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miércoles, 28 de marzo de 2012

¿Quién fue Poncio Pilato?


Poncio Pilato (en latín: Pontius Pilatus), también conocido como Pilatos, miembro del orden ecuestre, fue el quinto prefecto de la provincia romana de Judea, entre los años 26 y 36 d.C., por lo que tuvo un papel relevante en los acontecimientos de la provincia en esos años, siendo el más célebre de ellos el suplicio y condena a muerte de Jesús de Nazaret, sucesos relatados por los Evangelios.


Fragmentos biográficos

Copia de una inscripción, cuyo original en piedra se atesora en el Museo de Israel.1 Se trata de una evidencia epigráfica de relevancia hallada en 1961, entre los restos del teatro de Caesarea maritima. En ella consta el registro del nombre incompleto de Poncio Pilato, junto al término Tiberieum, todo lo cual acredita el papel histórico de Poncio Pilato en esa región.
Moneda de bronce acuñada entre 26 y 36 d.C. en Jerusalén, cuando Poncio Pilato era praefectus. Se conserva en el Museo Británico.

Los detalles de la biografía de Poncio Pilato antes y después de su nombramiento como prefecto de Judea y tras su participación en el proceso contra Jesús de Nazaret son desconocidos. Aunque varias fuentes textuales posteriores lo mencionan como procurator (procurador) o como praeses (gobernador), su denominación oficial fue la de praefectus que, según había ya sospechado O. Hirschfeld en 1905, era la que correspondía a tal cargo hasta la época de Claudio. Este dato quedó documentado sin duda tras el hallazgo en 1961, entre los restos del teatro de Cesarea (importante puerto antiguo, entre Tel-Aviv y Haifa), de una inscripción fragmentaria oficial, en la que Pilato dedicaba (o rehacía) un Tiberieum o templo de culto al emperador Tiberio. Su texto se suele restituir de la siguiente forma:

[- c. 3 -]s Tiberieum /
[ -c.3- Po]ntius Pilatus /
[praef]ectus Iudae[a]e /
[ref]e[cit].2

La inscripción de Poncio Pilato se puede ver comentada en español, con imágenes del original, en un reciente artículo que reúne fuentes textuales romanas y judías no cristianas sobre Jesús de Nazaret.3

Muchos detalles que carecen de cualquier confirmación por otras vías (especialmente relativos a sus supuestos arrepentimiento, suicidio o condena y decapitación) han sido añadidos a la tradición biográfica a partir de las "Actas de Pilato", un relato contenido en los evangelios apócrifos, que circularon con más profusión por Oriente; entre aquellos se cuentan también un nombre para su esposa, Claudia Procula (que, junto a él, fue canonizada como santa por la Iglesia ortodoxa etíope, y sola por la bizantina), o un (improbable) nacimiento de Pilato en Tarraco (Tarragona). Lo cierto, sin embargo, es que científicamente no se sabe nada seguro sobre las ciudades de nacimiento y fallecimiento de Pilato, y que su rastro histórico se pierde en los años 36-37 d.C., cuando se sabe que, destituído de su cargo, regresa a Roma.4

Fue designado prefecto de Judea por Tiberio, a instancias de su prefecto para el pretorio, Lucio Elio Sejano, adversario de Agripina y destacado antisemita.

Intentó romanizar Judea sin éxito, introduciendo imágenes de culto al César, y trató de construir un acueducto con los fondos del Templo. Las desavenencias con el pueblo judío lo llevaron a trasladar su centro de mando de Cesarea a Jerusalén para controlar mejor las revueltas. Pilato se enfrentaba además a grupos extremistas anti-imperialistas entre los que se contaba Barrabás, quien había asesinado a un soldado romano. Estos grupos subversivos daban mucho quehacer a Pilato.

Poncio Pilato fue relevado del mando de Judea en el año 36 d.C., después de reprimir fuertemente una revuelta de los samaritanos, durante la cual crucificó a varios alborotadores.

Poncio Pilato, personaje histórico

Existen varias referencias de la existencia de Poncio Pilato que pueden considerarse. Por ejemplo, Justino Mártir, quien escribió a mediados del siglo segundo, dijo lo siguiente respecto a la muerte de Jesús: “Por las Actas de Poncio Pilato puedes determinar que estas cosas sucedieron”. Además, según Justino Mártir estos mismos registros mencionaban los milagros de Jesús, de los cuales dice: “De las Actas de Poncio Pilato puedes aprender que Él hizo esas cosas”. Es verdad que estas “Actas” o registros oficiales ya no existen, pero es patente que existían en el siglo segundo, y Justino instó con confianza a sus lectores a comprobar con ellas la veracidad de lo que decía.

El testimonio que el historiador romano Tácito, nacido alrededor del año 55 d.C., que no era amigo del cristianismo, escribió poco después del año 100, mencionando la persecución de los cristianos por Nerón, cuando añade: “Cristo, el fundador del nombre, había sufrido la pena de muerte en el reinado de Tiberio, sentenciado por el procurador Poncio Pilato, y la perniciosa superstición (cristianismo) se detuvo momentáneamente, pero surgió de nuevo, no solamente en Judea, donde comenzó aquella peste, sino en la capital misma (Roma)”.5

Filón de Alejandría.

Filón, escritor judío de Alejandría (Egipto) que vivió en el siglo I, narra un acto similar de Pilato que provocó una protesta. En esa ocasión tuvo que ver con unos escudos de oro que llevaban los nombres de Pilato y Tiberio, y que Pilato había colocado en su residencia de Jerusalén. Los judíos apelaron al emperador de Roma, y Pilato recibió la orden de llevar los escudos a Cesarea. (Sobre la embajada ante Cayo, XXXVIII, 299-305). Filón se refiere a Poncio Pilato como un hombre «de carácter inflexible y duro, sin ninguna consideración». Más aún, según este escritor de Alejandría, el gobierno de Poncio se caracterizaba por su «corruptibilidad, robos, violencias, ofensas, brutalidades, condenas continuas sin proceso previo, y una crueldad sin limites».

Según el historiador judío Josefo, Pilato tuvo un mal comienzo en lo que respecta a las relaciones con sus súbditos judíos: de noche envió a Jerusalén soldados romanos que llevaban insignias militares con imágenes del emperador. y la situación se complicó porque las insignias fueron colocadas en la Torre Antonia, cuartel general de las cohortes romanas, es decir justo frente a uno de los ángulos del complejo del Templo, con el añadido de que los judíos creyeron que los auxiliares romanos quemaban incienso frente a las imágenes de Tiberio y Augusto. Este suceso provocó un gran resentimiento debido a que vulneraba uno de los Diez Mandamientos Mosaícos, y una delegación de principales entre los judíos (representantes del Sanedrín) viajó a Cesárea para protestar por la presencia de las insignias y exigir que las quitasen.

Imagen de Flavio Josefo presentada en el libro The Jewish War de 1888.

Después de cinco días de discusión, Pilato intentó atemorizar a los que hicieron la petición, amenazándolos con que sus soldados los ejecutarían, pero la enconada negativa de aquellos a doblegarse (pues incluso se inclinaron en tierra y mostraron sus cuellos para ser degollados, aunque Pilato sólo había pretendido engañarlos para que cedieran) y dado el alto coste político (ya que Pilato llevaba apenas seis semanas en el puesto y habría tenido que ejecutar en esa sola ocasión hasta a seis mil judíos) le hizo acceder a su demanda. (Antigüedades Judías, libro XVIII, capítulo III, sección 1.)

Josefo aún menciona otro alboroto: a expensas de la tesorería del templo de Jerusalén, Pilato construyó un acueducto para llevar agua a Jerusalén desde una distancia de casi 40 km. Pilato solicitó del Gran Sanedrín fondos del Tesoro del Templo para financiar la obra, bajo la advertencia de que si eran negados tendría que aumentar los impuestos. Los sacerdotes se negaron en principio alegando que era dinero sagrado, pero cedieron bajo la condición de que se ocultara el origen de los fondos y de que el principal flujo del líquido llegara a los depósitos del propio Templo, pero el acuerdo fue descubierto. Grandes multitudes vociferaron contra este acto cuando Pilato visitó la ciudad. Pilato envió soldados disfrazados para que se mezclasen entre la multitud y la atacasen al recibir una señal, lo que resultó en que muchos judíos muriesen o quedasen heridos. (Antigüedades Judías, libro XVIII, capítulo III, sección 2; La Guerra de los Judíos, libro II, capítulo IX, sección 4.)

Josefo informa que la posterior destitución de Pilato fue el resultado de las quejas que los samaritanos presentaron a Vitelio, por entonces gobernador de Siria y superior inmediato de Pilato. La queja tenía que ver con la matanza ordenada por Pilato de varios samaritanos a los que engañó un impostor, reuniéndolos en el monte Guerizim con la esperanza de descubrir los tesoros sagrados que supuestamente había escondido allí Moisés. Vitelio mandó a Pilato a Roma para comparecer ante Tiberio, y puso a Marcelo en su lugar. Tiberio murió en el año 37 DC, mientras Pilato todavía estaba en camino a Roma, (Antigüedades Judías, libro XVIII, capítulo IV, secciones 1 y 2.)temeroso de ser juzgado y ejecutado por su antigua relación con Sejano ya que tras la caída de éste, todos los que se relacionaron con él fueron tratados como enemigos por el emperador Tiberio y en su mayoría ejecutados. Incluso, se ha llegado a relacionar su decisión de ceder ante la presión del Sanedrín judío en el juicio de Jesús (cuando los sacerdotes le recordaron que si soltaba a un supuesto subversivo como Jesús, que se proclamaba rey, entonces no era amigo de César, es decir, del emperador de ese momento, Tiberio), para salvar su carrera e incluso su vida y así evitar que Tiberio sospechara de su lealtad y lo mandara llamar a Roma para investigarlo y juzgarlo como asociado a Sejano. Además, y ya que Sejano había hostilizado en vida a la colonia judía de Roma, después de su muerte, Tiberio ordenó a Pilato cambiar hacia una política favorable a las costumbres judías.

Poncio Pilato en los evangelios

Pilato (Duccio).

Según los Evangelios, Jesús fue apresado por un grupo de hombres armados pertenecientes a la guardia del Templo, por orden de Caifás y los sumos sacerdotes. La acusación era sedición. Solicitaron a Pilato que lo ejecutara, ya que la pena capital sólo podía ser aplicada por los romanos. A pesar de no hallarlo culpable, Pilato sabiendo que era víspera de Pascuas deja que el pueblo decida entre liberar a un preso de nombre Barrabás o liberar a Jesús.

El pueblo, dirigido por los sumos sacerdotes, escoge la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. Ante esa decisión Pilato simbólicamente se lavó las manos para indicar que no quería ser parte de la decisión tomada por la muchedumbre. Pilato dice «No soy responsable por la sangre de este hombre». A lo que la multitud responde: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros descendientes».

El periodista e investigador español Juan José Benítez, que ha realizado numerosas investigaciones relacionadas con Jesús de Nazaret y su época, dice que durante el tiempo en el que estuvo de procurador en Israel Poncio Pilato, el emperador Tiberio había dejado de una manera sutil el imperio, pero de todos modos gobernaba de una manera secreta, dejando a un fiel servidor de casa al frente del imperio romano.[cita requerida]

Tiberio se había vuelto muy desconfiado, debido a las constantes revueltas en las que se veía amenazado su imperio entre ellas las de Judea, por lo que su desconfianza fue creciendo a tal grado que llegó a asesinar hasta a sus más fieles colaboradores, el historiador refiere de él «hasta el más mínimo comentario era condenado a muerte»; aparentemente por este motivo Pilato se vio obligado a ejecutar a Jesucristo, no por ser un hombre cobarde, sino por miedo a perder todo, incluso su vida, esta aseveración aún requiere revisiones más profundas.

Poncio Pilato como símbolo

Según Pérez-Rioja, «Pilato se ha convertido en un símbolo tradicional de la vileza y de la sumisión a los bajos intereses de la política».6

Representación de la primera estación del Via crucis: Pilato se lava las manos y con ese gesto sella la condena a muerte de Jesús. De Gebhard Fugel, ubicado en Santa Isabel, Stuttgart.

El acto de «lavarse las manos» protagonizado por Pilato en el evangelio de Mateo, junto con otros temas simbólicos emblemáticos de la pasión de Cristo (las treinta monedas de plata, el beso de Judas, el canto del gallo), dejó su marca en el lenguaje cotidiano y en las imágenes.

Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: «Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis.»

Evangelio de Mateo 27: 24

Según J.L. McKenzie, el acto de «lavarse las manos» no formaba parte del proceso legal: ya no había audiencia ni interrogatorio de testigos. La sentencia estaba implícita.7 El factor importante no era ya el proceso, sino las presiones que provocaron el resultado del proceso. Los evangelios implican claramente que Pilato se dio cuenta de que no había ningún cargo auténtico contra Jesús,Nota 1 y el lavatorio simbólico de las manos añadido por Mateo, viene a subrayarlo. Este acto quedó en la cultura como símbolo de aquél que, por conveniencia personal, cede ante la presión de otros al tiempo que pretende desentenderse de un veredicto injusto. El lavatorio de manos implica un acto de purificación vacío de contenido que no consigue en conciencia eludir la responsabilidad, puesto que quien condena a un hombre inocente por presiones no está moralmente muy por encima de los que las ejercen.7

Poncio Pilato en el arte

Estéticamente, Poncio Pilato ha llamado la atención e imaginación de escritores (su persona se convirtió en personaje casi obligado en cualquier representación de la pasión de Jesucristo), de artistas plásticos, y de productores y directores cinematográficos.

Poncio Pilato en la literatura

Anatole France (1844–1924), Premio Nobel de Literatura en 1921.

Poncio Pilato es el personaje principal de «El procurador de Judea», de Anatole France, publicado en Le Temps de 25 de diciembre de 1891, y recogido luego en la colección de relatos El estuche de nácar (1892). Posteriormente, el cuento se editó por separado en ediciones de bibliófilo, la primera de ellas en 1902 con ilustraciones de Eugène Grasset. En dicho relato, Poncio Pilato, retirado ya en Sicilia, se encuentra con Aelio Lamia, un conocido de su período como procurador de Judea. En dos conversaciones sucesivas hacen repaso a los acontecimientos que vivieron juntos. Ambos exponen una visión radicalmente contrapuesta sobre la historia y los judíos. El cuento se anticipa en más una década a la denuncia del antisemitismo que se manifestará en la sociedad francesa a raíz del caso Dreyfus. En 1980, Leonardo Sciascia tradujo «El procurador de Judea» al italiano, quien lo consideraba uno de los más perfectos de su género. Sirvió de inspiración a Joyce para Dublineses, en especial para el relato más conocido, «Los muertos». Cabe destacar la referencia que a él se hace mediante «Poncia», personaje del drama «La Casa de Bernarda Alba», de Federico García Lorca.

Fuentes: Anatole France, El procurador de Judea, ed. Contraseña, Zaragoza, 2010; carta de Joyce a Stanislaus.

Poncio Pilato en el Séptimo Arte

Rod Steiger

Poncio Pilato ha sido representado por diferentes actores.

  • Rod Steiger interpretó magistralmente al procurador romano en el film "Jesús de Nazareth" (1977).

Filmografía

Año Película Director Actor
2007 En busca de la tumba de Cristo Giulio Base Hristo Shopov
2004 La Pasión de Cristo Mel Gibson Hristo Shopov
1988 La última tentación de Cristo Martin Scorsese David Bowie
1984 A.D. Anno Domini Stuart Cooper Anthony Zerbe
1979 La vida de Brian Terry Jones Michael Palin
1977 Jesús de Nazaret (mini-serie) Franco Zeffirelli Rod Steiger
1973 Jesucristo Superstar Norman Jewison Barry Dennen
1965 La historia más grande jamás contada George Stevens Telly Savalas
1962 Poncio Pilatos Irving Rapper, Gian Paolo Callegari Jean Marais
1961 Rey de Reyes Nicholas Ray Hurd Hatfield
1959 Ben Hur William Wyler Frank Thring
1952 El mártir del calvario Miguel Morayta Martínez José Baviera

Notas

  1. En el evangelio de Lucas, Pilato reconoce como evidente que ese hombre «no había hecho nada que mereciera la muerte» (Lucas 23: 15).

Referencias

  1. The Israel Museum, Jerusalem. «Pontius Pilate, Prefect of Judah - Latin dedicatory inscription» (en inglés). Consultado el 27 de agosto de 2011.
  2. Vardaman, H. (1962). «A New Inscription which mentions Pilate as «Prefect»» (Année Épigraphique 1963, nº 104 - nº 10, texto y fotografías). Journal of Biblical Literature 81 (1): pp. 70-71.
  3. Canto, Alicia M. (5 de enero de 2006). «"Textos históricos sobre Jesús de Nazareth": La inscripción de Poncio Pilato.» (en español). Terrae antiqvae. Consultado el 25 de agosto de 2011.
  4. L.Petersen, K. Wachtel, Prosopographia Imperii Romani saec. I. II. III, 2ª ed., vol. 6, Berlín, 1998, nº 815, págs. 348-350 (consultable en Google Books), con el detalle de todas las fuentes literarias y epigráficas fiables que se conocen realmente sobre él.
  5. Obras completas de Tácito, Nueva York, 1942, Anales, Libro 15, párrafo 44.
  6. Pérez-Rioja, José Antonio (1971). Diccionario de Símbolos y Mitos. Madrid (España): Editorial Tecnos. p. 353. ISBN 84-309-4535-0.
  7. a b McKenzie, J.L. (1972). «Evangelio según San Mateo». En Brown, Raymond E.; Fitzmyer, Joseph A.; Murphy, Roland E. Comentario Bíblico "San Jerónimo". III. Madrid (España): Ediciones Cristiandad. p. 287. ISBN 978-84-705-7117-6.

Bibliografía

Enlaces externos


Al final, sólo dos personas bien pudieron saber quién era él: Pilato y Jesús mismo
¿Quién fue Poncio Pilato?
¿Quién fue Poncio Pilato?

Una de las figuras que más consternado deja al lector de los evangelios es el famoso procurador de Judea, Poncio Pilato. Los evangelios son muy parcos al hablarnos de él. Además del así llamado juicio político sobre Jesús, se encuentran unas escasas alusiones más al mismo personaje y uno queda con la impresión de parcialidad sobre quién era él de verdad. Quisiera ofrecer algunas precisiones sobre lo que dicen de él otros autores de más o menos el mismo período de la historia, sin prescindir, claro está, de la imponente figura de Cristo durante las últimas horas de la pasión. Con todo, el cuadro que resultará de Pilato dejará aún mucho que desear. Al final, sólo dos personas bien pudieron saber quién era él: Pilato y Jesús mismo.

Además de los evangelios, y de Flavio Josefo, Tácito habla también de Poncio Pilato al que asigna el título de “procurator” (Annales XV, 44), designación que habría que matizar por “praefectus”, como testimonia la inscripción encontrada el año 1961 en Cesarea marítima. Prefecto es un término que tiene más connotaciones militares, mientras que procurador se refiere a los asuntos administrativos. Como quiera que sea, las responsabilidades de Pilato concernían el estar al frente de los asuntos judiciales, ya que gozaba de pleno poder de ejecutar sentencias de muerte (Flavio Josefo, Ant. Iud.18.1.11). Los únicos detalles de Pilato como juez nos constan por los evangelios y se refieren al juicio sobre Jesús. Al aspecto judicial se aunaban los fiscales; es decir, era también competencia suya la recaudación de tributos e impuestos para proveer a las necesidades de la provincia y del imperio.

Así pues, Pilato constituyó el quinto procurador o prefecto de Judea desde el 26 d.C (Flavio Josefo, Ant. Iud 18,89), que era el año 12 ó 13 de Tiberio como emperador. A decir verdad, el ser gobernador de Judea no estaba visto como un cargo muy prestigioso que digamos. Tiberio lo nombró para reemplazar a Valerio Grato: Grato había ocupado el cargo durante once años tras la muerte de Augusto el año 14 d.C. Antes de llegar a Judea, los historiadores no mencionan a Pilato. Tal vez fuera de origen servil, ya que el término “píleo” –de donde pudiera derivar el apelativo “Pilato”- era el sombrero que empleaban los libertos (de todos modos, hay autores que aducen otros significados posibles a “Pilato como “armado de lanza”, “calvo”, “enmarañado”; en cuanto a la clase social, algún perito dice que era “ecuestre”. Pero son puras conjeturas). El apelativo Poncio, por el contrario, era muy difuso en las más diversas clases sociales de la Italia de entonces.

Pilato disponía para su mandato en Judea de cerca de cinco mil soldados: un regimiento de caballería y cinco cohortes de infantería. La guarnición principal residía en Cesarea marítima, mientras que la otra se debía establecer en la torre Antonia, a un costado del santuario del templo de Jerusalén. En dicha fortaleza se conservaban las vestiduras del sumo sacerdote, hecho por el cual el procurador debía trasladarse a Judea con ocasión de las principales festividades judías. El año 36 Lucio Vitelio, legado romano en Siria, mandó Pilato a Roma para comparecer ante Tiberio. Tiberio murió antes que Pilato llegase a la capital el 16 de marzo del 37 d.C. Según Eusebio de Cesarea, Calígula (37-41 d.C.) lo exilió a las Galias donde se suicidó en el Ródano, cerca de Vienne (Eusebio, Hist Eccl II,7). Otra tradición, en la que se inserta la atribución a Pilato de una obra apócrifa –Los Hechos de Pilato- sugiere que Pilato se hizo al final un verdadero creyente en Jesús, y es lo que parece referir Tertuliano. De ello se harían eco las iglesias copta y etiópica, que tienen a Pilato entre el número de los santos.

A pulso, Pilato se había ganado el odio de los judíos, ya que desde un principio les mostró desprecio, quizá a causa de lo que para él pudieran parecer supersticiones típicas de nómadas beduinos o caldeos. Los problemas comenzaron cuando una noche dio la orden a los soldados que debían reemplazar el presidio de la ciudad de Jerusalén, de no quitar de las imágenes del César de las insignias militares: se trataba de estandartes con el César, al parecer divinizado, y que se habían colocado frente al templo. Cuando a la mañana siguiente los judíos se enteraron, se armó un gran tumulto. Para ellos el gesto significaba poco menos que abominio. Era la primera vez que los romanos faltaban al respeto externo de sus súbditos palestinos. Una embajada de judíos llegó a Cesarea para que Pilato arriara los estandartes. Pilato rehusó, mas los judíos insistieron durante cinco días seguidos. Como el fastidio era cada vez mayor, Pilato decidió convocarlos en el anfiteatro de Cesarea, los hizo rodear por los soldados y les prometió que si no cejaban en sus pretensiones, ninguno saldría vivo de allí. Los judíos dijeron que preferían ofrecer el propio cuello a rendirse. Pilato hubo de capitular esta vez, bien que esperó el momento más oportuno para una revancha (Filón, Legatio ad Gaium, 299-305).

En otra ocasión Pilato introdujo en el palacio de Herodes (pretorio), que Pilato ocupaba cuando se encontraba en Jerusalén, unos medallones, una vez más con la efigie del emperador divinizado. El pueblo tornó a sublevarse. Se le amenazó con acusarlo ante el César si no removía esa quincalla. Tiberio pidió que se la devolviera a Cesarea. Era la segunda vez que tenía que encajar el revés. A pesar de este incidente, cuando Pilato hizo acuñar monedas que contenían símbolos del culto romano, no encontró oposición ninguna. Tal vez estas monedas no tuvieran circulación en Jerusalén sino en la helenista Cesarea marítima.

En el tercer encontronazo con los judíos, Pilato creyó salir airosamente con la suya, mas no preveía ni de lejos una cuarta confrontación que poco a poco se había estado incubando, y que le dejaría marcado de por vida. Muy amigo de los “enjuagues”, como bien se sabe de él por la condena de Cristo, se dio cuenta de que en Jerusalén se echaba de menos abundante cantidad de agua. Concibió el proyecto de construir una gran cisterna y un acueducto de varios kilómetros de largo a fin de contar con saunas y palestras de diversa índole. Para financiar el proyecto, usurpó el erario del templo (Flavio Josefo, Ant. 18.3.2.2). El pueblo, soliviantado una vez más por sus jefes religiosos, saduceos o sacerdotes, se presentó de nuevo en torno a la residencia de Pilato, que acababa de llegar a Jerusalén para las fiestas de Pascua. Esta vez había previsto el tumulto, de modo que ordenó que los soldados se disfrazaran de civiles y se pusieran a golpear a los judíos de ánimos más encrespados. En poco tiempo todos los amotinados terminaron por dispersarse (Flavio Josefo, Bell. Iud. 18,55-59). Con toda probabilidad sea éste el episodio que se narra en Lc 13,1: “En esa misma ocasión había allí algunos que le contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios”.

El mismo año de la condena de Cristo, unos cuantos meses antes, Pilato había logrado dispersar con derramamiento de sangre una reunión de samaritanos armados que se habían reunido en el Garizim por orden de un pseudoprofeta, para exhumar unos vasos sagrados escondidos supuestamente por Moisés o por el sumo sacerdote Uzi de la tradición samaritana (Flavio Josefo, Ant Iud 18,85-89). Una protesta del consejo de la ciudad de Samaria logró que Lucio Vitelio, legado para la provincia de Siria, enviara a Pilato a Roma, como se refirió al inicio, y lo reemplazara por su amigo Marcelo (Flavio Josefo, Ant Iud 18,89).

Pues bien, los mismos judíos que habían exacerbado los ánimos del pueblo contra Pilato en las diversas ocasiones, se dirigían ahora para que dirimiera un asunto que hoy conocemos como el juicio más inicuo de la historia humana: la condena a muerte de Cristo Jesús.

Del juicio de Jesús, Tácito es bastante lacónico. Se limita a decir que Pilato lo hizo ejecutar (Ann. 15.44). Josefo añade algún detalle más: que Pilato realizó dicha condena cuando los jefes religiosos lo habían acusado.

Una lectura atenta de los evangelios, muestra que no había una causa clara para la condena. Se le quiso acusar de rebelión, de blasfemia contra Dios y contra el pueblo, de incitar al pueblo, de negar el tributo al César... De hecho, las primeras palabras que se profieren a Pilato contra Jesús consisten en acusarlo de “malhechor” (Jn 18,32)... Esto sí caía bajo la responsabilidad de los romanos; pero de los diálogos que Juan recoge en dicho capítulo 18, bien se deduce la ausencia de todo tipo de pretensión política. Paradójicamente, Pilato mismo reconoce su inculpabilidad -“no hallo en Él delito alguno” (Jn 18,38)-, mas a renglón seguido libera al bandolero Barrabás, y manda azotar a Jesús (Jn 18,39). Después de este castigo injusto y humillante, vuelve a insistir en su inocencia (Jn 19,4). Las acusaciones del pueblo serán ahora de blasfemia (“se ha hecho hijo de Dios, por eso debe morir”, Jn 19,7), y de usurpación del puesto del César (Jn 19,12), sin que a Pilato conste ninguna de las dos.

Lo sorprendente de esta condena es que coincide con el momento en que los corderos eran sacrificados en el templo, como apostilla el evangelista: “Y era el día de la preparación para la Pascua; era como la hora sexta. Y Pilato dijo a los judíos: He aquí vuestro Rey. Entonces ellos gritaron: ‘¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícale!’ Pilato les dijo : ‘¿He de crucificar a vuestro Rey?’ Los principales sacerdotes respondieron: ‘No tenemos más rey que el César’. Entonces se lo entregó para que lo crucificasen” (Jn 19,14-16). Ello quedará confirmado por dos alusiones al cordero de Éxodo 12 durante la crucifixión: “No quebrantarán ninguno de sus huesos” (Ex 12,46 = Jn 19,36), “fijaron en una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre” (Ex 12,22 = Jn 19,29). Ese es pues el sentido de la designación que de Cristo hace Juan Bautista: “He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29.36).

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