Querido Señor, tu discípulo Pedro quiso saber quién te traicionaría. Señalaste a Judas, pero un poco más tarde le señalaste a él. Judas te traicionó, Pedro te negó. Judas se ahorcó, Pedro se convirtió en el apóstol al cual hiciste primero de todos. Señor, dame fe, fe en tu misericordia infinita, en tu perdón sin límites, en tu bondad insondable. No permitas que me tiente el pensamiento de que mis pecados son demasiado grandes para ser perdonados, demasiado abominables como para que los toque tu misericordia. No permitas que huya de ti. Concédeme volver a ti una y otra vez y pedirte que seas mi Señor, mi pastor, mi fortaleza y mi refugio. Acógeme bajo tu protección, Señor, y permíteme experimentar que no me rechazarás mientras te siga pidiendo tu perdón. Quizá mis dudas a cerca de tu perdón son un pecado mayor que los pecados que considero demasiado grandes para ser perdonados. Quizá me considero demasiado importante, demasiado grande, cuando pienso que ya no puedo ser abrazado por ti. Señor, mírame, acepta mi oración como aceptaste la oración de Pedro, y no permitas que huya de ti en la noche, como hizo Judas.
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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lunes, 28 de noviembre de 2011
Una súplica de misericordia
Del libro “Oraciones desde la abadía. Una súplica de misericordia”
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