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jueves, 29 de marzo de 2012

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor


Padre nuestro.
Domingo, 01/04/2012, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Domingo VI de Cuaresma. Ciclo B.
La vocación a la santidad.
"El que te creó sin ti, no te salvará sin ti" (San Agustín).
Estimados hermanos y amigos:
Normalmente, cuando se nos pregunta por nuestra vocación de religiosos o laicos comprometidos con el servicio a Dios en nuestros prójimos los hombres, tenemos tendencia a recordar el instante en que decidimos obedecer la llamada de Dios que, por la fe que nos caracteriza, sentimos en nuestro interior. El hecho de recordar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén por medio de la procesión litúrgica de los ramos, constituye para nosotros una excelente oportunidad para meditar sobre la llamada que Dios nos ha hecho para que lo sirvamos en nuestros prójimos los hombres, porque nuestra vocación es vitalicia, no se desarrolla en el momento en que nos ponemos a disposición de Nuestro Santo Padre. Un año más, hemos acompañado al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén, y nos disponemos a vivir su Pasión, muerte y Resurrección, para concluir el tiempo de Pascua, contemplando su gloriosa Ascensión al cielo como Rey vencedor del mal y la muerte, y recordando nuestra recepción del Espíritu Santo.
En este día en que nos alegramos al aclamar sinceramente a Nuestro Salvador en su gloriosa entrada en Jerusalén, vislumbramos una gran noticia para quienes sufren por cualquier circunstancia dolorosa, hasta llegar a desear que Dios les impida seguir viviendo. El dolor es una vía de purificación y santificación que debemos recorrer si Dios considera que somos aptos para padecerlo, porque El nunca permitirá que vivamos ninguna circunstancia que no podamos superar. La citada buena noticia consiste en que Dios ha empeñado su Palabra para salvarnos, y no lo ha hecho haciendo un juramento, sino permitiendo el sacrificio de Aquel que es su Palabra salvadora, para que podamos creer que Nuestro Santo Padre, Jesús y el Espíritu Santo, nos aman, a pesar de nuestras infidelidades.
Recuerdo que, pocas semanas antes de casarme, me dijo una amiga: "Pronto aprenderás que aquellos de quienes esperas más amor te decepcionarán, y que aquellos de quienes esperas recibir menos amor, serán los que mejor te tratarán". A Dios se le pueden aplicar las citadas palabras de mi amiga, porque nadie ha sido tan generoso con nosotros como Nuestro Santo Padre, y nadie ha sufrido tantas infidelidades por nuestra parte, como el Dios Uno y Trino.
San Juan puso en el libro del Apocalipsis unas palabras en boca de Jesús, que son muy significativas para nosotros.
"Has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor" (AP. 2, 3-4).
No permitamos que el desinterés que tiene mucha gente a la hora de conocer, amar y servir a Dios, debilite la fe que tenemos en Nuestro Padre común. Puede suceder que quienes anunciamos el Evangelio no consigamos que todos nuestros oyentes -o lectores- crean en Nuestro Padre común, pero, al no permitir que se nos debilite la fe, nos mantenemos activos, mientras aguardamos la conclusión de la plena instauración del Reino mesiánico entre nosotros.
Para poder crecer espiritualmente, no solo necesitamos ser libres, pues también nos es necesario saber utilizar la libertad que Dios nos concedió, desde que creó el mundo. La Biblia es como un mapa en que se nos indica el camino que debemos tomar para alcanzar la felicidad. De nosotros dependen tanto el hecho de ser felices, como la posibilidad de alcanzar la salvación de nuestra alma.
Si no comprendemos que Dios nos invita a vivir en su presencia, pero no nos impide que no cumplamos sus Mandamientos, para no impedirnos usar la libertad que nos ha concedido, podremos caer fácilmente en la tentación de perder la fe, pensando que su voluntad y omnipotencia son insuficientes para evitarnos el sufrimiento, impedir que pequemos, y concedernos la vida eterna.
Quizá sentimos rabia e impotencia cuando meditamos sobre la Pasión del Señor, y lo vemos maltratado por los soldados, y agonizando en la cruz, y no nos damos cuenta de que estamos rodeados de cristos en quienes se repite la Pasión de Nuestro Salvador. De nada nos sirve pensar que si hubiéramos podido presenciar la Pasión de Jesús le hubiéramos evitado al Mesías el sufrimiento que le condujo a la muerte, si no nos prestamos a ayudar desinteresadamente a quienes necesitan dádivas espirituales y materiales.
Si en verdad somos cristianos, no debemos contentarnos contemplando a Jesús en oración como si estuviéramos viendo una película. Los sufrimientos de Nuestro Salvador se prolongan en quienes sufren por cualquier circunstancia, en aquellos a quienes se nos ha encomendado ayudar, porque Dios actúa por nuestro medio. Utilicemos nuestros medios para hacer todo el bien que podamos, y dejemos que Dios resuelva los problemas que no podemos solventar.
La Pasión y muerte de Jesús nos fueron útiles porque fueron el medio que Dios utilizó para demostrarnos que nos ama, pero, el sufrimiento de la humanidad debe ser evitado. Dios espera por nosotros para que actuemos en beneficio de nuestros prójimos.
Los cristianos somos una gran familia que debe estar abierta a acoger a toda la humanidad. La aceptación del Dios Uno y Trino por nuestra parte, significa que estamos dispuestos a cambiar nuestra vida, con el fin de adaptarnos al cumplimiento de su voluntad. La vida que Dios nos promete si le aceptamos y amamos es eterna, y, aunque actualmente solo podemos tenerla a nivel espiritual, y se perfecciona en nuestro interior en conformidad con nuestra adaptación al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre, sabemos, -por la fe que profesamos-, que nos caracterizará plenamente, cuando nuestra tierra sea convertida, plenamente, en el Reino de Yahveh.
Dispongámonos a vivir inspirados en el mensaje predicado por Jesús, porque Nuestro Salvador es el Camino que nos conduce a la presencia de Nuestro Santo Padre, la Verdad que nos hace totalmente libres de las esclavitudes que amenazan con coartar nuestra libertad cristiana, y la Vida plena que deseamos alcanzar (CF. JN. 14, 6).
Para recorrer el Camino que nos conduce a la presencia de Dios, necesitamos ser iluminados por Cristo, quien es la luz indeficiente de Dios (CF. JN. 8, 12. 9, 5).
Para que la Verdad de Jesús nos haga libres, debemos conocerla, aceptarla y amarla (CF. JN. 8, 31-32).
El cumplimiento de la voluntad de Dios, es un desafío para quienes meditamos las siguientes palabras de Jesús:
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará" (MT. 16, 24-25).
¿Cómo podemos seguir a Jesús sin conocer perfectamente la Biblia, y cargando con nuestra cruz? El deseo de ser imitadores de Cristo, es el único medio de que disponemos para adquirir una excelente formación, y para pedirle al Espíritu Santo que, por medio de la efusión de sus dones, nos ayude a convertir nuestra cruz, en un instrumento purificador y santificador.
Al ver las procesiones de Semana Santa, debemos tener presente lo que se dice en el Nuevo Testamento con respecto a la Pasión y muerte de Nuestro Salvador, para que no nos suceda que veamos en Jesús a un suicida, que se dejó asesinar, con el único propósito de que quienes sufren se identificaran con El. Jesús ama a quienes sufren, pero nunca amó el padecimiento. Es necesario que nos formemos espiritualmente, pues debemos aprender a identificarnos con Jesús en su gloria, y nunca en el dolor humano. Jesús no vino a Palestina a confirmarnos en el hecho de que debemos resignarnos ante el padecimiento cuando no podemos evitarlo, sino a enseñarnos que todos los acontecimientos de nuestra vida tienen significado, y que debemos orientarlos a la salvación de nuestra alma.
Cuántas veces contemplamos a Jesús en su Pasión y muerte, y nos olvidamos de que el Señor vive para siempre. Corremos el riesgo de no creer ciegamente que Cristo vive para no morir jamás, aunque nos identificamos con El en su Pasión, buscando en el Hijo de Dios y María, un compañero con quien compartir el infortunio que caracteriza nuestra vida.
Jesús no nos reveló durante su Pasión y muerte únicamente lo que Dios es capaz de hacer por nosotros, pues también nos enseñó lo que debemos hacer, para ser dignos de vivir, en la presencia de Nuestro Santo Padre. Es necesario que sirvamos al Señor humildemente, -reconociendo nuestra pequeñez ante El-, para disponernos a ser copartícipes de su grandeza. Aunque la Iglesia nos hace recordar la Pasión de Nuestro Salvador durante la Semana Santa, sabemos que, durante todos los días del año, debemos ser cirineos, a la hora de ayudar a nuestros prójimos los hombres, a cargar con sus cruces. No seamos seguidores mediocres del Señor, que se conforman con tener una fe incapaz de hacerles ver a Dios en la más mínima dificultad que encuentren en su camino, sino apóstoles incapaces de llamarse cristianos, si no trabajan denodadamente para conducir al mayor número de almas posible, a la presencia de Nuestro Padre común.
Nos gustaría comprender la forma de actuar que caracteriza a Dios exactamente, pero ello no nos es posible. Nos gustaría saber la razón por la que carecemos de trabajo, padecemos enfermedades, y vemos morir a nuestros familiares y amigos queridos, sin poder evitarlo, y, si no lo conseguimos, se nos debilita la fe, porque, el desconocimiento que tenemos del Dios Uno y Trino, no nos anima a creer en El, porque no comprendemos su forma de proceder. No juzguemos a Dios desde nuestra óptica, y dejémosle ser Dios, para que pueda hacernos contemplar nuestra vida desde su punto de vista. Que la incomprensión de Dios no nos impida seguirlo, al tener la seguridad de que, Nuestro Padre común, es incapaz de despreciarnos.
Cuando San Pablo les escribió a los cristianos de Filipo que quería identificarse con Cristo en su Pasión y muerte, no les indicó que quería meditar tan trascendental episodio bíblico durante un rato de oración, sino que quería ser imitador de Jesús, aunque ello le costara la vida, con tal de poder alcanzar la vida eterna, -no por sí misma, sino para vivir con Nuestro Salvador-, en la presencia de Nuestro Santo Padre.
"Quiero conocer a Cristo, experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos y morir su misma muerte. Espero así alcanzar en la resurrección el triunfo sobre la muerte" (FLP. 3, 10-11).
Acompañemos a Jesús en su Pasión en quienes sufren, y ayudémosles a llevar su cruz. Evitemos juzgar, condenar y golpear a nadie. Ayudemos a quienes deseen conocer al Señor, y acompañemos en su agonía a quienes le entreguen su espíritu a Nuestro Padre del cielo.
Vivamos intensamente las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa, para disponernos a celebrar la Pascua de Resurrección.

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