siglo IV hay testimonios de que en las grandes Iglesias de
Constantinopla, Roma y Milán, así como en la Península Ibérica,
se festejaba el último día de la cincuentena pascual.
Con el tiempo se le fue dando mayor importancia a este día, teniendo
presente el acontecimiento histórico de la venida del Espíritu Santo
sobre María y los Apóstoles (Cf. Hch 2). Gradualmente, se fue formando
una fiesta, para la que se preparaban con ayuno y una vigilia solemne,
algo parecido a la Pascua. Se utiliza el color rojo para el altar
y las vestiduras del sacerdote; simboliza el fuego del Espíritu
Santo.
Significado
Los cincuenta días pascuales y las fiestas de la Ascensión
y Pentecostés, forman una unidad. No son fiestas aisladas
de acontecimientos ocurridos en el tiempo, son parte de un solo
y único misterio.
Pentecostés es fiesta pascual y fiesta del Espíritu Santo. La Iglesia
sabe que nace en la Resurrección de Cristo, pero se confirma con
la venida del Espíritu Santo. Es hasta entonces, que los Apóstoles
acaban de comprender para qué fueron convocados por Jesús; para
qué fueron preparados durante esos tres años de convivencia íntima
con Él.
La Fiesta de Pentecostés es como el "aniversario" de la Iglesia.
El Espíritu Santo desciende sobre aquella comunidad naciente y temerosa,
infundiendo sobre ella sus siete dones, dándoles el valor necesario
para anunciar la Buena Nueva de Jesús; para preservarlos en la verdad,
como Jesús lo había prometido (Jn 14.15); para disponerlos a ser
sus testigos; para ir, bautizar y enseñar a todas las naciones.
Es el mismo Espíritu Santo que, desde hace dos mil años hasta ahora,
sigue descendiendo sobre quienes creemos que Cristo vino, murió
y resucitó por nosotros; sobre quienes sabemos que somos parte y
continuación de aquella pequeña comunidad ahora extendida por tantos
lugares; sobre quienes sabemos que somos responsables de seguir
extendiendo su Reino de Amor, Justicia, Verdad y Paz entre los hombres.
¿Quién
es el Espíritu Santo?
"Nadie
puede decir: ¡Jesús es el Señor! sino por influjo del Espíritu Santo"
(1Co 12,3)
Muchas
veces hemos escuchado hablar de Él; muchas veces quizá también lo
hemos mencionado y lo hemos invocado. Piensa cuántas veces has sentido
su acción sobre ti: cuando sin saber cómo, soportas y superas una
situación, una relación personal difícil y sales adelante, te reconcilias,
toleras, aceptas, perdonas, amas y hasta haces algo por el otro….
Esa fuerza interior que no sabes de dónde sale, es nada menos que
la acción del Espíritu Santo que, desde tu bautismo, habita dentro
de ti.
El Espíritu Santo ha actuado durante toda la historia del hombre.
En la Biblia se menciona desde el principio, aunque de manera velada.
Y es Jesús quien lo presenta oficialmente:
"SI ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Defensor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad…. En adelante el Espíritu Santo Defensor, que el Padre les enviará en mi nombre, les va a enseñar todas las cosas y les va a recordar todas mis palabras. … En verdad, les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Defensor no vendrá a ustedes. Pero si me voy se lo mandaré. Cuando él venga, rebatirá las mentiras del mundo…. Tengo muchas cosas más que decirles, pero ustedes no pueden entenderlas ahora. Pero cuando Él venga, el Espíritu de la Verdad, los introducirá en la verdad total".
Estos
son fragmentos del Evangelio de San Juan, capítulos 14, 15 y 16.
Si quieres saber más sobre las últimas promesas y más profundas
revelaciones de Jesús, lee con atención y mucha fe, esta parte del
evangelio.
Desde que éramos niños, en el catecismo aprendimos que "el Espíritu
Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad". Es esta la
más profunda de las verdades de fe: habiendo un solo Dios, existen
en Él tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Verdad
que Jesús nos ha revelado en su Evangelio.
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo
de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos,
inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos
es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Jesús nos
lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino
como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal
.
Formas
de llamar al Espíritu Santo
"Espíritu Santo" es el nombre propio de la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad, a quien también adoramos y glorificamos, junto
con el Padre y el Hijo. Pero Jesús lo nombra de diferentes maneras:
EL PARÁCLITO: Palabra del griego "parakletos", que literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito" (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito" porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.
EL
ESPÍRITU DE LA VERDAD: Jesús afirma de sí mismo: "Yo
soy el camino, la verdad y la vida"
(Jn 14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de
despedida" con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien
después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad
que Él ha anunciado y revelado. El Paráclito, es la verdad, como
lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu
Santo, son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción
entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.
Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los
Apóstoles y para los discípulos de Cristo, desde los primeros años
de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo
quien hace posible que la verdad a cerca de Dios, del hombre y de
su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.
Cada
vez que rezamos el Credo, llamamos al Espíritu Santo:
SEÑOR Y DADOR DE VIDA: El término
hebreo utilizado por el Antiguo Testamento para designar al Espíritu
es "ruah", este término se utiliza también para hablar de "soplo",
"aliento", "respiración". El soplo de Dios aparece en el Génesis,
como la fuerza que hace vivir a las criaturas, como una realidad
íntima de Dios, que obra en la intimidad del hombre. Desde el Antiguo
Testamento se puede vislumbrar la preparación a la revelación del
misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre es principio de la
Creación; que la realiza por medio de su Palabra, su Hijo; y mediante
el Soplo de Vida, el Espíritu Santo.
La existencia de las criaturas depende de la acción del soplo -
espíritu de Dios, que no solo crea, sino que también conserva y
renueva continuamente la faz de la tierra. (Cf. Sal 103/104; Is
63, 17; Gal 6,15; Ez 37, 1-14). Es Señor y Dador de Vida porque
será autor también de la resurrección de nuestros cuerpos:
"Si el Espíritu de Aquel que resucitó
a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Aquel que resucitó
a Cristo de entre los muertos dará también la vida a sus cuerpos
mortales por su Espíritu que habita en ustedes" (Rom
8,11).
La
Iglesia también reconoce al Espíritu Santo como:
SANTIFICADOR: El Espíritu Santo
es fuerza que santifica porque Él mismo es "espíritu de santidad".
(Cf. Is. 63, 10-11) En el Bautismo se nos da el Espíritu Santo como
"don" o regalo, con su presencia santificadora. Desde ese momento
el corazón del bautizado se convierte en Templo del Espíritu Santo,
y si Dios Santo habita en el hombre, éste queda consagrado y santificado.
El hecho de que el Espíritu Santo habite en el hombre, alma y cuerpo,
da una dignidad superior a la persona humana que adquiere una relación
particular con Dios, y da nuevo valor a las relaciones interpersonales.
(Cf. 1Cor 6,19) .
Los
símbolos del Espíritu Santo
Al Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:
-
El Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.
-
La Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.
-
El Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.
-
La Nube y la Luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.
-
El Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.
-
La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el "don del Espíritu".
-
La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.
El
Espíritu Santo y la Iglesia
La Iglesia nacida con la Resurrección de Cristo, se
manifiesta al mundo por el Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Por eso aquel hecho de que "se pusieron a hablar en idiomas
distintos" , (Hch 2,4) para que todo el mundo conozca y
entienda la Verdad anunciada por Cristo en su Evangelio.
La Iglesia no es una sociedad como cualquiera; no nace porque los apóstoles hayan sido afines; ni porque hayan convivido juntos por tres años; ni siquiera por su deseo de continuar la obra de Jesús. Lo que hace y constituye como Iglesia a todos aquellos que "estaban juntos en el mismo lugar" (Hch 2,1), es que "todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hch 2,4).
Una semana antes, Jesús se había "ido al Cielo", y todos los que creemos en Él esperamos su segunda y definitiva venida, mientras tanto, es el Espíritu Santo quien da vida a la Iglesia, quien la guía y la conduce hacia la verdad completa.
Todo lo que la Iglesia anuncia, testimonia y celebra es siempre gracias al Espíritu Santo. Son dos mil años de trabajo apostólico, con tropiezos y logros; aciertos y errores, toda una historia de lucha por hacer presente el Reino de Dios entre los hombres, que no terminará hasta el fin del mundo, pues Jesús antes de partir nos lo prometió: "…yo estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28,20)
El
Espíritu Santo y la vida cristiana
A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en
el cristiano como en su templo (Cf. Rom 8,9.11;
1Cor 3,16; Rom 8,9). Gracias a la fuerza del Espíritu que habita
en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada
uno de nosotros.
El don del Espíritu Santo es el que:
-
nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar;
-
nos permite conocerlo y amarlo;
-
hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.
La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios. (Cf. Gal 5,13-18; Rom 8,5-17).
Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu, estos dones son:
-
ð Sabiduría: nos comunica el gusto por las cosas de Dios.
-
ð Ciencia: nos enseña a darle a las cosas terrenas su verdadero valor.
-
ð Consejo: nos ayuda a resolver con criterios cristianos los conflictos de la vida.
-
ð Piedad: nos enseña a relacionarnos con Dios como nuestro Padre y con nuestros hermanos.
-
ð Temor de Dios: nos impulsa a apartarnos de cualquier cosa que pueda ofender a Dios.
-
ð Entendimiento: nos da un conocimiento más profundo de las verdades de la fe.
-
ð Fortaleza: despierta en nosotros la audacia que nos impulsa al apostolado y nos ayuda a superar el miedo de defender los derechos de Dios y de los demás.
Experiencias del Espíritu Santo en la vida concreta
-
Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre todas las demás esperanzas particulares, que abarca con su suavidad y con su silenciosa promesa todos los cimientos y todas las caídas;
-
Cuando se acepta y se lleva libremente una responsabilidad donde no se tienen claras perspectivas de éxito y de utilidad;
-
Cuando se da como buena la suma de todas las cuentas de la vida que uno mismo no puede calcular pero que Otro ha dado por buenas, aunque no se puedan probar;
-
Cuando la experiencia fragmentada del amor, la belleza y la alegría se viven sencillamente y se captan como promesa del amor, la belleza y la alegría, sin dudar a un escepticismo cínico como consuelo barato del último desconsuelo;
-
Cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador se vive con serenidad y perseverancia hasta el final, aceptado por una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar;
-
Cuando se corre el riesgo de orar en medio de tinieblas silenciosas sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibamos una respuesta que se pueda razonar y disputar;
-
Cuando uno se entrega sin condiciones y esta capitulación se vive como una victoria;
-
Cuando se experimenta la desesperación, y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil: Allí está Dios y su gracia liberadora, allí conocemos a quien nosotros, cristianos, llamamos Espíritu Santo de Dios".
Oraciones
al Espíritu Santo
El hombre prudente, sabe que necesita
luz en su inteligencia y fuerza en su voluntad para pensar y hacer
lo que Dios quiere. Esa luz y esa fuerza solamente vienen de lo
alto; es el Espíritu Santo quien provee al cristiano de todo lo
que necesita para su caminar en la vida. Por eso, todos los días
nos conviene invocarlo.
Ven,
Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del
pobre; don, en tus dones espléndido, luz que penetras las almas,
fuente de mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo; tregua
en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego; gozo que enjuga
las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, Divina Luz, y enriquécenos. Mira
el vacío del hombre si tu le faltas por dentro, mira el poder del
pecado cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo. Doma el espíritu indómito, guía
al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad
y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. AMÉN.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de
tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía Señor,
tu Espíritu y todo será creado y se renovará la faz de la tierra.
¡Oh, Dios, que has instruido los corazones de tus fieles con la
luz de tu Espíritu Santo!, concédenos que sintamos rectamente con
el mismo Espíritu y gocemos siempre de su divino consuelo.
Por Jesucristo, Nuestro Señor. AMÉN.
-
- Esta página trata de la Fiesta de Pentecostés.
Durante Pentecostés se celebra el descenso del Espíritu Santo y el inicio de las actividades de la Iglesia. Por ello también se le conoce como la celebración del Espíritu Santo. En la liturgia católica es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad. La liturgia incluye la secuencia medieval Veni, Sancte Spiritus.
El fondo histórico de tal celebración se basa en la fiesta semanal judía llamada Shavuot (fiesta de las semanas), durante la cual se celebra el quincuagésimo día de la aparición de Dios en el monte Sinaí. Por lo tanto, en el día de Pentecostés también se celebra la entrega de la Ley (mandamientos) al pueblo de Israel.
En las Iglesias ortodoxas existen además la celebración de las Tres Divinas Personas o de la Santa Trinidad. Las Iglesias occidentales celebran para esta ocasión desde el siglo XIV su propia fiesta llamada Trinitatis (la fiesta de la Santísima Trinidad) una semana después del Pentecostés.
En las narraciones sobre Pentecostés de Hechos de los Apóstoles (2,1 - 41) se le adjudica al Espíritu Santo, en congruencia con el Antiguo Testamento, características milagrosas (carismas): él ofrece valentía y libertad, posibilita la comprensión (glosolalia) y fortifica una comunidad universal.
El lunes después de Pentecostés es día de fiesta en muchos países, como Andorra, Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Hungría, Islandia, Liechtenstein, Noruega, los Países Bajos, Suiza o Ucrania. También es festivo en algunas comunidades autónomas y ciudades de España, como en Cataluña, Burgos y Zamora.
En Almonte, Huelva, se celebra a la Virgen del Rocío ("La Blanca Paloma"); llegan en romería hermandades de todas partes de España.
Referencias
- ↑ Para los datos históricos, bíblicos y litúrgicos véase el artículo Pentecostés en la Enciclopedia Católica
Véase también
Año | Católicos | Ortodoxos |
---|---|---|
2002 | 19 de mayo | 23 de junio |
2003 | 8 de junio | 15 de junio |
2004 | 30 de mayo | |
2005 | 15 de mayo | 19 de junio |
2006 | 4 de junio | 11 de junio |
2007 | 27 de mayo | |
2008 | 11 de mayo | 15 de junio |
2009 | 31 de mayo | 7 de junio |
2010 | 23 de mayo | |
2011 | 12 de junio | |
2012 | 28 de mayo | 3 de junio |
2013 | 19 de mayo | 23 de junio |
2014 | 8 de junio | |
2015 | 24 de mayo | 31 de mayo |
2016 | 15 de mayo | 19 de junio |
2017 | 4 de junio | |
2018 | 20 de mayo | 27 de mayo |
2019 | 9 de junio | 16 de junio |
2020 | 31 de mayo | 7 de junio |
Enlaces externos
- Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Pentecostés.
- Sitio Oficial del Vaticano Pentecostés 2010
- Sitio Oficial del Vaticano
- Los primeros cristianos y Pentecostés
- Pentecostés en la Enciclopedia Católica
- Pentecostés en Catholic.net
Qué es Pentecostés
Fiesta de Pentecostés
Originalmente
se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas
después de la fiesta de los primeros frutos (Lv 23 15-21; Dt 169). Siete
semanas son cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (=
cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex 34 22 se celebraba al término
de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una
fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha a su
sazón, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván,
equivalente a nuestro Mayo/Junio. En su origen tenía un sentido
fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se
le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de
la alianza y el don de la ley.
En el marco de esta
fiesta judía, el libro de los Hechos coloca la efusión del Espíritu
Santo sobre los apóstoles (Hch 2 1.4). A partir de este acontecimiento,
Pentecostés se convierte también en fiesta cristiana de primera
categoría (Hch 20 16; 1 Cor 168).
(Vocabulario Bíblico de la Biblia de América)
Comisión Nacional de Pastoral Bíblica
Comisión Nacional de Pastoral Bíblica
PENTECOSTÉS, algo más que la venida del espíritu...
La
fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año,
después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la
cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el
Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.
Aunque durante mucho
tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo
segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene
como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende
hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una
unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la
cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de
inicio. Por lo tanto no podemos desvincularla de la Madre de todas las
fiestas que es la Pascua.
En este sentido,
Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la
fiesta en honor al Espíritu Santo. Aunque lamentablemente, hoy en día,
son muchísimos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo que
lleva a empobrecer su contenido.
Hay que insistir que,
la fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año
litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de vivir
intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su
Ascensión y la venida del Espíritu Santo.
Es bueno tener
presente, entonces, que todo el tiempo de Pascua es, también, tiempo del
Espíritu Santo, Espíritu que es fruto de la Pascua, que estuvo en el
nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre
nosotros, inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e
impulsándonos a ser testigos en medio de la realidad que nos corresponde
vivir.
Culminar con una vigilia:
Entre
las muchas actividades que se preparan para esta fiesta, se encuentran,
las ya tradicionales, Vigilias de Pentecostés que, bien pensadas y lo
suficientemente preparadas, pueden ser experiencias profundas y
significativas para quienes participan en ellas.
Una vigilia, que
significa “Noche en vela” porque se desarrolla de noche, es un acto
litúrgico, una importante celebración de un grupo o una comunidad que
vigila y reflexiona en oración mientras la población duerme. Se trata de
estar despiertos durante la noche a la espera de la luz del día de una
fiesta importante, en este caso Pentecostés. En ella se comparten, a la
luz de la Palabra de Dios, experiencias, testimonios y vivencias. Todo
en un ambiente de acogida y respeto.
Es importante tener
presente que la lectura de la Sagrada Escritura, las oraciones, los
cantos, los gestos, los símbolos, la luz, las imágenes, los colores, la
celebración de la Eucaristía y la participación de la asamblea son
elementos claves de una Vigilia.
En el caso de
Pentecostés centramos la atención en el Espíritu Santo prometido por
Jesús en reiteradas ocasiones y, ésta vigilia, puede llegar a ser muy
atrayente, especialmente para los jóvenes, precisamente por el clima de
oración, de alegría y fiesta.
Algo que nunca
debiera estar ausente en una Vigilia de Pentecostés son los dones y los
frutos del Espíritu Santo. A través de diversas formas y distintos
recursos (lenguas de fuego, palomas, carteles, voces grabadas, tarjetas,
pegatinas, etc.) debemos destacarlos y hacer que la gente los tenga
presente, los asimile y los haga vida.
No sacamos nada con
mencionarlos sólo para esta fiesta, o escribirlos en hermosas tarjetas, o
en lenguas de fuego hechas en cartulinas fosforescentes, si no
reconocemos que nuestro actuar diario está bajo la acción del Espíritu y
de los frutos que vayamos produciendo.
Invoquemos, una vez
más, al Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y,
sobre todo, nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.
Vida en el Espíritu
Oración de San Francisco de Asís | ||
Catequesis de S.S. Juan Pablo II relacionadas al Espíritu Santo
El Espíritu de Dios y las «semillas de verdad» presentes en las religiones no cristianas
Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles.
9 de setiembre de 1998.
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Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles.
9 de setiembre de 1998.
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El Espíritu Santo, fuente de comunión
Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles.
29 de julio de 1998.
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Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles.
29 de julio de 1998.
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La vida en el Espíritu
Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles.
21 de octubre de 1998.
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Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles.
21 de octubre de 1998.
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Pentecostés en la Biblia
Ven Espíritu Divino
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido;
luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo.
Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido;
luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
Para los Niños
Ficha Pentecostés
Cuento
Liturgia
Actividades
Motivar Pentecostés
Juegos
Imágenes para pintar
La Confirmación y el Espíritu Santo
A continuación ponemos a su disposición documentos y catequesis de S.S. Juan Pablo II sobre el sacramento de la Confirmación y el Espíritu Santo
El «sello del Espíritu» y el testimonio hasta el martirio
Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles, 14 de octubre de 1998
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La confirmación como culminación de la gracia bautismal
Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles, 30 de septiembre de 1998
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El Espíritu Santo nos infunde la fuerza y la valentía para dar testimonio de Cristo
Homilía de S.S. Juan Pablo II en el Domingo de la Solemnidad de Pentecostés, 18 de mayo de 1997
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El Espíritu Santo os lo enseñará todo" [cf. Jn 14, 26]
Mensaje de S.S. Juan Pablo II con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud de 1998
Ciudad del Vaticano, 30 de noviembre de 1997
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Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles, 14 de octubre de 1998
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La confirmación como culminación de la gracia bautismal
Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles, 30 de septiembre de 1998
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El Espíritu Santo nos infunde la fuerza y la valentía para dar testimonio de Cristo
Homilía de S.S. Juan Pablo II en el Domingo de la Solemnidad de Pentecostés, 18 de mayo de 1997
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El Espíritu Santo os lo enseñará todo" [cf. Jn 14, 26]
Mensaje de S.S. Juan Pablo II con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud de 1998
Ciudad del Vaticano, 30 de noviembre de 1997
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DONES DEL ESPIRITU SANTODel Catecismo: 1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo.
Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son:
sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son:
sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10).
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17)
Los dones del Espíritu Santo son hábitos
sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para
recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo
al modo divino o sobrehumano. Los
dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por
sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden
puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.
Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las las virtudes infusas.
Por
la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el
alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es
la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo,
que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos
virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida
sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.
Número de dones: La interpretación unánime de los Padres y la enseñanza de la Iglesia enumera siete dones del Espíritu.
Sabiduría: gusto para lo espiritual, capacidad de juzgar según la medida de Dios. El primero y mayor de los siete dones.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 9-IV-89
La sabiduría "es la luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios... Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas. ... "Un cierto sabor de Dios" (Sto Tomás), por lo que el verdadero sabio no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y las vive "Además, el conocimiento sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios. Iluminado por este don, el cristiano sabe ver interiormente las realidades del mundo: nadie mejor que él es capaz de apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de Dios.Ejemplo: "Cántico de las criaturas" de San Francisco de Asís... En todas estas almas se repiten las "grandes cosas" realizadas en María por el Espíritu. Ella, a quien la piedad tradicional venera como "Sedes Sapientiae", nos lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas celestes.Gracias a este don toda la vida del cristiano con sus acontecimientos, sus aspiraciones, sus proyectos, sus realizaciones, llega a ser alcanzada por el soplo del Espíritu, que la impregna con la luz "que viene de lo Alto", como lo han testificado tantas almas escogidas también en nuestros tiempos... En todas estas almas se repiten las "grandes cosas" realizadas en María por el Espíritu Santo. Ella, a quien la piedad tradicional venera como "Sede Sapientiae", nos lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas celestes.
"La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza" Sb 7:7-8.
Por
la sabiduría juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus
últimas y altísimas causas bajo el instinto especial del E.S., que nos
las hace saborear por cierta connaturlidad y simpatía. Es inseparable de
la caridad.
Inteligencia (Entendimiento): Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 16-IV-89
La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espíritu, que juntamente con ella concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuición de la verdad divina.La palabra "inteligencia" deriva del latín intus legere, que significa "leer dentro", penetrar, comprender a fondo. Mediante este don el Espíritu Santo, que "escruta las profundidades de Dios" (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro: "¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?" (Lc 24:32)Esta inteligencia sobrenatural se da no sólo a cada uno, sino también a la comunidad: a los Pastores que, como sucesores de los Apóstoles, son herederos de la promesa específica que Cristo les hizo (cfr Jn 14:26; 16:13) y a los fieles que, gracias a la "unción" del Espíritu (cfr 1 Jn 2:20 y 27) poseen un especial "sentido de la fe" (sensus fidei) que les guía en las opciones concretas.Efectivamente, la luz del Espíritu, al mismo tiempo que agudiza la inteligencia de las cosas divinas, hace también mas límpida y penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación. Se descubre así la dimensión no puramente terrena de los acontecimientos, de los que está tejida la historia humana. Y se puede lograr hasta descifrar proféticamente el tiempo presente y el futuro. "¡signos de los tiempos, signos de Dios!".Queridísimos fieles, dirijámonos al Espíritu Santo con las palabras de la liturgia: "Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo" (Secuencia de Pentecostés).Invoquemoslo por intercesión de Maria Santísima, la Virgen de la Escucha, que a la luz del Espíritu supo escrutar sin cansarse el sentido profundo de los misterios realizados en Ella por el Todopoderoso (cfr Lc 2, 19 y 51). La contemplación de las maravillas de Dios será también en nosotros fuente de alegría inagotable: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador" (Lc 1, 46 s).
Consejo: Ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 7-V-892. Continuando la reflexión sobre los dones del Espíritu Santo, hoy tomamos en consideración el don de consejo. Se da al cristiano para iluminar la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone.
Una necesidad que se siente mucho en nuestro tiempo, turbado por no pocos motivos de crisis y por una incertidumbre difundida acerca de los verdaderos valores, es la que se denomina «reconstrucción de las conciencias». Es decir, se advierte la necesidad de neutralizar algunos factores destructivos que fácilmente se insinúan en el espíritu humano, cuando está agitado por las pasiones, y la de introducir en ellas elementos sanos y positivos.
En este empeño de recuperación moral la Iglesia debe estar y está en primera línea: de aquí la invocación que brota del corazón de sus miembros -de todos nosotros para obtener ante todo la ayuda de una luz de lo Alto. El Espíritu de Dios sale al encuentro de esta súplica mediante el don de consejo, con el cual enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes (por ejemplo, de dar respuesta a la vocación), o de un camino que recorrer entre dificultades y obstáculos. Y en realidad la experiencia confirma que «los pensamientos de los mortales son tímidos e inseguras nuestras ideas», como dice el Libro de la Sabiduría (9, 14).
3. El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma (cfr San Buenaventura, Collationes de septem don is Spiritus Sancti, VII, 5). La conciencia se convierte entonces en el «ojo sano» del que habla el Evangelio (Mt 6, 22), y adquiere una especie de nueva pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor que hay que hacer en una determinada circunstancia, aunque sea la más intrincada y difícil. El cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña (cfr Mt 5-7).
Por tanto, pidamos el don de consejo. Pidámoslo para nosotros y, de modo particular, para los Pastores de la Iglesia, llamados tan a menudo, en virtud de su deber, a tomar decisiones arduas y penosas.
Pidámoslo por intercesión de Aquella a quien saludamos en las letanías como Mater Boni Consilii, la Madre del Buen Consejo.
Fortaleza: Fuerza
sobrenatural que sostiene la virtud moral de la fortaleza. Para obrar
valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las
contrariedades de la vida. Para resistir las instigaciones de las
pasiones internas y las presiones del ambiente. Supera la timidez y la
agresividad.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 14-V-891. En nuestro tiempo muchos ensalzan la fuerza física, llegando incluso a aprobar las manifestaciones extremas de la violencia. En realidad, el hombre cada día experimenta la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral, cediendo a los impulsos de las pasiones internas y a las presiones que sobre el ejerce el ambiente circundante.
2. Precisamente para resistir a estas múltiples instigaciones es necesaria la virtud de la fortaleza, que es una de las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoya todo el edificio de la vida moral: la fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas en el cumplimiento del propio deber.
Esta virtud encuentra poco espacio en una sociedad en la que está difundida la práctica tanto del ceder y del acomodarse como la del atropello y la dureza en las relaciones económicas, sociales y políticas. La timidez y la agresividad son dos formas de falta de fortaleza que, a menudo, se encuentran en el comportamiento humano, con la consiguiente repetición del entristecedor espectáculo de quien es débil y vil con los poderosos, petulante y prepotente con los indefensos.
3. Quizá nunca como hoy, la virtud moral de la fortaleza tiene necesidad de ser sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo. El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez.
Cuando experimentamos, como Jesus en Getsemani, «la debilidad de la carne» (cfr Mt 26, 41; Mc 14, 38), es decir, de la naturaleza humana sometida a las enfermedades físicas y psíquicas, tenemos que invocar del Espíritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: «Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12, 10).
4. Son muchos los seguidores de Cristo -Pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y laicos, comprometidos en todo campo del apostolado y de la vida social- que, en todos los tiempos y también en nuestro tiempo, han conocido y conocen el martirio del cuerpo y del alma, en íntima unión con la Mater Dolorosa junto la Cruz. ¡Ellos lo han superado todo gracias a este don del Espíritu!
Pidamos a Maria, a la que ahora saludamos como Regina caeli, nos obtenga el don de la fortaleza en todas las vicisitudes de la vida y en la hora de la muerte.
Ver también: Fortaleza como virtud
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 23-IV-89
1. La reflexión sobre los dones del Espíritu Santo, que hemos comenzado en los domingos anteriores, nos lleva hoy a hablar de otro don: el de ciencia, gracias al cual se nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador.
Sabemos que el hombre contemporáneo, precisamente en virtud del desarrollo de las ciencias, está expuesto particularmente a la tentación de dar una interpretación naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de las riquezas, del placer, del poder que precisamente se pueden derivar de las cosas materiales. Estos son los ídolos principales, ante los que el mundo se postra demasiado a menudo.
2. Para resistir esa tentación sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es esta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador. Gracias a ella -como escribe Santo Tomás-, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida (cfr S. Th., 11-II, q. 9, a. 4).
Así logra descubrir el sentido teológico de lo creado, viendo las cosas como manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias. Esto es lo que tantas veces y de múltiples modos nos sugiere el Libro de los Salmos. ¿Quien no se acuerda de alguna de dichas manifestaciones? "El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos" (Sal 18/19, 2; cfr Sal 8, 2); "Alabad al Señor en el cielo, alabadlo en su fuerte firmamento... Alabadlo sol y Luna, alabadlo estrellas radiantes" (Sal 148, 1. 3).
3. El hombre, iluminado por el don de la ciencia, descubre al mismo tiempo la infinita distancia que separa a las cosas del Creador, su intrínseca limitación, la insidia que pueden constituir, cuando, al pecar, hace de ellas mal uso. Es un descubrimiento que le lleva a advertir con pena su miseria y le empuja a volverse con mayor Ímpetu y confianza a Aquel que es el único que puede apagar plenamente la necesidad de infinito que le acosa.
Esta ha sido la experiencia de los Santos... Pero de forma absolutamente singular esta experiencia fue vivida por la Virgen que, con el ejemplo de su itinerario personal de fe, nos enseria a caminar "para que en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegria" (Oración del domingo XXI del tiempo ordinario).
Piedad:
Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para
con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo
Padre. Clamar ¡Abba, Padre!
Un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad, por instinto del E.S., un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos e hijos del mismo Padre.
Un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad, por instinto del E.S., un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos e hijos del mismo Padre.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 28-V-1989.
1. La reflexión sobre los dones del Espíritu Santo nos lleva, hoy, a hablar de otro insigne don: la piedad. Mediante este, el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos.
La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oración. La experiencia de la propia pobreza existencial, del vació que las cosas terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda y perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. En este sentido escribía San Pablo: «Envió Dios a su Hijo..., para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo...» (Gal 4, 4-7; cfr Rom 8, 15).
2. La ternura, como apertura auténticamente fraterna hacia el prójimo, se manifiesta en la mansedumbre. Con el don de la piedad el Espíritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor hacia los hermanos, haciendo su Corazón de alguna manera participe de la misma mansedumbre del Corazón de Cristo. El cristiano «piadoso» siempre sabe ver en los demás a hijos del mismo Padre, llamados a formar parte de la familia de Dios, que es la Iglesia. Por esto el se siente impulsado a tratarlos con la solicitud y la amabilidad propias de una genuina relación fraterna.
El don de la piedad, además, extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón. Dicho don está, por tanto, en la raíz de aquella nueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilización del amor.
3. Invoquemos del Espíritu Santo una renovada efusión de este don, confiando nuestra súplica a la intercesión de Maria, modelo sublime de ferviente oración y de dulzura materna. Ella, a quien la Iglesia en las Letanías lauretanas Saluda como Vas insignae devotionis, nos ensetie a adorar a Dios «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23) y a abrirnos, con corazón manso y acogedor, a cuantos son sus hijos y, por tanto, nuestros hermanos. Se lo pedimos con las palabras de la «Salve Regina»: «i... 0 clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria!».
Temor de Dios: Espíritu
contrito ante Dios, concientes de las culpas y del castigo divino, pero
dentro de la fe en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios,
humildemente reconociendo nuestra debilidad. Sobre
todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de no
disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de
"permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7).
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 11 -VI-1989.Mas sobre el temor de Dios >>>
1. Hoy deseo completar con vosotros la reflexión sobre los dones del Espíritu Santo. El Ultimo, en el orden de enumeración de estos dones, es el don de temor de Dios.
La Sagrada Escritura afirma que "Principio del saber, es el temor de Yahveh" (Sal 110/111, 10; Pr 1, 7). ¿Pero de que temor se trata? No ciertamente de ese «miedo de Dios» que impulsa a evitar pensar o acordarse de El, como de algo que turba e inquieta. Ese fue el estado de ánimo que, según la Biblia, impulsó a nuestros progenitores, después del pecado, a «ocultarse de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín» (Gen 3, 8); este fue también el sentimiento del siervo infiel y malvado de la parábola evangélica, que escondió bajo tierra el talento recibido (cfr Mt 25, 18. 26).
Pero este concepto del temor-miedo no es el verdadero concepto del temor-don del Espíritu. Aquí se trata de algo mucho más noble y sublime: es el sentimiento sincero y trémulo que el hombre experimenta frente a la tremenda malestas de Dios, especialmente cuando reflexiona sobre las propias infidelidades y sobre el peligro de ser «encontrado falto de peso» (Dn 5, 27) en el juicio eterno, del que nadie puede escapar. El creyente se presenta y se pone ante Dios con el «espíritu contrito» y con el «corazón humillado» (cfr Sal 50/51, 19), sabiendo bien que debe atender a la propia salvación «con temor y temblor» (Flp, 12). Sin embargo, esto no significa miedo irracional, sino sentido de responsabilidad y de fidelidad a su ley.
2. El Espíritu Santo asume todo este conjunto y lo eleva con el don del temor de Dios. Ciertamente ello no excluye la trepidación que nace de la conciencia de las culpas cometidas y de la perspectiva del castigo divino, pero la suaviza con la fe en la misericordia divina y con la certeza de la solicitud paterna de Dios que quiere la salvación eterna de todos. Sin embargo, con este don, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa entonces de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7).
3. De este santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor de Dios, depende toda la práctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de la mortificación de los sentidos. Recordemos la exhortación del Apóstol Pablo a sus cristianos: "Queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios» (2 Cor 7, 1).
Es una advertencia para todos nosotros que, a veces, con tanta facilidad transgredimos la ley de Dios, ignorando o desafiando sus castigos. Invoquemos al Espíritu Santo a fin de que infunda largamente el don del santo temor de Dios en los hombres de nuestro tiempo. Invoquémoslo por intercesión de Aquella que, al anuncio del mensaje celeste o se conturbó» (Lc 1, 29) y, aun trepidante por la inaudita responsabilidad que se le confiaba, supo pronunciar el fiat» de la fe, de la obediencia y del amor.
Por: | El hombre: | En orden a los actos: |
la Virtud adquirida | se dispone para ser movido por la simple razón natural | naturalmente buenos. |
la Virtud infusa | se dispone para ser movido por la razón iluminada por la fe | sobrenaturales al modo humano. |
los Dones del Espíritu Santo | se connaturaliza con los actos a que es movido por el Espíritu Santo | sobrenaturales al modo divino o sobrehumano. |
El crecimiento en los Dones del Espíritu Santo forma en el alma perfecciones llamadas Frutos del Espíritu Santo
Hay muchas similitudes entre las virtudes y los dones:Ambos
son hábitos operativos que residen en las facultades humanas. Ambos
buscan practicar el bien honesto y tienen el mismo fin remoto: la
perfección del hombre.
Pero hay diferencias:1: La causa motora: Las virtudes son movidas por la razón vs. Los dones del E.S. son movidos directamente el Espíritu Santo.
-Las virtudes disponen para seguir el dictamen de la razón razón humana (ilustrada por la fe si se trata de virtud infusa), bajo la previa moción de Dios (gracia actual)
-Los dones son movidos por el Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.
2: El objeto formal. (virtudes) Actúan por razones humanas vs. (dones del ES) Actúan por razones divinas . Los dones del ES transcienden la esfera de la razón humana, aun de la razón iluminada por la fe.
3: (virtudes) Modo humano vs. (dones del ES) modo divino
-Las virtudes infusas tienen por motor al hombre y por norma la razón humana iluminada por la fe. Se deduce que sus actos son a modo humano.
-En cambio los dones tienen por causa motora y por norma el mismo Espíritu Santo, sus actos son a modo divino o sobrehumano. De esto se deduce que las virtudes infusas son imperfectas por la modalidad humana de su obrar y es imprescindible que los dones del Espíritu Santo vengan en su ayuda para proporcionarles su modalidad divina, sin la cual las virtudes no podrán alcanzar su plena perfección.
4: (virtudes) Uso a nuestro arbitrio vs. (dones del ES) al arbitrio divino .
-Se deduce de las diferencias anteriores que el hábito de las virtudes infusas lo podemos usar cuando nos plazca -presupuesta la gracia actual, que a nadie se niega-
-mientras que los dones sólo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos. Los dones de Espíritu no confieren al alma más que la facilidad para dejarse mover, de manera conciente y libre, por el Espíritu Santo, quien es la única causa motora de ellos. Nuestra parte es solo disponernos. Ej.: refrenando el tumulto de las pasiones, afectos desordenados, distracciones, etc.
Pero hay diferencias:1: La causa motora: Las virtudes son movidas por la razón vs. Los dones del E.S. son movidos directamente el Espíritu Santo.
-Las virtudes disponen para seguir el dictamen de la razón razón humana (ilustrada por la fe si se trata de virtud infusa), bajo la previa moción de Dios (gracia actual)
-Los dones son movidos por el Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.
2: El objeto formal. (virtudes) Actúan por razones humanas vs. (dones del ES) Actúan por razones divinas . Los dones del ES transcienden la esfera de la razón humana, aun de la razón iluminada por la fe.
3: (virtudes) Modo humano vs. (dones del ES) modo divino
-Las virtudes infusas tienen por motor al hombre y por norma la razón humana iluminada por la fe. Se deduce que sus actos son a modo humano.
-En cambio los dones tienen por causa motora y por norma el mismo Espíritu Santo, sus actos son a modo divino o sobrehumano. De esto se deduce que las virtudes infusas son imperfectas por la modalidad humana de su obrar y es imprescindible que los dones del Espíritu Santo vengan en su ayuda para proporcionarles su modalidad divina, sin la cual las virtudes no podrán alcanzar su plena perfección.
4: (virtudes) Uso a nuestro arbitrio vs. (dones del ES) al arbitrio divino .
-Se deduce de las diferencias anteriores que el hábito de las virtudes infusas lo podemos usar cuando nos plazca -presupuesta la gracia actual, que a nadie se niega-
-mientras que los dones sólo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos. Los dones de Espíritu no confieren al alma más que la facilidad para dejarse mover, de manera conciente y libre, por el Espíritu Santo, quien es la única causa motora de ellos. Nuestra parte es solo disponernos. Ej.: refrenando el tumulto de las pasiones, afectos desordenados, distracciones, etc.
"La primera oración que sentí, a mi parecer, sobrenatural, que llamo yo lo que con industria ni diligencia no se puede adquirir aunque mucho se procure, aunque disponerse para ello sí y debe de hacer mucho al caso..." -Sta. Teresa de Avila, Relación Ira al P. Rodrigo 3
Dones en las Sagradas EscriturasSabemos de la existencia de los dones por la Biblia.
Según Sto. Tomás de Aquino, la sabiduría pagana desconocía los dones del Espíritu Santo.
Según Sto. Tomás de Aquino, la sabiduría pagana desconocía los dones del Espíritu Santo.
Isaías menciona seis de los dones (falta el don de piedad)
Isaías 11:1-3Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahveh.
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahveh.
Este
texto es mesiánico. Se refiere propiamente al Mesías. No obstante, os
Santos Padres lo extienden también a los fieles de Cristo en virtud del
principio universal de la economía de la gracia que enuncia San Pablo
cuando dice: "Porque a los que de antes conoció, a ésos los predestinó a
ser conformes con la imagen de su Hijo" Rm 8:29.
San
Pablo describe el don de Piedad: "No habeis recibido el espíritu de
siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de
adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da
testimonio de que somos hijos de Dios" Rom 8:14-17
Otros textos que revelan los dones:
AT: Gen 41:38; Ex 31:3; Num 24:2; Deut 34:9; Ps 31:8; 32:9; 118, 120; 142:10; Sap 7:28; 7:7; 7:22; 9:17; 10:10; Eccli 15:5; Is 11:2; 61:1; Mich 3:8.
NT: Lc 12:12; 24:25; Jn 3:8; 14:17; 14:26; Hechos 2:2; 2:38; Rm 8:14; 8:26; 1 Cor 2:10; 12:8; Apoc 1:4; 3:1; 4:5; 5:6.
AT: Gen 41:38; Ex 31:3; Num 24:2; Deut 34:9; Ps 31:8; 32:9; 118, 120; 142:10; Sap 7:28; 7:7; 7:22; 9:17; 10:10; Eccli 15:5; Is 11:2; 61:1; Mich 3:8.
NT: Lc 12:12; 24:25; Jn 3:8; 14:17; 14:26; Hechos 2:2; 2:38; Rm 8:14; 8:26; 1 Cor 2:10; 12:8; Apoc 1:4; 3:1; 4:5; 5:6.
Padres de la IglesiaTanto
los Padres griegos como los latinos hablan con frecuencia de los dones
del Espíritu Santo, aunque con diversos nombres: dona, munera,
charismata, spiritus, virtutes, etc.
Fuentes principales:
-Catecismo de la Iglesia Católica
-Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo
-Royo Marín, Teología de la Perfección#117s, BAC
-Catecismo de la Iglesia Católica
-Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo
-Royo Marín, Teología de la Perfección#117s, BAC
Los Carismas
Etimología: del griego, charis+ma.
Char: algo que causa felicidad. Charis: conceder gracia, favor gratuito de Dios.
Ma: es el objeto y el resultado de una acción.
Char: algo que causa felicidad. Charis: conceder gracia, favor gratuito de Dios.
Ma: es el objeto y el resultado de una acción.
"charisma": el resultado de haber recibido el charis (don de Dios).
Los carisma son:- Sobrenaturales concedidos por Dios a determinadas personas. Aunque se le atribuyen sobre todo al Espíritu Santo, son igualmente don del Padre y del Hijo.
- Son un don para la Iglesia. Aunque ya existían en el Antiguo Testamento, Dios los concede de forma incomparable en la Iglesia, por los méritos de Cristo.
- Para el bien común. Concedidos para servir en la edificación de la Iglesia. Sus efectos se manifiestan en favor de los miembros del cuerpo en función del amor. Son útiles para la misión y por lo tanto no son ni privados (para uso egoísta, personal), ni son superfluos.
- No son requisitos para la salvación personal como lo es la gracia santificante. No es mas santo el que tenga mayores carismas. Pero si es verdad que los santos se caracterizan por el buen uso de los carismas porque los ponen al servicio de la Iglesia motivados por el amor.
- El Espíritu Santo los concede a quien quiere y cuando quiere. (1 Cor 12,11). Se encuentran en todo tiempo y lugar.
- Son dones transitorios. El Espíritu Santo los da y los quita según su beneplácito; son pasajeros respecto a las virtudes teologales que son permanentes y sobre todo, con relación a la caridad que no disminuye; poseen, sin embargo, una cierta estabilidad que hace que el hombre dotado habitualmente del carisma profético sea llamado profeta.
- Son valorados por su grado de utilidad; en cuanto mas útiles para edificar la Iglesia.
- Es bueno pedirlos si lo hacemos por amor a la Iglesia, para servirla (1 Cor 14, 27)
- Jamás podrían adquirirse ni ser previstos con las fuerzas humanas.
- El carisma brota con formas nuevas. Por eso le incumbe al ministerio jerárquico la delicada tarea de examinar y cultivar los carismas que nacen continuamente en el seno del pueblo de Dios. Hacer aflorar nuevas modalidades de carismas, favorecer las concreciones institucionales de estos y velar para que se mantengan vivos, insertándolos adecuadamente en la vida de la Iglesia.
y aquella amistad en Cristo que da origen a los "movimientos". (cf. Christifideles laici, 24)
Criterios esenciales de los carismas auténticos (Libero Gerosa):
"Los carismas son gracias especiales que el Espíritu distribuye libremente entre los fieles de todo tipo y con los que los capacita y dispone para asumir varias obras y funciones, útiles para la renovación de la Iglesia y para el desarrollo de su construcción. Algunos de estos carismas son extraordinarios, otros, por el contrario, sencillos y mucho más difundidos, pero el juicio sobre su autenticidad corresponde, sin ninguna excepción, a los que presiden en la Iglesia, a los que compete no extinguir los carismas auténticos"
El carisma se distingue del talento: talento: es la capacidad natural de la persona.
carisma: es un don sobrenatural del Espíritu para edificación del cuerpo eclesial. Por ser sobrenatural no implica que sea necesariamente algo portentoso, mas bien los dones se integran en la disposición natural de la persona y actúa en ella.
Antiguo Testamento
Aunque el término "carisma" parece ser propiamente paulino, la realidad a que se refiere está ya claramente operante en el Antiguo Testamento, en numerosos reyes, jueces, profetas y otros grandes personajes, tanto hombres como mujeres. Estos no solo recibieron de Dios una misión sino también la efusión del Espíritu Santo para ejercerla mas allá de las fuerzas meramente naturales.
Nuevo TestamentoLa palabra carisma aparece 17 veces.
16 veces en San Pablo: Rom1,11; 5,15.16; 6,23; 11,29; 12,6; 1 Cor 1,7; 7,7; 12,4.9.28.30.31; 2 Cor 1,11; 1 Tm 4,14; 2 Tm 1,6.
1 vez en S. Pedro: 1 P 4, 10.
Carisma en San Pablo
San Pablo hace cuatro listas de carismas:
1 Cor 12,8-10;
1 Cor 12, 28-30
Rom 12, 6-8
Ef 4, 11
1 Cor 12,8-10;
1 Cor 12, 28-30
Rom 12, 6-8
Ef 4, 11
Las
listas contienen un total de 20 carismas diferentes, pero estas no
pretenden ser exhaustivas. Hay muchos mas carismas. Mientras unos son
dones que capacitan para ejercer ciertos oficios, otros son
extraordinarios. Pero todos son fruto de la gracia, es decir de la obra
del Espíritu Santo.
El
significado de "charisma" en Pablo varía. Algunas veces es aptitud,
otras es sinónimo de gracia sacramental de estado. Pero siempre se
trata de una gracia del Espíritu Santo que habilita a quien la recibe
para servir en la edificación (oikodomé) de la comunidad (Iglesia). Es
por lo tanto para el bien de todos (1 Cor 12). Los carismas tienen un
carácter orgánico. Todos los carismas deben operar en armonía, como las
múltiples funciones de un cuerpo sano.
Es necesario cuidar el uso de los carismas tanto
para desarrollarlos como para encaminarlos en forma equilibrada hacia
el propósito querido por Dios. San Pablo advierte a los Corintios sobre
el peligro del mal uso de los carismas:
- Cuando los carismas pretenden remplazar el esfuerzo y la responsabilidad de la vida cotidiana.
- Cuando la atención se centra en los carismas haciendo de ellos un espectáculo, creando desorden y distrayendo de la disponibilidad al sacrificio.
- Cuando se toma posesión de los carismas, buscando ávidamente poseerlos por interés egoísta (orgullo, competencia, fama, etc.).
San
Pablo actúa fuertemente contra los excesos porque los carismas, si no
contribuyen a la edificación del cuerpo, pueden hacerle daño.
San Pablo igualmente se preocupa de que no se apaguen los carismas
"No
apaguéis el Espíritu. No despreciéis las profecías. Examinad todo y
quedaos con lo que es bueno. Abstenéos de todo mal." (1 Ts 5, 19-22)
Pablo enseña constantemente que Dios actúa íntimamente y poderosamente
en sus hijos, dándoles los dones necesarios para la misión. Minimizar la
necesidad de los dones es también una forma de poner al hombre como un
falso protagonista de la edificación de la Iglesia, usurpando el lugar
de Dios y relegándolo a un cielo que estaría distanciado de la tierra.
Todos los santos son testimonio del poder de Dios y de los carismas que el suscita para el bien de la Iglesia.
San Ignacio de Loyola, a través de su propia experiencia de gracia, desarrolla unos "ejercicios espirituales" para discernir las mociones del Espíritu. Estos ejercicios correctamente presuponen que Dios se manifiesta al hombre, le da los carismas y le da conocimiento para utilizarlos correctamente. Este proceso de discernimiento debe continuar toda la vida e incluye necesariamente una profunda obediencia a la Iglesia.
Después del Concilio Vaticano II, se ha suscitado un desarrollo de la doctrina eclesiológica y pneumatológica. Al mismo tiempo el Espíritu Santo se ha manifestado extraordinariamente entre el pueblo de Dios. Han aparecido numerosos movimientos eclesiales con nuevos carismas. La Renovación Carismática en el Espíritu Santo a motivado un "redescubrimiento" de carismas como la curación, la profecía, el don de la alabanza en lenguas y muchos otros. El Espíritu Santo se da así a conocer como la verdadera vida de la Iglesia.
Ver también: Espíritu Santo Oración para pedir los frutos dones del Espíritu Santo |
FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO
Del Catecismo:1832 Los frutos
del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo
como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera
doce: ‘caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad,
mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Ga 5,22-23,
vg.).
Los 12 frutos del Espíritu Santo:
Caridad | Gozo | Paz | Paciencia | Mansedumbre | Bondad | Benignidad | Longanimidad | Fe | Modestia | Templanza | Castidad Ver abajo: 12 frutos
Caridad | Gozo | Paz | Paciencia | Mansedumbre | Bondad | Benignidad | Longanimidad | Fe | Modestia | Templanza | Castidad Ver abajo: 12 frutos
"El
fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay
ley." -Gálatas 5:22-23
Cuando el Espíritu Santo da su frutos en el alma, vence las tendencias de la carne. Cuando el Espíritu opera libremente en el alma, vence la debilidad de la carne y da fruto.
"Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil" Mateo 26:41
Obras de la carne: Fornicación,
impureza, libertinaje, idolatría, superstición, enemistades, peleas,
rivalidades, violencias, ambiciones, discordias, sectarismo,
disensiones, envidias, ebriedades, orgías y todos los excesos de esta
naturaleza. (Gálatas 5, 19)
Naturaleza de los frutos Espíritu Santo y la santificación
Al principio nos cuesta mucho ejercer las virtudes. Pero si perseveramos dóciles al Espíritu Santo, Su acción en nosotros hará cada vez mas fácil ejercerlas, hasta que se llegan a ejercer con gusto. Las virtudes serán entonces inspiradas por el Espíritu Santo y se llaman frutos del Espíritu Santo.
Cuando el alma, con fervor y dócil a la acción del Espíritu Santo, se ejercita en la práctica de las virtudes, va adquiriendo facilidad en ello. Ya no se sienten las repugnancias que se sentían al principio. Ya no es preciso combatir ni hacerse violencia. Se hace con gusto lo que antes se hacía con sacrificio.
Al principio nos cuesta mucho ejercer las virtudes. Pero si perseveramos dóciles al Espíritu Santo, Su acción en nosotros hará cada vez mas fácil ejercerlas, hasta que se llegan a ejercer con gusto. Las virtudes serán entonces inspiradas por el Espíritu Santo y se llaman frutos del Espíritu Santo.
Cuando el alma, con fervor y dócil a la acción del Espíritu Santo, se ejercita en la práctica de las virtudes, va adquiriendo facilidad en ello. Ya no se sienten las repugnancias que se sentían al principio. Ya no es preciso combatir ni hacerse violencia. Se hace con gusto lo que antes se hacía con sacrificio.
Les
sucede a las virtudes lo mismo que a los árboles: los frutos de éstos,
cuando están maduros, ya no son agrios, sino dulces y de agradable
sabor. Lo mismo los actos de las virtudes, cuando han llegado a su
madurez, se hacen con agrado y se les encuentra un gusto delicioso.
Entonces estos actos de virtud inspirados por el Espíritu Santo se
llaman frutos del Espíritu Santo, y ciertas virtudes los producen con
tal perfección y tal suavidad que se los llama bienaventuranzas, porque
hacen que Dios posea al alma planamente.
La FelicidadCuanto más se apodera Dios de un alma más la santifica; y cuanto más santa sea, más feliz es.
Seremos mas felices a medida que nuestra naturaleza va siendo curada de su corrupción. Entonces se poseen las virtudes como naturalmente.
La FelicidadCuanto más se apodera Dios de un alma más la santifica; y cuanto más santa sea, más feliz es.
Seremos mas felices a medida que nuestra naturaleza va siendo curada de su corrupción. Entonces se poseen las virtudes como naturalmente.
Los
que buscan la perfección por el camino de prácticas y actos metódicos,
sin abandonarse enteramente a la dirección del Espíritu Santo, no
alcanzarán nunca esta dulzura. Por eso sienten siempre dificultades y
repugnancias: combaten continuamente y a veces son vencidos y cometen
faltas. En cambio, los que, orientados por el Espíritu Santo, van por el
camino del simple recogimiento, practican el bien con un fervor y una
alegría digna del Espíritu Santo, y sin lucha, obtienen gloriosas
victorias, o si es necesario luchar, lo hacen con gusto. De lo que se
sigue, que las almas tibias tienen doble dificultad en la práctica de la virtud
que las fervorosas que se entregan de buena gana y sin reserva. Porque
éstas tienen la alegría del Espíritu Santo que todo se lo hace fácil, y
aquéllas tienen pasiones que combatir y sienten las debilidades de la
naturaleza que impiden las dulzuras de la virtud y hacen los actos
difíciles e imperfectos.
La comunión frecuente
perfecciona las virtudes y abre el corazón para recibir los frutos del
Espíritu Santo porque nuestro Señor, al unir su Cuerpo al nuestro y su
Alma a la nuestra, quema y consume en nosotros las semillas de los
vicios y nos comunica poco a poco sus divinas perfecciones, según
nuestra disposición y como le dejemos obrar. Por ejemplo: encuentra en
nosotros el recuerdo de un disgusto, que aunque ya pasó, ha dejado en
nuestro espíritu y en nuestro corazón una impresión, que queda como
simiente de pesar y cuyos efectos sentimos en muchas ocasiones. ¿Qué
hace nuestro Señor? Borra el recuerdo y la imagen de ese descontento,
destruye la impresión que se había grabado en nuestras potencias y ahoga
completamente esta semilla de pecados, poniendo en su lugar los frutos
de caridad, de gozo, de paz y de paciencia. Arranca de la misma manera
las raíces de cólera, de intemperancia y de los demás defectos,
comunicándonos las virtudes y sus frutos.
De los frutos de caridad, de gozo y de pazVer también caridad, gozo y paz
Los tres primeros frutos del Espíritu Santo son la caridad, el gozo y la paz, que pertenecen especialmente al Espíritu Santo.
Los tres primeros frutos del Espíritu Santo son la caridad, el gozo y la paz, que pertenecen especialmente al Espíritu Santo.
-La caridad, porque es el amor del Padre y del Hijo
-El gozo, porque está presente al Padre y al Hijo y es como el complemento de su bienaventuranza.
-La paz, porque es el lazo que une al Padre y al Hijo.
Estos tres frutos están unidos y se derivan naturalmente uno del otro.
-La caridad o el amor ferviente nos da la posesión de Dios
-El gozo nace de la posesión de Dios, que no es otra cosa que el reposo y el contento que se encuentra en el goce del bien poseído.
-La paz que, según San Agustín; es la tranquilidad en el orden. Mantiene al alma en la posesión de la alegría contra todo lo que es opuesto. Excluye toda clase de turbación y de temor.
-El gozo, porque está presente al Padre y al Hijo y es como el complemento de su bienaventuranza.
-La paz, porque es el lazo que une al Padre y al Hijo.
Estos tres frutos están unidos y se derivan naturalmente uno del otro.
-La caridad o el amor ferviente nos da la posesión de Dios
-El gozo nace de la posesión de Dios, que no es otra cosa que el reposo y el contento que se encuentra en el goce del bien poseído.
-La paz que, según San Agustín; es la tranquilidad en el orden. Mantiene al alma en la posesión de la alegría contra todo lo que es opuesto. Excluye toda clase de turbación y de temor.
La santidad y la caridad valen mas que todoLa
caridad es el primero entre los frutos del Espíritu Santo, porque es el
que más se parece al Espíritu Santo, que es el amor personal, y por
consiguiente el que más nos acerca a la verdadera y eterna felicidad y
el que nos da un goce más sólido y una paz más profunda. Dad a un hombre
el imperio del universo con la autoridad más absoluta que sea posible;
haced que posea todas las riquezas, todos los honores, todos los
placeres que se puedan desear; dadle la sabiduría más completa que se
pueda imaginar; que sea otro Salomón y más que Salomón, que no ignore
nada de toda lo que una inteligencia pueda saber; añadidle el poder de
hacer milagros: que detenga al sol, que divida los mares, que resucite
los muertos, que participe del poder de Dios en grado tan eminente como
queráis, que tenga además el don de profecía, de discernimiento de
espíritus y el conocimiento interior de los corazones. El menor grado de
santidad que pueda tener este hombre, el menor acto de caridad que
haga, valdrá mucho más que todo eso, porque lo acercan al Supremo bien y
le dan una personalidad más excelente que todas esas otras ventajas si
las tuviera; y esto, por dos razones:
1- Porque participar de la santidad de Dios, es participar de todo lo más importante, por decirlo así, que hay en Él. Los demás atributos de Dios, como la ciencia, el poder, pueden ser comunicados a los hombres de tal manera que les sean naturales. Unicamente la santidad no puede serles nunca natural (sino por gracia).
2- Porque la santidad y la felicidad son como dos hermanas inseparables y porque Dios no se da ni se une más que a las almas santas y no a las que sin poseer la santidad, poseen la ciencia, el poder y todas las demás perfecciones imaginables.
Por lo tanto, el grado más pequeño de santidad o la menor acción que la aumente, es preferible, a los cetros y coronas. De lo que se deduce que perdiendo cada día tantas ocasiones de hacer actos sobrenaturales, perdemos incontables felicidades, casi imposibles de reparar.
1- Porque participar de la santidad de Dios, es participar de todo lo más importante, por decirlo así, que hay en Él. Los demás atributos de Dios, como la ciencia, el poder, pueden ser comunicados a los hombres de tal manera que les sean naturales. Unicamente la santidad no puede serles nunca natural (sino por gracia).
2- Porque la santidad y la felicidad son como dos hermanas inseparables y porque Dios no se da ni se une más que a las almas santas y no a las que sin poseer la santidad, poseen la ciencia, el poder y todas las demás perfecciones imaginables.
Por lo tanto, el grado más pequeño de santidad o la menor acción que la aumente, es preferible, a los cetros y coronas. De lo que se deduce que perdiendo cada día tantas ocasiones de hacer actos sobrenaturales, perdemos incontables felicidades, casi imposibles de reparar.
No podemos encontrar en las criaturas el gozo y la paz, que son frutos del Espíritu Santo, por dos razones.
1- Porque únicamente la posesión de Dios nos afianza contra las turbaciones y temores, mientras que la posesión de las criaturas causa mil inquietudes y mil preocupaciones. Quien posee a Dios no se inquieta por nada, porque Dios lo es todo para él, y todo lo demás solo vale en relación a El y según El lo disponga.
2- Porque ninguno de los bienes terrenos nos puede satisfacer ni contentar plenamente. Vaciad el mar y a continuación, echad en él una gota de agua: ¿llenaría este vacío inmenso? Todas las criaturas son limitadas y no pueden satisfacer el deseo del alma por Dios. La paz hace que Dios reine en el alma y que solamente Él sea el dueño. La paz mantiene al alma en la perfecta dependencia de Dios. Por la gracia santificante, Dios se hace en el alma como una fortaleza donde habita. Por la paz se apodera de todas las facultades, fortificándolas tan poderosamente que las criaturas ya no pueden llegar a turbarlas. Dios ocupa todo el interior. Por eso los santos están tan unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción y los acontecimientos más desagradables no consiguen turbarlos.
1- Porque únicamente la posesión de Dios nos afianza contra las turbaciones y temores, mientras que la posesión de las criaturas causa mil inquietudes y mil preocupaciones. Quien posee a Dios no se inquieta por nada, porque Dios lo es todo para él, y todo lo demás solo vale en relación a El y según El lo disponga.
2- Porque ninguno de los bienes terrenos nos puede satisfacer ni contentar plenamente. Vaciad el mar y a continuación, echad en él una gota de agua: ¿llenaría este vacío inmenso? Todas las criaturas son limitadas y no pueden satisfacer el deseo del alma por Dios. La paz hace que Dios reine en el alma y que solamente Él sea el dueño. La paz mantiene al alma en la perfecta dependencia de Dios. Por la gracia santificante, Dios se hace en el alma como una fortaleza donde habita. Por la paz se apodera de todas las facultades, fortificándolas tan poderosamente que las criaturas ya no pueden llegar a turbarlas. Dios ocupa todo el interior. Por eso los santos están tan unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción y los acontecimientos más desagradables no consiguen turbarlos.
Paciencia modera la tristeza
Mansedumbre modera la cólera
Los frutos anteriores disponen al alma a la de paciencia, mansedumbre y moderación. Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de cólera que se levanta impetuosa para rechazar el mal presente. El esfuerzo por ejercer la paciencia y la mansedumbre como virtudes requiere un combate que requiere violentos esfuerzos y grandes sacrificios. Pero cuando la paciencia y la mansedumbre son frutos del Espíritu Santo, apartan a sus enemigos sin combate, o si llegan a combatir, es sin dificultad y con gusto. La paciencia ve con alegría todo aquello que puede causar tristeza. Así los mártires se regocijaban con la noticia de las persecuciones y a la vista de los suplicios. Cuando la paz está bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los movimientos de cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder nunca su tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus facultades y residir en ellas, aleja la tristeza o no permite que le haga impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.
Mansedumbre modera la cólera
Los frutos anteriores disponen al alma a la de paciencia, mansedumbre y moderación. Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de cólera que se levanta impetuosa para rechazar el mal presente. El esfuerzo por ejercer la paciencia y la mansedumbre como virtudes requiere un combate que requiere violentos esfuerzos y grandes sacrificios. Pero cuando la paciencia y la mansedumbre son frutos del Espíritu Santo, apartan a sus enemigos sin combate, o si llegan a combatir, es sin dificultad y con gusto. La paciencia ve con alegría todo aquello que puede causar tristeza. Así los mártires se regocijaban con la noticia de las persecuciones y a la vista de los suplicios. Cuando la paz está bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los movimientos de cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder nunca su tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus facultades y residir en ellas, aleja la tristeza o no permite que le haga impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.
De los frutos de bondad y benignidadVer también: bondad y benignidad
Estos dos frutos miran al bien del prójimo.
La bondad y la inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene.
La Benignidad. No tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benígnitas. La palabra benignidad se usa únicamente para significar dulzura y esta clase de dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría, sin sentir la dificultad que sienten los que tienen la benignidad sólo en calidad de virtud y no como fruto del Espíritu Santo.
Estos dos frutos miran al bien del prójimo.
La bondad y la inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene.
La Benignidad. No tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benígnitas. La palabra benignidad se usa únicamente para significar dulzura y esta clase de dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría, sin sentir la dificultad que sienten los que tienen la benignidad sólo en calidad de virtud y no como fruto del Espíritu Santo.
Del fruto de longanimidad(perseverancia)Ver también longanimidad
La longanimidad o perseverancia nos ayudan a mantenernos fieles al Señor a largo plazo. Impide el aburrimiento y la pena que provienen del deseo del bien que se espera, o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal que se sufre y no de la grandeza de la cosa misma o de las demás circunstancias. La longanimidad hace, por ejemplo, que al final de un año consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.
La longanimidad o perseverancia nos ayudan a mantenernos fieles al Señor a largo plazo. Impide el aburrimiento y la pena que provienen del deseo del bien que se espera, o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal que se sufre y no de la grandeza de la cosa misma o de las demás circunstancias. La longanimidad hace, por ejemplo, que al final de un año consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.
Del fruto de la feVer también: fe
La fe como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la verdad que creemos sin sentir repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y terquedades que sentimos naturalmente respecto a las materias de la fe.
La fe como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la verdad que creemos sin sentir repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y terquedades que sentimos naturalmente respecto a las materias de la fe.
Para esto
debemos tener en la voluntad un piadoso afecto que incline al
entendimiento a creer, sin vacilar, lo que se propone. Por no poseer
este piadoso afecto, muchos, aunque convencidos por los milagros de
Nuestro Señor, no creyeron en Él, porque tenían el entendimiento
oscurecido y cegado por la malicia de su voluntad. Lo que les sucedió a
ellos respecto a la esencia de la fe, nos sucede con frecuencia a nosotros en lo tocante a la perfección de la fe, es decir, de las cosas que la pueden perfeccionar y que son la consecuencia de las verdades que nos hace creer.
No es suficiente creer, hace falta meditar en el corazón lo que creemos, sacar conclusiones y responder coherentemente. Por
ejemplo, la fe nos dice que Nuestro Señor es a la vez Dios y Hombre y
lo creemos. De aquí sacamos la conclusión de que debemos amarlo sobre
todas las cosas, visitarlo a menudo en la Santa Eucaristía, prepararnos
para recibirlo y hacer de todo esto el principio de nuestros deberes y
el remedio de nuestras necesidades.
Pero
cuando nuestro corazón esta dominado por otros intereses y afectos,
nuestra voluntad no responde o está en pugna con la creencia del
entendimiento. Creemos pero no como una realidad viva a la que debemos
responder. Hacemos una dicotomía entre la "vida espiritual" (algo solo
mental) y nuestra "vida real" (lo que domina el corazón y la voluntad).
Ahogamos con nuestros vicios los afectos piadosos. Si nuestra voluntad
estuviese verdaderamente ganada por Dios, tendríamos una fe profunda y
perfecta.
De los frutos de Modestia, Templanza y CastidadVer también: Modestia, Templanza y Castidad
La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y como naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios. Nuestro espíritu, ligero e inquieto, está siempre revoloteando par todos lados, apegándose a toda clase de objetos y charlando sin cesar. La modestia lo detiene, lo modera y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios. Sigue rápidamente al fruto de modestia, y ésta es, respecto a aquélla, lo que era el rocío respecto al maná. La presencia de Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que vemos los colores a la luz del mediodía.
La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y como naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios. Nuestro espíritu, ligero e inquieto, está siempre revoloteando par todos lados, apegándose a toda clase de objetos y charlando sin cesar. La modestia lo detiene, lo modera y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios. Sigue rápidamente al fruto de modestia, y ésta es, respecto a aquélla, lo que era el rocío respecto al maná. La presencia de Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que vemos los colores a la luz del mediodía.
La
modestia nos es completamente necesaria, porque la inmodestia, que en
sí parece poca cosa, no obstante es muy considerable en sus
consecuencias y no es pequeña señal en un espíritu poco religioso.
Las virtudes de templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos y moderando los permitidos.
-La templanza refrena la desordenada afición de comer y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse
-La castidad regula o cercena el uso de los placeres de la carne.
Mas los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión.
-La templanza refrena la desordenada afición de comer y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse
-La castidad regula o cercena el uso de los placeres de la carne.
Mas los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión.
El Espíritu Santo actúa siempre para un fin: nuestra santificación que es la comunión con Dios y el prójimo por el amor.
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