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miércoles, 25 de abril de 2012

Conciencia

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La conciencia (del latín conscientia 'conocimiento compartido', pero diferente de consciencia, ser conscientes de ello) se define en general como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno1, se refiere a la moral o bien a la recepción normal de los estímulos del interior y el exterior. Conscientĭa significa, literalmente, «con conocimiento» (del latín cum scientĭa). En la especie Homo sapiens, la conciencia implica varios procesos cognitivos interrelacionados. Se traduce del griego sy‧néi‧dē‧sis, de syn -'con'- y éi‧dē‧sis -'conocimiento'-, de modo que significa co-conocimiento, o conocimiento con uno mismo.1
Conciencia se refiere al saber de sí mismo, al conocimiento que el espíritu humano tiene de su propia existencia, estados o actos. Conciencia se aplica a lo ético, a los juicios sobre el bien y el mal de nuestras acciones. Una persona cloroformizada recobra la conciencia al cesar los efectos del anestésico. Una persona "de conciencia recta" no comete actos socialmente reprobables.
La conciencia en psiquiatría puede también definirse como el estado cognitivo no abstracto que permite la interactuación, interpretación y asociación con los estímulos externos, denominados realidad. La conciencia requiere del uso de los sentidos como medio de conectividad entre los estímulos externos y sus asociaciones.
Los humanos adultos sanos tienen conciencia sensitiva y conciencia abstracta, aunque también el pensamiento abstracto se presenta en otras especies animales,2 3 así mismo se ha comprobado que algunas especies animales tiene una conciencia rudimentaria de sí mismos.4 5 6 7 8

 Conciencia e inteligencia artificial

Existen dudas sobre la naturaleza de la conciencia, y no se sabe con seguridad si la conciencia como fenómeno cognitivo es sólo el resultado de la complejidad computacional o de otros factores. Roger Penrose se ha ocupado del problema de la realidad física de la inteligencia y ha analizado diversas pretensiones teóricas por parte de la inteligencia artificial de simular o construir artefactos que posean algún tipo de conciencia.9 10 Penrose clasifica las posturas actuales ante la cuestión de si la conciencia es o no computable algorítmicamente:
A. Todo pensamiento es un proceso de computación, es decir, en particular la percepción de uno mismo y la autoconciencia son procesos emergentes que son resultado direc to de la computación o algoritmo adecuados.
B. La conciencia es una consecuencia del tipo de acción física que ocurre en el cerebro, y aunque cualquier acción física puede simularse apropiada a través de medios computacionales; el hecho de que se lleve a cabo un proceso de simulación computacional del cerebro no comportaría, por sí mismo, la aparición auténtica de la autoconciencia.
C. La realización de cierta actividad física en el cerebro es lo que lleva a la aparición de la autoconciencia en el ser humano; sin embargo, aunque puede ser reproducida artificialmente, dicha acción no puede simularse algorítmicamente.
D. La conciencia de tipo humano no puede entenderse propiamente en términos físicos, computacionales o científicos de otro tipo.
El punto de vista D claramente niega la posibilidad de comprensión científica de la conciencia. Muchos investigadores del campo de la inteligencia artificial, en particular los más optimistas sobre sus logros, se adhieren a la postura A. John Searle sería más bien un partidario de la postura B, y el propio Penrose ha argumentado fuertemente en su trabajo por la postura C, relacionándola con varios otros problemas abiertos de la física como la teoría cuántica de la gravedad.

 Véase también

 Referencias

  1. Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen I.
  2. «Los orangutanes tienen inventiva». NeoFronteras (05-07-2007). Consultado el 08-06-2011.
  3. «Los Ratones tienen Pensamiento Abstracto». Los Tiempos (29-03-2008). Consultado el 08-06-2011.
  4. «Estudio de primates ‘tambalea’ concepto de lo humano». El Universal (18-10-2007). Consultado el 08-06-2011.
  5. «Los elefantes reconocen su propia imagen ante un espejo». El Mundo (España) (30-10-2006). Consultado el 08-06-2011.
  6. «Los elefantes lloran a sus muertos». El Mundo (España) (27-10-2005). Consultado el 08-06-2011.
  7. «Las urracas son capaces de reconocerse en el espejo, según un reciente descubrimiento». 20 minutos (03-08-2008). Consultado el 08-06-2011.
  8. Animal Behaviour – Pigs learn what a mirror image represents and use it to obtain information. ScienceDirect. doi:doi:10.1016/j.anbehav.2009.07.027.
  9. Penrose, 1991.
  10. Penrose, 1996.
  • Daido Ubalde, Soko. La marisma dorada.

Bibliografía

  • Penrose, Roger, La Nueva Mente del Emperador, Mondadori, 1991, ISBN 84-397-1786-5.
  • Penrose, Roger, Las sombras de la mente: hacia una compresión científica de la consciencia, Editorial Crítica, 1996, ISBN 84-7423-771-8.

 Enlaces externos




4. Clases de conciencia


Por razón de su concordancia con la ley de Dios, la conciencia puede ser recta o verdadera y errónea, según si sus dictados se adecuan o no a esa ley. La errónea puede ser vencible (si no se ponen todos los medios para salir del error) e invencible (si puestos todos los medios no se puede salir del error). Se debe seguir la conciencia recta y verdadera y también la invenciblemente errónea.
Por razón del asentimiento que prestamos a lo que la conciencia nos dicta ésta se divide en cierta, probable y dudosa, según el grado de seguridad que se tenga. Se debe seguir la conciencia cierta; en algunos casos la probable, pero nunca la dudosa; hay que salir antes de la duda.
No es lo mismo estar seguro de algo que dar en el clavo. La primera es la conciencia cierta, la segunda es la conciencia verdadera. Una es la seguridad subjetiva y la otra la objetiva. Pues bien, no basta con «estar seguro» (conciencia cierta), además hay que actuar con la ley (conciencia verdadera).
Limitarse a una seguridad personal es ponerse en lugar de Dios, que es el único que no se equivoca. Por ese camino se acaba confundiendo lo espontáneo con lo objetivamente bueno. En cambio, «fruto de la recta conciencia es, ante todo, el llamar por su nombre al bien y al mal»(10).
Por la limitación humana puede ocurrir que un hombre esté cierto de algo que no sea verdadero. Por eso mismo, no es el ideal tener meramente una conciencia moral cierta: hay que tender a tener, además, una conciencia recta o verdadera. La conciencia, «para ser norma válida del actuar humano tiene que ser recta, es decir, verdadera y segura de sí misma, y no dudosa ni culpablemente errónea»(11).
Una persona que actúe contra su conciencia, peca; pero también peca por no ajustar deliberadamente sus dictámenes a la ley de Dios que es la norma suprema de actuación. «El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral» (CEC, 1792).
Por eso, apelar a la conciencia para eludir la norma, que quizá por falta de formación –o incluso por mala fe– se desconoce, es absolutamente equivocado.
Es cierto que hemos de decidir con nuestra propia conciencia, y también que nadie nos puede forzar a actuar contra ella, pero no es menos cierto que tenemos el grave deber de que los dictados de esa conciencia se ajusten a lo que Dios quiera, que es tanto como decir que esté bien formada, que
10. Ibid.
11. Pablo VI, o. c.
sea recta o verdadera.
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La Conciencia, Brújula en la Formación de las Virtudes
«¿Por qué la conciencia de los jóvenes no se rebela contra el mal en la sociedad? ¿Por qué tantos se acomodan en comportamientos que ofenden la dignidad humana y desfiguran la imagen de Dios? Juan Pablo II. Denver 1993

La Conciencia, Brújula en la Formación de las Virtudes
La Conciencia, Brújula en la Formación de las Virtudes
«¿Por qué la conciencia de los jóvenes no se rebela contra el mal en la sociedad? ¿Por qué tantos se acomodan en comportamientos que ofenden la dignidad humana y desfiguran la imagen de Dios? Lo normal sería que la conciencia señalara el peligro mortal que encierra el hecho de aceptar tan fácilmente el mal y el pecado. Y en cambio, no siempre sucede así. ¿Será porque la misma conciencia está perdiendo la capacidad de distinguir el bien del mal?
Jóvenes, no cedáis a esa falsa moralidad en la que lo bueno es lo que me gusta o me es útil y lo malo es lo que me disgusta.. ¡No asfixiéis vuestras conciencias!»

Juan Pablo II. Homilía a los jóvenes en Denver. Agosto de 1993


La conciencia es la capacidad que Dios nos ha dado de distinguir el bien del mal y de inclinar nuestra voluntad a hacer el bien y evitar el mal.

La conciencia no es más que la propia inteligencia humana cuando juzga prácticamente sobre la bondad o la maldad de los actos. Ordena en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga las opciones concretas aprobando las buenas y denunciando las malas.
La conciencia dicta a cada momento lo que se debe y lo que no se debe hacer. Al hacer algo bueno, la voz de la conciencia lo aprueba, al hacer algo malo, esta misma voz acusa y condena sin dejar en paz.

Pero su función no se limita a emitir un juicio después un acto, sino que valora las decisiones antes de que actuar y es testigo de los actos.
La conciencia no es algo que podamos ver o tocar. Sin embargo, podríamos compararla con los elementos que forman un juicio: en él hay un juez que da la sentencia, un testigo que dice qué fue lo que pasó y una ley en la que el juez se basa para dar el veredicto.

La conciencia es testigo de nuestros actos y para dar su sentencia como juez, se basa en las leyes naturales que Dios ha escrito en el corazón del hombre.

La conciencia recta conoce la verdad. Está atenta para iluminar en cada momento de la vida. Aplaude al hacer algo bueno y al hacer algo malo para abrir el camino del arrepentimiento y del perdón.

Una conciencia bien formada siempre invitará a actuar de acuerdo con los principios y convicciones acordes con la opción fundamental por Jesucristo, impulsándonos a servir a los hombres, a promover lo positivo y eliminar lo negativo.

La conciencia moral es la capacidad de percibir el bien y el mal y de inclinar nuestra voluntad a hacer el bien y evitar el mal. La conciencia moral se expresa a través del juicio “bonum facendum, malum vitandum”debemos hacer el bien y evitar el mal.

El hombre no sólo tiene el derecho, sino el deber de seguir el dictamen de su conciencia. Una persona es madura cuando se comporta según el juicio de la recta conciencia.

Una conciencia recta puede mermar como puede progresar y perfeccionarse. En ese sentido el estado de la conciencia en un momento dado puede ser una muestra de la madurez moral y la coherencia de vida de la persona. Pero es, resulta importante saber cuáles son las principales desviaciones de la conciencia y los medios prácticos para llevar a cabo un trabajo de superación.


Deformaciones de la conciencia

La deformación de la conciencia generalmente es fruto de malos hábitos, no es algo que se dé de un día para otro.

· Se puede deformar la conciencia poco a poco, sin darnos cuenta, aceptando voluntariamente pequeñas faltas o imperfecciones en los deberes diarios. A fuerza de ir diariamente haciendo las cosas “un poco mal”, llega un momento en el que la conciencia no hace caso de esas faltas y ya no nos pone en guardia ante el mal. Se convierte en una conciencia indelicada, que va resbalando de forma fácil del “un poco mal” al “muy mal”.

· También puede suceder deformar nuestra conciencia a base de repetirle principios falsos como: “No hay que exagerar”, “Tómalo con calma”, “Todo el mundo lo hace”, “A cualquiera le puede pasar”. Se convierte así en una conciencia adormecida insensible e incapaz de darnos señales de alerta. Esto se da principalmente por la pereza o la superficialidad, que nos impiden entrar en nosotros mismo para analizar lo que hacemos.

· Podemos convertir nuestra conciencia en una conciencia domesticada si le ponemos una correa, con justificaciones de todos nuestros actos, cada vez que quiera llamarnos la atención, por más malos que estos sean: “Lo hice con buena intención”, “Se lo merecía”, “Es que estaba muy cansado”, etc. Es una conciencia que se acomoda a nuestro modo de vivir, se conforma con cumplir con el mínimo indispensable.

· También puede ser que nuestra conciencia sea una conciencia falsa, es decir, que nos dé señales erróneas porque no conoce la verdad. Esto puede ser por nuestra culpa o por culpa del ambiente en el que vivimos.
Hay varios tipos de conciencia falsa:

— Conciencia ignorante. Es la que realmente no sabe si los actos son buenos o malos y permite que cometamos actos malos sin darnos cuenta de su maldad. Es el caso de cuando no se conoce una ley y se quebranta. Si no la conocemos porque no teníamos forma alguna de conocerla, entonces no tenemos ninguna culpa; pero si no la conocemos porque no queríamos conocerla, entonces la culpa es mayor.

— Conciencia escrupulosa. Para este tipo de conciencia todo es malo. Es opresiva y angustiante pues recrimina hasta la falta más pequeña exagerándola como si fuera la peor falta.

— Conciencia laxa. Es lo contrario de la escrupulosa. Este tipo de conciencia minimiza las faltas graves haciéndolas aparecer como pequeños errores sin importancia.

— Conciencia farisaica. Es la que se preocupa por aparentar bondad ante los demás , mientras en su interior hay pecados de orgullo y soberbia. Es hipócrita, quiere que todos piensen que es buena y eso es lo único que le importa. Se preocupa de cumplir las normas y reglas exteriores y se olvida de la caridad y de la justicia: “Reza mucho, pero es la que más critica a los demás”.
La conciencia, el lugar de encuentro con Dios
La conciencia nos ordena en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal.
 
La conciencia, el lugar de encuentro con Dios
La conciencia, el lugar de encuentro con Dios


La conciencia

Es una realidad de experiencia: todos los hombres juzgan, al actuar, si lo que hacen está bien o mal. Es el conocimiento intelectual de los actos propios.

Es innegable que la inteligencia humana conoce los principios primarios del actuar; "haz el bien y evita el mal", no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan". El hombre en lo más profundo de su conciencia descubre la ley, que no se ha dado a sí mismo, sino a la que debe obedecer y que resuena en su corazón, diciéndole que siempre debe amar y hacer el bien.
"La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, donde está solo con Dios". GS 16

La conciencia no es una potencia más, unida a la inteligencia y a la voluntad. Podríamos decir que es la misma inteligencia cuando juzga la moralidad de un acto, basándose en los principios morales innatos de la naturaleza humana. Esas leyes inscritas en el corazón y dadas por Dios. Además, la conciencia es una facultad natural del ser humano, no es una parte de la vida religiosa del hombre.

En la actualidad los movimientos de tipo psicológico, como el New Age, hablan de una conciencia como el íntimo conocimiento que el hombre tiene de sí mismo y de sus actos. Esta sería una conciencia vista desde el punto de la psicología, no una conciencia moral.

La conciencia que nos interesa es la conciencia moral, que es la misma inteligencia que hace un juicio práctico sobre la bondad o la maldad de un acto.

Juicio, porque la moralidad juzga un acto. Es práctico porque aplica en la práctica, en cada caso en particular y concreto lo que la ley dice. Sobre la moralidad de un acto es lo que la distingue de la conciencia psicológica, pues en este caso lo propio es juzgar si una acción es buena, mala o indiferente.

La conciencia funciona cuando juzga si un acto es bueno o malo, de una manera práctica, es decir, aplica en cada caso particular y concreto lo que la ley dice. Nos ordena en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal.

Se puede decir que la conciencia moral es un juicio de la razón por la cual la persona reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho.

Cuando hacemos algo bueno, la voz de nuestra conciencia nos aprueba, cuando hacemos algo malo, esta misma voz nos acusa y condena sin dejarnos en paz. La conciencia no sólo da un juicio después de que ya hicimos algo, sino también antes de tomar una decisión.

Ella es testigo de nuestros actos y para dar su sentencia como juez, se basa en las leyes naturales que Dios ha escrito en el corazón del hombre.

Es la facultad que descubre el valor de los principios de la ley moral y los aplica a una situación concreta. Juzga nuestras acciones concretas aprobando las buenas y denunciado las malas. Ordena siempre que dejemos el mal y que hagamos el bien.

Cada persona debe de prestar mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de la conciencia, es una exigencia de interioridad.

El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. No es lícito actuar en contra de la propia conciencia, ya que ésta es la voz de Dios.

Actuae en contra de la conciencia es actuar contra uno mismo, de las convicciones más profundas y de los principios morales. Cuando hay duda sobre si es o no es pecado, siempre hay que actuar pensando que lo es.

Obedecer a la conciencia es obedecer a Dios, por eso es importante seguir siempre lo que ella nos dicta. Todos debemos prestar mucha atención a nosotros mismos para poder oír y seguir la voz de la conciencia. La dignidad de la persona exige que tengamos una conciencia moral recta.

Por la conciencia podemos asumir la responsabilidad de nuestros actos. Cuando elegimos libremente llevar a cabo un acto, la libertad nos hace responsables de los actos que, voluntariamente y siguiendo a nuestra conciencia, hemos realizado.

Ahora bien, no todas las conciencias son iguales, pues solemos tener ciertas deformaciones, aunque sean pequeñas.

La conciencia se puede formar o deformar.
Una conciencia bien formada siempre nos invitará a actuar de acuerdo con nuestros principios y convicciones, nos impulsará a servir a los hombres.

Una conciencia deformada puede equivocarse y presentarnos por bueno, lo malo. Esto puede suceder por ignorancia, por los criterios del ambiente en el que vivimos, por criterios falsos que hayamos interpretado como verdaderos o por debilidades repetidas.



¿Cómo se llega a deformar la conciencia?

Nuestra conciencia no se deforma de un día para otro, generalmente es fruto de malos hábitos:
Nosotros podemos deformar nuestra conciencia poco a poco, sin darnos cuenta, si aceptamos voluntariamente pequeñas faltas o imperfecciones en nuestros deberes diarios.

Si todos los días vamos haciendo las cosas “un poco mal”, llega un momento en el que nuestra conciencia no hace caso de esas faltas y ya no nos avisa que tenemos que hacer las cosas bien. Se convierte en una conciencia indelicada, que va resbalando de forma fácil del “un poco mal” al “muy mal”.

Tammbién puede suceder que nosotros deformemos nuestra conciencia a base de repetirle principios falsos como: “No hay que exagerar”. Se convierte así en una conciencia adormecida, insensible e incapaz de darnos señales de alerta. Esto se da, principalmente, por la pereza o la superficialidad.

Podemos convertir nuestra conciencia en una conciencia domesticada si le ponemos una correa, con justificaciones de todos nuestros actos, cada vez que nos quiere llamar la atención, por más malos que estos sean: “Lo hice con buena intención”, “Se lo merecía”, “Es que estaba muy cansado”, "es que él me dijo",etc. Es una conciencia que se acomoda a nuestro modo de vivir, se conforma con cumplir con el mínimo indispensable.

También, puede darse una conciencia falsa, es decir, que nos dé señales erróneas porque no conoce la verdad. Esto puede ser por nuestra culpa o por culpa del ambiente en el que vivimos. En este caso los juicios se hacen sin bases, ni prudencia.


Existen varios tipos de conciencia

Según el objeto
  • Verdadera: que es la que juzga la acción en conformidad con los principios objetivos de la moralidad. Por ejemplo: sé que estoy en pecado mortal, por lo tanto no puedo comulgar.
  • Errónea: que es la que juzga la acción equivocadamente, es decir, confunde lo malo con lo bueno. Juzga sin bases y sin prudencia. Un ejemplo de esto, es cuando se piensa que si alguien fue violada, es lícito que aborte.
    Esta conciencia se divide en dos formas:
    -- Venciblemente errónea: cuando no se desea o no se ponen los medios para salir de su equivocación.
    --Invenciblemente errónea. cuando la persona no puede dejar el error, o porque no sabe que está en él, o porque ha hecho todo lo posible por salir de él, sin conseguirlo.


    Por razón del modo de juzgar
  • Conciencia recta: este tipo de conciencia siempre juzga con fundamentos y prudencia.
  • Falsa: en este caso se juzga sin bases, sin prudencia y puede ser:
  • Conciencia estrecha: es la que actúa con ligereza y sin razonoes serias, afirma que hay pecado donde no lo hay o lo aumenta. Este tipo de conciencia juzga a una persona por un simple comentario.
  • Conciencia escrupulosa. para este tipo de conciencia todo es malo. Es opresiva y angustiante pues recrimina hasta la falta más pequeña, exagerándola como si fuera una falta horrible. Siempre piensa que hay obligaciones morales donde no las hay.
  • Conciencia laxa. es lo contrario de la escrupulosa. Este tipo de conciencia minimiza las faltas graves haciéndolas aparecer como pequeños errores sin importancia. En este caso, se actúa con ligereza, se niega el pecado cuando lo hay o lo disminuye.
  • Conciencia perpleja. es la que ve pecado tanto en el hacer algo o en el no hacerlo. Es muy común ante las decisiones económicas o políticas. Es la que piensa quiero ayudar a los damnificados, pero si lo hago voy a quitarle algo a mi familia.
  • Conciencia farisaica. es la que se preocupa por aparentar bondad ante los demás, mientras en su interior hay pecados de orgullo y soberbia. Es hipócrita, quiere que todos piensen que es buena y eso es lo único que le importa.


    Según la firmeza del juicio
  • Cierta: siempre juzga sin temor a equivocarse.
  • Dudosa: juzga con temor a equivocarse, o simplemente, ni se atreve a a juzgar.


    ¿Cómo podemos darnos cuenta de que nuestra conciencia está deformada?

    Hay tres reglas importantes que debe seguir toda conciencia recta:
  • Nunca justifica el mal para obtener un bien.
  • El fin no justifica los medios.
  • No hacer a otros lo que no quiere que le hagan o trata a los demás como le gustaría que le trataran.

    Respeta siempre los actos de los demás y los juicios de su conciencia. Esto quiere decir que la conciencia no debe juzgar los actos de los demás, sino únicamente los propios: “Cree todo el bien que oye y sólo el mal que ve.”

    Si nos damos cuenta de que nuestra conciencia viola alguna de estas reglas y no nos avisa en el momento adecuado, ni nos recrimina por ello, es muy factible pensar que está desviada o deformada. Al percibir esto, lo mejor es poner enseguida manos a la obra para mejorar, teniendo en cuenta los siguientes tres aspectos:

    Tenemos obligación de formar nuestra conciencia de acuerdo con nuestros deberes personales, familiares, de trabajo y de ciudadano; los mandamientos de la Iglesia, los mandamientos de la Ley de Dios y todas las responsabilidades que hayamos contraído libremente. Esta obligación es nuestra y nadie la puede cumplir en nuestro lugar.

    Es necesario que actuemos siempre con conciencia cierta, es decir, que los juicios de nuestra conciencia sean seguros y fundados en la verdad. Por ello, debemos poner todos los medios para salir de la duda o del error.

    Nunca olvidarnos que si nuestra conciencia está deformada, podría ser porque alguien nos aconsejó con criterios falsos, entonces la responsabilidad de nuestros actos es menor. Pero, si nuestra conciencia está deformada por nuestra propia decisión o negligencia, por no poner los medios para formarla, entonces la responsabilidad de nuestros actos y la culpabilidad es mayor.

    ¿Qué podemos hacer para formar nuestra conciencia?

    Estudiar el Evangelio, informarnos de qué tratan los documentos del Papa y de la Iglesia. Recordemos que el pretexto de “nadie me lo había dicho”, no sirve como excusa ante Dios, pues es propio de una persona madura formarse e informarse de las normas que deben regir los juicios de nuestra conciencia.

    Reflexionar antes de actuar. No nos debemos guiar por nuestros instintos o por lo que oímos, sino por convicciones serias y profundas. Tampoco se vale argumentar: “Creí que estaba bien porque todo el mundo lo hace”.

    Pedir ayuda y consejo a alguien que esté bien formado. Puede ser un sacerdote.
    Nada mejor que un buen examen de conciencia seguido de una buena confesión. Si nos confesamos frecuentemente, nuestra conciencia se irá haciendo más delicada y más sensible a las pequeñas faltas.

    Ser sinceros con nosotros mismos y con Dios. Llamar a cada cosa por su nombre, sin tratar de justificar lo que hacemos o de darle nombres disfrazados que aparentemente le quitan importancia a los actos.

    No nos desanimemos ante los fallos. Aprender siempre de las caídas para comenzar de nuevo.

    Formar hábitos buenos, programando nuestra vida y nuestro tiempo, sin permitirnos fallos voluntariamente aceptados.

    Tener una vida de oración y de sacramnetos para poder obtener las luces necesarias para la inteligencia y las gracias para fortalecer la voluntad.

    La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así se forma la conciencia moral. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1802

    Para profundizar:
    Dios llama en la conciencia tomado del libro "La Moral ..... una respuesta de amor", P. Gonzalo Miranda
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